martes, 12 de noviembre de 2013

¿Por qué confesarme? (6a. parte)


Hablemos ahora del ministro del sacramento de la confesión. Hablemos del sacerdote.

“En todas las religiones hay sacerdotes y sacerdotisas, ellos son intermediarios entre Dios y los hombres, unen a los hombres con Dios. Los romanos los llamaban pontifex (constructores de puentes). El sacerdote tiene la misión de construir puentes sobre los cuales los hombres van a Dios y Dios a los hombres” (Anselm Grünn).

Como vemos, el sacerdote no es un ser fuera de este planeta que hace su acto de presencia de manera estrepitosa, o que viene de vez en cuando a la tierra a presentar los sacrificios a Dios y luego se retira hasta una próxima ocasión; no. La carta a los Hebreos nos dice de una manera clara, sencilla y profunda a la vez quién es el sacerdote: “todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y está constituido a favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Es capaz de comprender a ignorantes y extraviados, porque esta también él envuelto en flaquezas. Y a causa de la misma debe ofrecer por sus propios pecados lo mismo que por los del pueblo. Y nadie se arroga tal dignidad, si no es llamado por Dios” (Hb 5,1-4).

He aquí lo esencial al ministerio sacerdotal y al mismo ministro. Lo primero es que este ministerio se da por un llamado especial al hombre,-cabe recordar que solo los varones bautizados, en nuestra Iglesia católica latina pueden ser sacerdotes-, departe del mismo Dios. La consagración sacerdotal no exime al sacerdote de su condición humana y lo que ella comporta. El sacerdote, por la consagración sacerdotal, no pierde su condición de ser humano y por eso es que también él debe de ofrecer o presentar sus sacrificios a Dios por el perdón de sus propios pecados o faltas. Hay muchos, sobre todo no católicos, que dicen que el sacerdote no es necesario para estas cosas; dicen también que el creyente o cristiano puede confesar sus pecados directamente a Dios. Es cierto; pero lo más conveniente es hacerlo tal como el mismo Señor lo estableció, a través de la persona del sacerdote. En ninguna parte del evangelio Jesús dijo que cuando necesitáramos confesarnos que lo llamáramos y él vendría; delegó más bien ese poder en sus discípulos y les dio autoridad para atar y desatar. Aquí volvemos a hacer referencia al evangelio de san Juan capítulo 20,21ss; y también la carta del apóstol Santiago, cuando habla de llamar a los presbíteros para ungir a los enfermos de la comunidad.

Hay que destacar aquí, o más bien aclarar que, la soberanía de Dios no está en peligro cuando él comparte su poder con otros. El poder sigue siendo suyo. Cristo es el Sacerdote detrás del sacerdote. Cristo es el que actúa a través del sacerdote. De modo que nosotros no vamos al sacerdote en lugar de ir a Cristo. No vamos al confesionario en lugar de ir al Dios de la misericordia. Vamos al Dios de la misericordia y él nos dice que vayamos al confesionario.

Esta práctica la Iglesia la viene realizando siglos y siglos ininterrumpidamente, porque lo que hace es poner en ejecución el mandato del Señor de perdonar los pecados en su nombre. San Basilio decía: “la confesión de los pecados debe hacerse con los que han recibido el encargo de administrar los sacramentos de Dios”. Y san Ambrosio afirmaba: “Cristo otorgó ese poder a los apóstoles, y desde los apóstoles ha sido transmitido solamente a los sacerdotes”. Y san Juan Crisóstomo escribió: “los sacerdotes han recibido un poder  que Dios no ha concedido a los ángeles ni a los arcángeles…el de ser capaces de perdonar nuestros pecados”.

Recapitulemos. Solo Dios tiene el poder para perdonar los pecados. Pero El ha querido participar de este poder y autoridad a ciertos hombres que Él llama de manera particular a que ejerzan este poder en su nombre. El sacerdote, aunque actúa en nombre de Cristo, también tiene que buscar el perdón de sus propios pecados a través de otro sacerdote. Aquí no se vale el “autoservicio”. El sacerdote es ministro de Cristo que actúa en nombre de Cristo. Cuando el sacerdote absuelve los pecados no está usurpando el poder de Dios, sino más bien lo administra en su nombre porque así lo estableció el Señor. El sacramento de la confesión es un acto de fe; una fe que tiene que ser fortalecida por nuestro amor a Dios y a su evangelio, a su buena noticia de salvación. Aquí sería bueno que recordáramos aquellas palabras del apóstol Pedro: “Señor, tú lo sabes todo, tu sabes que te amo”.

 

Bendiciones.