jueves, 4 de diciembre de 2014

Libranos del mal. Amen.


El mal existe, de eso no tenemos dudas. El mal no viene de Dios. El mal fue introducido en el mundo por el enemigo de Dios. El evangelio nos ilustra al respecto en la parábola sobre la cizaña, que nos advierte que el enemigo de Dios es el que ha sembrado, en la noche, la cizaña para que dañara el trigo (Mt 13, 24-30). Le pedimos a Dios en esta súplica no dar al maligno más fuerza de lo soportable. Le pedimos que nos salve, que nos redima, que nos libere. Es la petición de la redención (Benedicto XVI).

  Este “mal o maligno”, está representado en las Sagradas Escrituras por diferentes imágenes. Una de ellas la encontramos en el libro del apocalipsis cuando el autor usa la palabra “bestia”, que ve salir del fondo, del oscuro abismo del mar con los distintivos del poder político romano y que representaba un poder amenazante contra los cristianos. Ante esta amenaza, el cristiano en tiempo de la persecución invoca al Señor, la única fuerza que puede salvarlo: redímenos, líbranos del mal.

  Ahora, si esto fue en tiempos del Imperio Romano, lo cierto es que hoy día esta amenaza sigue siendo actual. Hoy nos enfrentamos a todo un sin número de amenazas e ideologías: los poderes de mercado, el capitalismo salvaje que denunció el Papa Juan Pablo II, el narcotráfico, la trata de personas, el lavado de dinero, tráfico de armas, etc., que son un lastre para el mundo y arrastran a la humanidad hacia ataduras de las que no nos podemos librar tan fácilmente. De esto le pedimos al Señor “líbranos del mal”. Están las diferentes ideologías que conducen al hombre a un sin sentido y más bien a apartarse de Dios y sus designios, ya que presentan a Dios como algo innecesario y como obstáculo para el desarrollo del mismo hombre. Presentan a Dios como una farsa, algo que hace perder el tiempo. Así conducen al hombre a un disfrute desenfrenado de la vida, sin compromiso ni responsabilidades. Son muy ilustrativas las palabras de Gandhi que dijo: “los siete pecados de la sociales de la humanidad son dinero sin trabajo, política sin principio, placer sin responsabilidad, negocios sin moral, conocimiento sin carácter, ciencia sin humanidad y religión sin sacrificio”.

  Esta petición nos alerta en el sentido de que si perdemos a Dios, nos habremos perdido a nosotros mismos; entonces seremos tan solo un producto casual de la evolución, y así entonces habrá triunfado el Dragón. Permanecer con Dios, junto a Dios, es estar íntimamente sano. La humanidad necesita de sanación. Por esto mismo Jesús, en su diálogo con Pilatos dice que su Reino no es de este mundo; y tuvo razón el Señor porque, si fuera de este mundo no hubiera podido ofrecer sanación a este mundo enfermo por el mal, por el pecado.

  San Cipriano dijo: “Cuando decimos líbranos del mal, no queda nada más que pudiéramos pedir. Una vez que hemos obtenido la protección pedida contra el mal, estamos seguros y protegidos de todo lo que el mundo y el demonio puedan hacernos”. Debemos de vivir con la confianza en el Señor que todo lo puede, como lo manifestó san Pablo: “¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿La aflicción, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?... En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado”. Esta es la seguridad del que vive abandonado al Dios de Jesús. Esta es la promesa de triunfo que prometió a sus seguidores. San Pablo lo entendió muy bien y fue lo que transmitió a los demás. Son las palabras que el mismo Señor Jesucristo trasmitió a sus seguidores cuando les dijo: “Animo, si yo he vencido al mundo (maligno), ustedes también lo podrán vencer”; nada más que nos puso una condición para poder lograr este triunfo: “tendrán que venir todos hacia mí, porque sin mi nada podrán hacer”.

  Esta es la riqueza y el gran tesoro que encontramos en esta oración del Padre Nuestro u oración del Señor y también oración dominical. Son muchas las reflexiones que se han hecho y muchos los libros que se han escrito para analizar y profundizar en la misma. La tarea sigue ardua, porque el mensaje de Dios no se agota en las palabras. Sus palabras son palabras de vida y son siempre nuevas. Estas no han sido más que un aporte para seguir profundizando en ella y que así podamos fortalecer nuestra fe y compromiso cristiano en una humanidad que quiere cada vez más desvincularse de Dios, no dándose cuenta que cada paso que da en esta dirección, se encaminada más y más a un abismo del cual lo único que sacará de él será su destrucción para siempre.

 

Bendiciones.

Busquemos a Dios partiendo de nosotros mismos


San Agustín, en sus “Confesiones” nos dice: “mira, tú estabas dentro de mí y yo fuera de ti, y por fuera te buscaba”. Para poder encontrarse con Dios, san Agustín tuvo que cambiar de dirección en su búsqueda, y así también nos invita a que hagamos lo mismo: “no vayas hacia fuera, entra en ti mismo; en el hombre interior habita la verdad”. Muchos de nosotros nos concentramos buscando a Dios en el exterior, en lo que está fuera de nosotros; pero son pocos los que reparan en que Dios habita en nuestro interior, en nuestro corazón. De hecho, es ahí, en nuestro corazón, donde Él quiere habitar: “mira que estoy a la puerta tocando, si tú me abres, mi Padre y yo vendremos y haremos en ti nuestra morada”; y también “cuando quieras hablar con Dios, tu Padre, entra a tu habitación, cierra la puerta; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará”. El lugar privilegiado de la presencia de Dios es el mismo ser humano, su interior, su corazón. Ya Anselmo de Canterbury nos invita a esta aventura del encuentro cercano con Dios en nuestro interior, cuando dijo: “oh hombre, huye un momento de tus ocupaciones, escóndete un instante del tumulto de tus pensamientos. Arroja lejos ahora tus agobiantes preocupaciones, y aparta de ti tus penosas inquietudes. Ten un poquito de tiempo para Dios y descansa un poquito en Él. Entra en la habitación de tu mente, saca todo de ella menos a Dios y lo que te ayuda a buscarlo y búscalo a puerta cerrada”.

  Los grandes místicos han sido hombres y mujeres que han emprendido este gran camino de aventura y encuentro hacia Dios desde su interior. Estos hombres y mujeres supieron descubrir esta presencia de Dios en lo más íntimo y profundo de su interior. Pensemos por ejemplo en la gran Santa Teresa de Jesús, que nos invita a entrar en las moradas del castillo interior del alma: “…para buscar a Dios en lo interior, que se halla mejor y más a nuestro provecho que en las criaturas” (Moradas III, 3,3). El P. Fco. Javier Sancho Fermín, comentando los escritos de la santa Edith Stein en su libro “Ciencia de la Cruz”, que se refiere al punto de “cruz y noche”, dice: “la noche mística, no debe entenderse cósmicamente. No nos llega desde el exterior, sino que tiene su origen en la interioridad, y afecta sólo al alma en la que emerge”. Es decir, que para Santa Teresa de Jesús, Dios vive en el interior del ser humano, y el ser humano vive en la morada de Dios. Este deseo de encuentro del hombre en su interior con Dios, para Teresa, parte desde la antropología al hombre preguntarse: ¿Qué es el hombre? ¿Qué es lo propio del ser humano que le distingue de las otras creaturas? ¿Cuál es su papel y su puesto enigmático en el universo?

  Es conocida por muchos de nosotros la famosa frase “conócete a ti mismo”; frase esta que estaba inscrita en la puerta de entrada del templo de Delfos, en la antigua Grecia. Son también famosos los enigmas del oráculo de Delfos a las preguntas de los hombres. La solución del enigma se convierte en la tarea de una vida, en la cual el hombre se va conociendo a sí mismo. El ser humano sigue siendo un enigma y, a la vez, es la solución del enigma. Me viene a la mente el famoso enigma de la Esfinge a Edipo cuando esta le preguntó ¿cuál es el animal que en la mañana anda en cuatro patas, en la tarde en dos y en la noche en tres? La respuesta fue ciertamente sencilla: el hombre, porque cuando nace, siendo niño gatea; de adulto, camina sobre dos; y cuando envejece, usa un bastón. Por lo tanto, el hombre, que es la solución al enigma, sigue siendo un misterio para él mismo. Cada persona humana encierra un enigma y un misterio y el mismo Edipo tuvo que  experimentarlo trágicamente.

  ¡Conócete a ti mismo! Para los autores de la antigüedad significaba esto que el ser humano debía conocer dentro de su grandeza su miseria, y parece que su grandeza precisamente consiste en conocer su miseria. Dada su miseria, su condición de ser suplicante aparece como la esencia del ser humano.

  Edith Stein reivindica la experiencia mística como un camino que da luz sobre los misterios mas íntimos del ser humano: “la conquista del centro del alma se transforma en una verdadera conquista de la humanidad, la sede de la libertad de la persona, la sede de los pensamientos del corazón, la sede del encuentro y de la unión con Dios”.

 

Bendiciones.

 

 

 

miércoles, 12 de noviembre de 2014

No nos dejes caer en tentación...


  El apóstol Santiago dice: “Cuando alguien se ve tentado, no diga que Dios lo tienta; Dios no conoce la tentación al mal y él no tienta a nadie” (1,13).

  En Dios no existe la tentación. Tampoco es el que tienta. El pasaje de las tentaciones de Jesús es ilustrativo a este respecto: nos dice que Jesús fue llevado al desierto para ser tentado por el Diablo (Mt 4,1). De hecho, este nombre es simbólico: el evangelista san Marcos lo llama “Satanás”, al igual que Lucas. San Juan se referirá a él en el apocalipsis como “el Acusador”. Ya este nombre nos hace recordar a nosotros en el libro de Job, cómo Satanás frente a Dios se pone a acusar a su servidor Job señalando que su adoración a Dios se debe a su bienestar material y que si se le quitan sus propiedades abandonará el camino religioso. Dios ciertamente le permite que sea tentado, pero también le marca los límites.

  Con respecto a la tentación, nos dice el exorcista padre José Antonio Fortea: “La tentación es esa situación en la que la voluntad tiene que elegir entre dos opciones, y sabe que una opción es buena y otra mala, pero se siente atraído hacia la mala”.  Para pecar hay que saber que uno está escogiendo la opción mala. Por eso, no hay pecado sin mala conciencia.

  Es cierto que el pecado tiene que ver con la debilidad; pero también lo es que no somos tan débiles como para no poder resistirnos. La tentación siempre tiene un elemento atractivo, apetitosa. En el relato del Génesis, del pecado de nuestros primeros padres, la serpiente le presenta a la mujer la tentación (el fruto) de forma apetitosa y así le provoca su deseo de comerlo, esto unido a la astucia de sus palabras engañadoras. En la tentación entra en juego la libertad del hombre. A este respecto el mismo padre Fortea dice: “Parece razonable pensar que la mayor  parte de las tentaciones proceden de nosotros mismos. No necesitamos a nadie para ser tentados. Basta la libertad para poder usarla mal” (Summa Daemoniaca, pag. 38).

  Una de las preguntas que siempre está en la mente de las personas es ¿por qué somos tentados? o ¿por qué Dios nos tienta? Pensamos muchas veces que la tentación viene de Dios, y ya vimos que no es así. También el apóstol Pablo nos ilustra al respecto cuando dice: “Fiel es Dios que no permitirá que sean tentados más allá de sus fuerzas, sino que con la tentación les dará el éxito haciéndolos capaces de sobrellevarla” (1Cor 10,13). Dios, como Padre que es vela para que ninguno de sus hijos se vea presionado más allá de lo que puede soportar. Si fuéramos a ilustrar esta idea con un dicho popular sería: “Dios aprieta, pero no ahorca”.

  Al pensar en las tentaciones de Jesús en el desierto, descubrimos que toda su vida y ministerio estuvieron sometidos a esta difícil realidad. Jesús tuvo que llevar a cabo la misión de su Padre en medio de las tentaciones. Jesús fue tentado hasta el último momento de su vida terrena: así cuando estaba agonizando en la cruz al escuchar aquellas palabras de las gentes que se burlaban de él diciendo que “si es el hijo de Dios que baje de la cruz para que le crean…, o las palabras de reclamo a su Padre al sentir la experiencia del abandono: “Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado”.

  Otro elemento a tener en cuenta con respecto a la tentación es lo que podemos llamar “la prueba”. El Papa Benedicto XVI nos dice: “Para madurar, para pasar cada vez más de una religiosidad de apariencia a una profunda unión con la voluntad de Dios, el hombre necesita la prueba”. La prueba entonces es necesaria para poder fortalecer nuestra fe y confianza en Dios. El mismo Jesús no nos eximió de ella: “Pero, antes de todo, les echaran mano y les perseguirán… Los llevaran ante reyes y gobernadores por mi nombre. Propongan en su corazón no preparar defensa, yo les daré sabiduría… Todos los odiarán por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de su cabeza. Con su perseverancia salvarán sus almas” (Lc 21, 12-19).

  El amor es siempre un proceso de purificación, de renuncias, de transformaciones dolorosas en nosotros mismos y, así, un camino hacia la madurez.

 

Bendiciones.

martes, 11 de noviembre de 2014

Conocer a Dios, ¿es fácil o difícil?


“A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, él lo ha dado a conocer” (Jn 1,18).

 

  Todos sabemos algo de Dios; aunque no hayamos desarrollado la capacidad del intelecto, lo cierto es que todos, de alguna manera, hablamos de Dios, aunque muchas de las veces esas palabras no sean del todo acertadas o bien elaboradas; dicho en otras palabras, es lo que muchos llaman “la fe del carbonero”. Hablamos de Dios ya sea por lo que nos enseñaron nuestros padres desde pequeños o también por lo que hemos oído de Él en el paso de los años. Todos, de alguna manera, mostramos con ello conocer a Dios aunque no sepamos que lo conocemos. Los mismos que niegan su existencia en el fondo afirman algo o alguna verdad de ese Dios que dicen no conocer ya que Dios no existe como nosotros lo imaginamos. Es más, lo cierto es que a Dios nadie puede conocerlo tal como Él es, porque Dios no existe de tal forma que lo podamos imaginar. Por esto es que nadie puede alcanzarlo dignamente, nadie puede decir toda la verdad acerca de Dios.

  Estas afirmaciones nos llevan entonces a pensar o a preguntarnos: ¿Es que Dios permanece vedado a nosotros? ¿No es posible su conocimiento? ¿Dios permanece oculto o es de alguna manera accesible a nosotros? Aristóteles nos ilustra muy bien al respecto con su símil sobre los ojos del murciélago: “como los ojos del murciélago respecto a la luz del día, así se comporta el entendimiento de nuestra alma respecto a las cosas que, por naturaleza, son las más evidentes de todas”. Con este símil, lo que el filósofo griego quiere darnos a entender es que, por naturaleza somos ciegos para conocer lo más obvio. El entendimiento quiere conocer la verdad. Y cuanto más verdadero sea lo que conoce, mejor. Pero, lo más obvio no siempre es lo que podemos ver con más facilidad: “Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Sal 119,105); y el mismo Jesús ya nos había dicho que “los ojos son la lámpara del cuerpo; así pues, si tus ojos están buenos, todo tu cuerpo tendrá luz” (Mt 6,22). Lo que queremos afirmar con estas palabras bíblicas es que, para tener acceso a Dios necesariamente tenemos que aceptar la verdad que él mismo nos ha revelado en su Hijo Unigénito, ya que el acceso a Él nos es posible por su Hijo: Jesús es el camino para llegar al Padre y también para conocerlo, porque el que conoce al Hijo conoce también al Padre. Cuando queremos conocer algo, queremos conocer la verdad. Toda investigación que se realiza se hace con el único objetivo de llegar a la verdad.

  El hombre, por naturaleza, siempre quiere y busca el bien; también, siempre quiere y busca conocer la verdad. Así entonces podemos decir que nuestra vida siempre es, por naturaleza, deseo de vivir, deseo de verdad y deseo de felicidad. Ahora bien, resulta que estos deseos mencionados implican de alguna manera el deseo de Dios. Dios es nuestro deseo más profundo de vida, verdad y felicidad: “nos hiciste Señor para ti, y nuestra alma estará inquieta hasta que descanse en ti” (san Agustín, Confesiones 1,1). En Dios encontramos todos estos deseos de manera plena, total; no parcial. En Dios no hay vida, Dios es la vida; en Dios no hay verdad, Dios es la verdad; en Dios no hay felicidad, Dios es la felicidad, Dios no es sabio, Dios es la sabiduría, etc. Las perfecciones de Dios son de la misma sustancia de Dios. Por eso nuestra vida toda tiende a Dios como a su fin: “…Yo los escogí a ustedes entre los que son del mundo, y por eso el mundo los odia, porque ya no son del mundo” (Jn 15,19), dijo Jesús a sus discípulos. Esto es fácil de descubrir para el que cree y por eso se mantiene en el camino que le lleva a Dios. De aquí se deduce que el ser humano sea entonces “capaz de Dios”: el hecho de que somos capaces del bien y de la verdad nos deja entrever que también somos capaces de Dios (Martín Lenk, sj).

  Entonces, podemos conocer de Dios lo que Él ha dispuesto que conozcamos; conocemos lo que Él mismo nos ha revelado por medio de su Hijo. En Jesús, nuestro acceso a Dios-Padre ha quedado abierto de par en par. Jesús es la puerta para acceder al Padre.

 

Bendiciones.

miércoles, 15 de octubre de 2014

¿Es la Iglesia Católica inmisericordiosa? (2a parte)


  Continuando con nuestro tema en relación al Sínodo de obispos sobre la familia que se está realizando en la ciudad del Vaticano y, del cual ya escribí un artículo anterior tratando dos temas que han estado ocupando la mayor parte de las opiniones tanto de la prensa secular como la católica, en esta segunda parte me propongo escribir sobre el segundo de ellos que es el tema de “la aceptación de la uniones homosexuales o, dicho de otra manera, si la Iglesia Católica debe bendecir las uniones homosexuales”.

  Vuelvo aquí a hacer referencia a lo que dije en la primera parte de este artículo: los medios de comunicación secular y que son, muchos de ellos, con una clara tendencia contrarios a la Iglesia Católica y su doctrina, han querido influenciar con sus opiniones sobre el Sínodo y crear además confusión en los fieles católicos. Se han dicho, escrito y afirmado cosas que ni ver con lo tratado en el Sínodo. Ya se habla en estos medios de que la Iglesia Católica parece que va a dar apertura a la aceptación y bendición de las uniones homosexuales. Esto es falso. Se basan para decir esto que ya hay un documento que lo afirma y lo dan por hecho. Veamos dos aspectos de lo que sucede en un Sínodo. Primero, existe lo que se llama “relatio pre-disceptationem” (resumen o relación previo a las discusiones); y segundo, existe lo que llama “relatio post-disceptationem” (documento post discusiones). En la primera se motivó a que los obispos hablaran con franqueza; en la segunda se presenta a los medios de comunicación y contiene todas las propuestas presentadas por los obispos, peritos y auditores para trabajar estas propuestas en los diferentes grupos sinodales. Esto quiere decir que si un obispo dijo que las uniones homosexuales deben ser aceptadas y bendecidas por la Iglesia Católica, esta propuesta se tendrá que discutir en estos grupos para saber si se acepta o no, y claro que esto no debe afectar ni ir en contra de la sana doctrina católica. Es decir, que esta propuesta no ha sido mencionada por ningún obispo y el Sínodo tampoco lo ha aceptado. Lo que ha surgido en torno a este tema es una pura manipulación de los medios de prensa seculares contrarios a la Iglesia Católica.

  Muchos dicen que la Iglesia tiene que adaptarse a los nuevos tiempos. Con esto lo que están queriendo decir es que la Iglesia Católica debe de amoldarse o acomodarse a los criterios y sombras de este mundo, pero lo que no reparan estos enemigos de la Iglesia es que, la Iglesia debe más bien ser luz para este mundo, para esta humanidad que está caminando mucho en las tinieblas. La Iglesia, la familia de Jesús, es portadora de luz y esa luz tiene que iluminar la oscuridad, las tinieblas; la luz no puede ser utilizada para tapar las tinieblas: “Ustedes son la luz del mundo” (Mt 5,14); y san Pablo dice: “Pero, ustedes hermanos, no viven en la oscuridad…todos ustedes son hijos de la luz e hijos del día. No somos ni de la noche ni de las tinieblas…” (1Tes 5, 4-8). Esa luz le viene dada a la Iglesia por el mismo Jesucristo por medio del Espíritu Santo a pesar de que en ella misma hay oscuridad; pero esa oscuridad no impide jamás que la luz del Espíritu salga e ilumine.

  Ya es de nosotros sabido lo que enseña la Iglesia Católica con respecto a la persona homosexual y la homosexualidad. Solo tenemos que acercarnos a leer el catecismo en sus números 2357,2358 y 2359. La Iglesia es para los pecadores, pero no para el pecado. La Iglesia no es un museo de santos, sino un hospital de enfermos por el pecado. Cristo mismo vino a buscar y rescatar al pecador de su pecado. Dios ama al pecador, pero repudia el pecado. En la parábola del rey que prepara el banquete de bodas de su hijo, cuando el rey saluda a los comensales se da cuenta de que hay uno que no tiene el traje de fiesta y cuando lo cuestiona éste no sabe qué responder y el rey manda a que lo echen fuera donde será el llanto y rechinar de dientes. La pregunta es entonces: ¿sabemos nosotros los cristianos y nuestros enemigos cuál es ese traje de fiesta que hace referencia Jesús en esta parábola? El problema de muchos de nosotros es que queremos estar en la Iglesia y seguir viviendo una vida licenciosa y de pecado y que esto sea aceptado por todos sin más. NO. Una cosa es la persona homosexual y otra es la homosexualidad, como lo es el corrupto y la corrupción; como lo es el adicto y la adicción; como lo es el delincuente y la delincuencia, etc. Es la persona que hay que salvar,  y el pecado lo que hay que rechazar.

  Ya el Papa Francisco dijo en una ocasión a su regreso a Roma después de la jornada mundial de la juventud en Río de Janeiro, y esto fue motivo de manipulación: cuando un homosexual quiere, desea vivir su relación con Dios como Dios manda y enseña la Iglesia, ¿quién soy yo para juzgarlo? Así como existe la pastoral penitenciaria, que es acompañar espiritualmente a los internos con la intención de ayudarlos a recuperar su dignidad de hijos de Dios y que abandonen ese mal camino, soy partidario y me gustaría que en cada parroquia exista una pastoral para homosexuales y lesbianas que se dedique a acompañar a estos hijos e hijas de Dios en su caminar y ayudarlos a vivir desde su condición los valores del Reino de Dios como nuestro Señor Jesucristo nos enseña en el evangelio.

  Lo cierto es que todos los seres humanos tenemos un lugar en la gran familia de Dios que es su Iglesia, pero el que quiera ser parte de esta familia tiene que asumir ciertas actitudes si es que quiere experimentar el gozo de sentirse hijo de Dios. De descubrir en Dios y su mensaje el camino por el cual puede ser feliz en esta vida y después llegar a disfrutar de la presencia de Dios cuando deje este mundo. Por supuesto que debemos de ser respetuosos y solidarios con estos hermanos nuestros que sufren mucho por esta situación, porque: “no todo el que diga Señor, Señor se salvará, sino el que escuche la palabra de Dios y la ponga en práctica” (Lc 8,21). La Iglesia de Cristo está en el mundo, pero no es del mundo. Camina con el mundo proponiendo el mensaje evangélico como luz en medio de la oscuridad.

 

Bendiciones.

 

martes, 14 de octubre de 2014

¿Es la Iglesia Catolica inmisericordiosa? 1a parte


El pasado 5 de este mes de octubre dio inicio en la ciudad del Vaticano el Sínodo de los obispos -convocado por el Papa Francisco y que concluirá el 19 del mismo-, para tratar el tema de los desafíos actuales de la familia y de cómo tienen que ser encarados pastoralmente por la Iglesia. Este Sínodo, que el significado de la palabra es “caminar juntos”, no es para tratar ningún aspecto doctrinal sobre la familia, es decir, no tratará ningún aspecto sobre lo que enseña la doctrina de la Iglesia Católica sobre la familia. De hecho, el mismo título del Sínodo lo aclara: “los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización”.

  Desde el momento en que fue convocado este Sínodo por el Papa, concitó mucha atención por todos los medios de comunicación del mundo secular y, por supuesto, por la misma feligresía católica porque empezaron a surgir especulaciones sobre lo que nuestros obispos iban o debían de tratar. La prensa secular no tardó en empezar a dar opiniones al respecto y también se hizo eco de algunas opiniones de algunos cardenales, por ejemplo el Cardenal Kasper que introdujo el tema de si se debería aceptar a la comunión sacramental o no a los divorciados vueltos a casar o, dicho en otras palabras, el Cardenal Kasper llegó a decir que si el Sínodo no asume esta postura de aceptación entonces no tendría ningún sentido realizarlo. Como era de esperarse, esta opinión encendió el debate y puso en cuestión la doctrina católica sobre este punto y surgieron innumerables opiniones tanto a favor como en contra. Cada quien presentaba sus argumentos. Pero, el Sínodo ya está en marcha. Están presentes todos aquellos que fueron convocados, salvo uno que otro que quizá no pudo asistir por alguna razón específica. El Papa Francisco, al inicio del mismo, exhortó a los obispos a que hablaran sin miedo; que se dejaran guiar por Espíritu Santo; hablar con claridad y escuchar con humildad, etc. Pero lo que quiero resaltar es las opiniones de medios de comunicación seculares que han querido de alguna forma influenciar en el Sínodo con sus opiniones que contradicen la doctrina católica en dos puntos principales, que no los únicos, y que trataré en dos partes de este escrito ya que son temas abundantes, y son: la comunión sí o no a los divorciados vueltos a casar y la bendición o aceptación de las uniones homosexuales. Estos temas tienen una gran importancia para la vida y doctrina católica y no se diga para nuestros feligreses.

  Hablemos del primero de ellos: la aceptación o no a la comunión de los divorciados vueltos a casar. Siempre se ha querido presentar a la Iglesia Católica como que es inmisericordiosa con estos hermanos que viven en esta situación. Comunicadores que opinan sin saber ni conocer la enseñanza del evangelio al respecto. Comunicadores que más bien citan versículos del evangelio como si fueran dichos populares y lo despojan de todo su contenido doctrinal. Hay que tener en cuenta que la Iglesia Católica nunca ha dicho ni afirmado que las personas que viven en esta situación están excomulgadas o castigadas; más bien lo que siempre ha dicho y enseñado es que estas personas viven en una “situación irregular” y que por ello están impedidos de acceder a los sacramentos, -entiéndase comunión y confesión-, mientras permanezcan en esa situación. Y, hay que aclarar también en este punto que esta situación de irregularidad no se les aplica a los hijos. Esta situación de irregularidad no les impide en ningún momento estar en la Iglesia y realizar su vida de fe en la misma ni vivir su compromiso cristiano. Es más, en casi todas las parroquias existe una pastoral para divorciados vueltos a casar para acompañarles en su caminar y no dejarlos solos. Son infinidad de matrimonios en esta situación que están viviendo y practicando su fe en alguna comunidad eclesial y nunca se han sentido rechazados y señalados como si no tuvieran salvación. El impedimento de no comulgar para estas personas viene especificado por el mismo Jesucristo que dijo: “cuando un hombre se divorcia de su mujer y se casa con otra comete adulterio contra la primera y viceversa” (Mc 10,11); y san Pablo en su 1 carta a los Corintios dice que: “Por tanto, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor” (11,27). Como vemos esta es la enseñanza de Jesús y no es un invento de la Iglesia. Esto es lo que no saben o no quieren saber los enemigos de la Iglesia y por eso no lo citan. Hay que tener mucho cuidado con un falso concepto de la “misericordia”. La misericordia no puede ir nunca en contra de la verdad, en este caso, no puede nunca en contra de la verdad del evangelio. No podemos incitar a las personas a que, movidos por falso concepto de la misericordia, se condenen. Jesús mismo mandó a sus apóstoles y en ellos a su Iglesia, a que enseñaran a los demás a cumplir todo cuanto Él enseño tal cual Él lo enseñó, y sin cambiarle una sola letra al menaje recibido puesto que el mensaje del evangelio no es de la Iglesia sino de Cristo, y la Iglesia no es más que la portadora y anunciadora del evangelio y no su dueña: “el que quiera creer y se bautice ése salvará y el que no quiera creer se condenará” (Mc 16,15-16).

  No podemos manipular el evangelio y hacerlo decir lo que él no dice. Eso sería ir en contra del mismo Jesucristo. Jesús fue radical con el mensaje que nos vino a comunicar y esa misma rigurosidad se la encargó a su Iglesia. Esta es la enseñanza que muchos no han entendido ni han querido entender y lo que hacen muchas veces es irse a una comunidad cristiana en donde el evangelio se les acomode a sus necesidades, cuando tiene y debe de ser al revés. En esto la Iglesia Católica siempre ha estado clara y no ha cambiado su línea le guste o no a los fieles. Creo que la Iglesia debe de seguir insistiendo en una seria y más profunda preparación al matrimonio a sus fieles, y principalmente a los jóvenes. Lamentablemente el matrimonio hoy en día se asume como algo que está de moda y pocos piensan en lo que significa y conlleva este camino de compromiso y de salvación.

 

 

Bendiciones.

jueves, 2 de octubre de 2014

…Y ¿qué decir del orden del universo?


  “Miren las aves del cielo, que no siembran ni siegan, ni juntan en graneros; y su Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas? (Mt 6,26).

  Yo creo que no hay ningún ser humano, creyente o no, que al contemplar la magnificencia de la creación, no haya quedado asombrado y admirado más de una vez por su belleza y orden que exhibe permanentemente. En más de una ocasión, por ejemplo, nos hemos asombrado por el orden que muestra el sol o la luna, que no han dejado de salir y ponerse cada uno a su tiempo desde el principio; o las estaciones del año que, cada una a su tiempo, está presta siempre para hacer su aparición… Y así podríamos seguir mencionando más ejemplos de la naturaleza. Lo que nos queda de todo este espectáculo de la naturaleza es su asombroso orden. De todo se desprende una máxima que dice que “todo orden necesita un ordenador”. Este orden que muestra la naturaleza en toda sus facetas, decimos que no lo pudo haber obtenido por pura casualidad. Ya el mismo apóstol san Pablo nos dice que “Dios es un Dios de orden; no de desorden”.

  El orden y la idea de la armonía contrastan con la concepción del caos original, y surge la interrogante: ¿cómo entra el orden en el caos? En el primer relato de la creación del génesis (1,1-2), leemos: “En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo…” Claro está que para un no creyente, estas palabras bíblicas no tendrán a lo mejor ningún sentido, y prefiere mejor seguir buscando el sentido de este orden por el lado de la ciencia o, como se dice también, por el lado de las ciencias exactas. Pensemos por ejemplo en el gran filósofo Aristóteles: para éste era totalmente inconcebible que de la nada surgiera algo y mucho menos orden. “De la nada, nada sale” reza la máxima filosófica. Para Aristóteles, del caos no puede surgir el orden, como de la oscuridad no puede surgir la luz. Nada se mueve al azar, sino que siempre tiene que haber algún motivo. Para Aristóteles, el orden tiene que ser anterior, no hay caos original, la raíz de todo es un principio ordenado y ordenador, la razón.

  Por parte el cristianismo también tenemos la idea o concepción de este orden que muestra la creación. Santo Tomas de Aquino es nuestra mejor carta en este sentido e interesante su planteamiento. Son muy conocidas las famosas cinco vías de la existencia de Dios de este gran teólogo. Santo Tomas distingue entre Dios y el mundo. Ambos son totalmente diferentes: “Dios no solo es el último fin de todo, la meta que atrae, también es origen”. Con estas palabras, se distancia de la concepción panteísta estoicista y aristotélica de Dios y el mundo. En la última de sus cinco vías es donde escribe su argumento teológico sobre este punto ya tratado, dice: “…Las cosas que no tienen conocimiento, no tienden al fin sin ser dirigidas por alguien con conocimiento e inteligencia… Por lo tanto, hay alguien inteligente por el que todas las cosas naturales son dirigidas al fin. Le llamamos Dios”.

  Quiero concluir citando las palabras del físico italiano Carlo Rubbia cuando le preguntaron si creía que Dios es necesario para entender la naturaleza; su respuesta fue: “No exactamente. En primer lugar, la religión es algo íntimo de cada uno. Sin embargo, la precisión, la belleza y el orden, -y subrayo la palabra orden-, de la materia es inmensa y cuanto más se adentra uno en las cosas más claro está que hay una inteligencia detrás, porque todo está construido de forma tan precisa que es imposible que sea el resultado de un accidente o de una fluctuación o algún tipo de combinación al azar. El esquema es tremendamente preciso y exacto y está en operación desde el principio del universo”.

  El orden del mundo sigue siendo un indicio tremendo para la existencia de Dios. Una vez  más, parece más racional creer en Dios que no creer (Martín Lenk, sj).

  Y san Buenaventura, contemporáneo de Santo Tomás de Aquino nos dice: “quien con el brillo de la hermosura de tantas criaturas no se ilumina, está ciego; quien no se despierta con tantos gritos y voces, está sordo; quien por todos estos efectos no alaba a Dios, esta mudo; quien a raíz de tantas pruebas no reconoce al primer principio de todo, es necio… Abre tus ojos; tus oídos espirituales acerca; suelta tus labios y ofrece tu corazón, para que en todas las criaturas veas, oigas, alabes, ames y veneres, proclames y honres a tu Dios”.

Bendiciones.

Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden...


El tema del perdón abunda en la predicación de Jesús y está presente a lo largo del evangelio. Esta petición nos hace pensar que en el mundo hay muchas ofensas: se ofende a los demás, a uno mismo y se ofende a Dios. Toda ofensa que se comete siempre es una afrenta al amor y la verdad de Dios. Para san Benito, hacer las paces y perdonar a otro puede exigir un gran esfuerzo espiritual que desafía a toda persona. Dice: “Perdonar no es nada fácil. No nos resulta particularmente difícil  cuando estamos de ánimo indulgente o nos sentimos motivados por los buenos sentimientos. Pero casi nadie escapa a la tentación de retirar pronto sus gestos de reconciliación. Lo que llamamos perdón, a menudo no es otra cosa que otorgar libertad condicional al otro... Esperamos impacientes los signos concretos de arrepentimiento... queremos estar seguros de que el arrepentido no reincidirá...” Con frecuencia hacemos depender nuestro perdón del arrepentimiento del culpable.

  La ofensa sólo se puede superar con el perdón; jamás con la venganza. En Jesús y en el diácono Esteban tenemos ejemplos impresionantes: ambos oran por sus enemigos pidiendo perdón para ellos, si bien éstos no desisten en absoluto de su obra homicida. Hay tres pasajes de las Sagradas Escrituras en que este tema del perdón va en ascenso: el primero es del génesis que nos presenta al violento Lámek, quien dice que se vengará setenta y siete veces por una ofensa (4,24); el segundo es la famosa ley del talión del ojo por ojo, y diente por diente. Y Jesús finalmente nos enseña que debemos de perdonar setenta veces siete (Mt 18,21).

  Aquí nos damos cuenta de lo exigente que es ser cristiano, cuán grande es la cuota de amor que se nos reclama. No extraña, entonces, que a menudo no cumplamos con tal exigencia. Lo que impide la aceptación del perdón no es la obstinación del otro, sino nuestro orgullo. Dios es un Dios que perdona porque ama a sus criaturas; pero el perdón sólo puede penetrar, sólo puede ser efectivo, en quien a su vez perdona. “Se recibe de lo que se da”, nos diría el Señor. Para poder perdonar, primero tenemos que ser perdonados. Pero, esto fue lo que no hizo aquel servidor malvado que le fue perdonada su tremenda deuda cuando se lo pidió a su señor, y  no fue capaz de perdonar a su compañero ante la risible deuda que tenía (Mt 18,23-35). De ahí que el mismo Señor nos insista que antes de presentar nuestra ofrenda ante el altar, primero debemos de reconciliarnos con nuestro hermano para que nuestra ofrenda sea agradable a Dios (Mt 5,23).

  El perdón no es un mero acto de la voluntad. Es también un proceso que necesita tiempo. Ese proceso tiene cuatro pasos: primero ha de permitir el dolor, sin disculpar precipitadamente al que ha ofendido. Segundo es permitir la cólera, que es la fuerza para distanciarse del otro. Tercero es percibir objetivamente lo que ha acontecido con esa herida. Y cuarto, ya es el perdón, que es un gesto activo (Anselm Grün).

  El perdón tiene una dimensión sanadora y liberadora. Por lo tanto, la persona que no perdona no puede sanar. Son personas que aun le dan demasiado espacio al rencor dentro de sí. El perdón tiene una importancia decisiva para la curación de las propias heridas.

  Jesús es el gran reconciliador y nos invita a sus seguidores a que hagamos lo mismo, porque así es Dios con nosotros. Su mandato de “hacer las paces con nuestro adversario mientras vamos de camino…” (Mat 5,25); nos invita a que mientras estemos en movimiento, mientras estemos en esta vida, lo que más nos conviene es ponernos en paz con nuestro adversario para que después no seamos entregados al carcelero y no salgamos de ahí hasta que paguemos el último centavo. Ahora, ese adversario también abarca mi adversario interior con quien lucho constantemente y a quien muchas veces no puedo aceptar. Debo tratar de aceptar mis flaquezas, mis limitaciones. Mientras estoy de camino, mi tarea es perdonar-me; solo así estaré en capacidad de reconciliar-me con los adversarios que se crucen en mi camino.

   El amor a los enemigos no significa dejarnos hacer todo lo que el otro quiera. Amar al enemigo significa libertad, no ver al otro como enemigo, sino como una persona que desea la amistad. La invitación de Jesús a amar a los enemigos quiere sustituir el antiguo modo de pensar excluyente por medio de nuevos caminos de paz y de reconciliación.

martes, 9 de septiembre de 2014

El necesario diálogo entre fe, razón y ciencia


“Y los bendijo Dios con estas palabras: sean fecundos y multiplíquense, y llenen la tierra y sométanla…” (Gen 1,28ª).

 

  No podemos pasar desapercibido el gran avance que ha tenido la ciencia en el caminar de la humanidad y de sus grandes aportes a la misma y que esto ha representado un gran triunfo de la técnica que ha surgido de ella. Como señal de este avance y progreso científico tenemos el que algunas enfermedades que, en otros tiempos eran consideradas mortales, han podido ser combatidas con eficacia y se ha encontrado la cura; está también el desarrollo de la industria automovilística con la fabricación de vehículos cada vez más sofisticados y con tecnología que en tiempos atrás era impensable que pudiera ser posible; y qué decir con relación al transporte aéreo, ferroviario y marítimo; el desarrollo de la comunicación digital y lo rápido que podemos comunicarnos de continente a continente en cuestión de segundos, etc. No caben dudas de que nuestra vida hoy, sin los logros de la ciencia moderna, sería completamente impensable. Pero también es cierto que este progreso científico y tecnológico tiene su lado oscuro: el dominio del ser humano sobre la tierra significa, por primera vez en la historia del planeta, que tenemos en nuestras manos la posibilidad de destruirlo por completo.

  Ya el Papa Francisco nos alerta contra esta visión progresista de la ciencia y la tecnología cuando nos dice que “la  sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría” (EG 7). Esto es lo que el Santo Padre ha llamado como la “gran tentación” en la que ha caído la humanidad y que frecuentemente aparece como excusa y reclamo, para que fuera posible la alegría que busca y anhela el ser humano.

  En siglos anteriores, la Iglesia era la que dictaba lo que había que creer y muchas veces usurpó el lugar de la ciencia. Esto es lo que ha llevado a la misma ciencia a una especie de dictadura y de sospecha, e incluso a una actitud de condenación a todo planteamiento religioso, puesto que se levanta una especie de protesta contra una visión que ve el universo como un lugar de la manifestación divina. Pensemos en las famosas teorías del Big Bang y la evolución como estandartes de la contraposición entre ciencia y fe. Así entonces, la Iglesia no pretende detener el admirable progreso de las ciencias. Al contrario, se alegra e incluso disfruta reconociendo el enorme potencial que Dios ha dado a la mente humana. Cuando el desarrollo de las ciencias, manteniéndose con rigor académico en el campo de su objeto especifico, vuelve evidente una determinada conclusión que la razón no puede negar, la fe no la contradice (EG 243).

  Cuando la ciencia haya dicho todo lo que puede decir, todavía no nos habrá dicho lo que más queremos saber. Para el gran filósofo británico Ludwing Wittgenstein, aunque todos los problemas que hoy en día ocupan a los científicos de todas las ramas, fueran resueltos, las preguntas realmente importantes de nuestra vida quedarían sin tocar: sentimos que aun cuando todas las posibles cuestiones científicas hayan recibido respuesta, nuestros problemas vitales no se han rozado en lo mas mínimo.

  La verdadera ciencia no aleja de la fe, sino que ayuda a entenderla mejor. Aquí es muy ilustrativo la encíclica del Papa san Juan Pablo II “fides et ratio” (fe y razón), en donde nos muestra la relación que existe entre estas dos y de cómo se complementan una a otra. Y el Papa Francisco nos dice que la fe no le tiene miedo a la razón; al contrario, la busca y confía en ella, porque la luz de la razón y la de la fe provienen ambas de Dios, y no pueden contradecirse entre sí (EG 242).

  Necesitamos el uso científico de la razón que ha dado tantos bienes a la humanidad, pero no es cierto que este uso de la capacidad racional propio de las ciencias sea el único legítimo.

 

Bendiciones.

danos hoy nuestro pan de cada dia...


Esta petición tiene la característica de que es la más humana de todas: el Señor conoce nuestras necesidades y las tiene muy en cuenta. Ya en el libro del Éxodo leemos: “El Señor dijo a Moisés: haré llover pan del cielo para ustedes…” (16,4). Y el mismo Jesús dirá a sus apóstoles: “…no estén agobiados pensando qué van a comer… pues ya sabe su Padre celestial que tienen necesidad de todo eso” (Mt 6,31-32).

 El pan es fruto de la tierra y del trabajo del hombre, pero la tierra no da fruto si no recibe desde arriba la lluvia y el sol. Por lo tanto, no somos nosotros mismos los que nos damos de comer; el alimento nuestro nos viene dado por la misma voluntad de Dios que, así como hace salir su sol y lluvia para todos, lo hace también con el alimento. Es un Padre que vela por las necesidades de todos sus hijos. Al ser conscientes de esto, evitamos la tendencia de caer en la fatídica actitud de creernos que todo lo que hemos logrado con nuestro trabajo y esfuerzo es propiedad nuestra y sólo nuestra. Esto nos hace recordar además que, nosotros no somos los dueños de las cosas, aunque las obtengamos con nuestro trabajo, sino que somos sus administradores, porque uno sólo es el dueño, amo y señor de todo y éste nos pedirá cuenta de lo suyo.

  Jesús nos invita también a que no nos olvidemos de pedir. Si es cierto que Dios sabe y conoce de nuestras necesidades, también lo es el que quiere que se las presentemos en nuestra oración: “pidan y se les dará…” (Lc 11,9); y también: “si, pues, ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, el Padre del cielo no negará los bienes que sólo Él puede dar” (v 13). Fijémonos también que en esta petición, al igual que decimos Padre “nuestro”, también decimos danos hoy “nuestro” pan. Es decir, pedimos por el pan de todos, y no sólo por el propio, pedimos por el pan de los demás. Si todos somos hermanos, según nos lo enseñó Jesús, pues lo más lógico es que nos preocupemos y pidamos porque todos nuestros hermanos tengan su necesidad de pan cubierta. Esto es orar en la comunión de los hijos de Dios. Así entonces, el que tiene pan en abundancia está llamado a compartir: “denles ustedes de comer” (Mc 6,37), dijo Jesús a sus discípulos.

  San Cipriano nos hace caer en la cuenta y a la vez nos participa de una observación: “Con razón pide el discípulo lo necesario para vivir un solo día, pues le está prohibido preocuparse por el mañana. Para él sería una contradicción querer vivir mucho tiempo en este mundo, pues nosotros pedimos precisamente que el Reino de Dios llegue pronto”. Se pide el pan para el día presente. La oración presupone la pobreza del discípulo. El discípulo debe así confiar en su Señor que no se olvida ni de él ni de sus necesidades, porque a cada día le basta con sus preocupaciones y ajetreos: “No se procuren ustedes oro, ni plata ni cobre en sus bolsillos; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni bastón, ni sandalias; porque el obrero merece su salario” (Mt 10,9-10).

  Esta actitud se traduce en una total y plena confianza en la providencia de Dios. Es un claro testimonio de hombres y mujeres que comparten de los bienes que el mismo Dios les ha dado. Son personas, -creyentes-, que dan de comer a los demás porque se experimentan como hermanos de los demás y se preocupan también por sus necesidades. Por eso, la comunidad de discípulos, que vive cada día de la bondad del Señor, renueva la experiencia del pueblo de Dios en camino, que era alimentado por Dios también en el desierto (Benedicto XVI).

  El tema del pan ocupa un lugar importante en el mensaje de Jesús, desde la tentación en el desierto, pasando por la multiplicación de los panes, hasta la última cena. Jesús mismo se autodenominó como el “pan vivo que ha bajado del cielo” (Jn 6,50). Todo el capítulo 6 del evangelio de san Juan nos evoca ya todo su contenido y relación con la eucaristía, y que guarda una estrecha relación con esta cuarta petición del Padre Nuestro. San Cipriano dice: “Nosotros, que podemos recibir la eucaristía como pan nuestro, tenemos que pedir también que nadie quede fuera, excluido del cuerpo de Cristo. Por eso pedimos que nuestro pan, es decir, Cristo, nos sea dado cada día, para que quienes permanecemos y vivimos en Cristo no nos alejemos de la fuerza santificadora de su cuerpo”. El Papa Francisco nos dice en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium: “La eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles” (n. 47).

 

hagase tu voluntad en al tierra como en el cielo...


El obispo auxiliar de la diócesis de Rottenburgo-Stuttgart, dijo: “Muchas personas no pueden decir sí, ni a sí mismas, ni a nuestro mundo, ni tampoco a Dios. Están urgidas por cuestiones abrumadoras: incertidumbre, duda, contradicción, protesta, miedo. Sus labios están más prontos a decir no que a decir sí. Por eso necesitamos hombres que con su vida nos den ejemplo del sí, que den testimonio de la esperanza que los colma”.

  El Papa Benedicto XVI afirma que con estas dos peticiones del Padre Nuestro, descubrimos dos cosas: la primera es que existe una voluntad de Dios para nosotros y con nosotros que debe convertirse en el criterio de nuestro querer y de nuestro ser. La segunda es que la característica del cielo es que allí se cumple indefectiblemente la voluntad de Dios; dicho de otra manera, que allí donde se cumple la voluntad de Dios, está el cielo. La tierra se convierte en cielo, sí y en la medida en que en ella se cumple la voluntad de Dios, mientras que solamente es tierra, sí y en la medida en que se sustrae a la voluntad de Dios. En otras palabras, el hombre puede convertirse o vivir como mundano, hombre del mundo; o puede vivir como seglar en el mundo. Por esto el Señor Jesucristo dijo: “ustedes están en el mundo, pero no son del mundo”.

  Según las Escrituras, el hombre puede conocer la voluntad de Dios, ya que está inscrita en lo más profundo de su corazón, y se da por medio de la conciencia. Se dice que la conciencia es la voz de Dios en el interior del hombre. Por ésta, Dios le habla al hombre y le descubre sus más profundos secretos. Pero también es cierto que muchas veces esta comunión con Dios ha quedado oscurecida por diferentes motivos y circunstancias que habitan en nuestro interior y otras nos vienen desde fuera. De ahí entonces que el mismo Dios sea el que en diferentes ocasiones y de diferentes modos nos haya iluminado desde nuestro interior para que podamos salir de la oscuridad que muchas veces nos domina y nos aparta de Él. De esto tenemos como muestra el decálogo que Dios entregó a Moisés en el Sinaí, que el mismo Jesús no vino a abolir, sino más bien a darle su plenitud: éstos nos revelan la clave de nuestra existencia, de modo que podamos entenderla y convertirlos en vida. La voluntad de Dios nos introduce en la verdad de nuestro ser, nos salva de la autodestrucción producida por la mentira (Benedicto XVI).

  Nuestra voluntad debe de estar unida a la voluntad de Dios. Esto es lo que nos enseñó el mismo Jesús cuando dijo: “mi alimento es hacer la voluntad del que me envió” (Jn 4,34). Toda la existencia de Jesús se resume en estas palabras: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. Jesús mismo es el cielo aquí en la tierra. Por medio de Él se cumple la voluntad de Dios. Somos justos por medio de Él, no por nuestras propias fuerzas. Cuando nos dejamos arrastrar por nuestra propia voluntad, nos alejamos de la voluntad de Dios, pero en Cristo somos elevados hacia Él, nos acoge dentro de Él, y en la comunión con Él, aprendemos también la voluntad de Dios.

 

Bendiciones.

viernes, 1 de agosto de 2014

Dios: Creador y presente en todas las cosas


El Papa Benedicto XVI dice que el mundo en que vivimos es obra del Espíritu creador. El mundo no existe por sí mismo; proviene del Espíritu creador de Dios, de la palabra creadora de Dios. El hombre quiere hacerse por sí solo y disponer siempre y exclusivamente por sí solo de lo que le atañe. Pero de este modo vive contra la verdad, vive contra el Espíritu creador… Así, el testimonio en favor del Espíritu creador presente en la naturaleza en su conjunto y de modo especial en la naturaleza del hombre, creado a imagen de Dios, forma parte del anuncio que la Iglesia debe transmitir. Y san Ignacio de Loyola, en sus ejercicios espirituales, nos dice que nosotros debemos de ser capaces de buscar y hallar  a Dios en todas las cosas como actitud frente al mundo y a la historia.

  Ya sabemos que Dios se nos muestra como el Dios del total acceso. Su Hijo Jesucristo nos ha hecho posible, nos ha abierto la puerta para el total acceso a Dios-Padre: yo soy la puerta, nos dijo, y, también que El es el camino para llegar al Padre: nadie va al Padre si no es por Él. De esta forma Jesús nos pone en contacto directo con el Dios creador y Padre nuestro. Nos conduce a Dios-Padre para que aprendamos a depender de Él. Nos enseña de esta manera que no dependemos de nosotros mismos, sino de Dios. Nos recuerda de esta manera también que por eso fuimos creados a su imagen y semejanza. Dios, Creador y Padre, es así nuestro fin y nuestra verdad. Es nuestra felicidad. Esta es la verdad que encargó a su Iglesia transmitir.

  Para san Ignacio de Loyola Dios no solamente esta presente en todas las cosas, sino que trabaja en cada una de ellas: descubrir a Dios como creador de todas las cosas, y que está íntimamente en ellas, nos permite mirar cómo Dios habita en las criaturas, en los elementos dando ser, en las plantas vegetando, en los animales sensando, en los hombres dando entender, y así, en mí, dándome ser, animando, sensando, y haciéndome entender, asimismo haciendo templo de mí, siendo criado a la similitud e imagen de su divina majestad. El Dios que pasa trabajo para que todo se mantenga en existencia es el mismo que pasa trabajo en la historia para salvar a sus criaturas colmando estos trabajos en la pasión de la cruz. A esto el Papa Benedicto XVI dice que la teología de la cruz no es una teoría, sino que es la realidad de la vida cristiana. Vivir en la fe en Jesucristo, vivir la verdad y el amor implica renuncias todos los días, implica sufrimientos.

  San Juan De La Cruz, en su cántico espiritual explica que, Dios creó todas las cosas con gran facilidad y brevedad y en ellas dejó algún rastro de quien Él era, no solo dándoles el ser de la nada, más aún dotándolas de innumerables gracias y virtudes. Y más adelante también dirá: descubre tu presencia y mantenme tu vista y hermosura; mira que la dolencia de amor que no se cura sino con la presencia y la figura (cántico espiritual 11). San Juan de la Cruz ora diciendo: descubre tu presencia, no porque Dios estuviera ausente, sino porque esta presencia es aún escondida. Y también prosigue rezando: mantenme tu vista y hermosura, pidiendo que la maravilla de la presencia velada de Dios en este mundo sea superada más allá de la muerte por la presencia desvelada del amor divino.

 

Bendiciones.

    

Venga a nosotros tu Reino...


La actividad más importante de Jesús es la proclamación el Reino de Dios. No hay un dato más seguro en los evangelios de que Jesús se dedicara a esta proclamación; no hay un tema más tratado en ellos que este Reino de Dios. Jesús proclama el Reino de Dios en continuidad con la historia de su pueblo, que ya se trataba en el antiguo testamento. Pero hay también una innovación: Jesús no sólo repite lo que ya hay, sino que lo enriquece.

  Con esta petición se reconoce la primacía de Dios: donde Él no está nada puede ser bueno. Donde no se ve a Dios, el hombre decae y decae también el mundo. En muchos creyentes la búsqueda de Dios ha desaparecido de la vida diaria y parece ser asunto de pocos. Pero lo cierto es que la búsqueda de Dios se realiza comprometiendo toda nuestra humanidad. Esta búsqueda se nos presenta con muchos matices: se nos aparece como escuchar, orar, callar, obedecer, servir, velar… Toda búsqueda apunta a una percepción de Dios, del Dios que está aquí.

  El Reino de Dios quiere decir “soberanía de Dios”, y eso significa asumir su voluntad como criterio. Esa voluntad crea justicia, lo que implica que reconocemos a Dios su derecho y en Él encontramos el criterio para medir el derecho entre los hombres. La petición es “venga tu reino”, y no “venga nuestro reino”. Se necesita de un corazón dócil para que sea Dios el que reine y no nosotros. El Reino de Dios llega a través del corazón que escucha: “el que es de Dios escucha las palabras de Dios…” (Jn 8,47). Ese es su camino, y por eso nosotros hemos de rezar siempre: debemos de cambiar profundamente nuestra manera de pensar; aprender a pensar desde Dios y no desde el hombre, a fin de evaluar correctamente nuestra vida con sus oraciones escuchadas y nos escuchadas. Jesús no solamente proclamó el Reino de Dios, sino que donde está Él ahí está el Reino de Dios. Jesús es el Reino de Dios entre nosotros ya.

  Este Reino de Dios tiene varias connotaciones. Entre ellas podemos mencionar la que evoca un “nuevo orden social”: este nuevo orden social involucra al mismo Jesús y sus discípulos y a los demás de la comunidad (Iglesia). Es un nuevo orden social que sigue siendo un orden futuro. Sus elementos son: la purificación del templo, -ya que era el centro político y económico de Israel. Desde la monarquía, con el rey David, el pueblo de Israel se va constituyendo en el foco de todo con su capital Jerusalén. Aquí también entra la reforma religiosa del rey Josías que hace del templo el centro, la polarización de las actividades del pueblo. Hay una serie de actitudes de Jesús ante el templo que son desconcertantes para el pueblo: la expulsión de los vendedores del templo, por ejemplo; gesto profético que significa un cambio en la manera de cómo realizar los sacrificios y relacionarse con Dios. Con este hecho, Jesús anuncia que el orden presente está pasando, es decir, es un anuncio escatológico. El conflicto que se genera aquí no es solamente en contra de los dirigentes, sino que Jesús toca algo que está muy dentro del corazón del pueblo y no solamente de un grupo, es decir, la gente no acepta este gesto profético de Jesús. El nuevo orden que Dios está pidiendo no está en los sacrificios del templo, sino ahora en el cuerpo de Cristo resucitado: el templo no hecho por manos humanas.

  Un segundo elemento es la escogencia del grupo de los Doce, -que hace referencia a las doce tribus de Israel-, nuevo pueblo de Dios. Un tercer elemento es todo aquello referente al “banquete escatológico”: Jesús comienza a constituir un nuevo pueblo con lo que llamaríamos “banquete de mesa”. Esta imagen del banquete es interesante ya que nos habla de un orden social distinto en que su característica será “incluyente” y no excluyente: todos estaremos participando de él.

  Otra connotación es que nos presenta un “orden nuevo”: los principales destinatarios ahora no son solamente los ricos, sino los pobres; no sólo los justos, sino también los pecadores; no sólo los grandes, sino también los pequeños, etc.

  Rezar por el Reino de Dios significa decir a Jesús: déjanos ser tuyos Señor. Empápanos, vive en nosotros; reúne en tu cuerpo a la humanidad dispersa para que en ti todo quede sometido a Dios y tú puedas entregar el universo al Padre, para que Dios sea todo para todos (Benedicto XVI).

 

Bendiciones.

 

 

martes, 29 de julio de 2014

NO señor embajador norteamericano...


“…Pues los hijos de este mundo son más sagaces con los de su clase que los hijos de la luz” (Lc 16,8).

 

  En estos últimos meses nuestra sociedad ha estado en un fuerte e intenso debate por una situación que se ha originado o involucra al embajador de los Estados Unidos de Norteamérica y su activismo en pro de la causa del colectivo gay  (LGTB) del país. Este embajador ha asumido como parte de su trabajo diplomático, -y parece que a esto fue que lo enviaron-, el motivar a estos grupos y otras Ongs a que se enfrasquen en su lucha porque les sean reconocidos unos supuestos derechos, como por ejemplo, el que se apruebe la legalización de las uniones entre parejas del mismo sexo. Hay que tener en cuenta, y es de nosotros reclamar al señor embajador norteamericano, que ciertamente estas no son funciones que le corresponden ya que no tienen nada que ver con la diplomacia. Ningún embajador, hasta ahora,  ni norteamericano y de otra nación, había incurrido en una acción de esa naturaleza puesto que no es de su facultad hacer ese tipo de acciones. Eso de alguna manera se puede entender como injerencia en asuntos internos del país que le ha recibido. Otra cosa que tenemos que recordar es que a raíz de su nombramiento como embajador ente el Estado dominicano, de parte de la sede diplomática en nuestro país, se emitió un comunicado público donde se aseguraba que este embajador venía única y exclusivamente a cumplir con sus funciones de embajador nada más. Pero qué ingenuos fueron muchos en creerse tal cuento, cuando muchas personalidades de diferentes estratos de la sociedad advirtieron lo contrario; es más, hasta hubieron voces que tildaron la observación de exagerada y fuera de lugar; y ya vemos los resultados. Teníamos razón. No caben dudas de que el enemigo es astuto.

  Pero tratemos de ser honestos en este caso. Al embajador norteamericano no podemos criticarle su preferencia sexual ya que eso es un asunto personal y de la libertad de cada persona. Pero el promover y querer imponernos a nuestra sociedad ese estilo de vida y presentarlo como algo normal y como un derecho, sí que riñe con nuestras costumbres, fundamentos y valores. Ni él ni nadie tienen derecho a venir a imponernos ese tipo de aberraciones. El tema aquí no es nada más ni solamente el que se legalicen las uniones de parejas del mismo sexo; el tema es que si se abre esa puerta en nuestra sociedad, vienen otros aspectos como consecuencia, como lo es la adopción de niños y niñas por estas uniones. Otros puntos de esa agenda de género es la aprobación del aborto y eutanasia. Claro es que todo esto obedece a una “agenda” que quieren imponer las naciones más ricas y poderosas, -a la cabeza Estados Unidos-, con la intención de socavar a las demás naciones del hemisferio y destruir su cultura y sus valores para imponer esta nueva cultura a la que san Juan Pablo II llamó “cultura de la muerte”. Esto es parte de lo que se llama “nuevo orden mundial”. El enemigo no duerme ni descansa. Es cierto que en nuestro país tenemos muchos problemas, pero con la presencia de este embajador nos ha llegado un problema más, al que tenemos que hacerle frente.

  Como parte de esta imposición de esta agenda de género, se plantea un adoctrinamiento desde las escuelas y colegios para mentalizar a nuestros niños, niñas y jóvenes en presentarles a ellos que estas actitudes son normales. Hemos de saber que ya hay personalidades, comunicadores, Ongs y dirigentes políticos que se están dejando arropar por toda esta ideología que nos viene importada desde los Estados Unidos. Este es un proyecto político y cultural de la administración del presidente Obama, ya que está comprometido políticamente con estos grupos por el aporte económico a sus dos campañas electorales. Claro que este apoyo no es gratuito, hay mucho dinero de por medio. Aquí jugarán un papel preponderante los padres y madres, y la familia en consecuencia para que este adoctrinamiento no pueda ser llevado a cabo. Uno de los medios, y no el único, que pueden ayudar a contrarrestar esto es la formación de las asociaciones de padres y madres de las escuelas y colegios, para que así vigilen qué tipo de enseñanza es la que están recibiendo sus hijos.

  A nuestros políticos tenemos que decirles que no se dejen chantajear por este tipo de ideologías dañinas a la sociedad. Que ellos están en esos puestos por el voto nuestro y es para que sean guardianes de la identidad, cultura y valores de nuestro pueblo al que ellos juran y han jurado servir. Que no vendan su conciencia ni negocien la verdad. Aquí no se trata de derechos, sino de imposición. Todos los ciudadanos de esta nación tienen sus derechos consignados en la Constitución, y la discriminación  está penalizada en la misma. El Estado no puede estar creándoles derechos especiales a cada minoría de la sociedad, ya que de ser así, cada grupo tendría sus propias normas y leyes, y esto es imposible. Al embajador norteamericano, la sociedad dominicana tenemos todo el derecho a exigirle que se ocupe de sus funciones diplomáticas, y si no lo hace así pues tenemos derecho a exigirle que se vaya de nuestro país. Por parte de las autoridades es poco o nada lo que podemos esperar porque aquí hay un compromiso político al cual no se va a poner en riesgo. El Papa Benedicto XVI denunció esta nueva visión del ser humano como “dictadura del relativismo”. No permitamos que a nuestra sociedad se le arrastre a este sin sentido de la existencia humana que ya está haciendo sus estragos en otras sociedades de mundo, por ejemplo, Europa y otras ciudades de América. Esto no es progreso; es más bien atraso y destrucción del ser humano. El progreso no es sinónimo de destrucción ni anulación del ser humano. No tengamos miedo, porque si nosotros callamos, hablarán las piedras (Lc 19,40).

 

 

 

 

jueves, 10 de julio de 2014

Santificado sea tu nombre…


De entrada, esta petición nos hace pensar en el segundo mandamiento del decálogo: “No tomarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso” (Ex 20,7; Dt 5,11). Este “nombre de Dios” es una idea que quizá no siempre ha estado muy clara en la conciencia de muchos creyentes. Pensemos en el relato de la visión de Moisés de la zarza ardiendo que no se consumía. A cualquier persona un fenómeno como este le causa asombro y mucha curiosidad ya que no es nada normal. Esto es lo que le pasó a Moisés: llevado de la curiosidad se acerca para apreciar más de cerca este fenómeno, y se topa con la sorpresa de que de la misma zarza escucha una voz que le llama y le dice: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob” (Ex 3,6). Y así le da la orden de volver a Egipto con la encomienda de liberar al pueblo de Israel de la esclavitud.

  En el mundo de entonces existían muchos dioses; por eso entonces Moisés preguntará cuál es el nombre que debe de dar al faraón cuando le pregunte. El Dios que llama a Moisés es realmente Dios. Dios en sentido propio no existe en pluralidad con otros dioses, es el único. Dios es por definición, uno solo. El nombre de Dios será al mismo tiempo negación y afirmación. Le dice: “Yo soy el que soy”. Ese es mi nombre. Él “es”, y basta. Esta afirmación es al mismo tiempo nombre y no nombre. De aquí que tengamos que entender que para el pueblo de Israel no haya querido nombrar a Dios por su nombre y solo lo percibiera por la palabra YAHVE, que no es un nombre idolátrico.

  Ahora bien, lo cierto es que el nombre crea la posibilidad de dirigirse a alguien, de invocarle. Establece una relación. Dios establece una relación entre Él y nosotros. Hace que lo podamos invocar. Él entra en relación con nosotros y da la posibilidad de que nosotros nos relacionemos con Él. Al relacionarse, Dios ha querido comunicarse con nosotros, ya que Él creó al hombre para que estuviera en relación. Dios se entrega a nuestro mundo humano, se pone en nuestras manos, forma parte de nuestro mundo. Dios se hace accesible, y también vulnerable. Esto conlleva el riesgo ciertamente de abusar del nombre de Dios, de manchar su nombre; tomar el nombre de Dios para nuestros fines y desfigurar su imagen. El nombre de Dios tiene que ser limpiado de tantos abusos que hemos cometido en su mal uso. Pero para poder lograr esta limpieza de su nombre, necesitamos de su misma ayuda, que no deje que la luz de su nombre se apague en este mundo.

  Tenemos que dejar que sea el mismo Dios que nos guíe a santificar su nombre. Que sea Él mismo que nos ayude a abandonar las múltiples deformaciones de su majestuosidad en las que hemos caído cuando hemos pronunciado blasfemamente su nombre. Que en lo más profundo de nuestra conciencia nos lleve a preguntarnos ¿cómo me sitúo yo ante el santo nombre de Dios? ¿Me sitúo ante Él con respecto ante lo inexplicable de su cercanía y ante su presencia en la eucaristía, en la que se entrega totalmente en nuestras manos?

 

Bendiciones.

 

jueves, 5 de junio de 2014

Padre Nuestro, que estas en el cielo...


El poeta alemán Reinhold Schneider escribe a propósito de su explicación del Padre Nuestro: “El Padre Nuestro comienza con un gran consuelo; podemos decir Padre. En una sola palabra como esta se contiene toda la historia de la redención. Podemos decir Padre porque el Hijo es nuestro hermano y nos ha revelado al Padre; porque gracias a Cristo hemos vuelto a ser hijos de Dios”.  Es a través de la praxis de Jesús como podemos intuir su relación con Dios.

  Jesús sale al encuentro del entorno que le envuelve con todo su sentido como todo ser humano. La creación entera se vuelve elocuente cuando es contemplado como algo, que simple naturaleza; es algo que nos lleva a creer en algo o alguien trascendente. Hay un desarrollo de la conciencia psicológica de Jesús, es decir, Jesús crece como todo ser humano normal. Jesús vive un ámbito interior de la intimidad con Dios que le hace hablar. Jesús tiene conocimiento de Dios en relación de su misión: misión que consiste en ser un siervo revelador del Padre. Jesús se relaciona con el Padre-Dios como creatura; por eso su necesidad de comunicarse a través de la oración con el Padre. La experiencia de creatura las percibe Jesús y por eso ora al Padre. A través de ella -la oración-, percibe la fuerza y el amor de Dios. Así puede interpretar y reaccionar a la voluntad de Dios. La autoridad  Jesús la adquiere precisamente de este conocimiento que tiene de Dios. Por eso no duda en entrar en comunicación, contacto con los pecadores y transmitirles el amor de Dios a ellos. A medida que se adentra más en su pueblo, se relaciona más íntimamente con Dios, y un Dios de su pueblo, el Dios que liberó a su pueblo de la esclavitud de Egipto.

  En Lc 11,13 leemos: “… ¿Cuánto más su Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden?” Según esto, para Lucas el gran don de Dios para nosotros es su misma persona. Esta es la “cosa buena” de que san Mateo habla en su evangelio cuando hace referencia a esto mismo que nos dice san Lucas. Es Dios mismo que se nos quiere dar. Es lo único necesario. Así, la oración es un camino para purificar poco a poco nuestros deseos, corregirlos e ir sabiendo lo que necesitamos de verdad: a Dios y a su Espíritu.

  Pero también decimos “nuestro”. Jesús no dijo “Padre mío”, sino “nuestro”. Cierto es que él es el único que tiene todo el derecho a decir “Padre Mío”,  porque solo él es el Hijo único de Dios, de la misma naturaleza que el Padre. Jesús es el Hijo de Dios, y nosotros hemos sido hechos hijos de Dios en su Hijo. Somos hijos de Dios por adopción; hemos sido hechos coherederos de Dios en el Heredero de Dios. Por esto, todos nosotros tenemos que decir “Padre nuestro”. Sólo en el “nosotros” de los discípulos podemos llamar “Padre” a Dios, pues sólo en la comunión con Cristo Jesús, nos convertimos verdaderamente en hijos de Dios (Benedicto XVI). Este “nosotros” nos exige entrar en la comunidad de los hijos de Dios; nos exige abandonar lo propio para entrar en lo comunitario; nos exige aceptar al otro, abrirles nuestros oídos, nuestros brazos, nuestro corazón. El Padre Nuestro es una oración muy personal y al mismo tiempo plenamente eclesial. A partir de este “nuestro”, podemos entender entonces la siguiente frase: “que estás en el cielo…” Todos procedemos de un mismo y único Padre. No es un Padre lejano, sino cercano.    

  Hay que decir a todo esto que, Jesús, como todo ser humano vive momentos de claridad y momentos de oscuridad en esta experiencia de Dios. Esa conciencia de su filiación divina, Jesús la expresa con la palabra “Abba”: palabra utilizada por los niños para referirse a su padre terreno, pero nunca la utilizaban para referirse a Dios.

  Por último hay que decir que en las Sagradas Escrituras hay textos que comparan a Dios a una “madre” (Is 49,15; 66,13). Hay que tener en cuenta sin embargo que, a pesar de esta comparación, ni en el AT ni en el NT, el pueblo se dirige a Dios como madre. En la Biblia, “madre” es una imagen, pero no un título de Dios. Claro que Dios no es hombre ni mujer. El mismo Jesús nunca se dirigió a Dios como “madre”, sino como “Padre”.

  En conclusión, tenemos que rezar y dirigirnos a Dios como Jesús nos enseñó a orar, sobre la base de las Sagradas Escrituras, no como a nosotros se nos ocurra o nos guste. Solo así oramos de modo correcto.

 

Bendiciones