martes, 29 de julio de 2014

NO señor embajador norteamericano...


“…Pues los hijos de este mundo son más sagaces con los de su clase que los hijos de la luz” (Lc 16,8).

 

  En estos últimos meses nuestra sociedad ha estado en un fuerte e intenso debate por una situación que se ha originado o involucra al embajador de los Estados Unidos de Norteamérica y su activismo en pro de la causa del colectivo gay  (LGTB) del país. Este embajador ha asumido como parte de su trabajo diplomático, -y parece que a esto fue que lo enviaron-, el motivar a estos grupos y otras Ongs a que se enfrasquen en su lucha porque les sean reconocidos unos supuestos derechos, como por ejemplo, el que se apruebe la legalización de las uniones entre parejas del mismo sexo. Hay que tener en cuenta, y es de nosotros reclamar al señor embajador norteamericano, que ciertamente estas no son funciones que le corresponden ya que no tienen nada que ver con la diplomacia. Ningún embajador, hasta ahora,  ni norteamericano y de otra nación, había incurrido en una acción de esa naturaleza puesto que no es de su facultad hacer ese tipo de acciones. Eso de alguna manera se puede entender como injerencia en asuntos internos del país que le ha recibido. Otra cosa que tenemos que recordar es que a raíz de su nombramiento como embajador ente el Estado dominicano, de parte de la sede diplomática en nuestro país, se emitió un comunicado público donde se aseguraba que este embajador venía única y exclusivamente a cumplir con sus funciones de embajador nada más. Pero qué ingenuos fueron muchos en creerse tal cuento, cuando muchas personalidades de diferentes estratos de la sociedad advirtieron lo contrario; es más, hasta hubieron voces que tildaron la observación de exagerada y fuera de lugar; y ya vemos los resultados. Teníamos razón. No caben dudas de que el enemigo es astuto.

  Pero tratemos de ser honestos en este caso. Al embajador norteamericano no podemos criticarle su preferencia sexual ya que eso es un asunto personal y de la libertad de cada persona. Pero el promover y querer imponernos a nuestra sociedad ese estilo de vida y presentarlo como algo normal y como un derecho, sí que riñe con nuestras costumbres, fundamentos y valores. Ni él ni nadie tienen derecho a venir a imponernos ese tipo de aberraciones. El tema aquí no es nada más ni solamente el que se legalicen las uniones de parejas del mismo sexo; el tema es que si se abre esa puerta en nuestra sociedad, vienen otros aspectos como consecuencia, como lo es la adopción de niños y niñas por estas uniones. Otros puntos de esa agenda de género es la aprobación del aborto y eutanasia. Claro es que todo esto obedece a una “agenda” que quieren imponer las naciones más ricas y poderosas, -a la cabeza Estados Unidos-, con la intención de socavar a las demás naciones del hemisferio y destruir su cultura y sus valores para imponer esta nueva cultura a la que san Juan Pablo II llamó “cultura de la muerte”. Esto es parte de lo que se llama “nuevo orden mundial”. El enemigo no duerme ni descansa. Es cierto que en nuestro país tenemos muchos problemas, pero con la presencia de este embajador nos ha llegado un problema más, al que tenemos que hacerle frente.

  Como parte de esta imposición de esta agenda de género, se plantea un adoctrinamiento desde las escuelas y colegios para mentalizar a nuestros niños, niñas y jóvenes en presentarles a ellos que estas actitudes son normales. Hemos de saber que ya hay personalidades, comunicadores, Ongs y dirigentes políticos que se están dejando arropar por toda esta ideología que nos viene importada desde los Estados Unidos. Este es un proyecto político y cultural de la administración del presidente Obama, ya que está comprometido políticamente con estos grupos por el aporte económico a sus dos campañas electorales. Claro que este apoyo no es gratuito, hay mucho dinero de por medio. Aquí jugarán un papel preponderante los padres y madres, y la familia en consecuencia para que este adoctrinamiento no pueda ser llevado a cabo. Uno de los medios, y no el único, que pueden ayudar a contrarrestar esto es la formación de las asociaciones de padres y madres de las escuelas y colegios, para que así vigilen qué tipo de enseñanza es la que están recibiendo sus hijos.

  A nuestros políticos tenemos que decirles que no se dejen chantajear por este tipo de ideologías dañinas a la sociedad. Que ellos están en esos puestos por el voto nuestro y es para que sean guardianes de la identidad, cultura y valores de nuestro pueblo al que ellos juran y han jurado servir. Que no vendan su conciencia ni negocien la verdad. Aquí no se trata de derechos, sino de imposición. Todos los ciudadanos de esta nación tienen sus derechos consignados en la Constitución, y la discriminación  está penalizada en la misma. El Estado no puede estar creándoles derechos especiales a cada minoría de la sociedad, ya que de ser así, cada grupo tendría sus propias normas y leyes, y esto es imposible. Al embajador norteamericano, la sociedad dominicana tenemos todo el derecho a exigirle que se ocupe de sus funciones diplomáticas, y si no lo hace así pues tenemos derecho a exigirle que se vaya de nuestro país. Por parte de las autoridades es poco o nada lo que podemos esperar porque aquí hay un compromiso político al cual no se va a poner en riesgo. El Papa Benedicto XVI denunció esta nueva visión del ser humano como “dictadura del relativismo”. No permitamos que a nuestra sociedad se le arrastre a este sin sentido de la existencia humana que ya está haciendo sus estragos en otras sociedades de mundo, por ejemplo, Europa y otras ciudades de América. Esto no es progreso; es más bien atraso y destrucción del ser humano. El progreso no es sinónimo de destrucción ni anulación del ser humano. No tengamos miedo, porque si nosotros callamos, hablarán las piedras (Lc 19,40).

 

 

 

 

jueves, 10 de julio de 2014

Santificado sea tu nombre…


De entrada, esta petición nos hace pensar en el segundo mandamiento del decálogo: “No tomarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso” (Ex 20,7; Dt 5,11). Este “nombre de Dios” es una idea que quizá no siempre ha estado muy clara en la conciencia de muchos creyentes. Pensemos en el relato de la visión de Moisés de la zarza ardiendo que no se consumía. A cualquier persona un fenómeno como este le causa asombro y mucha curiosidad ya que no es nada normal. Esto es lo que le pasó a Moisés: llevado de la curiosidad se acerca para apreciar más de cerca este fenómeno, y se topa con la sorpresa de que de la misma zarza escucha una voz que le llama y le dice: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob” (Ex 3,6). Y así le da la orden de volver a Egipto con la encomienda de liberar al pueblo de Israel de la esclavitud.

  En el mundo de entonces existían muchos dioses; por eso entonces Moisés preguntará cuál es el nombre que debe de dar al faraón cuando le pregunte. El Dios que llama a Moisés es realmente Dios. Dios en sentido propio no existe en pluralidad con otros dioses, es el único. Dios es por definición, uno solo. El nombre de Dios será al mismo tiempo negación y afirmación. Le dice: “Yo soy el que soy”. Ese es mi nombre. Él “es”, y basta. Esta afirmación es al mismo tiempo nombre y no nombre. De aquí que tengamos que entender que para el pueblo de Israel no haya querido nombrar a Dios por su nombre y solo lo percibiera por la palabra YAHVE, que no es un nombre idolátrico.

  Ahora bien, lo cierto es que el nombre crea la posibilidad de dirigirse a alguien, de invocarle. Establece una relación. Dios establece una relación entre Él y nosotros. Hace que lo podamos invocar. Él entra en relación con nosotros y da la posibilidad de que nosotros nos relacionemos con Él. Al relacionarse, Dios ha querido comunicarse con nosotros, ya que Él creó al hombre para que estuviera en relación. Dios se entrega a nuestro mundo humano, se pone en nuestras manos, forma parte de nuestro mundo. Dios se hace accesible, y también vulnerable. Esto conlleva el riesgo ciertamente de abusar del nombre de Dios, de manchar su nombre; tomar el nombre de Dios para nuestros fines y desfigurar su imagen. El nombre de Dios tiene que ser limpiado de tantos abusos que hemos cometido en su mal uso. Pero para poder lograr esta limpieza de su nombre, necesitamos de su misma ayuda, que no deje que la luz de su nombre se apague en este mundo.

  Tenemos que dejar que sea el mismo Dios que nos guíe a santificar su nombre. Que sea Él mismo que nos ayude a abandonar las múltiples deformaciones de su majestuosidad en las que hemos caído cuando hemos pronunciado blasfemamente su nombre. Que en lo más profundo de nuestra conciencia nos lleve a preguntarnos ¿cómo me sitúo yo ante el santo nombre de Dios? ¿Me sitúo ante Él con respecto ante lo inexplicable de su cercanía y ante su presencia en la eucaristía, en la que se entrega totalmente en nuestras manos?

 

Bendiciones.