viernes, 2 de mayo de 2014

Busquen al Señor, todos ustedes (Sof 2,3)


 
  San Juan Pablo II, - Papa-, en su carta encíclica “Fides et Ratio” (Fe y Razón), nos explicaba la relación que existe entre estas dos realidades del ser humano y que no hay contradicción entre ellas como han querido presentar muchas personas a lo largo del caminar de la humanidad. Nos dice el santo al inicio de la encíclica: “La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo”.

  Como podemos leer en estas palabras introductorias del Papa, nos dice que ciertamente la fe y la razón parten del mismo Dios y están al servicio para que podamos descubrirlo, conocerlo y amarlo a Él ya que es nuestro fin, nuestra meta. En ellas no hay contradicción de ningún tipo, sino más bien complemento. Se ayudan mutuamente. Si se quiere: son hermanas, más no enemigas. Ambas están al servicio de la búsqueda de la verdad, que es el mismo Dios. Nuestro Señor Jesucristo ya había dicho: “busquen la verdad y serán realmente libres” (Jn 8,32). El hombre siempre ha buscado la verdad, y todos sus esfuerzos siempre han estado encaminado hacia este fin; es cierto que muchas veces ha equivocado ese camino y ha querido muchas de las veces buscar una verdad diferente a la que siempre ha existido. Debemos de tener confianza de que el uso de la razón no nos aparta de la fe en Dios, sino que nos ayuda a profundizar más en ella.

  Nos sigue diciendo el Papa en el número 3 de la encíclica: “El hombre tiene muchos medios para progresar en el conocimiento de la verdad, de modo que puede hacer cada vez más humana la propia existencia. Entre estos destaca la filosofía, que contribuye directamente a formular la pregunta sobre el sentido de la vida y a trazar la respuesta: ésta, en efecto, se configura como una de las tareas más nobles de la humanidad”. Así, la constante búsqueda de la verdad que caracteriza al espíritu humano se transforma en un imperativo a actuar y se perfecciona solo en el amor y servicio. Por esto entonces, la filosofía no se agota en el pensar, sino que llama al actuar a favor de la vida. Se puede argumentar razonablemente que la constante búsqueda de la verdad acaba hallando en todo al autor mismo de la vida: Dios (Martín Lenk, sj).

  La doctrina cristiana, -la Iglesia-, nunca se ha opuesto al desarrollo de la razón ni al uso de esta; pero también es consciente de los límites de la misma. La Iglesia siempre ha visto en la filosofía el camino para conocer las verdades fundamentales relativas a la existencia del hombre. Y la considera como una gran ayuda para la profundización de la fe y poder así comunicar la verdad del evangelio a cuantos aun no la conocen.

  El Papa Juan Pablo II estaba convencido de que la búsqueda de la verdad ha estado muchas veces oscurecida. Por esto quiso ayudar, contribuir en este sentido y reconoce el mérito del aporte de la filosofía a este propósito. Es verdad que la filosofía ha contribuido a crear sistemas de pensamiento que han llevado al hombre a plantearse los interrogantes más profundos de su existencia. Pero también es cierto que parece que se ha olvidado que tiene que llevarlo a conocer la verdad que lo trasciende. De ahí que la filosofía moderna, dejando de orientar su investigación sobre el ser, ha concentrado la propia búsqueda sobre el conocimiento humano. En lugar de apoyarse sobre la capacidad que tiene el hombre para conocer la verdad, ha preferido destacar sus límites y condicionamientos.

  Esto así, lo que ha provocado es que el hombre haya caído en una especie de agnosticismo y relativismo, es decir, de que ya no hay verdades absolutas; ya no hay bondad ni maldad, sino que todo depende con el cristal con se mire. Con razón ya el Papa Benedicto XVI se refirió a este punto cuando calificó a ésta como “dictadura del relativismo”.

  En definitiva, lo que tenemos que hacer es no sólo ni únicamente reflexionar sobre Dios, sino sobre todo hablar con Él y lanzarnos a la gran aventura de la búsqueda de Dios no sólo en los libros, sino sobre todo en nuestra vida. San Agustín dijo: “Nos hiciste para ti Señor, y nuestra alma estará inquieta hasta que descanse en ti”; y también: “No vayas mirando fuera de ti, entra en ti mismo, porque la verdad habita en el interior del hombre”.