miércoles, 15 de octubre de 2014

¿Es la Iglesia Católica inmisericordiosa? (2a parte)


  Continuando con nuestro tema en relación al Sínodo de obispos sobre la familia que se está realizando en la ciudad del Vaticano y, del cual ya escribí un artículo anterior tratando dos temas que han estado ocupando la mayor parte de las opiniones tanto de la prensa secular como la católica, en esta segunda parte me propongo escribir sobre el segundo de ellos que es el tema de “la aceptación de la uniones homosexuales o, dicho de otra manera, si la Iglesia Católica debe bendecir las uniones homosexuales”.

  Vuelvo aquí a hacer referencia a lo que dije en la primera parte de este artículo: los medios de comunicación secular y que son, muchos de ellos, con una clara tendencia contrarios a la Iglesia Católica y su doctrina, han querido influenciar con sus opiniones sobre el Sínodo y crear además confusión en los fieles católicos. Se han dicho, escrito y afirmado cosas que ni ver con lo tratado en el Sínodo. Ya se habla en estos medios de que la Iglesia Católica parece que va a dar apertura a la aceptación y bendición de las uniones homosexuales. Esto es falso. Se basan para decir esto que ya hay un documento que lo afirma y lo dan por hecho. Veamos dos aspectos de lo que sucede en un Sínodo. Primero, existe lo que se llama “relatio pre-disceptationem” (resumen o relación previo a las discusiones); y segundo, existe lo que llama “relatio post-disceptationem” (documento post discusiones). En la primera se motivó a que los obispos hablaran con franqueza; en la segunda se presenta a los medios de comunicación y contiene todas las propuestas presentadas por los obispos, peritos y auditores para trabajar estas propuestas en los diferentes grupos sinodales. Esto quiere decir que si un obispo dijo que las uniones homosexuales deben ser aceptadas y bendecidas por la Iglesia Católica, esta propuesta se tendrá que discutir en estos grupos para saber si se acepta o no, y claro que esto no debe afectar ni ir en contra de la sana doctrina católica. Es decir, que esta propuesta no ha sido mencionada por ningún obispo y el Sínodo tampoco lo ha aceptado. Lo que ha surgido en torno a este tema es una pura manipulación de los medios de prensa seculares contrarios a la Iglesia Católica.

  Muchos dicen que la Iglesia tiene que adaptarse a los nuevos tiempos. Con esto lo que están queriendo decir es que la Iglesia Católica debe de amoldarse o acomodarse a los criterios y sombras de este mundo, pero lo que no reparan estos enemigos de la Iglesia es que, la Iglesia debe más bien ser luz para este mundo, para esta humanidad que está caminando mucho en las tinieblas. La Iglesia, la familia de Jesús, es portadora de luz y esa luz tiene que iluminar la oscuridad, las tinieblas; la luz no puede ser utilizada para tapar las tinieblas: “Ustedes son la luz del mundo” (Mt 5,14); y san Pablo dice: “Pero, ustedes hermanos, no viven en la oscuridad…todos ustedes son hijos de la luz e hijos del día. No somos ni de la noche ni de las tinieblas…” (1Tes 5, 4-8). Esa luz le viene dada a la Iglesia por el mismo Jesucristo por medio del Espíritu Santo a pesar de que en ella misma hay oscuridad; pero esa oscuridad no impide jamás que la luz del Espíritu salga e ilumine.

  Ya es de nosotros sabido lo que enseña la Iglesia Católica con respecto a la persona homosexual y la homosexualidad. Solo tenemos que acercarnos a leer el catecismo en sus números 2357,2358 y 2359. La Iglesia es para los pecadores, pero no para el pecado. La Iglesia no es un museo de santos, sino un hospital de enfermos por el pecado. Cristo mismo vino a buscar y rescatar al pecador de su pecado. Dios ama al pecador, pero repudia el pecado. En la parábola del rey que prepara el banquete de bodas de su hijo, cuando el rey saluda a los comensales se da cuenta de que hay uno que no tiene el traje de fiesta y cuando lo cuestiona éste no sabe qué responder y el rey manda a que lo echen fuera donde será el llanto y rechinar de dientes. La pregunta es entonces: ¿sabemos nosotros los cristianos y nuestros enemigos cuál es ese traje de fiesta que hace referencia Jesús en esta parábola? El problema de muchos de nosotros es que queremos estar en la Iglesia y seguir viviendo una vida licenciosa y de pecado y que esto sea aceptado por todos sin más. NO. Una cosa es la persona homosexual y otra es la homosexualidad, como lo es el corrupto y la corrupción; como lo es el adicto y la adicción; como lo es el delincuente y la delincuencia, etc. Es la persona que hay que salvar,  y el pecado lo que hay que rechazar.

  Ya el Papa Francisco dijo en una ocasión a su regreso a Roma después de la jornada mundial de la juventud en Río de Janeiro, y esto fue motivo de manipulación: cuando un homosexual quiere, desea vivir su relación con Dios como Dios manda y enseña la Iglesia, ¿quién soy yo para juzgarlo? Así como existe la pastoral penitenciaria, que es acompañar espiritualmente a los internos con la intención de ayudarlos a recuperar su dignidad de hijos de Dios y que abandonen ese mal camino, soy partidario y me gustaría que en cada parroquia exista una pastoral para homosexuales y lesbianas que se dedique a acompañar a estos hijos e hijas de Dios en su caminar y ayudarlos a vivir desde su condición los valores del Reino de Dios como nuestro Señor Jesucristo nos enseña en el evangelio.

  Lo cierto es que todos los seres humanos tenemos un lugar en la gran familia de Dios que es su Iglesia, pero el que quiera ser parte de esta familia tiene que asumir ciertas actitudes si es que quiere experimentar el gozo de sentirse hijo de Dios. De descubrir en Dios y su mensaje el camino por el cual puede ser feliz en esta vida y después llegar a disfrutar de la presencia de Dios cuando deje este mundo. Por supuesto que debemos de ser respetuosos y solidarios con estos hermanos nuestros que sufren mucho por esta situación, porque: “no todo el que diga Señor, Señor se salvará, sino el que escuche la palabra de Dios y la ponga en práctica” (Lc 8,21). La Iglesia de Cristo está en el mundo, pero no es del mundo. Camina con el mundo proponiendo el mensaje evangélico como luz en medio de la oscuridad.

 

Bendiciones.

 

martes, 14 de octubre de 2014

¿Es la Iglesia Catolica inmisericordiosa? 1a parte


El pasado 5 de este mes de octubre dio inicio en la ciudad del Vaticano el Sínodo de los obispos -convocado por el Papa Francisco y que concluirá el 19 del mismo-, para tratar el tema de los desafíos actuales de la familia y de cómo tienen que ser encarados pastoralmente por la Iglesia. Este Sínodo, que el significado de la palabra es “caminar juntos”, no es para tratar ningún aspecto doctrinal sobre la familia, es decir, no tratará ningún aspecto sobre lo que enseña la doctrina de la Iglesia Católica sobre la familia. De hecho, el mismo título del Sínodo lo aclara: “los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización”.

  Desde el momento en que fue convocado este Sínodo por el Papa, concitó mucha atención por todos los medios de comunicación del mundo secular y, por supuesto, por la misma feligresía católica porque empezaron a surgir especulaciones sobre lo que nuestros obispos iban o debían de tratar. La prensa secular no tardó en empezar a dar opiniones al respecto y también se hizo eco de algunas opiniones de algunos cardenales, por ejemplo el Cardenal Kasper que introdujo el tema de si se debería aceptar a la comunión sacramental o no a los divorciados vueltos a casar o, dicho en otras palabras, el Cardenal Kasper llegó a decir que si el Sínodo no asume esta postura de aceptación entonces no tendría ningún sentido realizarlo. Como era de esperarse, esta opinión encendió el debate y puso en cuestión la doctrina católica sobre este punto y surgieron innumerables opiniones tanto a favor como en contra. Cada quien presentaba sus argumentos. Pero, el Sínodo ya está en marcha. Están presentes todos aquellos que fueron convocados, salvo uno que otro que quizá no pudo asistir por alguna razón específica. El Papa Francisco, al inicio del mismo, exhortó a los obispos a que hablaran sin miedo; que se dejaran guiar por Espíritu Santo; hablar con claridad y escuchar con humildad, etc. Pero lo que quiero resaltar es las opiniones de medios de comunicación seculares que han querido de alguna forma influenciar en el Sínodo con sus opiniones que contradicen la doctrina católica en dos puntos principales, que no los únicos, y que trataré en dos partes de este escrito ya que son temas abundantes, y son: la comunión sí o no a los divorciados vueltos a casar y la bendición o aceptación de las uniones homosexuales. Estos temas tienen una gran importancia para la vida y doctrina católica y no se diga para nuestros feligreses.

  Hablemos del primero de ellos: la aceptación o no a la comunión de los divorciados vueltos a casar. Siempre se ha querido presentar a la Iglesia Católica como que es inmisericordiosa con estos hermanos que viven en esta situación. Comunicadores que opinan sin saber ni conocer la enseñanza del evangelio al respecto. Comunicadores que más bien citan versículos del evangelio como si fueran dichos populares y lo despojan de todo su contenido doctrinal. Hay que tener en cuenta que la Iglesia Católica nunca ha dicho ni afirmado que las personas que viven en esta situación están excomulgadas o castigadas; más bien lo que siempre ha dicho y enseñado es que estas personas viven en una “situación irregular” y que por ello están impedidos de acceder a los sacramentos, -entiéndase comunión y confesión-, mientras permanezcan en esa situación. Y, hay que aclarar también en este punto que esta situación de irregularidad no se les aplica a los hijos. Esta situación de irregularidad no les impide en ningún momento estar en la Iglesia y realizar su vida de fe en la misma ni vivir su compromiso cristiano. Es más, en casi todas las parroquias existe una pastoral para divorciados vueltos a casar para acompañarles en su caminar y no dejarlos solos. Son infinidad de matrimonios en esta situación que están viviendo y practicando su fe en alguna comunidad eclesial y nunca se han sentido rechazados y señalados como si no tuvieran salvación. El impedimento de no comulgar para estas personas viene especificado por el mismo Jesucristo que dijo: “cuando un hombre se divorcia de su mujer y se casa con otra comete adulterio contra la primera y viceversa” (Mc 10,11); y san Pablo en su 1 carta a los Corintios dice que: “Por tanto, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor” (11,27). Como vemos esta es la enseñanza de Jesús y no es un invento de la Iglesia. Esto es lo que no saben o no quieren saber los enemigos de la Iglesia y por eso no lo citan. Hay que tener mucho cuidado con un falso concepto de la “misericordia”. La misericordia no puede ir nunca en contra de la verdad, en este caso, no puede nunca en contra de la verdad del evangelio. No podemos incitar a las personas a que, movidos por falso concepto de la misericordia, se condenen. Jesús mismo mandó a sus apóstoles y en ellos a su Iglesia, a que enseñaran a los demás a cumplir todo cuanto Él enseño tal cual Él lo enseñó, y sin cambiarle una sola letra al menaje recibido puesto que el mensaje del evangelio no es de la Iglesia sino de Cristo, y la Iglesia no es más que la portadora y anunciadora del evangelio y no su dueña: “el que quiera creer y se bautice ése salvará y el que no quiera creer se condenará” (Mc 16,15-16).

  No podemos manipular el evangelio y hacerlo decir lo que él no dice. Eso sería ir en contra del mismo Jesucristo. Jesús fue radical con el mensaje que nos vino a comunicar y esa misma rigurosidad se la encargó a su Iglesia. Esta es la enseñanza que muchos no han entendido ni han querido entender y lo que hacen muchas veces es irse a una comunidad cristiana en donde el evangelio se les acomode a sus necesidades, cuando tiene y debe de ser al revés. En esto la Iglesia Católica siempre ha estado clara y no ha cambiado su línea le guste o no a los fieles. Creo que la Iglesia debe de seguir insistiendo en una seria y más profunda preparación al matrimonio a sus fieles, y principalmente a los jóvenes. Lamentablemente el matrimonio hoy en día se asume como algo que está de moda y pocos piensan en lo que significa y conlleva este camino de compromiso y de salvación.

 

 

Bendiciones.

jueves, 2 de octubre de 2014

…Y ¿qué decir del orden del universo?


  “Miren las aves del cielo, que no siembran ni siegan, ni juntan en graneros; y su Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas? (Mt 6,26).

  Yo creo que no hay ningún ser humano, creyente o no, que al contemplar la magnificencia de la creación, no haya quedado asombrado y admirado más de una vez por su belleza y orden que exhibe permanentemente. En más de una ocasión, por ejemplo, nos hemos asombrado por el orden que muestra el sol o la luna, que no han dejado de salir y ponerse cada uno a su tiempo desde el principio; o las estaciones del año que, cada una a su tiempo, está presta siempre para hacer su aparición… Y así podríamos seguir mencionando más ejemplos de la naturaleza. Lo que nos queda de todo este espectáculo de la naturaleza es su asombroso orden. De todo se desprende una máxima que dice que “todo orden necesita un ordenador”. Este orden que muestra la naturaleza en toda sus facetas, decimos que no lo pudo haber obtenido por pura casualidad. Ya el mismo apóstol san Pablo nos dice que “Dios es un Dios de orden; no de desorden”.

  El orden y la idea de la armonía contrastan con la concepción del caos original, y surge la interrogante: ¿cómo entra el orden en el caos? En el primer relato de la creación del génesis (1,1-2), leemos: “En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo…” Claro está que para un no creyente, estas palabras bíblicas no tendrán a lo mejor ningún sentido, y prefiere mejor seguir buscando el sentido de este orden por el lado de la ciencia o, como se dice también, por el lado de las ciencias exactas. Pensemos por ejemplo en el gran filósofo Aristóteles: para éste era totalmente inconcebible que de la nada surgiera algo y mucho menos orden. “De la nada, nada sale” reza la máxima filosófica. Para Aristóteles, del caos no puede surgir el orden, como de la oscuridad no puede surgir la luz. Nada se mueve al azar, sino que siempre tiene que haber algún motivo. Para Aristóteles, el orden tiene que ser anterior, no hay caos original, la raíz de todo es un principio ordenado y ordenador, la razón.

  Por parte el cristianismo también tenemos la idea o concepción de este orden que muestra la creación. Santo Tomas de Aquino es nuestra mejor carta en este sentido e interesante su planteamiento. Son muy conocidas las famosas cinco vías de la existencia de Dios de este gran teólogo. Santo Tomas distingue entre Dios y el mundo. Ambos son totalmente diferentes: “Dios no solo es el último fin de todo, la meta que atrae, también es origen”. Con estas palabras, se distancia de la concepción panteísta estoicista y aristotélica de Dios y el mundo. En la última de sus cinco vías es donde escribe su argumento teológico sobre este punto ya tratado, dice: “…Las cosas que no tienen conocimiento, no tienden al fin sin ser dirigidas por alguien con conocimiento e inteligencia… Por lo tanto, hay alguien inteligente por el que todas las cosas naturales son dirigidas al fin. Le llamamos Dios”.

  Quiero concluir citando las palabras del físico italiano Carlo Rubbia cuando le preguntaron si creía que Dios es necesario para entender la naturaleza; su respuesta fue: “No exactamente. En primer lugar, la religión es algo íntimo de cada uno. Sin embargo, la precisión, la belleza y el orden, -y subrayo la palabra orden-, de la materia es inmensa y cuanto más se adentra uno en las cosas más claro está que hay una inteligencia detrás, porque todo está construido de forma tan precisa que es imposible que sea el resultado de un accidente o de una fluctuación o algún tipo de combinación al azar. El esquema es tremendamente preciso y exacto y está en operación desde el principio del universo”.

  El orden del mundo sigue siendo un indicio tremendo para la existencia de Dios. Una vez  más, parece más racional creer en Dios que no creer (Martín Lenk, sj).

  Y san Buenaventura, contemporáneo de Santo Tomás de Aquino nos dice: “quien con el brillo de la hermosura de tantas criaturas no se ilumina, está ciego; quien no se despierta con tantos gritos y voces, está sordo; quien por todos estos efectos no alaba a Dios, esta mudo; quien a raíz de tantas pruebas no reconoce al primer principio de todo, es necio… Abre tus ojos; tus oídos espirituales acerca; suelta tus labios y ofrece tu corazón, para que en todas las criaturas veas, oigas, alabes, ames y veneres, proclames y honres a tu Dios”.

Bendiciones.

Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden...


El tema del perdón abunda en la predicación de Jesús y está presente a lo largo del evangelio. Esta petición nos hace pensar que en el mundo hay muchas ofensas: se ofende a los demás, a uno mismo y se ofende a Dios. Toda ofensa que se comete siempre es una afrenta al amor y la verdad de Dios. Para san Benito, hacer las paces y perdonar a otro puede exigir un gran esfuerzo espiritual que desafía a toda persona. Dice: “Perdonar no es nada fácil. No nos resulta particularmente difícil  cuando estamos de ánimo indulgente o nos sentimos motivados por los buenos sentimientos. Pero casi nadie escapa a la tentación de retirar pronto sus gestos de reconciliación. Lo que llamamos perdón, a menudo no es otra cosa que otorgar libertad condicional al otro... Esperamos impacientes los signos concretos de arrepentimiento... queremos estar seguros de que el arrepentido no reincidirá...” Con frecuencia hacemos depender nuestro perdón del arrepentimiento del culpable.

  La ofensa sólo se puede superar con el perdón; jamás con la venganza. En Jesús y en el diácono Esteban tenemos ejemplos impresionantes: ambos oran por sus enemigos pidiendo perdón para ellos, si bien éstos no desisten en absoluto de su obra homicida. Hay tres pasajes de las Sagradas Escrituras en que este tema del perdón va en ascenso: el primero es del génesis que nos presenta al violento Lámek, quien dice que se vengará setenta y siete veces por una ofensa (4,24); el segundo es la famosa ley del talión del ojo por ojo, y diente por diente. Y Jesús finalmente nos enseña que debemos de perdonar setenta veces siete (Mt 18,21).

  Aquí nos damos cuenta de lo exigente que es ser cristiano, cuán grande es la cuota de amor que se nos reclama. No extraña, entonces, que a menudo no cumplamos con tal exigencia. Lo que impide la aceptación del perdón no es la obstinación del otro, sino nuestro orgullo. Dios es un Dios que perdona porque ama a sus criaturas; pero el perdón sólo puede penetrar, sólo puede ser efectivo, en quien a su vez perdona. “Se recibe de lo que se da”, nos diría el Señor. Para poder perdonar, primero tenemos que ser perdonados. Pero, esto fue lo que no hizo aquel servidor malvado que le fue perdonada su tremenda deuda cuando se lo pidió a su señor, y  no fue capaz de perdonar a su compañero ante la risible deuda que tenía (Mt 18,23-35). De ahí que el mismo Señor nos insista que antes de presentar nuestra ofrenda ante el altar, primero debemos de reconciliarnos con nuestro hermano para que nuestra ofrenda sea agradable a Dios (Mt 5,23).

  El perdón no es un mero acto de la voluntad. Es también un proceso que necesita tiempo. Ese proceso tiene cuatro pasos: primero ha de permitir el dolor, sin disculpar precipitadamente al que ha ofendido. Segundo es permitir la cólera, que es la fuerza para distanciarse del otro. Tercero es percibir objetivamente lo que ha acontecido con esa herida. Y cuarto, ya es el perdón, que es un gesto activo (Anselm Grün).

  El perdón tiene una dimensión sanadora y liberadora. Por lo tanto, la persona que no perdona no puede sanar. Son personas que aun le dan demasiado espacio al rencor dentro de sí. El perdón tiene una importancia decisiva para la curación de las propias heridas.

  Jesús es el gran reconciliador y nos invita a sus seguidores a que hagamos lo mismo, porque así es Dios con nosotros. Su mandato de “hacer las paces con nuestro adversario mientras vamos de camino…” (Mat 5,25); nos invita a que mientras estemos en movimiento, mientras estemos en esta vida, lo que más nos conviene es ponernos en paz con nuestro adversario para que después no seamos entregados al carcelero y no salgamos de ahí hasta que paguemos el último centavo. Ahora, ese adversario también abarca mi adversario interior con quien lucho constantemente y a quien muchas veces no puedo aceptar. Debo tratar de aceptar mis flaquezas, mis limitaciones. Mientras estoy de camino, mi tarea es perdonar-me; solo así estaré en capacidad de reconciliar-me con los adversarios que se crucen en mi camino.

   El amor a los enemigos no significa dejarnos hacer todo lo que el otro quiera. Amar al enemigo significa libertad, no ver al otro como enemigo, sino como una persona que desea la amistad. La invitación de Jesús a amar a los enemigos quiere sustituir el antiguo modo de pensar excluyente por medio de nuevos caminos de paz y de reconciliación.