martes, 8 de diciembre de 2015

Hablemos del pecado (4): El mal existe


“…Escúchenme todos y entiendan. No mancha al hombre lo que entra por la boca, sino lo que sale de la boca, eso mancha al hombre… Lo que sale de la boca viene de dentro del corazón, y eso es lo que contamina al hombre” (Mt 15,10.18).

  Ante el fracaso del hombre de querer controlar y eliminar el mal por sus propias fuerzas y capacidad, hay que reconocer que en verdad necesitamos de la ayuda de Dios para poder enfrentar esta realidad nuestra; necesitamos de la sabiduría divina, que es un camino que Dios pone a nuestro alcance para que podamos progresar y fortalecer nuestra fe por medio del Espíritu Santo, que lo sondea todo y lo penetra todo. Esta es sabiduría divina que Dios mismo ha revelado al hombre, y que es desconocida por los enemigos de Dios. Ya lo dice el autor de la carta a los Hebreos, que Dios se ha revelado al hombre de muchas y diferentes formas, y que de manera definitiva lo ha hecho por medio de su Hijo Jesucristo y en Él nos ha dado a conocer realidades que estaban escondida a nuestra mente y sólo por la revelación podríamos conocer (Hb 11,1-2). Entre esas realidades reveladas esta el mal.

  En el libro del Génesis, en el relato de la creación se nos dice que todo lo que Dios creó, lo creó bueno. Pero también es cierto que existe el mal, que no fue creado por Dios. Pensemos en la oración del Padre Nuestro: Jesús nos enseña que debemos de pedirle a Dios que nos libre del mal (Mt 6,13). Algo que debemos de tener bien claro es que el origen de este mal es precisamente “el pecado”. La mayor consecuencia del pecado es la muerte. Y esto lo conocemos por la revelación divina. La muerte no fue hecha ni creada por Dios. Dios es el Dios de la vida y quiere que todos nosotros tengamos vida y vida en abundancia; por eso nos envió a su Hijo. “Dios no es un Dios de muertos sino de vivos” (Lc 20.38). Entonces, ¿por quién vino la muerte? Pues por el hombre. Por un mal uso de su libertad; porque fue capacitado para poder distinguir entre el bien y el mal, entre lo bueno y malo, entre la vida y la muerte, etc.

  Ahora bien, lo cierto es que si el hombre no es capaz de reconocer y tomar conciencia de que si no busca la ayuda de Dios, no podrá vencer el mal, a pesar de todos los esfuerzos que haga por su propia fuerza. Esto también es parte de la revelación. Ya el mismo Jesús lo dijo: “sin mí nada podrán hacer” (Jn 15,5). Toda la humanidad esta imbuida por el mal: “no hay quien sea justo, ni uno sólo” (Rm 3,10). El mal tiene que ver con el pecado, que es su fuente y su raíz. El lugar privilegiado del pecado es el corazón del hombre; allí donde crecen juntos el trigo y la cizaña; ese lugar privilegiado donde el Padre y el Hijo quieren habitar, donde quieren poner su morada. De ahí que el corazón del hombre sea siempre el blanco de ataque de Cristo y su gracia. Dios es el único que puede cambiar nuestros corazones, nadie más; pero para hacerlo, necesita de nuestro consentimiento y colaboración; por eso es que Él está a la puerta tocando para que nosotros desde dentro le abramos. Nunca forzará o tirará la puerta porque es todo un caballero y respetuoso de nuestra libertad. Cristo mismo nos la fuerza para poder enfrentarnos al pecado y a nuestro pecado; busca de nosotros una verdadera y profunda conversión: “arrepiéntanse y conviértanse, para que sus pecados sean borrados” (Hb 3,19). Si en verdad queremos cambiar, necesitamos de una actitud profunda de conversión. Partiendo de la existencia de un Dios infinitamente bueno, y de la evidente existencia del mal, el pecado original es la única solución razonable al enigma del mal. La situación presente del mundo, ostensiblemente marcada por el mal, no puede ser considerada como constitutiva de la creación, sino que ha de ser entendida como resultado de una caída, de una herida, de una corrupción que padece el mundo creado. Tuvo que ser la libertad humana quien introdujo el mal en la creación.

  Cabe aclarar que hasta ahora lo que hemos dicho, es estarnos moviendo en el plano espiritual. Por esto mismo es que necesitamos apoyarnos en la fe, porque si no es así, no podremos avanzar. Muchas de estas situaciones del mal no podemos comprobarlas por nuestra sola inteligencia, sino que permanecen en el ámbito del misterio ya que están fuera del alcance de nuestra razón. Por eso hemos hablado de que esto es revelación de Dios. Es Él el que nos lo ha revelado y nos lo ha dado a conocer.














Ha concluido el Sinodo sobre la familia... ¿Y ahora qué?


Así es. Es la gran pregunta que muchos se han empezado a hacer y hasta ya de seguro se están empezando a dar una que otra respuesta. Tenemos que recordar que este Sínodo fue realizado para tratar de establecer las líneas pastorales, -no doctrinales-, sobre las nuevas situaciones que están amenazando a la familia en nuestros tiempos. Recordemos además que el año pasado se realizó un Sínodo extraordinario que sirvió de preparación para este Sínodo ordinario. De ese Sínodo extraordinario salió un documento de trabajo en el que se tomaron en cuenta las opiniones de las diferentes conferencias episcopales del mundo, y fue este “instrumentum laboris” el que se trabajó en el pasado Sínodo. Muchas personas, azuzadas por los medios de comunicación, principalmente  adversos a la Iglesia, creyeron que ese documento de trabajo era el documento conclusivo; pero nada que ver. Ese fue solo un instrumento para trabajar. El documento conclusivo consta de 94 puntos y esta más elaborado y enriquecido con citas bíblicas, con una reafirmación de la naturaleza del matrimonio. En el desarrollo del Sínodo salieron otros puntos a trabajar que no estaban en el instrumento de trabajo.

  El Papa Francisco tiene una particularidad que ha hecho visible en su pontificado y es que él deja que todo el mundo hable y opine, tanto los de dentro como los de fuera, y es como si al final preguntara si ya acabaron de decir lo que tenían que decir para entonces él venir con la opinión definitiva. Muchas veces el Papa dejó en claro que la doctrina católica no se iba a tocar, sino que más bien eran aspectos pastorales los que se iban a tratar de cómo tenía la Iglesia que afrontar estos nuevos retos en torno a las familias. No podemos dejar de mencionar la controversia que despertó el cardenal alemán Kasper cuando propuso el que se le diera acceso a la comunión sacramental a los divorciados vueltos a casar, cuya visión tuvo sus seguidores pero también sus opositores. Se argumentó que esto, de aceptarse, rompería con la enseñanza evangélica y doctrina eclesial. El Papa insistió en que no se polarizara el tema de la familia únicamente a ese punto como si fuera el único problema que aqueja a la familia; hay otras grandes problemáticas, por ejemplo: ¿qué hacer con los niños que son adoptados por parejas homosexuales, hay que bautizarlos sí o no?

  Es muy importante que tengamos en cuenta el discurso de clausura del Sínodo del Papa Francisco. Quiero resaltar de este discurso tres puntos,-no los únicos-, que me parecen importantes. Dice el Papa: “que nos hayamos reunido aquí no significa que se hayan encontrado soluciones exhaustivas de fondo a todas las dificultades y dudas que amenazan a las familias; dichas dificultades se han puesto a la luz de la fe y se han afrontado sin miedo... Es una conversión pastoral que nos implica a todos... Nos ha llevado a comprender la importancia y mantenimiento de la institución familiar entre un hombre y una mujer, fundado sobre la unidad e indisolubilidad y célula fundamental de la sociedad”. Otro punto interesante y controvertido que toca el Papa es el referente a los homosexuales y la homosexualidad. Éstos requieren de un acompañamiento pastoral generoso, bondadoso; con un gran sentido de la dignidad humana; estas atracciones homosexuales en ninguna forma disminuyen el deber de atender pastoral y con caridad a estos hijos de Dios. Se deja claro en el documento que no hay por qué estar de acuerdo con la ideología homosexual. No hay comparación, ni siquiera remota, entre las uniones homosexuales y la unión establecida por Dios entre un hombre y una mujer. Como un tercer punto es el referente a los divorciados vueltos a casar. Se reafirma la doctrina eclesial y se elogia a aquellos católicos que permanecen en fidelidad al compromiso contraído y no rompen el vínculo con otra unión, a pesar de lo doloroso que esto pudiera ser para muchos. Se reafirma también la enseñanza de la familiaris consortio de san Juan Pablo II con respecto a este tema. Aquellos católicos que están en nueva unión matrimonial están integrados a la Iglesia y deben de ser acogidos y motivados a un trabajo apostólico profundo y compromiso eclesial serio. No están excomulgados; ni tienen ni deben de ser rechazados.

  A todo esto, hay quienes han afirmado que la Iglesia se ha quedado nuevamente en el atraso, que no ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos. Una vez más son aquellos que todavía no comprenden la naturaleza de la Iglesia y no comprenden para qué existe la Iglesia. Quieren ver una Iglesia acomodada, adaptada a los criterios del mundo. Son personas que hablan de una institución que en realidad no conocen porque no han tenido la actitud de estudiarla desde sus orígenes y siempre tendrán una mirada miope, limitada, pírrica de la Iglesia. Pontifican sobre el evangelio y la persona de Jesús, pero en realidad no los conocen. Quieren que la Iglesia sea progresista, pero la pregunta es ¿hacia dónde se quiere progresar? El progreso es bueno, pero se puede caer en la vieja técnica de autodenominarse progresista para tachar a los demás de inmovilistas, y descalificar sin debate alguno a todo aquel que piense de manera distinta. Hay que recordarles que la Iglesia no es un sindicato ni una ONG ni una empresa, ni mucho menos un partido político. Las verdades de fe o las exigencias de la moral no pueden tratarse como si lo de menos fuera la verdad y lo importante fuera ser eficaz, ser muchos o ser modernos. Nosotros somos servidores de la Iglesia, no los que decidimos lo que es la Iglesia. Tenemos que saber qué quiere Dios y ponernos a su servicio.

  La Iglesia tiene una lógica interna aplastante,-si se quiere-, cuando dice: “a mí no me pidan que cambie la norma, adapte usted su comportamiento a la norma si quiere vivir realmente la fe católica”.

 

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Hablemos del pecado: su raiz


¿Puede el hombre ser o encontrar la felicidad plena en esta vida? La experiencia nos dice que no. Es cierto que nosotros estamos llamados a ser felices, pero es cierto también que esa felicidad plena no es posible, no es realizable en esta vida, en este mundo. Lo que podemos lograr es ir probando de esa felicidad para la cual fuimos creados. Es una ilusión prometer la felicidad plena y total en esta vida. Todos lo sabemos, pero aun así, seguimos prometiendo lo que sabemos que no vamos a cumplir. ¿Por qué esto es así? Porque el hombre por sí mismo no puede dar lo que él no tiene ni posee. La felicidad la posee Dios, y no sólo la posee sino que además “es” la felicidad; él nos la ha prometido. Dios es la fuente inagotable de todo, incluyendo la felicidad. Él es el que nos ha llamado a ella y es el único que nos la puede dar porque la tiene en plenitud. Por esto mismo, cuando el hombre decide apartar descaradamente a Dios de su vida, cada día está más lejos de encontrar las respuestas a sus interrogantes, lo quiera o no aceptar. ¿Qué dirían de esto los filósofos, los científicos, los hombres y mujeres de ciencia? Para muchos de ellos, esto no le suena más que a un absurdo. Si ellos no son capaces de recorrer el camino del espíritu, el camino de Dios…nunca podrán llegar a la raíz del problema ya que rechazan la verdad.

  El mal existe, ya hemos dicho. Es una realidad palpitante en la vida del hombre. Pero también es un misterio, ya que no está a nuestro alcance el comprenderlo, abarcarlo y dominarlo. No tenemos ni contamos con los remedios o elementos necesarios para controlarlo o eliminarlo. De ahí que insistamos en que es necesario que el hombre cuente con y busque a Dios para poder tratar con esta realidad. Por eso nos dice el apóstol san Pablo en 1Cor 2,14: “el hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios, son necedad para él. Y no las puede conocer pues solo espiritualmente pueden ser juzgadas”. Es necesario por tanto, que el hombre se auxilie de la fe si es que quiere profundizar en el misterio del mal. El conocimiento natural es limitado.

  Son muy ilustrativas a este respecto las palabras del matemático y filósofo Oliver Rey sobre “el límite de la razón”. Dice: “la ciencia moderna ha fracasado: ambicionaba darnos la verdad sobre la naturaleza; pero en cambio, nos ha alejado de ella… Ser racionales no significa considerar que la razón es competente con todo, sino reconocer que tiene sus límites… La razón aseguraba la libertad y en cambio, ha regalado el determinismo absoluto… La razón promovía la autonomía, y en cambio, elimina al sujeto mediante su objetivación… La razón prometía una humanidad más fuerte y poderosa gracias a la tecnología, y en cambio, junto al poder, ha creado, con las armas nucleares y químicas en particular, y la contaminación y degradación ambiental, las premisas para la autodestrucción del planeta… Por lo tanto concluye: Hoy disponemos de mucha más información que en el pasado, pero no poseemos más conocimiento; somos más ricos, longevos y poderosos, pero no sabemos más sobre el sentido de la vida”.

  El conocimiento natural no es contrario al conocimiento de Dios. Ambos se necesitan y se complementan. El conocimiento de Dios no va en contra de la libertad, ni de nuestra inteligencia; más bien tenemos que aprender a depositar nuestra confianza y nuestra adhesión a la verdad revelada por Dios. Ambas realidades, fe y razón, proceden del mismo y único creador, y en Él no puede haber ni hay contradicción. La fe es un don de Dios y es también un acto humano. Dios mismo es quien nos otorga la gracia para que podamos creer y acercarnos a Él, guiados por el Espíritu Santo.

Bendiciones.

Papa Francisco...el Papa de la misericordia


“Vayan, aprendan lo que significa misericordia quiero y no sacrificios…” (Mt 9,13).



  La palabra misericordia viene del latín “miser” (miseria, miserable, desdichado), y “cordis” (corazón). Es decir, se refiere a la capacidad de sentir desdicha de los demás.

  La misericordia es una de las características del creyente cristiano, del seguidor de Cristo y su evangelio. Ya el mismo Jesús en el evangelio de san Mateo 25, 31-46, nos habla del juicio final y también enseña de las obras o actitudes que se tomarán en cuenta para la salvación o condenación de los hombres: “tuve hambre y me dieron de comer; estuve desnudo y me vistieron; en la cárcel y me visitaron; enfermo y fueron a verme…” Estas actitudes que describe el Maestro de Nazaret es lo que la tradición de la Iglesia ha llamado o calificado como las “obras de misericordia”. Estas obras o actitudes son las que nos darán el pase o no al Reino de los cielos ya que Jesús deja bien claro que cuando actuamos a favor de las personas que están en estas situaciones, lo hacemos con Él. Por eso también en otra parte del evangelio Jesús nos advertirá que si nuestra justicia no es mejor que de la de los fariseos correremos la misma suerte que ellos. El poner en práctica estas obras de misericordia es lo que podríamos entender también como el “ir acumulando un tesoro en el cielo donde los ladrones no pueden robar ni la polilla destruir”.

  El Papa Francisco, como fiel custodio del evangelio y la tradición eclesial, ha insistido en su pontificado sobre este aspecto del auténtico cristianismo. Él mismo ha declarado que el próximo año 2016 sea el año de la misericordia. Nos conduce de esta manera a que fortalezcamos y profundicemos en este aspecto de nuestra fe no nada más en una forma teórica sino y, sobre todo, en la práctica. Debido a esta invitación, el santo padre concedió a todos los sacerdotes la facultad de absolver del pecado del aborto a quien se acerque a la confesión con una actitud de verdadero arrepentimiento y propósito de enmienda.

  Ahora bien, volviendo al título de este escrito, el Papa Francisco ha realizado su décimo viaje pastoral fuera del Vaticano y esta vez volvió a América, específicamente a Cuba y Estados Unidos. Algunas de las pancartas que se utilizaron para promocionar esta visita en suelo cubano fue una que decía “Papa Francisco: el Papa de la misericordia”. Hay que decir aquí que, si bien es cierto que el santo padre es el Papa de la misericordia, lo cierto es también que no es el Papa del permisivismo. Lamentablemente esto es lo que, -principalmente-, los enemigos y detractores de la Iglesia Católica han querido presentar al mundo como la línea del pontificado de Francisco. Esto es un error y una manipulación tanto de la figura del Papa como del pontificado. El Papa no puede ir jamás en contra del evangelio y mucho menos de Jesucristo. El mismo Jesús dijo que Él vino a buscar y salvar al pecador, pero no al pecado. Es al pecador que hay que salvar, pero el pecado se rechaza; es al enfermo que hay que sanar de su enfermedad. Jesús nos reveló que Dios-Padre es el Dios misericordioso, pero no permisivo; Él mismo no lo hizo y esto lo dejó muy claro a sus apóstoles.

  Cuba ha sido un país que ha estado sometido a un régimen de gobierno comunista, dictatorial y por lo tanto represivo, en donde las libertades no existen. Ha pasado el tiempo, más de medio siglo, y las cosas en la isla están tomando otro giro. Recordamos la visita del Papa san Juan Pablo II cuando en una de sus homilías dijo las palabras “que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba”; después el Papa Benedicto XVI,-peregrino de la caridad-, en su discurso de despedida invitó a los cubanos a crear una sociedad solidaria en la que nadie se sienta excluido. Por su parte, el Papa Francisco ha insistido en el mismo escenario en la práctica de la cultura del encuentro. El pueblo cubano ha sufrido mucho y tenemos que aprender a dolernos de su sufrimiento, pero no como algo puramente sentimental, sino más bien con la firme intención de ayudar a esa nación a que siga abriéndose al mundo. Tenemos que comportarnos como verdaderos prójimos de nuestro prójimo, como lo enseñó Jesucristo en la parábola del buen samaritano. No esperemos a que el otro se acerque; acerquémonos primero nosotros como lo hizo Jesucristo. Esto es ser prójimo de mi prójimo; y esto también es lo que ha hecho el Papa Francisco hacia el pueblo cubano.

  Seamos verdaderos creyentes-cristianos misericordiosos; pero rechacemos la permisividad, el libertinaje, la impiedad, la indiferencia, el sin sentido. El Papa Francisco nos sigue dando el ejemplo. Esto no es ideología; es más bien puro evangelio.


martes, 20 de octubre de 2015

Hablemos del pecado: el mal


Ya sabemos que el hombre es un misterio. El hombre es capaz de pensar y reflexionar por todo lo que le rodea, por lo que forma parte de su existencia. Hay un sin número de preguntas que el hombre se hace, como pueden ser ¿Quién soy? ¿Por qué y para que existo? ¿De dónde vengo y a dónde voy? ¿Qué es la felicidad y dónde está? Aquí son fundamentales las respuestas que podemos encontrar en las ciencias humanas, y en especial en la religión. Pero lo cierto es que estas respuestas no son siempre del todo satisfactorias o conclusivas.

  Es por esto que aquí tenemos que pensar en el bien y el mal. Dos realidades que están siempre alrededor del hombre. Si se preguntara a las personas por estas dos realidades, de seguro que las respuestas serían muy variadas y por lo común estarían asociadas al placer y al sufrimiento. Pero serían muy limitadas las mismas ya que olvidarían por lo general su asociación con la dimensión espiritual del ser humano. No nos cabe la menor duda de que el bien y el mal existen, coexisten y se enfrentan. Podríamos decir que son dos caras de una misma moneda. Son inseparables del ser humano y de la historia de la misma humanidad. Son sombra una de la otra, y aunque el hombre busque siempre irse del lado del bien, sabe que el mal le acecha y en cualquier momento hace su entrada porque está siempre al acecho en cada instante de su vida.

  El mal es universal. La humanidad está arropada por problemas de diferentes índole: sociales, culturales, económicos, políticos, religiosos, falta de trabajo, enfermedades, dudas, miedos, guerras, etc. Es un trabajo permanente el que siempre se le esté buscando la vuelta o solución a cada uno de estos problemas, pero lo cierto es también que mientras esto sucede, más problemas aparecen y es una cadena interminable de situaciones calamitosas, y hasta desconocidas. Pensemos por un momento en la situación de los países: ¿Hay alguna nación en el mundo, por más rica y poderosa que sea, que no hayan pobres, donde no sean necesarias las cárceles ni los hospitales? ¿Hay algún país donde no sean necesarias las cerraduras en las puertas ni en los comercios ni los bancos, porque sus ciudadanos son respetuosos y obedientes de sus normas de la propiedad ajena? La vida de los seres humanos es una vida rodeada de problemas, de dolor, de sufrimiento, de limitaciones, etc., que nos lleva a estar en una constante y permanente lucha. Las riquezas, la abundancia no son cosas suficientes para garantizar la felicidad que el ser humano necesita vivir en esta vida, a pesar de que para muchas personas esta es su razón de ser y de su felicidad. El ser humano, por más riqueza material que posea, siempre se dará cuenta de que lleva en su interior un gran vacío. Porque lo cierto es que, aunque las cosas que nos rodean son buenas y son obra de Dios, no hemos sido creados para ellas, sino para “Alguien” que está más allá de esto que nos rodea. Las cosas no son para nosotros un fin en sí mismas, sino un medio para llegar a algo mucho mejor y más pleno.

  La lucha del hombre contra el mal existe desde que este hizo su aparición sobre la tierra. Todos los seres humanos la padecemos, sin importar color, raza, religión. Pero también es cierto que anhelamos borrar su presencia de nuestra existencia; luchamos por ello. Soñamos con una humanidad guiada plenamente por la justicia y la paz, donde todo lo que suene a negativo esté definitivamente ausente. De ahí que encontremos tantos caminos ofertados como los que nos pueden conducir a lograr estas metas de paz y bienestar, felicidad, amor y salud… que todos seamos capaces de alcanzar todos estos anhelos del ser humano. Los partidos políticos y sus miembros nos ofrecen caminos de bienestar aunque sabemos que en la realidad no se da y seguimos votando por ellos; los empresarios nos ofrecen también caminos de cierto bienestar con trabajos y sueldos, pero sabemos que eso tampoco es suficiente para saciar las necesidades más prioritarias de la población. Estos son los primeros que saben que estas ofertas son difíciles, -por no decir inalcanzables-, de lograr. Pero de algo o alguna manera hay que prometer a los demás lo que estos quieren oír y con lo que sueñan.

  No podemos tener un conocimiento profundo del mal, si no somos capaces de adentrarnos hasta su raíz. Muchas veces este conocimiento lo hacemos con miedo. ¿De dónde procede el mal? ¿Cómo se origino? ¿Cómo llego al mundo? ¿Quién lo tajo? Este conocimiento es necesario y hasta obligatorio si se quiere hacer frente a esta realidad que nos rodea. ¿Puede el hombre encontrar las respuestas al mal por sus propias fuerzas, por sus propios medios? Esto es algo que nos tenemos que preguntar seriamente.

miércoles, 14 de octubre de 2015

Muchos siguen sin entender...


“Pero él les dijo: No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha concedido. Hay eunucos que nacieron así desde el seno materno, otros fueron hechos tales por los hombres y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender que entienda.” (Mt 19,11-12).



  Una de las cosas que siempre se nos cuestiona a los sacerdotes y hasta en ocasiones  se nos estruja en la cara, es señalarnos el por qué hablamos de temas o realidades que no estamos viviendo, por ejemplo: por qué hablamos del matrimonio si no estamos casados; por qué hablamos de los hijos si no tenemos hijos; por qué hablamos del noviazgo si no tenemos novia; por qué hablamos del divorcio si nunca hemos pasado por ello, etc. Por un lado se podría decir que los que hacen este tipo de señalamientos tienen razón. Pero no es así. Lo primero que hay que tener en cuenta es que los sacerdotes no somos extraterrestres; no somos unos seres extraños, aunque a veces se nos mira así. Somos seres humanos como cualquiera de los demás mortales y por lo tanto estamos sometidos a las situaciones y realidades de cualquier ser humano. Si estos señalamientos fueran ciertos, entonces habría que aplicárselo también a los siquiatras y psicólogos, ya que ellos tratan situaciones de las personas que nunca han experimentado.  En la carta a los Hebreos leemos: “Porque todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y está constituido en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Es capaz de comprender a ignorantes y extraviados, porque está también él envuelto en flaquezas. Y a causa de la misma debe de ofrecer por sus propios pecados lo mismo que por los del pueblo. (5, 1-3).

  Vemos aquí, en el texto citado, que el autor sagrado nos hace la salvedad de la condición humana del sacerdote. Dios- Padre, por mediación de su Hijo, no quiso delegar esta función sacerdotal en otros seres que no fuera el mismo hombre. ¿Quién más, si no el mismo hombre, puede comprender las limitaciones y carencias de sus semejantes? Podríamos plantearnos esta pregunta: ¿Por qué Cristo nos entiende a nosotros los seres humanos en nuestras limitaciones, faltas, alegrías, tristezas, angustias, dudas, etc.? Pues por la simple, sencilla y profunda razón de que él asumió nuestra condición humana: “se asemejó en todo a nosotros, menos en el pecado”, nos dice san Pablo.  Hay un principio teológico que dice “lo que no se asume no puede ser redimido”. Es decir, para que nosotros, hombres y mujeres, pudiéramos ser redimidos del pecado, Cristo tuvo que asumir nuestra condición humana para que así pudiera experimentar todo lo que vivimos. Por eso en los evangelios se nos presenta a Jesús viviendo en carne propia todas las situaciones por las que pasamos nosotros (tristeza, traición, duda, enojo, cansancio, gozo, etc.), y desde ahí ofrecernos liberación, sanación y salvación.

  Entonces, con respecto al sacerdote hay que decir que los mismos, aunque no estemos casados con una mujer, sí venimos de un matrimonio: nacimos, nos criamos, crecemos dentro de un matrimonio; tenemos hermanos de sangre, por lo tanto, somos parte de una familia; la gran mayoría hemos experimentado o vivido relaciones de pareja y hasta con planes de matrimonio muchos, y  hemos descartado esta opción de vida por el llamado que hemos experimentado de parte de Cristo al ministerio sacerdotal. Los sacerdotes servimos de guía y consejeros de nuestros padres y hermanos, ya sea en sus relaciones de pareja y matrimonial, y también en lo personal y laboral. Es decir, los sacerdotes, más que hablar de cosas que aprendemos en los libros, hablamos -y nuestros juicios se fundamentan-, de la experiencia que hemos acumulado en la vida.

  Otro punto con respecto a este tema es que los sacerdotes hablamos de estas realidades porque aquellos que están llamados a hacerlo, es decir, los laicos, muchos no lo hacen ya sea por miedo o por un falso respeto humano. Mientras esa actitud siga así los sacerdotes seguiremos hablando porque si callamos, hablarán las piedras.

  Creo que más que reclamarnos el que hablemos de estos temas, lo mejor es que nos ayuden a vivir la opción de vida que hemos elegido. Que recen a Dios para que los sacerdotes que ya estamos seamos buenos y santos y rezar por los que vienen detrás para que sean buenos y santos sacerdotes. El sacerdote no es una persona extraña o extraterrestre que vive desentendido de este mundo. Es todo lo contrario. La frase del dramaturgo romano Terencio “soy hombre, nada humano me es ajeno”; deja bien claro esto que queremos ser y hacer los sacerdotes, porque si no estaremos traicionando la enseñanza y mandatos de Cristo. Primero tenemos que agradar y obedecer a Dios antes que a los hombres, puesto que toda autoridad viene de Dios (San Pablo). No podemos callar ni ocultar la verdad que se nos ha sido revelada en y por Jesucristo. La voz de los sacerdotes tiene y debe de ser una voz profética en medio de este mundo plagado cada vez más de mentiras y oscuridad.

  Pidámosle al Espíritu Santo que nos dé sabiduría para poder entender, aceptar y practicar esta verdad revelada por Cristo para nuestra salvación. La palabra de Dios no es complicada, pero sí difícil de entender y por eso mismo Cristo nos prometió el Espíritu Santo para que nos guiara en este caminar hacia la casa de Dios-Padre.



Bendiciones.






martes, 6 de octubre de 2015

La experiencia del perdón


“Amen a sus enemigos… y serán hijos del Altísimo porque Él es benévolo con los ingratos y los malvados” (Lc 6.35).



  El apóstol es un enviado de Dios. De hecho, la misma palabra apóstol significa “enviado”. Jesús envía a sus discípulos a que hagan lo mismo que Él hizo y enseñó. Los envió a predicar el evangelio de la vida, de la misericordia, del perdón. El apóstol no es un juez, sino un mensajero de Cristo que su única misión es la misma que la de su Maestro, que no vino a buscar a los justos sino a los pecadores. Siendo esto así, de ahí se deduce que una de las tareas del apóstol de Cristo es precisamente ser medio, canal, instrumento de la misericordia y el perdón de Dios. Dios ama a todos por igual, por lo tanto, el apóstol de Cristo también tiene que ser un hombre de amor cristiano, recordando el mandamiento de Dios de que debemos amarnos unos a otros como Él nos ha amado. El amor de Dios es el amor capaz de perdonar no importa el color del pecado o la ofensa cometida, si hay verdadero arrepentimiento. Dios ama al hombre pecador de un modo gratuito e incondicional. Pero el hombre pecador tiene que saber corresponder de igual manera a este amor divino; este amor divino es un amor transformador.

  Sabemos, por lo que leemos en las Sagradas Escrituras, que el amor de Dios es donación para todos los seres humanos, y no es exclusivo de nadie en particular ni de ningún grupo. Por esto mismo es que hemos dicho más arriba que el amor de Dios es el amor que nos lleva a amar a nuestros enemigos. Esta es la radicalidad del evangelio y es también lo particular de nuestra fe cristiana. En esto se debe enfocar todo fiel cristiano, si es que quiere ser en verdad discípulo/a de Cristo. Esta es y debe de ser siempre la principal característica del apóstol de Cristo, de sus sacerdotes. El Papa Francisco nos ha insistido en esta actitud desde el inicio de su pontificado, y él es el primero que nos ha dado y sigue dando el ejemplo. Cristo murió por todos en la cruz para que por su Resurrección triunfáramos todos. La muerte de Cristo en la cruz es muerte nuestra al pecado, y  la Resurrección de Cristo es triunfo nuestro a la vida.

  Esto es lo que debe de anunciar el apóstol de Cristo. Pero debe hacerlo desde su experiencia personal de un encuentro vivo con Cristo, un encuentro transformador. A esto es lo que el Papa Francisco nos invita: a que renovemos día a día nuestro encuentro con Cristo. Un encuentro en el cual el apóstol experimenta profundamente el perdón de Dios por medio de su gracia santificante, para que así la pueda transmitir a los demás. El Papa Francisco, consciente de esta dimensión de la gracia de Dios, ha dedicado el próximo año a la vivencia de la misericordia y como una marcada manifestación de ésta, nos invita a la experiencia del perdón en todas sus dimensiones. El apóstol, el sacerdote debe de ser de esta manera el enviado del perdón divino, el administrador de la gracia, misericordia y perdón de Dios. Pero él también debe de experimentar el perdón de Dios. No es algo extraño que anunciará, sino una experiencia transformadora y profunda de la presencia de Dios en su vida. El sacerdote es el primero que debe sentirse amado, perdonado y salvado por su Señor y Maestro.

  Esta fue la experiencia del apóstol Pablo: “Es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo. Y si encontré misericordia fue para que en mí primeramente manifestase Jesucristo toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que hubieran de crecer en Él para obtener la vida eterna” (1Tm 1,15-16). Así entonces, vemos que el mismo Pablo es, en su misma experiencia personal, signo vivo de la magnanimidad de Dios. Él se reconoce así siempre un pecador perdonado.

  Podemos concluir citando las palabras del P. Ariel David Busso: “No hay hombre o mujer que lleve más razón que aquel que es capaz de perdonar sin pedir nada en cambio… El perdón que reclama lo suyo hiere. Y sus heridas suelen ser más profundas que el no perdonar”.



Bendiciones.


martes, 15 de septiembre de 2015

Hablemos del pecado (1a. parte)


Hay una cosa que es cierta, en nuestros días ya casi no se habla de pecado o, nadie o casi nadie le gusta oír esa palabra porque quizá parece algo desfasada o fuera de moda, etc. Es muy poca la reflexión que se hace de la misma o del mismo; de sus efectos devastadores  que causa en las personas y en la sociedad. Por supuesto que esto debe de hacernos entender que no significa que no exista el pecado. Se le puede llamar de cualquier otra forma, pero sea como sea que se le prefiera llamar, lo cierto es que existe. Es un mal que siempre ha estado y seguirá estando presente en la humanidad. Nadie se escapa de él.

  Al pecado no se le puede tratar con paños tibios. No se le puede andar con rodeos. Hay que ser incisivos, sin piedad ni miramientos. Es como dice el dicho popular “al pan pan y al vino vino”. Al pecado hay que tratarlo como lo que es, hay que llamarlo tal cual: como  el mal que destruye al hombre y a la sociedad. No podemos ser condescendientes con él, porque él no lo es. No podemos ser o actuar con prudencia ante él, porque él no lo hace.

  Pensemos, por ejemplo, en la generación de ahora. A la gente de este tiempo, principalmente a los jóvenes, no le gusta oír o escuchar la palabra “pecado”. Lo cierto es que en muchos de ellos cuando escuchan esta palabra lo que les provoca es risa y burla. Pienso en la “santidad”: ¿Por qué cuando escuchamos esta palabra lo que provoca en muchos es risa y burla? La respuesta salta a la vista: porque no han entendido su real y verdadero significado. Esto mismo se lo podemos aplicar al pecado: es cierto que muchos de nosotros todavía no hemos entendido el real significado del pecado.  Ante esta realidad hay que preguntarnos: ¿Qué hemos hecho o estamos haciendo los cristianos para ayudar a la comprensión, desde nuestra realidad o estado de vida, del pecado? Porque es cierto que a los creyentes en Cristo también nos arropa y abruma el espíritu del mundo; a muchos también nos tienen esclavizados las fascinaciones y pompas del mundo; esto muchas veces lo que provoca en nosotros es la huida o escapatoria porque no queremos enfrentarnos a este “monstruo”; a veces caemos o somos víctima de un silencio culpable frente al pecado. Recordemos que por eso es que Cristo nos puso como “luz para el mundo”. Pero si nosotros somos los primeros que no estamos iluminados, ¿cómo podremos iluminar a los demás?

  Ciertamente que esta no es la solución a tan grave problema, como lo es el pecado. Tenemos que proclamar con más fuerza que Cristo está vivo, que ha resucitado para ser Señor de vivos y muertos (Rm 14,9); que Dios es un Dios de vivos y no de muertos, y que por eso todos nosotros estamos vivos para Dios. Cristo mandó a sus discípulos, y por ende a su Iglesia, a predicar el evangelio de salvación a toda criatura. Pero también les prometió la fuerza de lo alto, el Espíritu Santo. Él cumplió con lo prometido para que nosotros cumpliéramos con lo mandado. Este mandato durará toda la vida hasta que esto termine, ¿Cuándo será este fin? Nadie lo sabe, ni siquiera el Hijo del hombre ni los ángeles del cielo. Sólo el Padre celestial. Esta proclamación de esta buena noticia de liberación, sanación y salvación no tiene pausa ni tregua alguna, porque el pecado no las da ni cede un ápice en su embestida contra la humanidad.

  El pecado está ahí; nos acompaña como un enemigo silente pero efectivo y dañino a la vez, porque ese es su fin y su cometido: hacer daño a la relación nuestra con el Dios Todopoderoso y dador de vida. El pecado es como si fuera nuestra sombra, no nos abandona, va con nosotros a todas partes; y si se retira lo hace hasta la ocasión en que vea que es bueno volver al ataque, como lo hizo con Jesús después de haber sido vencido en el desierto. Cristo no sólo fue tentado en esa ocasión, sino que toda su vida, todo su ministerio, toda su misión la tuvo que recorrer en medio de las tentaciones hasta el último aliento de de su vida en este mundo. El triunfo de Cristo ante el pecado, es también nuestro triunfo. Él mismo nos dijo que si él ha vencido el mundo, nosotros también lo podremos vencer, con la única condición de que tendremos que ir todos hacia Él, porque sin Él nada podremos hacer. Y en cuanto al pecado, a enfrentar el pecado y sus consecuencias, es mucho lo que tenemos que luchar.





Bendiciones.

Jesus "es" la vida


“…Yo he venido para que tengan vida y la tenga en abundancia” (Jn 10,10).

  Por último, nos toca reflexionar sobre esta tercera categoría que Cristo mismo se aplica a su persona. Si Cristo Jesús es la Vida para nosotros, es porque antes de Él el hombre vivía atado o dominado por la muerte. Cristo es el centro de los corazones y de todos los espíritus que anhelan vivir la bondad y el amor.  Cristo es la Vida, porque desde ahora hace participar a los seres humanos en la comunión con el Dios vivo.

  No se ama sino aquello que se conoce bien. Por eso es necesario que tengamos la vida de Cristo en la cabeza y en el corazón, de modo que, en cualquier momento, sin necesidad de ningún libro, cerrando los ojos, podamos contemplarla como en una película; de forma que, en las diversas situaciones de nuestra conducta, acudan a la memoria los hechos y palabras del Señor (Francisco Fernández Carvajal). Así nos sentiremos metidos en su vida. Porque no se trata solo de pensar en Jesús, de representarnos aquellas escenas. Hemos de meternos de lleno en ellas, ser actores.

  El resumen de nuestra fe es precisamente este: Cristo está vivo. Esa es la vida que celebramos, anunciamos y defendemos. Creemos en el Dios que está vivo y quiere que nosotros también vivamos. Para esto nos ha creado y nos ha enviado a su Hijo unigénito: para que todo el que crea en Él se salve y llegue al conocimiento de la Verdad. El mensaje central de la predicación cristiana no puede ser otro. Es cuestión de decidirnos a llevar el mensaje de vida, salvación, amor, liberación, justicia; y no el de muerte, condenación, odio, esclavitud y  sufrimiento.

  Vivimos en un mundo que está cada vez mas hundido en la muerte. Esto es lo que propaga a los cuatro vientos. Hoy la tendencia es a fomentar y legalizar lo que el Papa san Juan Pablo II denunció como la “cultura de la muerte”: aborto, eutanasia, uniones homosexuales, adopciones por estas parejas, etc. Esta es parte de las grandes tinieblas que envuelve al mundo, a la humanidad. La vida hoy más que nunca experimenta innumerables y graves amenazas. Esto nos puede llevar a sentirnos con una gran impotencia: el bien nunca tendrá la fuerza para acabar con el mal. Pero este es el momento en que el pueblo de Dios, y en él cada creyente, estamos llamados a profesar, con humildad y valentía, la propia fe en Jesucristo, Palabra de vida (1Jn 1,1). El evangelio de la vida no es una mera reflexión, aunque original y profunda, sobre la vida humana; ni solo un mandamiento  destinado a sensibilizar la conciencia y a causar cambios significativos en la sociedad. El evangelio de la vida es una realidad concreta y personal, que consiste en el anuncio mismo de la persona de Jesús, el cual se presenta al apóstol Tomás y a los demás como “el camino, la verdad y la vida”. Verdad que le fue comunicada y revelada a Martha y a María cuando murió su hermano Lázaro: “yo soy la resurrección y la vida…el que cree en mí, nunca morirá”.

  En Cristo se anuncia definitivamente y se da plenamente aquel evangelio de la vida que, anticipado ya en la revelación del Antiguo Testamento, resuena en cada conciencia desde el principio, es decir, desde la misma creación.

  En Jesús, Palabra de vida, se anuncia y se comunica la vida divina y eterna. Gracias a este anuncio y este don, la vida física y espiritual del hombre, incluida su etapa terrena, encuentra plenitud de valor y significado: la vida divina y eterna es el fin al que esta orientado y llamado el hombre que vive en este mundo. El evangelio de la vida abarca así todo lo que la misma experiencia y la razón humana dicen sobre el valor de la vida, lo acoge, lo eleva y lo lleva a término.

  Podemos concluir que, fuera de Cristo no hay más que error, sombras, muerte. Tenemos que procurar conocer bien a Jesucristo para seguirlo, imitando su vida, y para merecer de esta manera la vida eterna del cielo.


martes, 8 de septiembre de 2015

Espiritualidad para un mundo desespiritualizado7: el arte de vivir


“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos; bienaventurados los afligidos, porque serán consolados; bienaventurados los mansos, porque heredarán la tierra;… bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque a ellos pertenece el reino de Dios. Dichosos serán ustedes cuando los insulten, los persigan, cuando digan mintiendo todo mal contra ustedes, por causa mía. Gócense y alégrense, porque su recompensa será grande en los cielos…” (Mt 5,3-12).

Jesús es el maestro de la sabiduría que nos muestra el camino para que nuestra vida sea plena. Jesús tiene una visión clara y profunda del mundo, y la esboza en este famoso sermón de la montaña, que también lo expresa el evangelista Lucas. Pero este esbozo lo hace con mucha sabiduría como lo harían también los grandes filósofos y otros fundadores de otras religiones y culturas. Los evangelistas nos presentan de esta forma a Jesús como un “líder para la vida, o como el consejero para una vida plena”.

Para los evangelistas, en la persona de Jesús se manifiesta la verdadera justicia; esa justicia que para los grandes sabios griegos es el fundamento de una vida noble. Para el evangelista Lucas, “Jesús es el maestro de la sabiduría y el consejero para una vida exitosa y sana” (Anselm Grün). Pero a Jesús lo que le da fuerza a sus palabras es precisamente sus actitudes: pone en práctica lo que dice. Esto es lo realmente admirable en la persona de Jesús según Lucas. Y por lo tanto es el ejemplo que debemos de seguir. Jesús nos enseña con sus actitudes de vida que se puede ser buena persona en un mundo que está permeado por acciones hostiles, que puede llegar a tener poder sobre nosotros y hasta llegar a dominarnos; por esto mismo es que el Señor dijo “no teman a los que matan el cuerpo y no el alma; teman más bien a aquel que puede perder alma y cuerpo en la gehena” (Mt 10,28). La espiritualidad cristiana es un arte que nos ayuda a vivir una vida plena. Esto lo entendieron profundamente Jesús, Mateo y Lucas y así sus seguidores se empeñaron en poner en práctica estas enseñanzas del Maestro.

¿Y qué pasa con la espiritualidad vivida desde el trabajo? Es de muchos conocido la famosa frase “ora et labora” (ora y trabaja). La oración debe de hacer fecundo nuestro trabajo. Jesús, el Maestro, tenía esta perspectiva de la espiritualidad bien clara. De hecho, el mismo Jesús exaltó la importancia del trabajo cuando dijo “mi Padre siempre trabaja, por lo tanto yo también trabajo”. Una de las grandes enseñanzas que todos los cristianos debemos de aprender es hacer de nuestro trabajo una verdadera y permanente oración. Esto agrada a Dios. Hacer el trabajo desde esta perspectiva es entregarnos a Dios. Asumir el trabajo desde la oración es experimentar la verdadera libertad y realizar las actividades con un ánimo diferente. El trabajo nos permite estar en manifestación constante de paz, amabilidad, ayuda, humildad, etc. Pero si estas cualidades del trabajo no las asumimos desde nuestra espiritualidad, será muy poco o casi nada lo que podamos lograr perfeccionarnos en este terreno humano. Es que en todo tenemos que glorificar a Dios. El apóstol Pablo nos dice: “ya coman, ya beban, o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios” (1Cor 10,31).

San Benito nos participa en su famosa Regla las tres actitudes principales para un trabajo exitoso. Si estas son visibles en el trabajo, estaremos glorificando a Dios, a saber: la humildad, que es la virtud que nos ayuda a no presumir de lo que no podemos; la segunda actitud es la de no permitir ningún engaño, que significa no vender nuestro trabajo por más de lo que vale; y la tercera actitud es estar libres del vicio de la codicia, que es la virtud que nos ayuda a ofrecer o vender las cosas más baratas de lo que pueden ser entregadas por personas mundanas; y así se estará glorificando en todo a Dios.

Como vemos, la espiritualidad no es algo ajeno al mundo. Ya lo dijimos: no nos aparta de la realidad, sino todo lo contrario. La espiritualidad hace que nuestra vida tenga sentido y nos permite encontrarnos a nosotros mismos y nos dirige hacia los demás. La espiritualidad nos lleva a entregarnos a los demás en una actitud de amor, tal y como lo puso en práctica el Hijo de Dios cuando dijo: “no hay amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Esta es nuestra tarea.

Bendiciones.

Jesús "es" la verdad...


“Y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn 8,32).

  Todo hombre y mujer de buena voluntad busca la verdad, la esencia de la existencia, el por qué de las cosas y de los eventos y acontecimientos en el mundo que conocemos y en el que desconocemos, y nos queda un camino que queremos encontrar; el camino de la verdad, que nadie nos engañe y que la información que recibamos sea de la fuente verdadera. Hay quienes afirman que la verdad no es una ciencia, no es una religión, tampoco es una filosofía ni una información. La verdad es el ser más maravilloso que existe: la Verdad es Cristo. Por esto la palabra de Cristo es la esencia del evangelio. La palabra de Dios es la verdad, es lo que Es. De aquí se deriva el que sea tan importante y esencial para nosotros el que nos acerquemos al evangelio con un deseo grande de conocer la Verdad, para poder amarla y, amándola, darla a conocer.

  Ya hemos dicho que Jesús es el camino, y las categorías “verdad y vida”, completan la presentación de la persona de Jesús. Jesús “es la Verdad” porque es la perfecta revelación del Padre, del que todas las cosas provienen y en el que todo encuentra su consistencia y su autenticidad. Es la Verdad, porque en medio de tanta mentira y falsedad que nos rodea, es una verdadera tranquilidad saber que se está en la verdad que nunca cambia. Es la Verdad inmutable.

  Una vez más vemos aquí que Jesús se nos presenta como la Verdad. No dice que es una verdad, sino la Verdad. En el mundo hay mucha mentira, en medio de ella surge la verdad: “la verdad vino a los suyos, y los suyos no la recibieron porque prefirieron mejor seguir viviendo en las tinieblas”, nos dice el evangelista san Juan. La verdad de Cristo Jesús viene a iluminar nuestras tinieblas, nuestros errores, nuestras mentiras; es decir, la verdad es para iluminar la tiniebla no para taparla. La verdad viene a destruir en nosotros todo aquello que es mentira, todo aquello que nos esclaviza, y que nos arrastra al pecado y a la muerte.

  Conocer la verdad que es Cristo Jesús, nos lleva a nosotros a saber la razón de nuestra vida y de todas las demás cosas. Tenemos que ser santificados en la verdad, y la Palabra de Dios es la Verdad. Ser santificados en la Verdad es ser conducidos en el conocimiento del Hijo de Dios y a la vez es conocer al mismo Dios. La verdad de Cristo no libera, nos sana, nos salva, mientras que seguir en la mentira nos esclaviza, nos enferma, nos condena, nos mata.

  El Papa Francisco ha hecho referencia a esta verdad revelada: “marcados por el relativismo, en lo que parece que no hay nada definitivo, es necesario que los hombres se pregunten qué es la verdad, que es Cristo –afirmó.” Debemos ser cristianos a tiempo completo, no a medias. Si Cristo dijo que es la verdad que nos hace libres, es porque entonces hay mentiras que, disfrazadas de verdad, nos esclavizan. La Verdad que es Cristo no es relativa. Es la Verdad plena, absoluta, aunque esto muchos no lo compartan. Para poder llegar o acceder a este Verdad, necesitamos la ayuda del Espíritu Santo: porque es él el que guía a la Iglesia y a los fieles hacia la Verdad plena (Papa Francisco).

  Vivimos en un mundo que cada vez más se aparta de esta Verdad para vivir en su propia verdad: es la verdad del relativismo. Un mundo en el cual todo dependerá del color con el cristal con que se mire. El Papa Benedicto XVI ya había denunciado que el mundo de hoy ha pasado a vivir en lo que él denunció como la “dictadura del relativismo”, que ya no es que las cosas dependerán del color con el cristal que se miren, sino que ahora es que el que ose llevar la contraria será eliminado.

  El apóstol san Juan dirigiéndose a su amigo Gayo, dice que le ama en la Verdad. Y le pide a Dios para que prospere y que goce de buena salud, así como prospera su alma. Y que se alegra con la noticia de su permanencia en la Verdad, de cómo camina en ella. Por eso, no hay mayor alegría para él que oír de sus hijos que caminan en la Verdad. El apóstol denuncia también a todos aquellos que, por el contrario, por no caminar en la Verdad, se han extraviado y han extraviado a muchos sembrando en sus corazones divisiones y cizañas, y de cómo esto ha provocado altercados en la misma comunidad cristiana. La Verdad ya no es, para el cristiano, una pura relación lógica o un abstracto conocimiento intelectual, sino una relación personal con Dios en la persona de Cristo, imagen del Padre. Si queremos ser verdaderos discípulos de Cristo, fortalezcamos, profundicemos y proclamemos la única Verdad que nos hace libres: verdaderos hijos e hijas de Dios.

jueves, 23 de julio de 2015

Espiritualidad para un mundo desespiritualizado6: dimensiones de la espiritualidad.


Si nuestra espiritualidad no es fecunda; si no es capaz de transformar nuestro entorno, entonces no es verdadera espiritualidad. Podemos decir que la espiritualidad es una manera profunda de vivir la vida. Como ya hemos dicho en otros escritos anteriores, la espiritualidad no nos aparta de la realidad. Por lo tanto, la verdadera espiritualidad tiene que hacer fecunda nuestra vida para el mundo en todos los sentidos. De ahí que el mismo Jesús sea el que haya dicho que “él es la vid verdadera y nosotros los sarmientos, pues el que permanece en él da mucho fruto” (Jn 15,5). Si queremos que nuestra vida sea fecunda según el Espíritu, tenemos que entablar una relación íntima con Jesús.

Un aspecto importante de la espiritualidad es el seguimiento de Jesús. Seguir a Jesús es tratar de caminar como él  caminó la vida, haciendo el bien, curando a los enfermos, amando a los enemigos, sirviendo a todos como él sirvió, proclamar a todos el evangelio y practicar la misericordia. Seguir a Jesús es ser anunciadores y portadores de su paz y de reconciliación en una humanidad herida por el pecado. La verdadera espiritualidad nos compromete con el mundo en que vivimos; nos tiene que hacer capaces de hacer de este mundo un mundo cada vez mejor. Esto implica una vivencia en la vida diaria con una dimensión ética. La verdadera espiritualidad es forjadora de la conducta de los hombres y mujeres.

¿Quién es el forjador de nuestra espiritualidad? El Espíritu Santo, pero también está forjada por nuestra relación personal e íntima con Jesús. Esta dimensión personal espiritual tiene que verse reflejada también en nuestra relación con los demás. Esto es testimonio. Recordemos que nuestra relación es con un Dios que es persona. El Hijo de Dios no se disfrazó de ser humano, sino que se encarnó en el ser humano y así se hizo uno de nosotros y uno con nosotros. Si nuestra relación con Dios es buena y edificante, pues deberá de ser igual con los demás, porque: “todo lo que hagan al más pequeño de mis hermanos, me  lo hacen a mi” (Mt 25,40). La verdadera espiritualidad nos conduce a la solidaridad y al compromiso con los demás: “porque tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me fueron a ver” (Mt 25,35ss).

Otra dimensión de la verdadera espiritualidad es que la relación personal con Jesucristo se manifiesta en una comunidad nueva de los discípulos. Ya el evangelista Lucas nos ilustra sobre este punto cuando nos hace ver lo esencial de la primera comunidad cristiana: “perseveraban unánimes en el templo día tras día, y partiendo el pan casa por casa, participaban de la comida con alegría y con sencillez de corazón, alabando a Dios y teniendo el favor de todo el pueblo” (Hc 2,46ss). Aquí cabe la pregunta entonces: ¿Qué tanto están siendo nuestras comunidades imagen de esta primera comunidad cristiana? ¿Por qué hoy nuestras comunidades ya no son tan atractivas para muchas  personas?

Por último, no podemos dejar de hablar de la dimensión reconciliadora de la espiritualidad. El apóstol Pablo nos dice que el Señor “nos dio el ministerio de la reconciliación” (2Cor 5,18). La reconciliación no es solo para ser proclamada, sino sobre todo, para ser vivida, testimoniada dentro y fuera de la comunidad. Pero para que esto sea posible, primero tenemos que reconciliarnos con nosotros mismos, porque nadie da lo que no tiene. Esta reconciliación pasa por la experiencia de la cruz, tal y como lo enseñó e hizo el maestro: “no podemos mirar a la cruz de Jesús sin reconciliarnos con las personas con las cuales estamos en disputa o que rechazamos porque transitan otro camino” (Anselm Grün).

No se trata de ser o convertirnos en jueces o acusadores de los demás, porque todos tenemos siempre algo de lo cual purificarnos. Dios no nos ha puesto como jueces de nadie. El real y definitivo juicio le corresponde únicamente a Él: “Sólo un lenguaje que renuncia a evaluar y juzgar puede tener un efecto reconciliador” (Anselm Grün). El mismo Señor nos dio enseñanza de cómo tiene que ser nuestra actitud hacia los demás, cuando dijo que debemos de amar a nuestros enemigos (Mt 5,44), ante un mundo en el que impera todavía la ley del talión del “ojo por ojo y diente por diente”; un mundo vengativo y rencoroso, un mundo cada vez más violento; y lo que es inaceptable es que muchas de estas atrocidades se ejercen en nombre de la religión. Por eso es que nuestra espiritualidad cristiana es reconciliadora porque se fundamenta en el Dios del amor, la misericordia y la paz.

Jesús "es" el camino...


“Y el lugar a donde yo voy, ustedes ya saben el camino…” (Jn 14,6)

  Jesús es el camino en cuanto que revela al Padre, nos da a conocer el camino que nos conduce al Padre: Él mismo es el único acceso al Padre. Es el camino porque nos mereció la gracia que nos hace hijos de Dios y herederos del cielo y Él con su mensaje y con su ejemplo nos enseña el camino que hemos de seguir para llegar al cielo. Nadie se ha atrevido a hacer las afirmaciones que Él hizo; en boca de otros serían una insensatez; en boca de Jesús son un verdadero consuelo. Él es la ruta que Dios nos ha trazado, por ella andamos seguros.

  Nuestra vida por este mundo es precisamente un retorno al Padre, es un camino que hay que recorrer. Este retorno al Padre no lo podemos hacer de cualquier manera, sino a la manera como Jesús mismo nos lo reveló. Para llegar al Padre no podemos dar un salto y pensar en librarnos de las contrariedades de la vida sin más; es necesario e indispensable caminar, recorrer el sendero marcado. Recorrer el camino nos implica siempre esfuerzo, cansancio, fatiga, sacrificio, perseverancia, etc.; pero ahí está siempre Jesús que, como  buen cirineo, nos ayuda para aligerarnos la carga pesada que llevamos. Jesús camina con nosotros; fue su promesa de que estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,20).

  Es importante saber, y también esto es parte del discernimiento espiritual, que caminos hay muchos, así como senderos; pero uno solo es el verdadero, es el correcto. Fijémonos también que cuando Jesús hizo la afirmación dijo bien claro que “es” el camino para llegar al Padre, no dijo que Él era “uno” de los caminos. Pero también hay otro elemento que se une a esta afirmación de Jesús de que es el camino para llegar al Padre, y es cuando Él dijo: “yo soy la puerta, si alguno entra por Mí, será salvo; podrá ir y venir y hallará pastos” (Jn 10,9). Como vemos, el camino que es Él mismo termina o nos conduce a la puerta que nos da entrada al Reino de Dios-Padre. Aquí hay que resaltar que Jesús dijo que “es” la puerta y no una puerta. También nos advirtió con respecto a las otras puertas que el que entra por alguna de ellas, se introduce a su perdición: muchos entran por éstas porque no hay que esforzarse ni sacrificarse, a diferencia de la puerta estrecha que es la que nos exige todo esto pero que sí nos conduce a nuestra salvación.

  Ese camino que Jesús nos habla no es un camino desconocido o escondido. Es ya el camino revelado y que solamente nos tenemos que decidir a recorrer tal como Él mismo nos lo enseñó. Pero ¿cuál es esa forma de recorrer el camino revelado por Jesús para nuestra salvación? Lo podemos resumir con aquellas palabras dichas por Él mismo: “todo el que escucha mis palabras y las pone en práctica, ese se salvará…” y también: “… felices más bien los que escuchan la palabra de Dios y la conservan” (Lc 11,28). Este “conservar” hay que entenderlo como practicar. Jesús siempre nos insiste en esto, porque no todo el que le diga “Señor, Señor…se salvará”.

  Recorrer el camino que Jesús nos ha marcado para llegar al Padre es asumir nuestra cruz de cada día, con todo y lo pesada que es o sea. Siempre tenemos la tentación de abandonar la cruz, pero esto es una condición “sine qua no”, es decir, sin la cual nadie puede acceder al Padre Dios. El camino que tenemos que recorrer no es todo él color de rosas, es un camino con sus distintos relieves: un trayecto será color de rosa, otro será de espinas, otro será entre rocas, otro será inclinado, otro será con alguna pendiente muy pronunciada, otro será con curvas, otro será un trayecto recto, etc. En el camino a recorrer sentiremos el cansancio, como es lógico, el cansancio físico y espiritual. Pero ahí está siempre Jesús para ofrecernos su ayuda. Él mismo dijo: “vengan a mí los que se sientan cansados y agobiados, que yo los aliviaré. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mt 11,28).

  Jesús “es” el camino. No hay ningún engaño en estas palabras suyas. Él mismo dijo que se iría al Padre a prepararnos una habitación porque es su voluntad que donde Él está estemos también todos los que creamos en Él (Jn 4,6). Su regreso y presencia con el Padre Dios es ya nuestro triunfo y allí nos espera; unos ya están gozando de la eternidad con Él en su Reino, otros iremos detrás, pero debemos de tener mucho cuidado en no perder el camino. Tenemos que conocer este camino porque en conocer a Jesús está también el que conozcamos al Padre, puesto que de Él somos y a El regresamos.

 

martes, 9 de junio de 2015

Espiritualidad para un mundo desespiritualizado5: Efectos de una espiritualidad encarnada.


Una idea que debemos de tener bien clara es que la espiritualidad no es un camino para recorrerlo fuera de nuestra vida cotidiana. Es, más bien, un camino para recorrerlo dentro de ella. La espiritualidad no nos conduce fuera del fuego, sino más bien nos ayuda a caminar dentro del fuego. Nos ayuda a conducirnos dentro de nuestra realidad para que vivamos como personas espirituales y conformemos nuestra comunidad.

La oración tiene que transformar mi vida. Yo no puedo ser una persona orante y a la vez mi vida ser otra cosa. La oración tiene y debe de configurar mi vida: La oración debe de cambiar mi vida; si no, no es verdadera oración. Toda mi práctica espiritual debe de ir transformando mi vida toda: la oración, la eucaristía, los rituales, la meditación, las sagradas escrituras, etc. Todos estos medios de la vida espiritual nos deben de poner en contacto con el don del Espíritu Santo que habita en nosotros. Dejarnos iluminar, guiar por estos medios es lograr que nuestra vida tenga un nuevo sentido; que seamos, como dice el Señor  “luz para el mundo”, ya que nuestra vida es iluminada por la luz de Cristo. Esta fuente que nos proporciona el Espíritu Santo, en palabras de Anselm Grün, produce varios efectos en el que la vive, a saber: esta fuente refresca, sana, fortalece, fecunda y purifica.

Tenemos que abrirnos a Dios: “si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y en él haremos morada” (Jn 14,23); para así conformar nuestra vida toda a partir de Dios, porque: “no todo el que me diga Señor, Señor, entrará en reino de los cielos, mas el que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7,21). Es importante para esto el que seamos capaces de entender y aceptar que en las demás religiones también “hay semillas del verbo”. Debemos de acercarnos con una actitud de diálogo con otras personas que profesan otra religión y también con los que no profesan ninguna creencia. El mejor ejemplo de ello lo tenemos en el mismo Jesús. Los primeros cristianos entendieron en las enseñanzas de su maestro que su mensaje es fascinante para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares, y que vale la pena ser proclamado a todos porque es la plenitud de la vida; además, la salvación es para todos los hombres y mujeres. Pero debemos de tener mucho cuidado en no caer en un sincretismo religioso, es decir, hacer una mezcla de todo. Debemos de tener muy claro qué es lo particular de la fe y espiritualidad cristiana.

Dios vino a nuestro encuentro en la persona de su Hijo Jesucristo. De hecho, Jesús mismo se nos presentó como “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). En Cristo resplandece la verdad de Dios para nosotros. Cristo nos saca de las tinieblas y nos lleva a la luz admirable. Es necesario para todo cristiano entablar una relación con Cristo. No se trata nada más de meditar en su palabra sin más; la meditación de la palabra de Dios tiene que llevarnos a un encuentro vivo con el Dios vivo, porque: “Dios no un Dios de muertos, sino de vivos” (Mt 22,32). El encuentro con Cristo es necesario para así poder cambiar toda nuestra vida. Es necesario acercarnos a Jesús con nuestras limitaciones, defectos, heridas, dudas, con nuestro pecado, con nuestra ceguera…, para poder ser sanados por Él y poder aceptarnos a nosotros mismos y a los demás.

Cristo nos ha dado su Espíritu para poder estar unidos a Él: “reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22). Así su amor es pleno en nosotros y sus dones se manifiestan completamente para fortalecimiento de nuestra fe y de la comunidad. El Espíritu Santo  es el que nos hace exclamar ¡Padre! “Es el que ora en nosotros con gemidos que no se pueden expresar” (Rm 8,26). Pone palabras a las cuales el enemigo no podrá rebatir. El Espíritu Santo es el que nos inunda del amor de Cristo: “ámense los unos a los otros, como  yo les he amado” (Jn 15,17). En definitiva, por el Espíritu Santo, Cristo ha querido configurarnos con él.

Como vemos, la espiritualidad cristiana nos adentra en el mundo. Nos mantiene insertos en nuestra realidad; no nos empuja fuera del mundo, más bien, nos mantiene en él sin ser de él: “ustedes están en el mundo, pero no son del mundo” (Jn 17,15). La espiritualidad cristiana no es nada mas un mero asunto interno-personal, sino también externa. Tiene que ayudarme a transformar mi entorno en una actitud fecunda para el mundo que me rodea.

 

martes, 12 de mayo de 2015

El discípulo: hijo de la Palabra

“Escucharlo todo, olvidar mucho, corregir un poco” (san Juan XXIII).
  Para poder transformarnos en hombres y mujeres nuevos es necesario tener una verdadera intimidad con la Palabra que se predica. No podemos predicar un mensaje ni a un Dios que no conocemos, que no tratamos en la cotidianidad de nuestra intimidad y conversión espiritual. Esa Palabra tiene la característica de transformar la existencia del discípulo en la de su Maestro o, lo que es lo mismo, en la del que lo envía. Así, el discípulo otorga de una manera especial a su vida una orientación fundamental. Recordemos que el evangelio no es solo un libro sin más; es más bien una Persona. San Pablo, en los Hechos de los Apóstoles dice “ahora les encomiendo al Señor y a la Palabra de su Gracia” (2,32). Vemos aquí que san Pablo no confía la Palabra a los discípulos, sino que confía los discípulos a la Palabra. Es decir, antes de encomendar la misión a los discípulos, son ellos quienes son encomendados a la Palabra. Antes de ser portadores, son hijos de ella. Para ser guías en la fe, primero hay de acogerse a ella. Para poder ser salvados por la Palabra, primero tenemos que escucharla y después aceptarla.
  El Señor Jesús dio el mandato a los Apóstoles de anunciar a todos los pueblos el evangelio y bautizarlos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñarles a cumplir todo cuanto Él transmitió. Así, el bautismo es la puerta inevitable de toda la familia de Cristo que ha creído en Él y en sus promesas. Entre las misiones confiadas a los Apóstoles sobresale el encargo de predicar y de curar a los enfermos. Y en la misión confiada a sus discípulos después de la Resurrección se contiene esta promesa: “quienes crean en Él pondrán las manos sobre los enfermos, y éstos sanarán” (Mc 16,18). El discípulo no está al costado del camino sembrando en un terreno ajeno. Siembra en los mismos campos que pisan sus pies y se moja en el mismo rocío que los suyos. San Pablo recuerda a todos que el evangelio es la fuerza de la Iglesia entera y de cada uno: “Tampoco se engañen los unos a los otros. Porque ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus obras, y se revistieron del hombre nuevo, aquel que avanza hacia el conocimiento perfecto, renovándose constantemente según la imagen de su Creador” (Col 3,9-10). Y el Señor Jesús nos recordará al respecto de esto que “sin Él nada podremos hacer” (Jn 15,5).
  Esta gracia santificante es la fuerza que se nos ha sido dada como un don para que por ella y con ella podamos perseverar en el camino de la fe y podamos también amoldar nuestra vida lo más posible al ideal evangélico y ser así luz en medio de la oscuridad. Esta Gracia santificante es la que nos ayudará a perseverar y vencer en las tentaciones y glorificar a Dios en todo momento. Esta Gracia santificante constituye así para todos una llamada y un perseverante trabajo: “Es preciso renunciar a la vida que llevaban, despojándose del hombre viejo, que se va corrompido por la seducción de la concupiscencia, para removerse en lo más íntimo de su espíritu y revestirse del hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la verdadera santidad” (Ef 4,22-24).  Podríamos decir junto a Francisco Fernández-Carvajal: “El Señor quiere a los cristianos corrientes metidos en la entraña de la sociedad, laboriosos en sus tareas, en un trabajo que de ordinario ocupará de la mañana a la noche. Jesús espera de nosotros que, además de mirarle y tratarle en los ratos dedicados expresamente a la oración, no nos olvidemos de Él mientras trabajamos, de la misma manera que no nos olvidamos de las personas que queremos ni de las cosas importantes de nuestra vida”.
  La condición primaria de todo discípulo es que es “fiel”. Ser discípulo no es un privilegio como si ya diera a entender que esta salvado. Tiene que sentirse y experimentarse como un fiel de Cristo, así todos lo que pertenecen al pueblo de Dios reciben el nombre de fieles. Esta es la condición común que la recibimos por nuestro bautismo.

Bendiciones.


  

Espiritualidad para un mundo desespiritualizado4: Las Sagradas Escrituras.

“Tu, en cambio, persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste, teniendo presente de quienes lo aprendiste, y que desde niño conoces las Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena” (2Tm 3,14-17).
  Uno de los elementos esenciales de la vida espiritual cristiana y que de ella no puede jamás prescindir, es la lectura asidua, profunda y meditativa de la palabra de Dios. Esto también es propio de las demás religiones que tienen sus libros sagrados y meditan y reflexionan sus enseñanzas. En el cristianismo de hace unos siglos atrás se había prohibido la lectura de la Biblia a los fieles, y solamente estaba reservada a la interpretación del magisterio eclesial. Lo que se buscaba con esa prohibición era impedir que los fieles, la gente sencilla, no cayeran en interpretaciones erróneas ni manipuladoras de los textos sagrados; pero gracias al Concilio Vaticano II (1965), esta prohibición desapareció y se dio apertura total a la lectura de la Biblia. Los textos bíblicos son leídos de manera primordial en la liturgia, pero también la gente lee los textos bíblicos y medita sobre ellos de manera personal y en grupos de oración; y también tienen acceso a un estudio más profundo de los mismos en lo que se llaman “escuelas de formación bíblica”; todo esto debido, como ya hemos dicho, a la apertura, por parte del Concilio Vaticano II, a la lectura de las Sagradas Escrituras.
  La idea fundamental al leer las Sagradas Escrituras no es convertirse en un experto en memorizar citas bíblicas, sino más bien el profundizar en el mensaje de Dios para nosotros y que de esa manera pueda iluminar nuestra vida de acuerdo a la realidad que estemos viviendo. Jesús dijo: “mis palabras son palabras de vida”; y también: “Las palabras que yo les he dicho, son espíritu y son vida” (Jn 6,63). Por lo tanto, las palabras de Cristo deben llegar al corazón. La palabra de Dios que llega a nuestra mente, deben ser bajadas al corazón para que así nos llenemos del fuego del Espíritu Santo: “Fuego vine a echar sobre la tierra, y cuanto deseo que ya este ardiendo” (Lc 12,49). La palabra de Cristo Jesús es una palabra purificadora: “ustedes ya están purificados por la palabra que yo les anuncié” (Jn 15,3). Pero también la palabra de Dios nos colma de alegría: “Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes y ese gozo sea perfecto” (Jn 15,11). En cada uno de nosotros hay una fuente de gozo, pero muchas veces esa fuente está cubierta por la tristeza.
  La palabra de Dios me ayuda a interpretar el mundo de acuerdo a su voluntad. Dios, por medio de su palabra, nos ayuda a superar y salir de nuestra enfermedad interior causada por el dolor, el sufrimiento… por el pecado. Hay personas que lo primero que hacen al levantarse cada día es acercarse a la palabra de Dios buscando en ellas la luz y la paz que necesita su interior; se encomiendan de esta manera a las manos de Dios para que les guie en todos sus afanes durante todo el día. Se busca también combatir por medio de la palabra de Dios el pesimismo y la negatividad que pueden estar en nuestro interior y que no nos permiten ver la vida con entusiasmo y positivismo. Pero lo que más se busca desde el comienzo del día al ponernos en contacto con la palabra de Dios es su bendición permanente, y que todo lo que haga la persona durante el mismo, esté  bajo la bendición de Dios; que Dios le acompañe y guie cada pensamiento, sobre todo en esos momentos de oscuridad (Slm 23).
  En este aspecto de la lectura de las Sagradas Escrituras, es muy practicado y difundida la “Lectio Divina”: tomar un texto sagrado, orar con él y meditar con él, y descubrir la voluntad de Dios y pedirle su gracia para poder ponerlo en práctica y así su palabra sea luz para nuestros pasos y luz en nuestro sendero. Las palabras de la Biblia son como una luz en nuestro camino de vida. Nos muestran todo lo que vivimos bajo una luz distinta: la luz de Dios. Iluminados por esta luz, podremos entender nuestra vida. Y solo cuando la entendemos podremos aceptarnos a nosotros mismos y a nuestro destino (Anselm Grün).

Bendiciones.



jueves, 16 de abril de 2015

YO SOY CRISTIANO


“Todos los odiarán por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de su cabeza. Con su perseverancia salvarán sus almas” (Lc 21, 17-19).

 

  Es la nuestra una época en la que Cristo necesita hombres y mujeres que sepan estar junto a la cruz, fuertes, audaces, sencillos, trabajadores, sin respetos humanos a la hora de hacer el bien, alegres, que tengan como fundamento de sus vidas la oración, un trabajo lleno de amistad con Jesucristo. De esto no caben dudas a la hora ver lo que está sucediendo con esta persecución y asesinatos de tantos cristianos, sobre todo en el medio oriente y parte de África precisamente por razón de su fe. Este genocidio religioso que está sucediendo en nuestras narices está siendo ignorado por las grandes potencias y los organismos internacionales que se hace de la vista gorda ante estos asesinatos viles y crueles.

  Hace unos meses atrás, el mundo fue testigo del atentado terrorista de que fue objeto la revista francesa Charlie Hebdo por unos radicales musulmanes que se sintieron ofendidos por una publicación de esta revista de su fundador Mahoma. Fueron varias las personas que murieron en ese atentado. Este hecho fue condenado por los más importantes líderes políticos y religiosos. Pero recordemos también que esto dio pie a que en gran parte del mundo, grupos, países e instituciones se solidarizaran con esta revista y hasta se hizo viral la frase “yo soy Charlie” en los diferentes idiomas. Recordemos también que este hecho provocó que algunos líderes políticos se reunieran en Francia y participaron en una gran marcha en repudio a este atentado contra la libertad de expresión para unos, y para otros contra el hecho mismo del atentado terrorista. Aquí en nuestro país fuimos testigos de que uno que otro líder político también se fotografió con la frase “yo soy Charlie” y fueron subidas a las redes sociales. Todo esto está muy bien. Aunque, claro está, unos tenemos nuestras reservas de opinión con respecto a la actitud de esta revista laicista y blasfema.

  Pero, ¿y qué pasa con la persecución, asesinatos y secuestros de cientos de cristianos en el Medio Oriente y parte de África? ¿Por qué no se hace la misma campaña de repudio y rechazo contra este genocidio? ¿Por qué esta masacre de personas que profesan el cristianismo no es objeto de que nos solidaricemos con ellos y veamos formas de ayudarles? El Papa, y junto a él, obispos, líderes religiosos de estas zonas perseguidas no se han cansado de llamar la atención y pedir la intervención de las grandes potencias y organismos internacionales para que este genocidio termine y se respete a estos seres humanos y sus creencias religiosas. Da la impresión de que lo que están matando es a la lacra de la humanidad por el solo hecho de ser cristianos. NO. Son personas a las que se están masacrando. Haciendo de su asesinato hasta un espectáculo o show, como si fueran animales rabiosos lo que están eliminando. La voz de nuestros líderes religiosos es la voz de los que claman en el desierto. Las grandes potencias y organismos internacionales lo que han dicho es que ellos no saben cómo ayudar a evitar esta persecución y matanzas de estos cristianos. Pero sabemos también que detrás de todo esto hay un tema político y de intereses particulares de unas naciones. Yo me pregunto, si estos grupos radicales islámicos hubieran asesinado un soldado de estas naciones poderosas, ¿no habrían hecho ya todo lo posible para dar con los culpables y si fuera posible hasta asesinarlos? Ahí tenemos el caso reciente del soldado chileno de los cascos azules en Haití que asesinaron, en donde la ONU y el gobierno chileno ya han exigido que se llegue a esclarecer ese hecho lamentable y que se castigue a los culpables. No estoy diciendo con esto que la vida del soldado no tenga valor. Claro que la tiene, también es un ser humano. Pero, ¿por qué no se actúa de igual manera cuando se trata de cientos de personas perseguidas, secuestradas y asesinadas por su fe?

  Yo no seré un cristiano al cien por ciento fiel a Cristo. Pero me esfuerzo cada día en serlo con su gracia. Yo lo único que puedo ofrecerle a esos hermanos en la fe son mis oraciones y sacrificios para que no sucumban al poder del mal y no renieguen de Cristo. “Yo soy cristiano”. Cristo es el único que puede salvarnos, y si esto me causa persecución y muerte pues Cristo mismo será mi fortaleza para poder enfrentarla. Hagamos de esta frase un tema viral en las redes sociales. Demos testimonio de nuestra fe en Cristo. Charlie Hebdo no ofrece salvación. Cristo sí, y por eso dijo que el que lo reconozca delante de los hombres, Él también lo reconocerá delante de su Padre.