martes, 9 de junio de 2015

Espiritualidad para un mundo desespiritualizado5: Efectos de una espiritualidad encarnada.


Una idea que debemos de tener bien clara es que la espiritualidad no es un camino para recorrerlo fuera de nuestra vida cotidiana. Es, más bien, un camino para recorrerlo dentro de ella. La espiritualidad no nos conduce fuera del fuego, sino más bien nos ayuda a caminar dentro del fuego. Nos ayuda a conducirnos dentro de nuestra realidad para que vivamos como personas espirituales y conformemos nuestra comunidad.

La oración tiene que transformar mi vida. Yo no puedo ser una persona orante y a la vez mi vida ser otra cosa. La oración tiene y debe de configurar mi vida: La oración debe de cambiar mi vida; si no, no es verdadera oración. Toda mi práctica espiritual debe de ir transformando mi vida toda: la oración, la eucaristía, los rituales, la meditación, las sagradas escrituras, etc. Todos estos medios de la vida espiritual nos deben de poner en contacto con el don del Espíritu Santo que habita en nosotros. Dejarnos iluminar, guiar por estos medios es lograr que nuestra vida tenga un nuevo sentido; que seamos, como dice el Señor  “luz para el mundo”, ya que nuestra vida es iluminada por la luz de Cristo. Esta fuente que nos proporciona el Espíritu Santo, en palabras de Anselm Grün, produce varios efectos en el que la vive, a saber: esta fuente refresca, sana, fortalece, fecunda y purifica.

Tenemos que abrirnos a Dios: “si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y en él haremos morada” (Jn 14,23); para así conformar nuestra vida toda a partir de Dios, porque: “no todo el que me diga Señor, Señor, entrará en reino de los cielos, mas el que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7,21). Es importante para esto el que seamos capaces de entender y aceptar que en las demás religiones también “hay semillas del verbo”. Debemos de acercarnos con una actitud de diálogo con otras personas que profesan otra religión y también con los que no profesan ninguna creencia. El mejor ejemplo de ello lo tenemos en el mismo Jesús. Los primeros cristianos entendieron en las enseñanzas de su maestro que su mensaje es fascinante para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares, y que vale la pena ser proclamado a todos porque es la plenitud de la vida; además, la salvación es para todos los hombres y mujeres. Pero debemos de tener mucho cuidado en no caer en un sincretismo religioso, es decir, hacer una mezcla de todo. Debemos de tener muy claro qué es lo particular de la fe y espiritualidad cristiana.

Dios vino a nuestro encuentro en la persona de su Hijo Jesucristo. De hecho, Jesús mismo se nos presentó como “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). En Cristo resplandece la verdad de Dios para nosotros. Cristo nos saca de las tinieblas y nos lleva a la luz admirable. Es necesario para todo cristiano entablar una relación con Cristo. No se trata nada más de meditar en su palabra sin más; la meditación de la palabra de Dios tiene que llevarnos a un encuentro vivo con el Dios vivo, porque: “Dios no un Dios de muertos, sino de vivos” (Mt 22,32). El encuentro con Cristo es necesario para así poder cambiar toda nuestra vida. Es necesario acercarnos a Jesús con nuestras limitaciones, defectos, heridas, dudas, con nuestro pecado, con nuestra ceguera…, para poder ser sanados por Él y poder aceptarnos a nosotros mismos y a los demás.

Cristo nos ha dado su Espíritu para poder estar unidos a Él: “reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22). Así su amor es pleno en nosotros y sus dones se manifiestan completamente para fortalecimiento de nuestra fe y de la comunidad. El Espíritu Santo  es el que nos hace exclamar ¡Padre! “Es el que ora en nosotros con gemidos que no se pueden expresar” (Rm 8,26). Pone palabras a las cuales el enemigo no podrá rebatir. El Espíritu Santo es el que nos inunda del amor de Cristo: “ámense los unos a los otros, como  yo les he amado” (Jn 15,17). En definitiva, por el Espíritu Santo, Cristo ha querido configurarnos con él.

Como vemos, la espiritualidad cristiana nos adentra en el mundo. Nos mantiene insertos en nuestra realidad; no nos empuja fuera del mundo, más bien, nos mantiene en él sin ser de él: “ustedes están en el mundo, pero no son del mundo” (Jn 17,15). La espiritualidad cristiana no es nada mas un mero asunto interno-personal, sino también externa. Tiene que ayudarme a transformar mi entorno en una actitud fecunda para el mundo que me rodea.