martes, 15 de septiembre de 2015

Hablemos del pecado (1a. parte)


Hay una cosa que es cierta, en nuestros días ya casi no se habla de pecado o, nadie o casi nadie le gusta oír esa palabra porque quizá parece algo desfasada o fuera de moda, etc. Es muy poca la reflexión que se hace de la misma o del mismo; de sus efectos devastadores  que causa en las personas y en la sociedad. Por supuesto que esto debe de hacernos entender que no significa que no exista el pecado. Se le puede llamar de cualquier otra forma, pero sea como sea que se le prefiera llamar, lo cierto es que existe. Es un mal que siempre ha estado y seguirá estando presente en la humanidad. Nadie se escapa de él.

  Al pecado no se le puede tratar con paños tibios. No se le puede andar con rodeos. Hay que ser incisivos, sin piedad ni miramientos. Es como dice el dicho popular “al pan pan y al vino vino”. Al pecado hay que tratarlo como lo que es, hay que llamarlo tal cual: como  el mal que destruye al hombre y a la sociedad. No podemos ser condescendientes con él, porque él no lo es. No podemos ser o actuar con prudencia ante él, porque él no lo hace.

  Pensemos, por ejemplo, en la generación de ahora. A la gente de este tiempo, principalmente a los jóvenes, no le gusta oír o escuchar la palabra “pecado”. Lo cierto es que en muchos de ellos cuando escuchan esta palabra lo que les provoca es risa y burla. Pienso en la “santidad”: ¿Por qué cuando escuchamos esta palabra lo que provoca en muchos es risa y burla? La respuesta salta a la vista: porque no han entendido su real y verdadero significado. Esto mismo se lo podemos aplicar al pecado: es cierto que muchos de nosotros todavía no hemos entendido el real significado del pecado.  Ante esta realidad hay que preguntarnos: ¿Qué hemos hecho o estamos haciendo los cristianos para ayudar a la comprensión, desde nuestra realidad o estado de vida, del pecado? Porque es cierto que a los creyentes en Cristo también nos arropa y abruma el espíritu del mundo; a muchos también nos tienen esclavizados las fascinaciones y pompas del mundo; esto muchas veces lo que provoca en nosotros es la huida o escapatoria porque no queremos enfrentarnos a este “monstruo”; a veces caemos o somos víctima de un silencio culpable frente al pecado. Recordemos que por eso es que Cristo nos puso como “luz para el mundo”. Pero si nosotros somos los primeros que no estamos iluminados, ¿cómo podremos iluminar a los demás?

  Ciertamente que esta no es la solución a tan grave problema, como lo es el pecado. Tenemos que proclamar con más fuerza que Cristo está vivo, que ha resucitado para ser Señor de vivos y muertos (Rm 14,9); que Dios es un Dios de vivos y no de muertos, y que por eso todos nosotros estamos vivos para Dios. Cristo mandó a sus discípulos, y por ende a su Iglesia, a predicar el evangelio de salvación a toda criatura. Pero también les prometió la fuerza de lo alto, el Espíritu Santo. Él cumplió con lo prometido para que nosotros cumpliéramos con lo mandado. Este mandato durará toda la vida hasta que esto termine, ¿Cuándo será este fin? Nadie lo sabe, ni siquiera el Hijo del hombre ni los ángeles del cielo. Sólo el Padre celestial. Esta proclamación de esta buena noticia de liberación, sanación y salvación no tiene pausa ni tregua alguna, porque el pecado no las da ni cede un ápice en su embestida contra la humanidad.

  El pecado está ahí; nos acompaña como un enemigo silente pero efectivo y dañino a la vez, porque ese es su fin y su cometido: hacer daño a la relación nuestra con el Dios Todopoderoso y dador de vida. El pecado es como si fuera nuestra sombra, no nos abandona, va con nosotros a todas partes; y si se retira lo hace hasta la ocasión en que vea que es bueno volver al ataque, como lo hizo con Jesús después de haber sido vencido en el desierto. Cristo no sólo fue tentado en esa ocasión, sino que toda su vida, todo su ministerio, toda su misión la tuvo que recorrer en medio de las tentaciones hasta el último aliento de de su vida en este mundo. El triunfo de Cristo ante el pecado, es también nuestro triunfo. Él mismo nos dijo que si él ha vencido el mundo, nosotros también lo podremos vencer, con la única condición de que tendremos que ir todos hacia Él, porque sin Él nada podremos hacer. Y en cuanto al pecado, a enfrentar el pecado y sus consecuencias, es mucho lo que tenemos que luchar.





Bendiciones.

Jesus "es" la vida


“…Yo he venido para que tengan vida y la tenga en abundancia” (Jn 10,10).

  Por último, nos toca reflexionar sobre esta tercera categoría que Cristo mismo se aplica a su persona. Si Cristo Jesús es la Vida para nosotros, es porque antes de Él el hombre vivía atado o dominado por la muerte. Cristo es el centro de los corazones y de todos los espíritus que anhelan vivir la bondad y el amor.  Cristo es la Vida, porque desde ahora hace participar a los seres humanos en la comunión con el Dios vivo.

  No se ama sino aquello que se conoce bien. Por eso es necesario que tengamos la vida de Cristo en la cabeza y en el corazón, de modo que, en cualquier momento, sin necesidad de ningún libro, cerrando los ojos, podamos contemplarla como en una película; de forma que, en las diversas situaciones de nuestra conducta, acudan a la memoria los hechos y palabras del Señor (Francisco Fernández Carvajal). Así nos sentiremos metidos en su vida. Porque no se trata solo de pensar en Jesús, de representarnos aquellas escenas. Hemos de meternos de lleno en ellas, ser actores.

  El resumen de nuestra fe es precisamente este: Cristo está vivo. Esa es la vida que celebramos, anunciamos y defendemos. Creemos en el Dios que está vivo y quiere que nosotros también vivamos. Para esto nos ha creado y nos ha enviado a su Hijo unigénito: para que todo el que crea en Él se salve y llegue al conocimiento de la Verdad. El mensaje central de la predicación cristiana no puede ser otro. Es cuestión de decidirnos a llevar el mensaje de vida, salvación, amor, liberación, justicia; y no el de muerte, condenación, odio, esclavitud y  sufrimiento.

  Vivimos en un mundo que está cada vez mas hundido en la muerte. Esto es lo que propaga a los cuatro vientos. Hoy la tendencia es a fomentar y legalizar lo que el Papa san Juan Pablo II denunció como la “cultura de la muerte”: aborto, eutanasia, uniones homosexuales, adopciones por estas parejas, etc. Esta es parte de las grandes tinieblas que envuelve al mundo, a la humanidad. La vida hoy más que nunca experimenta innumerables y graves amenazas. Esto nos puede llevar a sentirnos con una gran impotencia: el bien nunca tendrá la fuerza para acabar con el mal. Pero este es el momento en que el pueblo de Dios, y en él cada creyente, estamos llamados a profesar, con humildad y valentía, la propia fe en Jesucristo, Palabra de vida (1Jn 1,1). El evangelio de la vida no es una mera reflexión, aunque original y profunda, sobre la vida humana; ni solo un mandamiento  destinado a sensibilizar la conciencia y a causar cambios significativos en la sociedad. El evangelio de la vida es una realidad concreta y personal, que consiste en el anuncio mismo de la persona de Jesús, el cual se presenta al apóstol Tomás y a los demás como “el camino, la verdad y la vida”. Verdad que le fue comunicada y revelada a Martha y a María cuando murió su hermano Lázaro: “yo soy la resurrección y la vida…el que cree en mí, nunca morirá”.

  En Cristo se anuncia definitivamente y se da plenamente aquel evangelio de la vida que, anticipado ya en la revelación del Antiguo Testamento, resuena en cada conciencia desde el principio, es decir, desde la misma creación.

  En Jesús, Palabra de vida, se anuncia y se comunica la vida divina y eterna. Gracias a este anuncio y este don, la vida física y espiritual del hombre, incluida su etapa terrena, encuentra plenitud de valor y significado: la vida divina y eterna es el fin al que esta orientado y llamado el hombre que vive en este mundo. El evangelio de la vida abarca así todo lo que la misma experiencia y la razón humana dicen sobre el valor de la vida, lo acoge, lo eleva y lo lleva a término.

  Podemos concluir que, fuera de Cristo no hay más que error, sombras, muerte. Tenemos que procurar conocer bien a Jesucristo para seguirlo, imitando su vida, y para merecer de esta manera la vida eterna del cielo.


martes, 8 de septiembre de 2015

Espiritualidad para un mundo desespiritualizado7: el arte de vivir


“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos; bienaventurados los afligidos, porque serán consolados; bienaventurados los mansos, porque heredarán la tierra;… bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque a ellos pertenece el reino de Dios. Dichosos serán ustedes cuando los insulten, los persigan, cuando digan mintiendo todo mal contra ustedes, por causa mía. Gócense y alégrense, porque su recompensa será grande en los cielos…” (Mt 5,3-12).

Jesús es el maestro de la sabiduría que nos muestra el camino para que nuestra vida sea plena. Jesús tiene una visión clara y profunda del mundo, y la esboza en este famoso sermón de la montaña, que también lo expresa el evangelista Lucas. Pero este esbozo lo hace con mucha sabiduría como lo harían también los grandes filósofos y otros fundadores de otras religiones y culturas. Los evangelistas nos presentan de esta forma a Jesús como un “líder para la vida, o como el consejero para una vida plena”.

Para los evangelistas, en la persona de Jesús se manifiesta la verdadera justicia; esa justicia que para los grandes sabios griegos es el fundamento de una vida noble. Para el evangelista Lucas, “Jesús es el maestro de la sabiduría y el consejero para una vida exitosa y sana” (Anselm Grün). Pero a Jesús lo que le da fuerza a sus palabras es precisamente sus actitudes: pone en práctica lo que dice. Esto es lo realmente admirable en la persona de Jesús según Lucas. Y por lo tanto es el ejemplo que debemos de seguir. Jesús nos enseña con sus actitudes de vida que se puede ser buena persona en un mundo que está permeado por acciones hostiles, que puede llegar a tener poder sobre nosotros y hasta llegar a dominarnos; por esto mismo es que el Señor dijo “no teman a los que matan el cuerpo y no el alma; teman más bien a aquel que puede perder alma y cuerpo en la gehena” (Mt 10,28). La espiritualidad cristiana es un arte que nos ayuda a vivir una vida plena. Esto lo entendieron profundamente Jesús, Mateo y Lucas y así sus seguidores se empeñaron en poner en práctica estas enseñanzas del Maestro.

¿Y qué pasa con la espiritualidad vivida desde el trabajo? Es de muchos conocido la famosa frase “ora et labora” (ora y trabaja). La oración debe de hacer fecundo nuestro trabajo. Jesús, el Maestro, tenía esta perspectiva de la espiritualidad bien clara. De hecho, el mismo Jesús exaltó la importancia del trabajo cuando dijo “mi Padre siempre trabaja, por lo tanto yo también trabajo”. Una de las grandes enseñanzas que todos los cristianos debemos de aprender es hacer de nuestro trabajo una verdadera y permanente oración. Esto agrada a Dios. Hacer el trabajo desde esta perspectiva es entregarnos a Dios. Asumir el trabajo desde la oración es experimentar la verdadera libertad y realizar las actividades con un ánimo diferente. El trabajo nos permite estar en manifestación constante de paz, amabilidad, ayuda, humildad, etc. Pero si estas cualidades del trabajo no las asumimos desde nuestra espiritualidad, será muy poco o casi nada lo que podamos lograr perfeccionarnos en este terreno humano. Es que en todo tenemos que glorificar a Dios. El apóstol Pablo nos dice: “ya coman, ya beban, o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios” (1Cor 10,31).

San Benito nos participa en su famosa Regla las tres actitudes principales para un trabajo exitoso. Si estas son visibles en el trabajo, estaremos glorificando a Dios, a saber: la humildad, que es la virtud que nos ayuda a no presumir de lo que no podemos; la segunda actitud es la de no permitir ningún engaño, que significa no vender nuestro trabajo por más de lo que vale; y la tercera actitud es estar libres del vicio de la codicia, que es la virtud que nos ayuda a ofrecer o vender las cosas más baratas de lo que pueden ser entregadas por personas mundanas; y así se estará glorificando en todo a Dios.

Como vemos, la espiritualidad no es algo ajeno al mundo. Ya lo dijimos: no nos aparta de la realidad, sino todo lo contrario. La espiritualidad hace que nuestra vida tenga sentido y nos permite encontrarnos a nosotros mismos y nos dirige hacia los demás. La espiritualidad nos lleva a entregarnos a los demás en una actitud de amor, tal y como lo puso en práctica el Hijo de Dios cuando dijo: “no hay amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Esta es nuestra tarea.

Bendiciones.

Jesús "es" la verdad...


“Y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn 8,32).

  Todo hombre y mujer de buena voluntad busca la verdad, la esencia de la existencia, el por qué de las cosas y de los eventos y acontecimientos en el mundo que conocemos y en el que desconocemos, y nos queda un camino que queremos encontrar; el camino de la verdad, que nadie nos engañe y que la información que recibamos sea de la fuente verdadera. Hay quienes afirman que la verdad no es una ciencia, no es una religión, tampoco es una filosofía ni una información. La verdad es el ser más maravilloso que existe: la Verdad es Cristo. Por esto la palabra de Cristo es la esencia del evangelio. La palabra de Dios es la verdad, es lo que Es. De aquí se deriva el que sea tan importante y esencial para nosotros el que nos acerquemos al evangelio con un deseo grande de conocer la Verdad, para poder amarla y, amándola, darla a conocer.

  Ya hemos dicho que Jesús es el camino, y las categorías “verdad y vida”, completan la presentación de la persona de Jesús. Jesús “es la Verdad” porque es la perfecta revelación del Padre, del que todas las cosas provienen y en el que todo encuentra su consistencia y su autenticidad. Es la Verdad, porque en medio de tanta mentira y falsedad que nos rodea, es una verdadera tranquilidad saber que se está en la verdad que nunca cambia. Es la Verdad inmutable.

  Una vez más vemos aquí que Jesús se nos presenta como la Verdad. No dice que es una verdad, sino la Verdad. En el mundo hay mucha mentira, en medio de ella surge la verdad: “la verdad vino a los suyos, y los suyos no la recibieron porque prefirieron mejor seguir viviendo en las tinieblas”, nos dice el evangelista san Juan. La verdad de Cristo Jesús viene a iluminar nuestras tinieblas, nuestros errores, nuestras mentiras; es decir, la verdad es para iluminar la tiniebla no para taparla. La verdad viene a destruir en nosotros todo aquello que es mentira, todo aquello que nos esclaviza, y que nos arrastra al pecado y a la muerte.

  Conocer la verdad que es Cristo Jesús, nos lleva a nosotros a saber la razón de nuestra vida y de todas las demás cosas. Tenemos que ser santificados en la verdad, y la Palabra de Dios es la Verdad. Ser santificados en la Verdad es ser conducidos en el conocimiento del Hijo de Dios y a la vez es conocer al mismo Dios. La verdad de Cristo no libera, nos sana, nos salva, mientras que seguir en la mentira nos esclaviza, nos enferma, nos condena, nos mata.

  El Papa Francisco ha hecho referencia a esta verdad revelada: “marcados por el relativismo, en lo que parece que no hay nada definitivo, es necesario que los hombres se pregunten qué es la verdad, que es Cristo –afirmó.” Debemos ser cristianos a tiempo completo, no a medias. Si Cristo dijo que es la verdad que nos hace libres, es porque entonces hay mentiras que, disfrazadas de verdad, nos esclavizan. La Verdad que es Cristo no es relativa. Es la Verdad plena, absoluta, aunque esto muchos no lo compartan. Para poder llegar o acceder a este Verdad, necesitamos la ayuda del Espíritu Santo: porque es él el que guía a la Iglesia y a los fieles hacia la Verdad plena (Papa Francisco).

  Vivimos en un mundo que cada vez más se aparta de esta Verdad para vivir en su propia verdad: es la verdad del relativismo. Un mundo en el cual todo dependerá del color con el cristal con que se mire. El Papa Benedicto XVI ya había denunciado que el mundo de hoy ha pasado a vivir en lo que él denunció como la “dictadura del relativismo”, que ya no es que las cosas dependerán del color con el cristal que se miren, sino que ahora es que el que ose llevar la contraria será eliminado.

  El apóstol san Juan dirigiéndose a su amigo Gayo, dice que le ama en la Verdad. Y le pide a Dios para que prospere y que goce de buena salud, así como prospera su alma. Y que se alegra con la noticia de su permanencia en la Verdad, de cómo camina en ella. Por eso, no hay mayor alegría para él que oír de sus hijos que caminan en la Verdad. El apóstol denuncia también a todos aquellos que, por el contrario, por no caminar en la Verdad, se han extraviado y han extraviado a muchos sembrando en sus corazones divisiones y cizañas, y de cómo esto ha provocado altercados en la misma comunidad cristiana. La Verdad ya no es, para el cristiano, una pura relación lógica o un abstracto conocimiento intelectual, sino una relación personal con Dios en la persona de Cristo, imagen del Padre. Si queremos ser verdaderos discípulos de Cristo, fortalezcamos, profundicemos y proclamemos la única Verdad que nos hace libres: verdaderos hijos e hijas de Dios.