martes, 8 de diciembre de 2015

Hablemos del pecado (4): El mal existe


“…Escúchenme todos y entiendan. No mancha al hombre lo que entra por la boca, sino lo que sale de la boca, eso mancha al hombre… Lo que sale de la boca viene de dentro del corazón, y eso es lo que contamina al hombre” (Mt 15,10.18).

  Ante el fracaso del hombre de querer controlar y eliminar el mal por sus propias fuerzas y capacidad, hay que reconocer que en verdad necesitamos de la ayuda de Dios para poder enfrentar esta realidad nuestra; necesitamos de la sabiduría divina, que es un camino que Dios pone a nuestro alcance para que podamos progresar y fortalecer nuestra fe por medio del Espíritu Santo, que lo sondea todo y lo penetra todo. Esta es sabiduría divina que Dios mismo ha revelado al hombre, y que es desconocida por los enemigos de Dios. Ya lo dice el autor de la carta a los Hebreos, que Dios se ha revelado al hombre de muchas y diferentes formas, y que de manera definitiva lo ha hecho por medio de su Hijo Jesucristo y en Él nos ha dado a conocer realidades que estaban escondida a nuestra mente y sólo por la revelación podríamos conocer (Hb 11,1-2). Entre esas realidades reveladas esta el mal.

  En el libro del Génesis, en el relato de la creación se nos dice que todo lo que Dios creó, lo creó bueno. Pero también es cierto que existe el mal, que no fue creado por Dios. Pensemos en la oración del Padre Nuestro: Jesús nos enseña que debemos de pedirle a Dios que nos libre del mal (Mt 6,13). Algo que debemos de tener bien claro es que el origen de este mal es precisamente “el pecado”. La mayor consecuencia del pecado es la muerte. Y esto lo conocemos por la revelación divina. La muerte no fue hecha ni creada por Dios. Dios es el Dios de la vida y quiere que todos nosotros tengamos vida y vida en abundancia; por eso nos envió a su Hijo. “Dios no es un Dios de muertos sino de vivos” (Lc 20.38). Entonces, ¿por quién vino la muerte? Pues por el hombre. Por un mal uso de su libertad; porque fue capacitado para poder distinguir entre el bien y el mal, entre lo bueno y malo, entre la vida y la muerte, etc.

  Ahora bien, lo cierto es que si el hombre no es capaz de reconocer y tomar conciencia de que si no busca la ayuda de Dios, no podrá vencer el mal, a pesar de todos los esfuerzos que haga por su propia fuerza. Esto también es parte de la revelación. Ya el mismo Jesús lo dijo: “sin mí nada podrán hacer” (Jn 15,5). Toda la humanidad esta imbuida por el mal: “no hay quien sea justo, ni uno sólo” (Rm 3,10). El mal tiene que ver con el pecado, que es su fuente y su raíz. El lugar privilegiado del pecado es el corazón del hombre; allí donde crecen juntos el trigo y la cizaña; ese lugar privilegiado donde el Padre y el Hijo quieren habitar, donde quieren poner su morada. De ahí que el corazón del hombre sea siempre el blanco de ataque de Cristo y su gracia. Dios es el único que puede cambiar nuestros corazones, nadie más; pero para hacerlo, necesita de nuestro consentimiento y colaboración; por eso es que Él está a la puerta tocando para que nosotros desde dentro le abramos. Nunca forzará o tirará la puerta porque es todo un caballero y respetuoso de nuestra libertad. Cristo mismo nos la fuerza para poder enfrentarnos al pecado y a nuestro pecado; busca de nosotros una verdadera y profunda conversión: “arrepiéntanse y conviértanse, para que sus pecados sean borrados” (Hb 3,19). Si en verdad queremos cambiar, necesitamos de una actitud profunda de conversión. Partiendo de la existencia de un Dios infinitamente bueno, y de la evidente existencia del mal, el pecado original es la única solución razonable al enigma del mal. La situación presente del mundo, ostensiblemente marcada por el mal, no puede ser considerada como constitutiva de la creación, sino que ha de ser entendida como resultado de una caída, de una herida, de una corrupción que padece el mundo creado. Tuvo que ser la libertad humana quien introdujo el mal en la creación.

  Cabe aclarar que hasta ahora lo que hemos dicho, es estarnos moviendo en el plano espiritual. Por esto mismo es que necesitamos apoyarnos en la fe, porque si no es así, no podremos avanzar. Muchas de estas situaciones del mal no podemos comprobarlas por nuestra sola inteligencia, sino que permanecen en el ámbito del misterio ya que están fuera del alcance de nuestra razón. Por eso hemos hablado de que esto es revelación de Dios. Es Él el que nos lo ha revelado y nos lo ha dado a conocer.














Ha concluido el Sinodo sobre la familia... ¿Y ahora qué?


Así es. Es la gran pregunta que muchos se han empezado a hacer y hasta ya de seguro se están empezando a dar una que otra respuesta. Tenemos que recordar que este Sínodo fue realizado para tratar de establecer las líneas pastorales, -no doctrinales-, sobre las nuevas situaciones que están amenazando a la familia en nuestros tiempos. Recordemos además que el año pasado se realizó un Sínodo extraordinario que sirvió de preparación para este Sínodo ordinario. De ese Sínodo extraordinario salió un documento de trabajo en el que se tomaron en cuenta las opiniones de las diferentes conferencias episcopales del mundo, y fue este “instrumentum laboris” el que se trabajó en el pasado Sínodo. Muchas personas, azuzadas por los medios de comunicación, principalmente  adversos a la Iglesia, creyeron que ese documento de trabajo era el documento conclusivo; pero nada que ver. Ese fue solo un instrumento para trabajar. El documento conclusivo consta de 94 puntos y esta más elaborado y enriquecido con citas bíblicas, con una reafirmación de la naturaleza del matrimonio. En el desarrollo del Sínodo salieron otros puntos a trabajar que no estaban en el instrumento de trabajo.

  El Papa Francisco tiene una particularidad que ha hecho visible en su pontificado y es que él deja que todo el mundo hable y opine, tanto los de dentro como los de fuera, y es como si al final preguntara si ya acabaron de decir lo que tenían que decir para entonces él venir con la opinión definitiva. Muchas veces el Papa dejó en claro que la doctrina católica no se iba a tocar, sino que más bien eran aspectos pastorales los que se iban a tratar de cómo tenía la Iglesia que afrontar estos nuevos retos en torno a las familias. No podemos dejar de mencionar la controversia que despertó el cardenal alemán Kasper cuando propuso el que se le diera acceso a la comunión sacramental a los divorciados vueltos a casar, cuya visión tuvo sus seguidores pero también sus opositores. Se argumentó que esto, de aceptarse, rompería con la enseñanza evangélica y doctrina eclesial. El Papa insistió en que no se polarizara el tema de la familia únicamente a ese punto como si fuera el único problema que aqueja a la familia; hay otras grandes problemáticas, por ejemplo: ¿qué hacer con los niños que son adoptados por parejas homosexuales, hay que bautizarlos sí o no?

  Es muy importante que tengamos en cuenta el discurso de clausura del Sínodo del Papa Francisco. Quiero resaltar de este discurso tres puntos,-no los únicos-, que me parecen importantes. Dice el Papa: “que nos hayamos reunido aquí no significa que se hayan encontrado soluciones exhaustivas de fondo a todas las dificultades y dudas que amenazan a las familias; dichas dificultades se han puesto a la luz de la fe y se han afrontado sin miedo... Es una conversión pastoral que nos implica a todos... Nos ha llevado a comprender la importancia y mantenimiento de la institución familiar entre un hombre y una mujer, fundado sobre la unidad e indisolubilidad y célula fundamental de la sociedad”. Otro punto interesante y controvertido que toca el Papa es el referente a los homosexuales y la homosexualidad. Éstos requieren de un acompañamiento pastoral generoso, bondadoso; con un gran sentido de la dignidad humana; estas atracciones homosexuales en ninguna forma disminuyen el deber de atender pastoral y con caridad a estos hijos de Dios. Se deja claro en el documento que no hay por qué estar de acuerdo con la ideología homosexual. No hay comparación, ni siquiera remota, entre las uniones homosexuales y la unión establecida por Dios entre un hombre y una mujer. Como un tercer punto es el referente a los divorciados vueltos a casar. Se reafirma la doctrina eclesial y se elogia a aquellos católicos que permanecen en fidelidad al compromiso contraído y no rompen el vínculo con otra unión, a pesar de lo doloroso que esto pudiera ser para muchos. Se reafirma también la enseñanza de la familiaris consortio de san Juan Pablo II con respecto a este tema. Aquellos católicos que están en nueva unión matrimonial están integrados a la Iglesia y deben de ser acogidos y motivados a un trabajo apostólico profundo y compromiso eclesial serio. No están excomulgados; ni tienen ni deben de ser rechazados.

  A todo esto, hay quienes han afirmado que la Iglesia se ha quedado nuevamente en el atraso, que no ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos. Una vez más son aquellos que todavía no comprenden la naturaleza de la Iglesia y no comprenden para qué existe la Iglesia. Quieren ver una Iglesia acomodada, adaptada a los criterios del mundo. Son personas que hablan de una institución que en realidad no conocen porque no han tenido la actitud de estudiarla desde sus orígenes y siempre tendrán una mirada miope, limitada, pírrica de la Iglesia. Pontifican sobre el evangelio y la persona de Jesús, pero en realidad no los conocen. Quieren que la Iglesia sea progresista, pero la pregunta es ¿hacia dónde se quiere progresar? El progreso es bueno, pero se puede caer en la vieja técnica de autodenominarse progresista para tachar a los demás de inmovilistas, y descalificar sin debate alguno a todo aquel que piense de manera distinta. Hay que recordarles que la Iglesia no es un sindicato ni una ONG ni una empresa, ni mucho menos un partido político. Las verdades de fe o las exigencias de la moral no pueden tratarse como si lo de menos fuera la verdad y lo importante fuera ser eficaz, ser muchos o ser modernos. Nosotros somos servidores de la Iglesia, no los que decidimos lo que es la Iglesia. Tenemos que saber qué quiere Dios y ponernos a su servicio.

  La Iglesia tiene una lógica interna aplastante,-si se quiere-, cuando dice: “a mí no me pidan que cambie la norma, adapte usted su comportamiento a la norma si quiere vivir realmente la fe católica”.