martes, 24 de mayo de 2016

Hablemos del pecado: su nombre


“…Un día en que los hijos de Dios fueron a presentarse ante Él, apareció también entre ellos el Satán. Dijo Dios al Satán: ¿de dónde vienes? El respondió: de pasearme por la tierra…Dijo Dios. ¿Te has fijado en mi siervo Job? No hay nadie como él en la tierra, es un hombre íntegro y temeroso de Dios y apartado del mal. Dijo el Satán: ¿crees que no le teme a Dios por nada? Has bendecido sus actividades y familia. Ponle la mano a sus posesiones y verás cómo te maldice…” (Job 1,6-11).

  Vemos en este pasaje del libro de Job que se nos muestra al tentador como uno de los hijos de Dios. El nombre de Satán significa “el adversario”, “el acusador”. Es uno de los servidores de Dios. Este ángel servidor reta a Dios en su siervo Job y Dios le permite la prueba, pero sin ponerle la mano a Job. Nos muestra este pasaje bíblico que el Diablo o Satán tiene astucia para tentar, más no poder. Lo mismo nos presenta el evangelio, cuando Jesús fue tentado en el desierto por el Diablo o tentador. El Diablo no es poderoso ya que si lo fuera le haría la guerra directamente a Dios; entonces como no puede hacerlo así, le golpea a Dios por donde más le duele: por sus hijos e hijas, tentándolos. Ya estamos más conscientes de la astucia que utiliza para tentar y hacer caer a nuestros primeros padres.

  Con el Diablo no se dialoga. Este es uno o el más grave error que cometemos los seres humanos. Escucharle es ponernos en riesgo de caer, ya que tiene una forma muy sutil de cómo enredarnos en su telaraña pecaminosa. Lo que empezó en Eva como una tentación en la carne, terminó en una tentación en la soberbia... “seréis como dioses”. El Diablo no tienta a la buena de Dios, sino que analiza y ataca donde ve que tiene alguna posibilidad. Por esto mismo es que se nos recomienda muy encarecidamente la oración: “velen y oren para que no caigan en la tentación” (Mc 14,38), nos dijo Jesús. La tentación es incompatible con la oración.

  Una pregunta que no deja de darnos vueltas en la cabeza, hablando de la tentación -, es preguntarnos el por qué Dios permite la tentación. Lo podemos formular de otra manera: ¿Dios puede tentar? La respuesta inmediata es NO. Dios no puede tentar ni ser tentado. La tentación no puede darle a Dios lo que Dios tiene en plenitud. Dios es el sumo bien. En Dios no hay maldad. En Dios la tentación es imposible, porque esta no tiene nada que ofrecerle. Nos dice el apóstol Santiago en su carta: “Consideren como perfecta alegría, hermanos míos, cuando se vean cercados por diversas pruebas, sabiendo que la prueba de su fe produce constancia” (1,2). Nuestra fe en Dios se fortalece en la prueba. San Pablo utiliza la imagen del oro pasado por el fuego para decirnos que así mismo tiene que ser probada, purificada y fortalecida nuestra fe; y también nos dice que nos preparemos para cuando Dios se decida a probar nuestra fe.  Es muy conocida por nosotros la frase que dice “si tus problemas son grandes, cuéntales a tus problemas lo grande que es Dios”. Esto nos llama a fortalecer nuestra fe; pero también la tentación es una oportunidad para crecer y fortalece r la virtud. Nos dice el padre Fortea en su libro Summa Daemoniaca: “Si no existiera la tentación no podría darse esa constancia de la virtud que resiste una y otra vez contra toda seducción tentadora. Dicho de otra manera, hay determinados tipos de virtudes que jamás podrían existir sin haber resistido antes la tentación. Es más, cuanto más dura sea la prueba, mayor será la luz de la virtud al sobreponerse a la tentación” (pág. 45).

 

Bendiciones.