viernes, 23 de septiembre de 2016

El Drama de la Homosexualidad (2a parte)


En 1973 la homosexualidad fue sacada de la lista de enfermedades de desorden mentales, pero esto se debió a la presión de grupos gays, a la cabeza Ronald Bayer, y es un buen ejemplo de cómo  la militancia política puede llegar a interferir y alterar el discurso científico. Y en 2008 la APA (American Psychological Association), declaró en su documento “Orientación sexual y homosexualidad: aunque se ha investigado mucho sobre las posibles influencias genéticas, hormonales, sociales, culturales y de desarrollo sobre la orientación sexual, no se han encontrado evidencias que permitan a los científicos que la orientación sexual está determinada por uno o varios factores en particular. Muchos piensan que lo biológico y lo ambiental juegan en conjunto roles complejos; la mayoría de las personas experimentan poca o nula sensación de haber elegido su orientación sexual”. El escritor y ex homosexual Richard Cohen, en su libro “Abriendo las puertas del armario: Lo que no sabías de la homosexualidad”, nos dice que hay que comprender que este fenómeno, más que un asunto político y moral, es más bien un asunto psicológico, y que por lo tanto no debemos de seguir mirando con ojos de rechazo a estas personas que sin haberlo elegido experimentan atracción por su mismo sexo.

  Las crisis de confusión sobre la identidad sexual que se da en la adolescencia no son difíciles de superar, con o sin ayuda médica, según la gravedad del caso. Lo que sería un gran error es que asuman la condición de homosexual como algo normal y definitivo, y animarles a que desarrollen su sexualidad en ese sentido.

  Es importante tener en cuenta y llamar la atención en quienes defienden, por ejemplo, la castidad o la fidelidad conyugal que tengan que padecer, en nombre de la tolerancia, todo tipo de ataques o burlas, y sin embargo no se pueda opinar sobre cómo debe abordarse el tema de la homosexualidad. Parece que no puede hablarse sobre aquellos a quienes el progresismo oficial otorga la condición de agraviados. Es una curiosa tolerancia unidireccional, por la que unos pueden atacar pero nunca ser atacados. Al final es un simple problema de libertad de expresión.

¿Qué nos enseña nuestra Iglesia católica al respecto?

  ¿Es la iglesia la que ha sido dura y poco comprensiva con la homosexualidad y los homosexuales? ¿O es más bien la misma sociedad, que en muchas épocas y ambientes, ha asumido estas actitudes? Es verdad que muchos católicos se han dejado contagiar por estas influencias de la sociedad, pero la Iglesia sabe bien que las tendencias homosexuales constituyen para algunas personas una dura prueba, e insisten en que deben ser acogidas con respeto, compasión y delicadeza, y que ha de evitarse respecto a ellas todo signo de discriminación injusta (CIC 2358).

  Las inclinaciones o actos homosexuales son objetivamente desordenados y, por tanto, es inmoral realizarlos, pero el homosexual como persona merece todo respeto. Esas personas han de ser ayudadas para que puedan ser plenamente felices. Y su necesidad principal no es el placer sexual, sino la alegre y necesaria certeza de sentirse queridas, comprendidas y aceptadas personalmente. La acción pastoral de la Iglesia con estas personas ha de caracterizarse por la comprensión y el respeto. Tienen que sentirse miembros de pleno derecho de la parroquia, y para ellos vale la misma llamada a la santidad del resto de los demás hombres y mujeres. Hay que tener siempre presente la maternidad de la Iglesia, que ama a todos los hombres y mujeres, también a aquellos que tienen grandes problemas.


miércoles, 21 de septiembre de 2016

El drama de la Homosexualidad (1a. parte)


  ¿Qué nos dice las Sagradas Escrituras al respecto? Gen 19,1-29: “destrucción de Sodoma y Gomorra: Lot hospeda a dos hombres en su casa, y los aldeanos quieren abusar de ellos…” Lev 18,22: “no te acostarás con varón como con mujer: es abominación”; Rm 1,24-27: “Dios los entregó a sus pasiones infames, sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza. Igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrazaron a sus deseos de unos por otros, cometiendo infamia de hombre con hombre…”; 1Cor 6,10: “no heredarán el Reino los ladrones, avaros, borrachos, ultrajadores, explotadores, adúlteros, afeminados, homosexuales…”; 1Tm 1,10: “la ley ha sido instituida para los prevaricadores, impíos, pecadores, irreligiosos, adúlteros, homosexuales, mentirosos…”

  La homosexualidad la podríamos calificar como un fuerte drama, es decir, la persona homosexual sufre mucho, y quien conozca o tenga contacto con alguna de estas personas, sabe o tiene que darse cuenta de que tiene que asumir una actitud de comprensión y aprecio muy especiales por ellas. Tenemos que ser capaces de comprender el dolor y sufrimiento por el que transitan estas personas.

  La homosexualidad se puede superar. Pero no es fácil. La medicina ha avanzado mucho, y hay abundante experiencia clínica de que la homosexualidad se puede superar con una terapia adecuada. El sicólogo holandés Gerard van der Aardweg, que tiene una experiencia de más de veinte años trabajando con la homosexualidad y homosexuales, afirma que el homosexual tiene instintos heterosexuales, pero que suelen ser bloqueados por su convencimiento homosexual. Por eso, la mayor parte de los pacientes que lo desean verdaderamente, y se esfuerzan con perseverancia, mejoran en uno o dos años, y poco a poco disminuye o desaparecen sus obsesiones homosexuales. Dejarse llevar por estos impulsos homosexuales produce angustia aún más grande, pues lleva una vida de profundos desequilibrios afectivos, disfrazados quizá por una satisfacción aparente, pero que acaba conduciendo a una mayor desesperanza y un mayor deterioro psíquico.

  La iglesia católica les anima a asumir la cruz del sufrimiento y de la dificultad que puedan experimentar por su condición, es decir, esa cruz es la castidad: un sacrificio que les proporcionará como beneficio una fuente de auto donación que los salvará de una forma de vida que los amenaza continuamente con destruirlos. La actividad homosexual impide la propia realización y felicidad, porque es contraria a la naturaleza. En los casos más graves quizá no sean aptos para el matrimonio, pero siempre son aptos para amar –de otra manera- a los demás, y así pueden vivir incluso con un amor mayor que el que reina en muchos matrimonios.

  Hay quienes dicen y hasta afirman que la homosexualidad tiene un origen genético. Esto es falso. Por lo menos hasta el día de hoy la ciencia no lo ha demostrado. Hace un tiempo atrás se habló del gen de la homosexualidad, pero esto fue desmentido por la misma ciencia. Graig Venter, fundador de una de las compañías más punteras de la investigación genética dijo: “no tenemos genes suficientes para justificar la noción de un determinismo biológico, y es altamente improbable que puedan existir genes específicos sobre el alcoholismo, la homosexualidad o la agresividad. Los hombres no son prisioneros de sus genes, sino que las circunstancias de la vida de cada individuo son cruciales en su personalidad”. La homosexualidad no es genética, sino sobrevenida.






martes, 20 de septiembre de 2016

Fe y Politica


Cuando echamos una mirada a nuestro alrededor, nos damos cuenta de que los signos de descomposición no son pocos; vemos cómo se propaga el mal, las dificultades, las malas costumbres y los malos hábitos, la corrupción, la frivolidad, la banalidad. Pero lo que más llama la atención de todo este panorama, es ver cómo estas conductas que están anulando y deshumanizando a la persona, se presentan como leyes en nuestras sociedades. Ante este panorama, es interesante la visión que plantea el arzobispo de Los  Ángeles Monseñor José Gómez, para que tengamos una idea ante el realismo que estamos viviendo, y para que tengamos un sano optimismo y no nos dejemos dominar por el miedo o temor de quedarnos encerrados en nuestros templos o en una vivencia religiosa meramente privada y así no dar cumplimiento al mandato de Jesús de ser anunciadores de su evangelio a todo el mundo. Ante lo que ha sucedido en estas últimas semanas en los EE. UU. , con los asesinatos de policías y aprobación de leyes anticristianas, el arzobispo dijo: “ante las tragedias recientes podemos ver señales de que nuestro tejido social se está fracturando. Los que moldean y gobiernan las acciones de la sociedad han desarrollado una hostilidad hacia la religión y hacia los valores tradicionales de la familia; con una insistencia cada vez mayor vemos que están utilizando la fuerza bruta de la ley, -leyes impuestas de espaldas a la sociedad-, para imponer sus puntos de vista y negar los derechos fundamentales de los que no estamos de acuerdo con ellos”.

  No podemos negar que estamos atravesando en nuestros países un momento histórico en el que el compromiso de los cristianos en la esfera pública es más necesario que nunca. Los cristianos, - seamos católicos, protestantes u ortodoxos-, debemos poner entre paréntesis nuestras diferencias y cooperar para ofrecer respuestas auténticas a un occidente cada vez más extraviado y desesperanzado.

  En nuestra sociedad estamos asistiendo a un enfrascamiento cada vez más profundo contra esta mentalidad nihilista y deshumanizadora del hombre con estas legislaciones que nos quieren imponer bajo el manto de unos “falsos derechos”, y vemos cómo grupos se abanderan con estas nuevas ideologías que no es más que la destrucción de la población y por lo tanto, destrucción de la vida humana ejemplificada en la eliminación de los más indefensos, como lo es el niño por nacer. Y es que la moda dominante del relativismo detesta la doctrina y las posiciones del cristianismo.

  Nos parecen acertadas las palabras del actor mexicano Cantinflas, en su película Su Excelencia, que dijera en un discurso a la asamblea de representantes de los países del mundo, lo siguiente. “Estamos pasando un momento crucial, en que la humanidad se enfrenta a la misma humanidad. Estamos viviendo un momento histórico en que el hombre, científica e intelectualmente es un gigante, pero moralmente es un pigmeo… No considero justo que la mitad de la humanidad, sea la que fuere, quede condenada a vivir bajo un régimen político que no es de su agrado por el simple voto de uno solo. Por eso no votaré por ninguno de los dos bandos: los procedimientos de los colorados (socialistas) son desastrosos, y los procedimientos de los verdes (capitalistas) tampoco son de lo más bondadosos que digamos. Para mí, todas las ideas son respetables, aunque sean ideítas o ideotas, aunque no esté de acuerdo con ellas. Lo que piense cada quien no impide que seamos buenos amigos. Todos creemos que nuestra manera de vivir, pensar, caminar, etc. es la mejor y queremos imponerle el chaleco a los demás; tan fácil que sería la existencia si tan solo respetásemos el modo de vivir de cada quien. Hace cien años ya lo dijo una de las figuras más humildes y grandes de nuestro continente “el respeto al derecho ajeno es la paz” (Benito Juárez). No podemos volarnos la barda de las ideas, porque el día que pensemos igual dejaremos de ser hombres para convertirnos en máquinas… Hablan de la libre determinación de los pueblos, y sin embargo hace tiempo que oprimen a los pueblos sin permitirles que se den la forma de gobierno que más les convenga; cómo podemos votar por un sistema que habla de dignidad y acto seguido atropella lo más sagrado de la dignidad humana que es la libertad de conciencia eliminando o pretendiendo eliminar a Dios hasta por decreto. Los capitalistas hablan de paz y cosas muy bonitas, pero a veces pretenden imponer su voluntad por la fuerza del dinero. Ustedes también han sucumbido ante el materialismo; se han olvidado de los más bellos valores del espíritu  pensando solo en el negocio… Debemos de pugnar para que el hombre piense en la paz. Ayúdennos respetando nuestras costumbres, creencias, dignidad como seres humanos y personalidad como naciones, por pequeños y débiles que seamos. Practiquen la tolerancia y la fraternidad, que sabremos corresponderles, y no nos traten como peones en el tablero del ajedrez en la política internacional, no como clientes ni ratones de laboratorio, sino como seres humanos. En nuestro mundo debe reinar la buena voluntad y la concordia, si tan solo rigiéramos nuestras vidas por las palabras de Jesús: “amaos los unos a los otros”. Pero hemos entendido mal, y confundimos los términos, y lo que hemos hecho es armarnos los unos contra los otros.”

miércoles, 14 de septiembre de 2016

La anulación del hombre


Hace ya un tiempo atrás, la humanidad viene experimentando uno de los más nefastos problemas que está contribuyendo a que el hombre cada vez más se sienta y viva en un mundo más aislado. Esto puede parecer contradictorio, ya que, estamos en lo que muchos han llamado la era de las comunicaciones. Pero lo cierto es que a pesar del avance de las comunicaciones, el hombre hoy en día está más aislado que hace unos años atrás. El hombre de hoy, por culpa de este avance tecnológico, ya no conversa. Esa capacidad de la cual Dios nos dotó ha mermado mucho en nuestra cotidianidad. Si algo hay que caracteriza al ser humano y lo hace diferente a los demás seres vivientes, es su capacidad de poder comunicarse, poder hablar, poder conversar. Eso lo vemos tan claro en el mismo relato de la creación cuando Dios, después de crear todas las cosas, no puede entrar en relación con la creación y es entonces cuando crea al ser humano y lo dota de la capacidad necesaria para poder relacionarse con él y, a través de él, con el resto de la creación. Pero hoy  esto ha cambiado. Volvemos a recalcar que el hombre de hoy ya no conversa, no dialoga, no se comunica con el otro cara a cara. Todo hoy lo hace por medio de la tecnología. Es como si le tuviera miedo al otro y no quiere verle a los ojos.

  Etimológicamente, la palabra “conversar” significa “dar vueltas en compañía”. Dar vueltas a todo lo que pasa y hay a nuestro alrededor; a todo lo que nos encontramos en nuestro camino, empezando por uno mismo y llegando al otro. Mirar, observar la novedad de lo que nos regala cada día desde que nos levantamos de la cama; observar con detenimiento el transcurrir de nuestro día a día. Conversar nos permite celebrar la vida, meternos en ella con un entusiasmo tal que nos conduzca a inquirirla en todo su misterio. El conversar nos conduce a ir descubriendo nuestra propia alma así como la del otro. Pero, ¿será esto posible en este mundo tan tecnológico en donde los instrumentos han sustituido el diálogo, la conversación cara a cara entre las personas? Hoy es difícil encontrar o escuchar a los hijos preguntarle a sus padres cómo se conocieron, cómo se enamoraron, etc. Las familias de hoy, muchas de ellas ya no conversan, no dialogan; no hay tiempo para fomentar o profundizar en el conocimiento y acercamiento del otro. Hoy la humanidad está sometida a un fuerte aceleramiento de vida que no hay espacio para el compartir, para el diálogo, para la conversación. Se llega tarde y muy cansado del trabajo y solo hay tiempo para tirarse a la cama y cerrar los ojos y entregarse a los brazos de Morfeo, y la persona que está a nuestro lado, bien gracias.

  De la conversación se llega al conocimiento y del conocimiento al amor. La conversación nos lleva también a la amistad. En estos tiempos, a diferencia de años atrás, los vecinos no se conocen; cada quien sabía y conocía las familias que vivían a su alrededor. Pero hoy esto ya no es así en muchos casos: hoy muchas familias, muchos hogares, viven en el anonimato total. Hoy muchos vecinos no conversan; son extraños a pesar de vivir unos al lado de los otros. A penas en muchos solo se cruzan unas palabras casi obligatorias de buenos días y ya.

  Para muchos, el ritmo de vida que llevamos es un total absurdo. Vamos masificados por las calles, cada quien en su propio mundo, en total aislamiento. Basta con mirar a nuestro alrededor y darnos cuenta de que muchos andan con sus aparatos en los oídos o caminando por las calles con la vista fija en su móvil y tropezones van y vienen, ya sea con los pies o con otras personas, pero esto no nos inmuta. Llegamos a la oficina o al restaurante y lo primero que acomodamos son nuestros aparatos tecnológicos para estar pendientes si nos llaman o si nos mandan mensajes para inmediatamente responder y hundirnos en ellos mientras en frente de nosotros esta como si nada la otra persona como si se estuviera viendo en un espejo.

  No caben dudas, nos estamos anulando como personas. Nos estamos aislando cada vez más. El hombre de hoy le cuesta conversar con los demás y consigo mismo. El hombre de hoy no es capaz de adentrarse en su interior en una actitud de conversación para encontrarse con su hacedor que dijo que si le abren la puerta, su Padre y él vendrán y harán su morada en su corazón. Pero ¿cómo será posible esto, si la criatura no es capaz de conversar con su Creador? Hoy es más fácil tener un amigo virtual, una fe virtual, que una verdadera amistad que se funda nada más y nada menos que en los lazos del amor inquebrantable con que Dios nos ha creado para que le amemos a Él, amemos a los demás y nos amemos a nosotros mismos.



Bendiciones