miércoles, 8 de febrero de 2017

Cordero de Dios que quita el pecado del mundo

En el evangelio de san Juan 1,29 leemos que Juan Bautista al ver a Jesús que se acercaba exclamó: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.  Y es que esta imagen del Cordero era muy conocida y practicada por el pueblo de Israel desde la antigüedad, sobre todo desde el acontecimiento de su liberación de la esclavitud de Egipto: El pueblo elegido sacrificaba un cordero para la Pascua y así recordaba la intervención de Dios en favor de su liberación. Ya con el profetismo, principalmente con Isaías, Dios le irá recordando al pueblo esto mismo; sólo que el profeta le añadirá un elemento más: el Mesías no sólo será el cordero sino que también será el “siervo sufriente” que cargará con los pecados del pueblo y de la humanidad. Así entonces, estas serán las dos características fundamentales de Mesías de Dios.
  Ya el en Nuevo Testamento cuando Cristo da el paso a su vida pública después de ser bautizado por Juan en el Jordán, recaerán sobre Él estas dos características mesiánicas: Cristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Es importante entonces entender que la palabra pecado va a ser referencia a todo aquello que vaya en contra de la voluntad divina, por eso se habla de pecado del mundo. No es sólo pensar que Cristo es el cordero que quita el pecado de los que cometen adulterio, o de los que dicen malas palabras, o de los que tienen malos pensamientos, o de los que tiene malos deseos, etc. Es sobre todo, el Cordero de Dios que quita el pecado que se anida, se gesta, se incuba en las estructuras de la humanidad. Es el Cordero que quita el pecado, sobre todo, institucional. Es lo que la Iglesia siempre ha denunciado como el pecado estructural: ese pecado que está presente en las instituciones humanas.
  Es el pecado que está presente en la estructura o institución política, financiera, militar, cultural, familiar y religiosa. Es conocida la frase “la soberanía reside en el pueblo, del cual dimana el poder del Estado”. Y es que es cierto que el soberano es el pueblo; el que quita y pone es el pueblo. Parafraseando el pasaje del evangelio de san Lucas 16,2: “Lo hizo venir y le dijo: ¿qué es eso que oigo de ti? Da cuenta de tu administración, porque ya no puedes ser mayordomo”.  Y es que es al pueblo que sus dirigentes políticos tienen que rendir cuentas claras de su administración. También el mismo san Lucas nos dirá que en una ocasión se le acercaron a Juan Bautista unos militares y le preguntaron qué tenían que hacer ellos para salvarse, y les contestó que no hicieran extorción a nadie, no denuncien falsamente a nadie, y que se contente con su paga (3,14). Este es el pecado estructural de la corrupción que, al igual que la violencia, son pecados estructurales o institucionales. Estos males de nuestra sociedad tenemos que hacer todo el esfuerzo posible por erradicarlos, y si no se puede erradicar, pues hay que reducirlo a su mínima expresión.
  Nadie tiene derecho a venir a destruir nuestra cultura. Y es que nuestros valores, principios, identidad y costumbres son sagrados y tenemos que defenderlos y protegerlos. No podemos ni debemos alinearnos jamás con los poderes oscuros que van en contra de Dios y su evangelio. La historia fundacional de nuestro país está cimentada en la fe cristiana católica, y por eso la primera palabra que resalta en nuestro escudo nacional es Dios, después la Patria y luego la libertad, y como centro la Biblia. El fundamento de todo es Dios. Una sociedad que se aleja de Dios está condenada a su decadencia y anulación. Hay sociedades que han sacado o han eliminado a Dios hasta por decreto. Nosotros somos una nación que cree en la vida y la defiende y la ha protegido en su Constitución desde la concepción, y esto se quiere burlar, porque a nuestras autoridades les ha parecido mejor alinearse con lo políticamente correcto. Pero lo más triste de esto es que muchas de estas leyes las propician y promueven personas que dicen que son cristianos.

  Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Pero es sobre todo el que nos bautiza con Espíritu Santo y fuego. El bautismo de Juan estaba incompleto, pero Jesucristo vino a completarlo: ya no es sólo para quitar el pecado, sino sobre todo, para darnos la vida de Dios, darnos su Gracia; Él dijo que no vino a condenar al mundo sino a que el mundo se salve por Él; que sus palabras dan vida y vida en abundancia. Tenemos que preguntarnos entonces: ¿Qué hemos hecho o estamos haciendo los bautizados con esa Gracia y fuego que recibimos de Dios? ¿Se ha o se está apagando en nuestro interior? ¿Cómo queremos que el pecado estructural de nuestra sociedad desaparezca si nosotros lo seguimos incubando en nuestro corazón? ¿Queremos que nuestra sociedad sea fuerte? Pues cimentemos sus instituciones sobre la roca firme de la persona  de Cristo y su Palabra.