miércoles, 19 de diciembre de 2018

Estado Confesional y Libertad Religiosa (y 5ª parte)


Concluyendo. Hay dos modos fundamentales de violar la Libertad Religiosa. El primero es la persecución violenta que llega hasta matar a las personas a causa de su fe cristiana. Esta violación de la Libertad Religiosa no ha desaparecido en absoluto, sino todo lo contrario: en algunas regiones del mundo la profesión y expresión de la propia religión comporta un riesgo para la vida y la libertad personal. El segundo modo de violar la libertad religiosa está cada vez más generalizado y presente en nuestro mundo occidental. Consiste en la exclusión de la religión y, más concretamente, de la fe cristiana, de la vida civil pública. Muchos afirman: “eres libre de profesar tu fe cristiana, pero en tu vida privada; cuando entras en la esfera pública, debes dejarla fuera”. Esta es la fórmula con la que se expresan la progresiva discriminación de los creyentes, la negación del derecho de los ciudadanos a la pública profesión de la fe y las limitaciones al papel público de los creyentes en la vida civil y política.

  ¿Qué de malo tiene enseñar que hay que amar a tu enemigo? ¿Qué de malo tiene enseñar que debes de gobernar con justicia? ¿Qué de malo tiene enseñar que debemos orar por los gobernantes? ¿Qué de malo tiene enseñar que debemos honrar a nuestros padres? ¿Qué de malo tiene enseñar que debemos dar sin esperar? ¿Qué de malo tiene en enseñar que no debemos ser hipócritas? ¿Qué de malo tiene en enseñar que debemos dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios? ¿Qué de malo tiene el enseñar que no debemos codiciar la mujer de tu prójimo? ¿Qué de malo tiene enseñar que no debes retener el salario del obrero? ¿Qué de malo tiene enseñar que debemos cumplir las leyes?

  Por un lado podríamos decir que lo único que puede cambiar las sociedades es el evangelio, que es capaz de transformar el corazón y la mente del hombre, y que, por tanto, hasta que eso ocurra, cualquier otro esfuerzo será en vano. Pero, por otro lado, sabemos que muchas veces estas infracciones contra la integridad han sido cometidas por personas que ya han abrazado la fe cristiana, pero que aún no tienen una mente bíblica. Los cristianos bien informados y bien equipados con una cosmovisión bíblica podemos influir en una nación para la formulación de mejores leyes que estén más en conformidad con la ley de Dios.

  El apologista y evangelista norteamericano Josh McDowell, en su libro “Es bueno o es malo”, expresa las razones por las cuales él entiende que la sociedad está como está: “Pienso que una de las principales razones por la que esta generación está marcando nuevos records de deshonestidad, irrespeto, promiscuidad sexual, violencia, suicidio y otras patologías, es porque ha perdido sus lineamientos morales, sus creencias fundamentales; sus creencias fundamentales sobre moralidad y verdad se han erosionado”.

  La Iglesia debe ayudar al creyente a desarrollar una mente bíblica, de manera que sus pensamientos y sus acciones sean consecuentes con la verdad divina. Y que de esta forma él pueda impactar su entorno, y cumplir su rol de ser luz del mundo y sal de la tierra.

  El cardenal Carlo Caffarra, hablando sobre la persecución dijo: “Causa dolor, pero no asombra, constatar el despliegue de fuerzas utilizado para hacer pasar la idea de que el cristianismo, y el catolicismo en especial, son enemigos de la libertad, de las reivindicaciones justas, del progreso científico, de la laicidad y de la democracia. Todas las ideologías que no encuentran en la Iglesia a una aliada la persiguen ferozmente, ya sea asesinando a los cristianos o insultando lo que estos más aman. Y no les falta razón: en una Iglesia fiel al evangelio una ideología nunca encontrará el apoyo incondicional y ciego que las mentiras necesitan para sobrevivir”.

  Creo que el tema no es si se lee o no la biblia o algunos pasajes bíblicos en nuestras escuelas. Como la misma ley general de educación y su reforma del año 2000 lo establecen, es y debe de ser asignatura opcional y de exclusiva elección de los padres o tutores de acuerdo a sus convicciones religiosas y de conciencia. Tanto los que afirman que la lectura de la Biblia debe ser obligatoria en las escuelas, como lo que afirman que debe de prohibirse, invocando la laicidad del Estado, están equivocados. De lo que se trata es de cumplir la ley, ya que, ésta ni obliga ni prohíbe; se trata más bien es de no permitir que se ataque o malogre o destruya este derecho humano consignado en nuestra Constitución sobre la libertad religiosa, que es la que nos proporciona la libertad para la lectura de la Biblia. No se trata de pedir o exigir privilegios. Pero sí de pedir y exigir lo que legítimamente nos corresponde; más cuando se legisla en algo que nos afecta. Necesitamos convicciones profundas y actuar en consecuencia. El filósofo Edmund Burke, nos deja ver la necesidad de que actuemos conforme a nuestras convicciones. Dijo: “Lo único necesario para que triunfe la maldad es que los hombres buenos no hagan nada”.

  Por otro lado, la Biblia no es un simple libro o manual de moral; no es un libro de recetas sobre el comportamiento humano. Es verdad que encontramos en ella elementos para asumir actitudes de buen comportamiento. Pero, la Biblia es sobre todo, el libro sagrado de los cristianos que contiene todo lo necesario, en su mensaje, para la salvación de las almas, en la búsqueda y conocimiento de la verdad revelada por Dios en su Hijo Jesucristo.  Jesús dijo: “No todo el que me diga Señor, Señor se salvará; sino todo aquel que escuche mis palabras y las ponga en práctica… ese es mi hermano, mi hermana y mi madre; y también es el que sabrá edificar su casa sobre roca firme”.

viernes, 14 de diciembre de 2018

Estado Confesional Y Libertad Religiosa (4ª. Parte)


  Ahora, partiendo de que el hombre es un ser religioso por naturaleza; que es una unidad de alma y cuerpo; que tiene inteligencia (para llegar a la verdad), y voluntad (para hacer el bien); cuando tiene que vivir en sociedad junto a otros que son creyentes en lo mismo que él o tienen otras creencias o no son creyentes… ¿tiene la sociedad que tener una religión? La enseñanza católica nos dice que sí. Si el hombre aislado tiene una religión, con mucho más razón al estar en sociedad; es decir, la religión no puede eliminarse porque se está en sociedad. Eso sería practicar la religión solamente en el ámbito privado.

  Santo Tomás de Aquino explica en su “Régimen de los príncipes”, el concepto de “bien común”. Aquí explica cómo es la sociedad política. Dice Santo Tomás: “El bien común se puede dividir en bien común temporal (salud, educación, trabajo, etc.), y bien común espiritual (es decir, el estado tiene que proveer a los ciudadanos de todo lo necesario para que se salven)”. Y así concluye santo Tomás diciendo que esta es la única forma de llegar a la felicidad.

  ¿Qué es un Estado Confesional Católico? Es el estado que cumple todas sus obligaciones para con Dios. Y estas están especificadas por los mandamientos de la ley de Dios y el evangelio. El estado tiene que ocuparse del bienestar temporal de sus ciudadanos, y permitirle a la Iglesia su trabajo de evangelización para la salvación de las almas. El Estado entonces debe subordinarse a la Iglesia en lo atenuante a lo espiritual, pero también en lo temporal que tenga que ver con relación a los temas de la salvación de las almas. El término doctrinal eclesial es “rationi pecatus” (en razón de pecado), la Iglesia tiene y debe de intervenir: en legislaciones sobre la educación, legislación familiar. En resumen: la Iglesia tiene jurisdicción absoluta sobre asuntos o cuestiones espirituales, y jurisdicción indirecta sobre asuntos o cuestiones temporales que tengan que ver con la salvación de las almas. Porque el fin de la Iglesia es la salvación de las almas.

  Y la relación del Estado con los no católicos o no creyentes: aquí ya entramos en lo que se llama la recta interpretación de la libertad religiosa. Y de principio, la libertad religiosa no hay que entenderla como creer cualquier cosa o profesar públicamente cualquier cosa. La doctrina católica dice que hay que prohibir todas aquellas manifestaciones religiosas que atenten contra la moral, el orden público y las buenas costumbres. En cuanto al culto privado de cada creencia, la Iglesia no opina ni interviene, no se puede obligar a nadie que abandone su fe ni violentarla para que profese o se adhiera a la católica.

Según el sacerdote Argentino Julio Meinvielle, en un artículo escrito por él sobre libertad religiosa, definió el concepto de Estado Confesional como: “El estado en el que la legislación, las costumbres y las instituciones están impregnadas del mensaje del evangelio”.

  Veamos ahora la ley general de educación 66-97 de la RD. Sobre los Principios y fines de la Educación dominicana, en su art. 4, letra e, dice: “Todo el sistema educativo dominicano se fundamenta en los principios cristianos evidenciados por el libro del evangelio que aparece en el Escudo Nacional y en el lema Dios, Patria y Libertad”. En la letra g, dice: “La familia, primera responsable de la educación de sus hijos, tiene el deber y el derecho de educarlos. Libremente decidirá el tipo y la forma de educación que desea para sus hijos”. En la letra i, dice: “La educación dominicana se fundamenta en los valores cristianos, éticos, estéticos, comunitarios, patrióticos, participativos y democráticos en la perspectiva de armonizar las necesidades colectivas con las individuales”. En el capítulo VI sobre la enseñanza moral y religiosa, en el art. 24 dice: “Las escuelas privadas podrán ofrecer formación religiosa y/o moral, de acuerdo con su ideario pedagógico, respetando siempre la libertad de conciencia y la esencia de la dominicanidad”. Y en el art. 25 dice: “Los alumnos de planteles públicos recibirán enseñanza religiosa como se consigna en el curriculum y en los convenios internacionales. A tales fines y de acuerdo con las autoridades religiosas competentes se elaborarán los programas que se aplicarán a los alumnos cuyos padres, o quienes hacen sus veces, no pidan por escrito que sean exentos”.

  En la reforma a esta ley  del 2000 y que pasó a ser la 44-00, se modificó el artículo 25, para que contenga los párrafos siguientes.

Párrafo I: Se establece a nivel inicial, básico y medio, después del izamiento de la Bandera y entonación del Himno Nacional, la lectura de una porción o texto bíblico.

Párrafo II: Se establece a nivel inicial, básico y medio la instrucción bíblica que se impartirá por lo menos una vez a la semana. Los programas y métodos de enseñanza bíblica serán propuestos por la Conferencia Episcopal Dominicana (CED), y el Consejo Dominicano de Unidad Evangélica (CODUE).

Párrafo III: En cada escuela pública, previo consenso de los órganos y autoridades religiosas competentes del párrafo II, se ofrecerá un programa de instrucción bíblica común o, en su defecto, se ofrecerán dos programas de instrucción bíblica individuales, uno por cada órgano o autoridad religiosa competente del párrafo II. Los padres de los alumnos, o quienes hagan sus veces, podrán escoger entre los dos programas de instrucción bíblica mediante una simple declaración escrita, pudiendo también optar por la exención de la materia, como la prescribe la ley general de educación.

Estado Confesional y Libertad Religiosa (3ª. Parte)


Hablando de las libertades, el Papa León XIII distinguía entre libertad física interna (soy libre para ir donde quiera y nadie me puede coartar); libertad psicológica (soy libre para pensar lo que quiera), y libertad moral (soy libre para hacer el bien, facultad para moverse hacia el bien, pero no para hacer el mal; hay una obligación moral para hacer el bien y evitar el mal; para hacer el bien tengo toda la libertad del mundo, para hacer el mal no tengo libertad, no tengo derecho a hacer el mal). Las primeras dos son del fuero interno de la persona y la Iglesia no puede emitir ningún juicio; la tercera es del fuero externo y en esta sí puede y debe intervenir.

  Ahora bien, dicho todo lo anterior, pasemos al asunto del Estado Confesional. Hay muchas personas, incluso pensadores modernos, que afirman que eso de estado confesional es algo obsoleto y pasado de moda, y que ya no tiene posibilidad alguna de realizarse en estos tiempos modernos. Eso es falso. Pues resulta que en estos tiempos modernos, son decenas de países que son confesionales; y no son sólo los estados islámicos. Desde el año 390 con el emperador Teodosio que estableció la religión cristiana-católica como religión oficial del estado romano, a partir de entonces todos los estados europeos empezaron a ser confesionales. Esta línea se corta con la Reforma Protestante, donde se aplicó el principio de “a cada príncipe su religión”. Pero aun con esto, siguieron existiendo estados confesionales. En segundo lugar está la Revolución Francesa de 1789 que, en relación a la religión cristiana, descristianizó a Francia. Pero después, Napoleón se retracta, no completamente, y firma un acuerdo o Concordato con la Santa Sede. La ruptura total de Francia con la Iglesia, en lo político, se da en 1905 en lo que se llamó “La Tercera República”, que se decreta esta separación.

  A pesar de esta ruptura, siguió habiendo estados confesionales: Inglaterra (anglicana), Dinamarca e Islandia (luterana), Grecia (cristianismo ortodoxo griego), Costa Rica, Malta, Mónaco (catolicismo); están los Estados islámicos (con su ley musulmana Sharia, que une el aspecto temporal con el espiritual), y en algunos casos, no sólo son confesionales sino que son teocracias (el rey o presidente es un iluminado de Dios). Esta idea es rechazada totalmente por la doctrina católica. Ya el Papa Benedicto XVI llegó a decir: “La misión de la Iglesia no es la de gobernar a los pueblos; eso le compete exclusivamente a la política y políticos. La misión de la Iglesia es la de evangelizar para la salvación de las almas”. Es el CIC que prohíbe a los sacerdotes incursionar en política: canon 285,3 dice: “Les está prohibido a los clérigos aceptar aquellos cargos públicos que llevan consigo una participación en el ejercicio de la potestad civil (legislativo, ejecutivo y judicial)”; y el canon 287,2 dice: “No han de participar activamente en los partidos políticos ni en la dirección de asociaciones sindicales, a no ser que, según el juicio de la autoridad eclesiástica competente, lo exijan la defensa de los derechos de la Iglesia o la promoción del bien común”. La aplicación de este canon no afecta al diaconado permanente

  Siguiendo con las teocracias islámicas, tenemos a Irak e Irán. Otros estados islámicos confesionales, pero sin teocracia, son: Mauritania, Afganistán, Pakistán, Yemen, Omán, Marruecos. En África tenemos estos estados confesionales de acuerdo a su Constitución: Argelia, Egipto, Libia, Mauritania, Marruecos, Somalia. En América: Costa Rica. En Asia: Afganistán, Arabia Saudita, Baren, Brunei, Camboya, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Irak, Jordania, Kuwait, Maldivas, Omán, Pakistán, Catar y Yemen. En Europa: Dinamarca, Reino Unido, Islandia, Mónaco, San Marino, Vaticano. Entonces tenemos que los estados confesionales no son cosas del pasado, sino que siguen siendo actuales. También es bueno saber que en los Estados Islámicos la separación Iglesia-Estado no existe; en otros, el Estado es totalmente opresivo a la religión como China, Corea del Norte; y en otros, el Estado margina la religión, como Japón.

  Una cosa es la separación Iglesia y Estado, y otra es la separación Iglesia y sociedad; que es lo que los detractores del cristianismo, especialmente del catolicismo, quieren y exigen que se aplique. No quieren que lo cristianos participemos en los debates de la sociedad. Se acusa a la Iglesia de que lo que promueve y defiende es antidemocrático. Mientras la Iglesia reconoce el derecho de estos grupos a opinar e intervenir en el ámbito público, estos mismos grupos no le quieren reconocer a la Iglesia y los cristianos el mismo derecho. Nos quieren tratar como ciudadanos de segunda categoría. Los cristianos somos ciudadanos de hecho y de derecho; no podemos ser ciudadanos para unas cosas y para otras no.

  Existen dos formas de laicidad: una excluyente y otra inclusiva. La primera piensa que la laicidad es una forma de convivencia de la que deben excluirse todas las visiones de la vida, privando al espacio público de cualquier proyecto de vida buena. La segunda piensa que la laicidad es una forma de convivencia en la que, una vez supuesta la aceptación de algunos bienes humanos fundamentales tutelados por unas normas primarias, cualquier propuesta de vida, cualquier visión del mundo tiene derecho a ser ofrecida en el espacio público, siempre que se utilice el instrumento de la razón para argumentarla.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Estado Confesional y Libertad Religiosa (2ª. Parte)


Digamos algo con respecto al Estado laico y el Estado laicista o, señalemos la diferencia entre estos dos. Según el jurista mexicano Jorge Adame Goddard, “El Estado Laico es aquella organización política que no establece una religión oficial, es decir, que no señala una religión en particular como la religión propia del pueblo, que por lo mismo merece una especial protección política y jurídica. Así, la razón de ser del mismo es permitir la convivencia pacífica y respetuosa, dentro de la misma organización política, de diferentes grupos religiosos. El Estado Laico sin libertad religiosa es una contradicción, es en realidad un Estado despótico que pretende imponer al pueblo una visión agnóstica o a-religiosa de la vida y el mundo”. El Estado laico determina que las leyes civiles valen igual para todos, sin que importen las creencias o el rol que desempeñe el individuo en una organización eclesiástica. Ninguna entidad religiosa debe de ser privilegiada sobre las demás y así como ninguna debe de ser beneficiada tampoco ninguna debe discriminarse. Se respeta la pluralidad de creencias religiosas y al mismo tiempo, se respeta a la población agnóstica y atea. El Estado laico no es un enemigo de las religiones, sino que es respetuoso de ellas, las cuales no deben mezclarse con el ejercicio del poder público. Es decir, la visión laica del Estado es beneficiosa para el Estado y la Iglesia ya que, mantiene la autonomía e independencia de ambos. El Estado laicista es hostil e indiferente hacia la religión y su doctrina.

  La Declaración de los DD.HH de 1948, en su artículo 2, 1 establece: “Toda persona tiene los derechos y libertades proclamados en esta Declaración sin distinción alguna de religión”. Y el art. 18 indica además: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”. Lo mismo establece el artículo 18 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; el artículo 14 de la Convención de los Derechos del Niño, y el artículo 9 de la Convención Europea de DD.HH. Entonces, el Estado debe garantizar, no reprimir ni menos aún obligar a recluir la religión al ámbito de lo privado. Cualquier prohibición es contraria a esta Declaración. El Estado que garantice a sus ciudadanos el ejercicio de la religión en todas sus manifestaciones sigue siendo, por ello, plenamente independiente de la influencia religiosa. Así también tenemos que, la Convención Americana de los Derechos Humanos, conocida como Pacto de San José de Costa Rica, dice: “Nadie puede ser objeto de medidas restrictivas que puedan menoscabar la libertad de conservar su religión o sus creencias  o de cambiar de religión o de creencia”. Tanto la Convención de San José como la Declaración Universal de los DDHH hablan del “derecho de los padres a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos”.

  Veamos ahora lo que nos enseña el Concilio Vaticano II. Uno de los grandes aportes de este Concilio ecuménico, -convocado por el Papa Juan XXIII en el 1960 y concluido por el Papa Pablo VI en el 1965-, fue la proclamación, defensa y promoción de la Libertad Religiosa como uno de los derechos humanos fundamentales. Citando nuevamente a Jorge Adame Goddard, la libertad religiosa la define como: “La libertad de todo ser humano de relacionarse con Dios. Es propiamente la libertad de elegir una relación con Dios y decidir vivir conforme a ella”. El concepto de libertad religiosa es mucho más amplio que el concepto de libertad de culto. El segundo está incluido en el primero. Pero además, la libertad religiosa reconoce el derecho de las instituciones religiosas a tener escuelas, universidades, medios de comunicación, etc., para la propagación del mensaje; también reconoce la participación en la vida pública de los creyentes en la creación de leyes que no sean inmorales ni abusivas. En la Gaudium et Spes (Los Gozos y Esperanzas), cap. IV no. 73 dice: “La conciencia más viva de la dignidad humana ha hecho que en diversas regiones del mundo surja el propósito de establecer un orden político-jurídico que proteja mejor en la vida pública los derechos de la persona, como son el derecho de libre unión, libre asociación, de expresar las propias opiniones y de profesar privada y públicamente la religión”. En el documento Dignitatis Humanis (sobre La Dignidad Humana), n. 2 dice: “Este Concilio declara que la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, sea por parte de personas particulares como de grupos sociales y de cualquier potestad humana; y esto, de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado, con otros, dentro de los límites debidos”; en el n. 6 dice: “Pertenece esencialmente a la obligación de todo poder civil proteger y promover los derechos inviolables del hombre. El poder público debe asumir eficazmente la protección de la libertad religiosa de todos los ciudadanos por medio de justas leyes y otros medios adecuados y crear condiciones propicias para el fomento de la vida religiosa a fin de que los ciudadanos puedan realmente ejercer los derechos de la religión y cumplir los deberes de la misma, y la propia sociedad disfrute de los bienes de la justicia y de la paz que provienen de la fidelidad de los hombres a Dios y a su santa voluntad”.

  Y en el n. 13 del mismo documento habla de que los cristianos, como los demás hombres, gozan del derecho civil de que no se les impida vivir según su conciencia. Por lo tanto, libertad de la Iglesia y libertad religiosa deben reconocerse como un derecho a todos los hombres y comunidades y sancionarse en el ordenamiento jurídico. En el n. 15 el Concilio reconoce lo necesaria que es la libertad religiosa sobretodo en la presente situación de la familia humana.

  En la Declaración Gravissimun Educationis (sobre la Educación Cristiana), en el n. 6, leemos: “Es necesario que los padres, cuya primera e intransferible obligación y derecho es educar a los hijos, gocen de absoluta libertad en la elección de las escuelas. El poder público, a quien corresponde amparar y defender las libertades de los ciudadanos, atendiendo a la justicia distributiva, debe procurar distribuir los subsidios públicos de modo que los padres puedan escoger con libertad absoluta, según su propia conciencia, las escuelas para sus hijos”.

martes, 11 de diciembre de 2018

Estado Confesional y Libertad Religiosa (1ª. Parte)


Desde hace unas semanas atrás, nuestra sociedad ha venido enfrascándose en un debate casi a nivel nacional sobre el tema de, si se lee o no la Biblia en nuestras escuelas. Este debate surgió en el Congreso Nacional, específicamente en la Cámara de Diputados, ya que fue presentado este tema por dos legisladoras, una que aducía que la lectura de la Biblia debía de ser obligatoria y otra que aducía la opinión contraria, es decir, que no debía de leerse ya que invocaba la laicidad del Estado dominicano. Pues esto encendió la alarma en la sociedad y se expresaron diferentes opiniones, tanto a favor como en contra de una y otra postura.

  Debemos de tener en cuenta que, una de las características de nuestra sociedad dominicana es que, lamentablemente, es una sociedad politizada. Todo se mira desde la política. Hay una intención muy marcada de manejar políticamente los temas, y el religioso no escapa a esto. Este tema de la lectura de la Biblia en nuestras escuelas cayó en este manejo politiquero. Por otro lado, a este tema se le ha dedicado horas enteras en los medios de comunicación y las redes sociales; hasta mesas de debate, etc. Es lamentable que, en la presentación de las opiniones, sobre todo en las redes sociales, se haya caído en lo que podríamos llamar la indecencia, la vulgaridad y falta de respeto hacia las personas que iniciaron con el tema. Para expresar nuestras diferencias de opinión, no es necesario caer en la descalificación soez y ofensa ni maltrato verbal. Esa actitud quita fuerza al mismo debate de las ideas. El apóstol Pedro , en primera carta 3,15 nos dice a los creyentes: “Estén siempre dispuestos a dar razón de su esperanza a quien se lo pidiere”. Pero para poder hacerlo, debemos de estar permanentemente informados y formados, no sólo en nuestra mente, sino en nuestra conciencia.

  En estas próximas entregas de nuestra revista Palanca, es lo que queremos hacer. Debemos de aclarar que nosotros no tenemos ni ostentamos la vocería de nuestra Iglesia Católica en la República Dominicana. Eso es de competencia exclusiva de la Conferencia Episcopal Dominicana. Lo que sí queremos hacer es nuestro aporte a este tema que sigue en la palestra pública y que sigue también concitando variadas opiniones tanto a favor como en contra de ambas posturas. Comenzaremos por presentar argumentos desde el derecho, sin pretender jamás dar la impresión de que somos expertos en ese terreno. Veremos lo que nos dice la Declaración Universal de los Derechos Humanos con respecto a la Libertad Religiosa; después mencionaremos lo que nos enseña la Doctrina Católica con respecto a la misma en sus diferentes documentos del Concilio Vaticano II; mencionaremos una que otra idea de algún experto en este campo del derecho, y al final, en la conclusión, es donde expresaremos nuestra opinión o aporte. Es un aporte que está basado no sólo en lo referente a nuestra fe y sacerdocio ministerial, sino también en lo referente a nuestra condición de ciudadanos de este país.

  Comencemos por la realidad de la Rep. Dom. La historia fundacional de nuestro país está cimentada sobre la base de la fe cristiana católica. Lo vemos en el legado de nuestros próceres de la independencia: el juramento trinitario, la Biblia y la palabra Dios en el escudo nacional, la cruz en la bandera, el nombre de la República Dominicana y su capital Santo Domingo de Guzmán, y todo el ideario duartiano sobre la importancia de la religión en su vida familiar, personal y pública. Al redactar su proyecto de Constitución de la RD, Duarte estableció el siguiente principio: “La religión predominante en el Estado deberá ser siempre la católica, apostólica, sin perjuicio de la libertad de conciencia y tolerancia de cultos y de sociedad no contrarias a la moral pública y caridad evangélica”.  Para Duarte la religión no fue una máscara de hipocresía ni envoltura de denigrante oportunismo. Fue código de vida y también recurso imponderable para trazar un futuro mejor para la Patria.

  Por otro lado, está el tema relacionado con el Concordato firmado entre el Estado Dominicano y la Santa Sede en 1953 por el presidente de entonces Rafael Leónidas Trujillo Molina y el Papa Pío XII. Muchas personas le endilgan a este acuerdo muchas limitaciones, errores y discriminaciones hacia otras creencias. Pero en realidad este acuerdo no contraviene la Constitución dominicana ni tampoco es causa de que en nuestro país no se puedan practicar otras creencias religiosas. Este Concordato en su art. 1 dice: “La religión católica, apostólica y romana sigue siendo la de la nación dominicana y gozará de los derechos y de las prerrogativas que le corresponden en conformidad con la ley divina y el derecho canónico”. Art. III no. 1 dice: “El Estado dominicano reconoce a la Iglesia Católica el carácter de sociedad perfecta y le garantiza el libre y pleno ejercicio de su poder espiritual y de su jurisdicción, así como el libre y público ejercicio del culto”. Y en el no. 2 dice: “La Santa Sede podrá sin impedimento promulgar y publicar en la RD cualquier disposición relativa al gobierno de la Iglesia.”

  Como vemos, el Concordato entre la Santa Sede y el Estado dominicano no es causa ni prohíbe ni cuarta el ejercicio y práctica de otras creencias religiosas, ya que la Santa Sede reconoce el derecho absoluto y soberanía de los Estados para establecer relaciones, acuerdos y contratos con quien considere. Eso es de materia exclusiva y única de cada Estado, y en eso la Iglesia no interfiere. Por otro lado hay que decir que el Estado dominicano tiene acuerdos establecidos con otras iglesias cristianas no católica, como lo es el CODUE (Confederación de Unión Evangélica), en materia de legislación sobre la familia, el matrimonio, educación y exenciones para su libre ejercicio evangelizador.

Aprendan de mí


  Los evangelistas nos dicen de Jesús que la gente y sus discípulos se dirigían a él como Maestro; ya el mismo Jesús les dirá a los discípulos que no deben decirle maestro a nadie en la tierra porque un solo Maestro tienen ellos; refiriéndose a él, claro. Jesús se nos presenta como el Maestro de maestros; diferente en su enseñanza y manera de trasmitirla. Nos dice que tenemos que aprender de él. Toda palabra y toda la vida de Jesús son para nosotros enseñanza: “Dichoso el que al escuchar mis palabras no se sienta defraudado de mí; porque mis palabras son palabras de vida eterna”, y, “Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón”.

  Aprender de Jesús, -del Maestro-, a ser manso y humilde de corazón. La mansedumbre es virtud que nos da el Espíritu Santo; no es defecto. La mansedumbre es fortaleza interior bajo control. Es fortaleza que nos ayuda a ser cercano a los demás y ayudar a los demás. Si nos preguntaran ¿debe el cristiano ser manso? La respuesta es SI. El creyente que es manso sabe ser fuerte ante los embates de la vida, ante las pruebas, ante las tentaciones; el creyente manso no se doblega ante la prueba ni ante la tentación. Jesús fue un hombre manso, de fortaleza incuestionable ante tantas pruebas y tentaciones que tuvo que enfrentar en su ministerio; pruebas y tentaciones que no sólo le llegaban desde fuera, sino también desde dentro, desde los mismos discípulos cada vez que lo incitaban a que se manifestara a los demás como rey poderoso para que ocupara el trono del palacio y así ellos también gozar de esa posición de realeza. Pero el Señor jamás quiso estar por encima de los demás de esa manera. La única ocasión en que estará por encima de los demás será cuando esté crucificado en la cruz y ahí sí atraerá a todos hacia él.

  Pero también está la otra virtud de la humildad. Jesús mismo nos enseñará, tanto de palabra como en la vida, lo importante que es ser humilde; virtud ésta que también tenemos que pedirla a aquel que nos la puede dar, Dios. La humildad que también va unida a la sencillez. Una persona sencilla es aquella que no se complica la vida, ni su vida ni la de los demás. La persona humilde es la que está siempre abierta desde su interior a las grandezas de Dios; es la persona que conoce a Dios por medio de la revelación del Hijo; es el que está preparado para recibir todo cuanto Dios tiene que darnos para seguir avanzando en la vida hacia la casa del Padre. Y es que estas virtudes tenemos que aprender a vivirla con sinceridad, desde lo más profundo de nuestro corazón, sin fingimiento; así encontraremos el descanso necesario para seguir la batalla de la vida, sin desmayar, sin mirar hacia atrás.

  El evangelista san Juan nos dice bien claro que tanto amó Dios al mundo, que le envió a su Hijo único para que todo el que crea en Él tenga vida eterna. Pero más adelante será el mismo Jesús que nos dirá o hará la invitación para que nos acerquemos a él o vayamos hacia él. Y es que, quién de nosotros no ha sentido en más de una ocasión el cansancio, la frustración, el peso de la vida. Cuántas veces hemos escuchado a gente decir que ya está cansada de la vida; que no le encuentra sentido a la misma; que son tantos los dolores y sufrimientos que no merece la pena seguir luchando ni viviendo, etc. Es precisamente el cansancio de la vida. Por eso el Señor Jesús nos invita a ir hacia él con todo nuestro cansancio y agobio acumulado no solo de la vida, sino el de todos los días. Nos dice que vayamos hacia él porque puede aliviarnos de todo ello. Fijémonos que dice que nos “aliviará”, más no dice que no tendremos cargas. Las cargas siempre estarán, pero él nos ofrece alivio con el peso. Es la actitud del cirineo. Seguiremos en el camino con la carga, pero contaremos con su ayuda para seguir avanzando y no quedarnos estáticos, derrotados.

  Hay mucha gente que dice y hasta afirma que no son dignos de acercarse a Dios; de estar en su camino. Pero es que el Señor, que nos conoce muy bien, no nos puso condición para acercarnos a él; él no dijo que para seguirlo o buscarlo teníamos que ser intachables, no cometer falta alguna, no cometer ningún error, ni nada parecido. Sin más, nos invitó a acercarnos a él, y nos llama hacia él: “vengan a mí”. Tenemos que ir hacia él con lo que nosotros somos y tenemos: con nuestras limitaciones, defectos, errores. Pero también y sobre todo, con nuestras virtudes y cualidades; porque es que en él y con él tenemos garantizada nuestra victoria; porque su victoria es nuestra victoria: “yo he vencido al mundo, sus pompas, el pecado, la muerte…Y ustedes también los podrán vencer”; pero sólo si vamos hacia él, porque sin él nada podremos hacer.

 

martes, 13 de noviembre de 2018

La dirección espiritual: Vida de Fe.


“Jesús se quedó admirado al oír esto, y dijo a los que le seguían: Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel con tanta fe como este hombre” (Mt 8,10).



  La fe es una de las tres virtudes teologales que posee el ser humano. Se llaman virtudes teologales porque es el mismo Dios-Padre quien las ha sembrado en nosotros como una pequeña semillita para que poco a poco vayan germinando y puedan llegar a convertirse en un árbol grande y frondoso. Es el primer paso que le corresponde a Dios. De hecho, nadie puede decir que cree en Dios por su propia cuenta si Dios no lo impulsa para ello; por eso la fe. Pero el segundo paso nos corresponde a cada uno de nosotros que es hacer que esa semillita de la fe vaya germinando con nuestra práctica de vida. La fe debe impregnar toda nuestra vida: familiar, estudio, trabajo, amistades, etc. La fe no es nada más una simple palabra que suena bonita, sino más bien que es un estilo de vida; una manera de cómo tenemos que vivir nuestra vida; y esa manera es la manera cristiana. Por eso es que hemos dicho lo anterior.

  La fe debe informar las grandes y pequeñas decisiones. No basta asentir a las grandes verdades del credo, tener una buena formación (que es importante); es necesario, además, vivirla, practicarla, ejercerla, debe generar una vida de fe que sea, a la vez, fruto y manifestación de lo que se cree. No se trata de vivir la fe o practicarla únicamente cuando voy al templo o al grupo de oración. La fe no es un traje que me pongo y me quito cuando voy a la misa o al grupo de oración y ahí queda. A la misa, al grupo de oración o el apostolado voy a nutrirme de la palabra de Dios y de la comunión sacramental para renovar fuerzas y una vez que salgo de esas actividades, poner en práctica lo aprendido y revelado por Dios. Es así como seremos luz en medio de la oscuridad; es así como nuestra lámpara iluminará a todos los de la casa, a todos los que nos rodean; es así como daremos buenos frutos y permanecerán. Así entonces, será bueno e importante hablar de esta virtud sobrenatural en la dirección espiritual de cómo está iluminando o trabajando la misma en nuestra vida: cómo interviene en la aceptación de una enfermedad, de la muerte de un ser querido, de una contradicción; cómo incide en el comportamiento con los amigos, compañeros de trabajo, si ayuda a procurar el bien para ellos, sobre todo el mayor bien, que es acercarlos a Dios…

  Recordemos que el camino de la fe es un camino de muchas tribulaciones: en la conversación el director espiritual nos hará comprender que los obstáculos, vicisitudes, los acontecimientos menos agradables… también son parte del plan providencial de Dios-Padre, que a veces bendice con la cruz, como medio de purificación y crecimiento interior: “No es digno de mí el que no toma su cruz y me sigue” (Mt 10,38). Todo esto nos ayuda a ofrecer estas contradicciones, evitar las quejas, porque también son medios de santificación. Una vida profunda de fe nos ayuda a enfrentar con mansedumbre y humildad las tribulaciones por las cuales nos conduce a veces nuestro Padre celestial. Esta fue una de las grandes enseñanzas de la vida de fe de la madre Teresa de Calcuta.

  Es importante también que al hablar con el director espiritual sobre esta gran virtud, hablemos de todas aquellas cosas que la ponen en entredicho; porque hay mucha confusión en mucha gente acerca de la doctrina, que caracteriza nuestros ambientes. Siempre es bueno y aconsejable saber qué libros, estudios, etc. nos podrían ayudar para contrarrestar tanta propaganda contraria a la fe que encontramos muchas veces en la universidad, el ambiente social, laboral, medios de comunicación, etc. Se trata de buscar los remedios oportunos cuando sea necesario.

  Por último, quiero también mencionar otra gran virtud que no podemos obviar porque es importante en el caminar espiritual. Es la virtud de la pureza. Esta virtud está muy relacionada con el amor  a Dios, y está destinada a crecer y fortalecerse bajo la acción del Espíritu Santo. Para muchos hombres y mujeres de la vida espiritual, esta virtud es la puerta de entrada a una vida interior honda y a una vida apostólica. Esta virtud guarda el corazón y los sentidos; mortificación y control de la imaginación; prudencia en las lecturas, en los espectáculos; en el trato con las personas del sexo opuesto, etc. Esta virtud ha sido minusvalorada y atacada por muchos. No se trata de ser o caer en el puritanismo. La verdadera pureza nos libera de los escrúpulos y nos conduce a la finura interior, con la confianza de poderla vivir siempre en las circunstancias en las que se desenvuelve nuestra vida.

Les dijo: ¡cobardes! ¡Hombres de poca fe!


  En el evangelio de Mateo en el capítulo 8,23-27, se nos presenta, si se quiere, una escena evangélica muy simpática. Se nos narra que Jesús sube a la barca junto a los discípulos y como todo ser humano, se hecha a dormir porque está cansado, agotado. Esto es muy importante tenerlo en cuenta ya que se nos presenta a Jesús en una actitud muy humana; recordemos que las mismas Sagradas Escrituras nos dicen de Jesús que en todo se asemejó a nosotros, menos en el pecado. Jesús fue tan humano como cualquiera de nosotros, simples mortales; al igual que nosotros, también siente el cansancio de toda una jornada de trabajo, y es lógico que, agotado, quiera descansar. Además, no es el único pasaje del evangelio en el que se nos muestra a Jesús asumiendo esta actitud. Es como si se nos quisiera hacer ver una intención muy a propósito de Jesús.

  En este pasaje evangélico, tenemos por un lado a los discípulos, hombres diestros en las cosas del mar, ya que ellos se dedicaban al oficio de la pesca. Este pasaje evangélico es a lo mejor paradigmático, ya que estos hombres no sólo debieron experimentar estas situaciones en el mar una sola vez; de seguro la vivieron muchas veces; pero ahora está la particularidad de que está presente el Señor. Estos hombres, adentrados en el mar, sienten los embates de los fuertes vientos y el fuerte oleaje que golpean la barca sintiendo la sensación de que la misma quisiera hundirse. Y esto es lo que le dicen a su Maestro: Señor, ¡sálvanos, que nos hundimos! Por el otro lado esta precisamente Jesús, agotado por el cansancio, está sumido en un profundo sueño ya que estos embates contra la barca no lo despertaban; fueron sus discípulos que lo despertaron.

  Los discípulos están asustados, temerosos, no saben qué hacer para poder seguir adelante en su travesía. Es entonces cuando van con el Maestro, lo despiertan y le gritan que haga algo. En lo personal  así también es nuestra vida. Cuántas veces no hemos tenido que enfrentar en nuestro caminar esos fuertes vientos y tempestades de nuestros dolores, sufrimientos, pruebas, tentaciones, problemas, etc., que zarandean y golpean nuestra vida fuertemente y nosotros llenos de miedo no sabemos qué hacer y nos desesperamos; miramos para todos lados y no vemos salida, no vemos la luz al final del túnel. En medio de la desesperación le gritamos a Dios que nos ayude, que nos salve porque nos hundimos, nuestra vida sentimos que se nos va, la perdemos, perdemos la batalla. Pero el Señor, al igual que a los discípulos nos dice “gente de poca fe”. Fijémonos que el Señor no les reclama a los discípulos que no sientan miedo; de hecho, el mismo Jesús experimento el miedo. Lo que les reclama es que se dejen dominar por el miedo, porque los inmoviliza, los frisa, no los deja avanzar ni en la vida ni en la fe ni en la vida espiritual. Que aprendamos más bien a confiar, porque no estamos ni caminamos solos en la vida. Él lo prometió que estaría con nosotros siempre; pero tenemos que creerlo y dejar que se acerque y nosotros acercarnos.

  En cuanto a lo eclesial, la imagen de la barca es imagen de la Iglesia; el mar es imagen del mundo donde hay toda clase de peces. En la barca hay uno que lleva el timón, pero otro es el capitán, y el timonero guía la barca por donde le manda el capitán; no por donde el timonero le da la gana de llevarla. Hay otros que van en la barca haciendo otras labores, necesarias todas. Así va la Iglesia: Pedro es el timonero, y sus sucesores, los papas; pero Jesús es el capitán y es el que dice al timonero por donde guiar la Iglesia. Los discípulos, a pesar del miedo que experimentaron, no se lanzaron al mar porque lo cierto es que, a pesar de los fuertes vientos y embates del mar, están a salvo en la barca. Pues en la Iglesia, la gran familia de Cristo, nos pasa igual: a pesar de los embates contra ella, de las persecuciones, si permanecemos en ella estaremos seguros; llegaremos a puerto seguro, estamos a salvo; porque Jesús prometió que a su Iglesia nada ni nadie la podrá destruir. No se trata de lanzarnos al mar, abandonar la Iglesia a pesar de los problemas que encontremos en ella. En el mar, fuera de la Iglesia estamos a merced del maligno y de sus embates y fácilmente morimos, nos ahogamos.

  En nuestra vida y en la misma Iglesia encontraremos estas situaciones. Cristo dijo que tuviéramos ánimo ya que Él ha vencido al mundo, al pecado y la muerte, y ese mismo sería nuestro triunfo si permanecemos fieles a Él y a sus enseñanzas. Pidamos a Jesús siempre que nos dé fortaleza para permanecer en sus caminos, porque es el que nos conduce al Padre y por el cual tenemos acceso al Él.


jueves, 8 de noviembre de 2018

Vio Jesús a un hombre llamado Mateo… y le dijo: Sígueme.


En el evangelio de san Mateo, leemos en el capítulo 9, 9-13, cuando Jesús se acerca a este “publicano” (pecador público), que está sentado en la mesa del cobro de los impuestos, y sin iniciar ningún diálogo le dirige una sola palabra: sígueme. Hemos de imaginarnos que Mateo quizá nunca había visto al Maestro en persona hasta ese momento; quizá sí oyó hablar de un tal Jesús que hacía milagros y que hablaba como ningún otro maestro, etc. Pero ya se le presenta la ocasión de conocerlo y tenerlo cara a cara. El mismo pasaje del evangelio nos dice que este hombre era un publicano cobrador de impuestos. Pero, ¿cobrar los impuestos es malo? No. Lo que sí es malo es cobrar lo injusto para después embolsillarse una buena parte; además, éste estaba al servicio del Imperio Romano, del Emperador, peor todavía. Entonces era señalado como un pecador público.

  Pensemos en las posturas que asumen tanto Jesús como Mateo. Primero, dice el pasaje evangélico que Mateo estaba “sentado” a la mesa de recaudación de los impuestos. Esa postura de estar sentado nos hace pensar que es la misma postura que asumimos nosotros de comodidad con respecto al pecado: mucha gente le gusta estarse revolcando como los cerdos en el lodo mal oliente, putrefacción, etc.; gente que se goza nadando en las aguas turbias; vigilando lo propio, lo suyo, sus pertenencias para que nadie se las toque, pero ellos sí tocan las de los demás y con la intención de despojarlos de las mismas, aun sabiendo que es injusto. Diciéndolo de una manera llana sería el “no cojo corte con lo mío, pero sí corto lo de los demás”. Jesús llega a él en ese momento y lo mira con una mirada fija, penetrante y de misericordia. Le dirige una palabra “sígueme”. Hay que pensar no tanto en la palabra que Jesús le dijo a Mateo, sino más bien es pensar y reflexionar en cómo Jesús le dijo esa palabra; a lo mejor se la dijo de una manera que caló en lo más profundo del corazón de este hombre que se sintió impulsado a dejarlo todo y aceptar la invitación a seguirlo. Jesús conoce muy bien la situación de aquel hombre, pero no le importa; lo llama a seguirle.

  Sigue narrando el pasaje evangélico que Mateo “se levanta y dejándolo todo, lo sigue”. Se levanta de aquello que significa esa mesa y oficio. Ya Jesús en una ocasión nos dirá que todo aquel que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que la pierda por Él y por evangelio, la encontrará. Esto fue lo que sucedió en Mateo: abandonó sus seguridades y las puso en Jesús. Así nos pasa a muchos de nosotros: queremos seguir al Señor, pero con nuestras seguridades; con nuestras cosas agarradas. Recordemos el pasaje del evangelio de san Juan del joven rico que le preguntó al Señor qué tenía que hacer para ganarse la vida eterna, el Señor le contestó que vendiera todas sus posesiones, la compartiera con los pobres y luego lo siguiera; pero aquel joven no quiso aceptar la invitación del Señor porque estaba muy aferrado a sus posesiones. No era él el que poseía las cosas; más bien, eran las cosas las que lo que lo poseían a él.

  El novelista inglés Aldous Huxley, en su novela Un mundo feliz, nos dice: “si has obrado mal, arrepiéntete, enmienda tus yerros en lo posible y esfuérzate por comportarte mejor la próxima vez. Revolcarse en el fango no es la mejor manera de limpiarse”. Y es que nosotros también debemos de aprender a levantarnos del fango de nuestro pecado, para que, escuchando el llamado del Señor, aprendamos a dejarlo todo para seguirlo. Abandonar nuestras seguridades para asegurarnos en lo que nos da el Señor, porque es que el Señor es nuestro verdadero tesoro; es el tesoro que nada ni nadie puede robar ni destruir. Pues Mateo así empezó a acumular su tesoro en el cielo.

  La otra idea importante que nos dice este pasaje evangélico, es que Jesús, -como respuesta a los fariseos que lo criticaban por esta acción de juntarse y comer con publicanos y pecadores-, les dice que son los enfermos los que necesitan al médico, no los sanos. Bueno, pues es que nosotros estamos enfermos por la enfermedad del pecado, y Jesús es nuestra sanación. Fue la sanación de Mateo y tantos otros enfermos del pecado. Mateo, al escuchar el llamado del Señor, levantarse, dejarlo todo y seguirle, empezó a sanar. Lo mismo nosotros: hemos recibido un llamado del Señor a seguirle, pero es un llamado que exige nuestra respuesta personal y, al igual que Mateo, encontrar en Jesús aquel que nos puede y de hecho nos sana de la enfermedad de nuestro pecado. Mateo empezó así su cambio de vida, su proceso, camino de conversión. Mateo encontró su lugar en la comunidad cristiana, como lo podemos y encontramos cada uno de nosotros, porque Dios ama al pecador, pero rechaza el pecado; ama al enfermo, pero sana de la enfermedad del pecado.

  Los sacrificios que cada uno de nosotros hagamos tienen que ir acompañados del amor que nace de un corazón bueno, pues la caridad ha de informar toda la actividad del cristiano, y de modo particular, el culto a Dios.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

El neo lenguaje o lenguaje inclusivo


Desde que la izquierda moderna se decidió a meterse a la fuerza e imponer su nueva manera de ver la vida o la realidad, han venido destrozando, cual espada de Democles, todo lo que a su paso encuentran para darle un nuevo giro o sentido a lo que no lo tiene. Hoy se denuncia mucho que el sentido común es el menos común de los sentidos; y en esto los promotores y apañadores de esta nueva izquierda se pintan solitos. Se han metido de lleno hasta las más altas esferas, sobre todo de la política, -y con fuerte respaldo económico de organismos internacionales como la ONU, UE, BM, FMI, BID,- para desde ahí imponer su avasalladora forma o manera de percibir la realidad con su nueva visión que raya muchas de las veces en la idiotez, imbecilidad, estupidez y la sinrazón. Y  es una realidad que en este mundo hay muchas estupideces e idioteces, y las mismas las promueven los idiotas y estúpidos; por lo tanto, en el mundo actualmente hay muchos idiotas y estúpidos. Y lo peor de esto es que quieren imponerles sus idioteces al resto de la humanidad de una forma irracional. Es lo que muchos han llamado como lo políticamente correcto. Pues lo mejor que podemos hacer es declararnos “políticamente incorrectos”.

  Desde hace tiempo venimos soportando un sin número de cosas que cuando nos detenemos a analizar y reflexionar en las mismas, no queda más que la pregunta: ¿A dónde diablos es que estos grupitos nos quieren llevar? Pero también: ¿Por qué nos dejamos dominar, avasallar e imponer sus estupideces? ¿Es que el resto de la población no razonamos? ¿Por qué tenemos miedo a enfrentar a estos grupitos y decirles en su cara que ya basta de sus estupideces irracionales? ¿Por qué los que representan el poder político doblan la muñeca tan fácil ante estos grupitos de gente que parecen que no tiene nada que hacer más que estarle fastidiando la vida a los demás con sus antojos, idioteces y estupideces?

  Todo lo anterior viene al caso por el asunto de que ahora nos han metido o llevado por un derrotero más, una estupidez más: el asunto del lenguaje inclusivo. Primero aclaremos esto desde el uso correcto del lenguaje: si el participio activo del verbo “atacar” es “atacante”, y del verbo “existir” es “existente”; entonces ¿cuál es el participio activo del verbo “ser”?: “ente”, que significa “el que tiene identidad”. Por esto, cuando queremos nombrar a la persona que ejerce acción, se añade la terminación “ente”. Así entonces tenemos que, al que preside se le llama presidente y no presidenta; independientemente del género; lo mismo pasa con la palabra “estudiante” y no “estudianta”; el participio activo del verbo “cantar” es cantante, no cantanta; se dice capilla ardiente, no capilla ardienta; se dice adolescente, no adolescenta; se dice paciente, no pacienta; se dice dirigente, no dirigenta; etc. En estos casos, el género lo indica el artículo.   Dicen los partidarios de esta estupidez que la lengua castellana es una lengua machista. Pero ¡por Dios! Con respecto a esto se ha pronunciado la Real Academia Española (RAE), para denunciar y condenar esta nueva manera de presentar y de maltratar nuestra lengua castellana. Precisamente, en España es donde esta aberración y estupidez está avanzando más. Se está tratando de someter un proyecto de ley para cambiar la Constitución española y quitarle todo ese conato de lenguaje machista que tiene la misma y que utilice un lenguaje más inclusivo.  Aquí en América Latina tenemos el caso de la ex presidente de Argentina Cristina Kishner que en sus discursos ya utilizaba esta manera de hablar, cuando decía: todos y todas, estudiantes y estudiantas; jóvenes y jovenas; lo mismo sucede en el régimen socialista del presidente Maduro en Venezuela; está el caso de la portavoz en el Congreso español del partido Podemos, Irene Montero, que utiliza las palabras jóvenes y jovenas,  portavoces y portavosas. Esto raya en la ridiculez. Y es que el político, pero también toda persona que no se adhiera a esta manera del lenguaje, está en contra de la igualdad de género y del movimiento feminista. Y es que estos grupos ideológicos feministas de extrema izquierda ven el machismo hasta en la sopa; tienen una obsesión tan marcada contra el machismo o el heteropatriarcado, que no les deja ver más allá de sus narices.

  También estos paladines de este neo lenguaje ya se les escucha hablar así: queridos, queridas y querides; amigos, amigas y amigues. Hace un tiempo atrás se intentó usar la “@” y la “X”, pero como eran imposible pronunciarlas, pues la cambiaron por el uso de la “e”. Así, en la Argentina, parte de la clase política se refieren a sus colegas como “les diputades indecises”. Pero, ¿de quién fue esta flamante idea de deconstruir, desdoblar el lenguaje?  La que inició con esto fue la ex presidente de Islandia, Vigdis Finnbogadottir, y que tiene una presencia cimera en la ONU como embajadora de Buena Voluntad de la UNESCO; y que,  con la intención de deconstruir la educación para dar paso a todo esto de la ideología de género, pues se le ocurrió que hay que destrozar el lenguaje para hacerlo más genérico. ¿Qué pensaríamos de una persona que ante un público de diferentes edades y sexo y profesiones u oficio, hablara de esta manera: “la pacienta era una estudianta adolescenta, sufrienta, representanta, integranta e independienta de las cantantas y también atacanta y la velaron en la capilla ardienta ahí existenta?”. Ya lo dijo el gran filósofo danés y luterano Soren Kierkegaard: “El sufragio universal ha establecido la hegemonía de la idiotez”.

  En español el plural masculino implica ambos géneros gramaticales. Así que al dirigirse al público no es necesario ni correcto decir “dominicanos y dominicanas, niños y niñas, hermanos y hermanas”. Y es que a eso vamos a la escuela y colegios: a aprender el uso correcto del lenguaje. Hoy en día, políticos e ignorantes comunicadores continúan con el error. Decir ambos géneros es correcto sólo cuando el masculino y el femenino son palabras diferentes, por ejemplo: mujeres y hombres, toros y vacas, damas y caballeros.

  En conclusión, abogamos por el uso correcto de nuestro lenguaje. Allí donde haya que diferenciar los hombres de las mujeres, pues que se haga; pero allí donde no sea necesario hacer esta distinción, pues que también se haga. No se trata de caer en un “quítate tú para ponerme yo”, en lo que al uso de las palabras se refiere. Se trata de ser correctos a la hora de hablar.

La Dirección Espiritual nos lleva hacia la docilidad.


“No confíes en que vivan mucho tiempo, ni creas que terminarán bien. Vale más hijo dócil que mil que no los son; vale más morir sin hijos que tener hijos insolentes” (Eclo 16,3).



  Según el diccionario, la docilidad es el carácter del que es fácil de educar o dirigir; y también carácter del que cumple lo que se le manda. Va muy relacionado a la obediencia: la persona dócil es una persona obediente.

  En el libro de los Reyes se nos narra la historia de un general sirio llamado Naamán, que estaba enfermo de lepra, que oyó a una esclava hablar de un profeta de Israel con poder para curarle ese mal. Así que se puso en camino con sus soldados y llegó frente a la puerta de Eliseo. Este le mandó a decir que se fuera a bañar siete veces en el Jordán y así su carne quedaría sanada. Este general no ocultó su molestia porque pensó que el profeta le había hecho un desplante y lo irrespetó al no recibirlo; se enojó con el profeta. Uno de sus servidores lo convenció de que cumpliera con lo mandado por el profeta puesto que no era nada complicado; éste reflexionó y cumplió con el mandato del profeta y su carne quedó curada. Esta actitud es lo que podemos decir que la asumió con docilidad y humildad, que desde su punto de vista parecía inútil. Tuvo una buena disposición interior y así las palabras del profeta Eliseo se cumplieron en él.

  La docilidad es una de las virtudes que nos enseña el mismo Señor Jesucristo. Se habla muchas veces de la docilidad al Espíritu. El Papa Francisco, al canonizar al Papa Juan XXIII, lo describió como el “Papa de la docilidad al Espíritu”. Era el hombre, el sacerdote, el sucesor de san Pedro, vicario de Cristo…dócil al Espíritu. Hombre que se dejaba guiar y obedecía al Espíritu de Dios, al Espíritu Santo. La docilidad es una clara muestra de fe. Jesús en una ocasión dijo que lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Pero esto será posible si nos dejamos guiar y aprendemos a obedecer al Espíritu; si dejamos que la gracia de Dios actuara en nosotros. En la dirección espiritual podemos alcanzar esta virtud que nos llena de la gracia divina. Otro ejemplo de esta docilidad la encontramos en el apóstol Pedro que, después de haber estado toda la noche bregando en la pesca, no pescó nada y cuando obedeció al mandato del Señor de echar las redes al lado derecho de la barca, pescaron tal cantidad de peces que las redes casi se rompían. Por eso, el que obedece no se equivoca, y Pedro supo obedecer al Señor y no se equivocó.

  ¿Y qué decir de lo sucedido con el milagro de la multiplicación de los panes? Primero Jesús confronta a sus discípulos con esas palabras que a lo mejor los dejaron atónitos: “denles ustedes de comer”. Pero más adelante estos cumplen con lo mandado por su Maestro, en actitud de verdadera y profunda docilidad. Ellos pusieron en práctica lo que estaba a su alcance y el Señor Jesús hizo lo demás. Estas palabras nos las dirige el Señor a cada uno de nosotros; nos ubica en la realidad, que es contar con Él, que sigue actuando en nuestras vidas de modos concretos. Nos lleva a que contemos con Él para todo: “sin mi nada podrán hacer”. Otra enseñanza la encontramos en la curación de los diez leprosos. Estos quedaron sanos gracias a su docilidad a las palabras del Señor: sólo les dijo que fueran a presentarse con el sacerdote y por el camino quedaron sanados.

  No podemos dejar de mencionar al impetuoso San Pablo, con su fuerte personalidad y su carácter perseguidor, y que al encontrarse con el Señor en el camino a Damasco, a partir de ahí se convirtió en un apóstol de Cristo. San Pablo fue un hombre dócil al espíritu; pero también hay que resaltar que este hombre de carácter fuerte se dejó guiar, llevar por sus hombres a Damasco en donde Ananías, por revelación divina, le devolvería la vista, y así se convertiría en un hombre nuevo y útil para pelear a favor del Señor y su evangelio.

  La dirección espiritual se llena de frutos con la docilidad. Pero no podrá ser dócil quien se empeñe en ser tozudo, obstinado, incapaz de asimilar una idea distinta a la que ya tiene, o la que le dicta su experiencia. Aquí el soberbio, altanero y orgulloso se le dificultará seguir unos consejos; la vida siempre tiene algo que enseñarnos y solo quien está dispuesto con un verdadero espíritu de docilidad es el que puede aprender de lo desconocido, y reconoce que tiene que ser guiado e instruido. La docilidad requiere además de la virtud de la humildad, ya que nos lleva a sentirnos muy pequeños delante de Dios y necesitados de ayuda.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Santo Padre: No renuncie.


En el evangelio de san Mateo 26,31 se nos narra que Jesús les dice a sus discípulos, -al hablarles de lo que le sucedería en Jerusalén-: “heriré al pastor y se dispersarán las ovejas”.

  Desde hace un par de meses atrás, estamos siendo testigos de una nueva oleada de casos, de acusaciones; más bien de abusos de menores por parte de algunos sacerdotes acusados de pedofilia y también del hecho de encubrimiento de los mismos por parte de obispos y cardenales. Estos casos se han descubierto en el estado norteamericano de Pensilvania. Según el Gran Jurado formado para estas investigaciones, se han detectado aproximadamente más de mil casos, pero solamente se tienen documentación de unos trecientos, y de esos trecientos, solo cuatro están todavía dentro del tiempo de ser juzgados; los demás, ya perimieron. Son casos que datan desde la década de los 70s; muchos de los involucrados, tanto victimarios como víctimas, han muerto. Esta situación ha traído también lo que se podría llamar una cacería de brujas. Una vez más se señala a la jerarquía  católica norteamericana con el dedo acusatorio de su responsabilidad, complicidad y encubrimiento. Y como siempre, el dardo apunta a su cabeza: al Santo Padre.

  El diario norteamericano The Washington Post, -el segundo diario más importante de los Estados Unidos después del New York Times-; publicó en el mes de Agosto un artículo en el que pedía la renuncia del Papa Francisco. Hay que señalar que este diario es favorable a la Iglesia Católica. Pero este diario lo que más bien resalta con este artículo, es el sentir de una gran parte del catolicismo en Norteamérica, -del ala más conservadora-, que estos casos de abusos de menores por parte de algunos sacerdotes, es tan vergonzoso, que pareciera que lo que mejor puede sucederle a la Iglesia Católica es que el Papa renuncie; así, afirma el artículo, le estaría dando a sus opositores la oportunidad de ver a dos Papas eméritos, -Benedicto XVI y Francisco-, y dar oportunidad a una nueva cara fresca al frente de la misma. De hecho, estas ideas no nos pueden sorprender ya que, desde hace mucho tiempo se viene insinuando o cacareando de una posible renuncia al pontificado de Francisco; incluso en ocasiones periodistas le han llegado a preguntar sobre esta posibilidad. Y es que, si Benedicto XVI en su momento no pudo soportar más estar al frente de la Iglesia por todos los casos de corrupción, desorden y pederastia, pues a Francisco le sucedería lo mismo.

  Pero también esto tiene un conato de enfrentamiento entre lo que se ha llamado los dos bandos dentro del Vaticano: el ala tradicionalista o conservadora y el ala progresista o revolucionaria. Recordemos que el Papa Francisco, desde que asumió la guía de la Iglesia, se ha venido destacando por su reforma de la Curia Vaticana; también al mismo se la ha señalado que lleva a la Iglesia por un camino más progresista, más de avanzada, cosas que rayan muchas de las veces en una cierta apariencia de traición a la sana doctrina evangélica y eclesial de salvación de las almas; por una visión más social y de asistencialismo.  Por supuesto hay quienes no lo ven así y más bien lo aplauden y apoyan. Resalta mucho en esta situación, una carta que le dirigiera el ex nuncio apostólico en Estados Unidos, Mons. Carlos María Viganó al Papa Francisco, en donde lo acusa de encubrimiento de la conducta sexual inmoral del ex cardenal de Washington Monseñor Theodore McCarrick y le solicita que renuncie al pontificado. Esta carta ha tenido el apoyo de varios cardenales dentro y fuera de los Estados Unidos, pero también se han manifestado dentro y fuera del país muchos cardenales y conferencias episcopales, como la de España y el CELAM, en apoyo al santo Padre, que no hay que entenderlo como un “no haga nada, hágase el desentendido, mire para otro lado”.

  Sea cierto o no la veracidad de estos casos de abusos de menores por parte de algunos sacerdotes, es vergonzoso y execrable; no tienen defensa alguna. La Iglesia de Cristo se ve una vez más en el ojo del huracán y sus enemigos están aprovechando la ocasión para enfilar sus ataques. Es verdad que la pedofilia no es exclusiva de la Iglesia Católica. En otras instituciones humanas este flagelo está presente. Esto no debe ser un consuelo ni una justificación. El papa Benedicto XVI lo dijo en su momento, y Francisco por igual: “un solo caso de abuso es demasiado”. ¿Qué tiene que seguir haciendo la Iglesia al respecto? ¿Abolir el celibato? ¿Cortarle la cabeza en la plaza pública a los sacerdotes pedófilos? ¿Renunciar el Papa? ¿Que desaparezca la institución eclesial? Ninguna de éstas. Lo que tiene que seguir haciendo es endurecer más su política de “cero tolerancia”; seguir colaborando con las autoridades civiles para el esclarecimiento de los casos; ser más estricta en el discernimiento de los candidatos al sacerdocio ministerial, etc. Tenemos que llegar a la verdad de esta desgracia; tenemos que asumir la crudeza de esta situación, incluso con esperanza; no como consuelo. Vemos aquí, por un lado, cómo se está acusando y señalando a la Iglesia Católica de ser permisiva y laxa con la conducta sexual inmoral de algunos de sus sacerdotes y se le exige que actúe en consecuencia; pero por otro lado, vemos también cómo, en muchas sociedades, se viene normalizando esta conducta depravada, impuesta en la educación, la política, los medios de comunicación, el mundo del entretenimiento, etc.; y muchos no dicen nada, más bien lo aplauden porque dicen y defienden la pedofilia como un derecho. Y es que en el mundo, el panorama de los abusos sexuales a niños, niñas y adolescentes, fuera de los ámbitos de la investigación, es desconocido. La pedofilia es un mal que atraviesa diversos estratos sociales: un 97% se produce en las familias; 2% en ámbitos escolares y 1% en ámbitos religiosos, recreativos y deportivos. Así también, el mercado de la pedofilia asume cuatro formas, que son: 1- prostitución infantil; 2- pornografía infantil; 3- el tráfico de niños y niñas, y 4- el turismo sexual pedófilo. Según un informe de la UNICEF de 2006, alrededor de un millón ochocientos mil niños, niñas y adolescentes en todo el mundo son absorbidos por el comercio sexual, víctimas inocentes que amenazan sus vidas; un flagelo e industria que mueve miles y miles de millones de dólares al año.

  No cabe dudas que en todo esto los que van ganando son los degenerados. El poder está en manos de personas malas, que no dudan en mentir, engañar, robar, matar y destruir sociedades enteras. La pedocriminalidad, -como afirma la escritora española Pilar Baselga-, existe porque miles de personas colaboran, encubren o hacen de la vista gorda para que podamos seguir tranquilos con nuestras vidas más o menos mediocre. Pero ¿por qué es tan profundo y tan lucrativo este flagelo de la pederastia? Porque se trata de hacer el mayor daño posible. No hay mayor mal que hacerle daño a un niño inocente, por eso el daño que se le inflinge a los niños por nacer con el aborto, ya que no hay nada más puro que un recién nacido. Violarlo es lo peor, analmente todavía peor.

  No podemos seguir mirando para el otro lado ante este flagelo, porque estos delincuentes seguirán violando y matando. Estamos en un proceso arduo, permanente y profundo de purificación. Es doloroso pasar por el fuego para purificarnos, pero tenemos que hacerlo si queremos seguir siendo luz para el mundo. El Papa Francisco no debe renunciar al ministerio que Cristo le ha confiado, de ser pastor de SU Iglesia. Cristo prometió, en la persona del apóstol Pedro, que rogaría a Dios para que su fe no desfallezca y pueda seguir confirmando a sus hermanos en la fe. El Santo Padre no está solo en este camino de cruz, dolor y sufrimiento. Desde que fue elegido para este ministerio y hasta el día de hoy, ha pedido y pide que oremos por él. Es lo que debemos seguir haciendo. La oración nos da fortaleza.

jueves, 9 de agosto de 2018

La causa del Reino


En el evangelio leemos que Jesús les dijo a sus apóstoles que a ellos los perseguirían, los maltratarían, los injuriarían, los condenarían y hasta los matarían… todo por MI CAUSA. Pero, ¿cuál es la causa de Jesús? Pues el Reino de Dios. De muchas y diferentes maneras Jesús dejó bien claro que a esto fue  Él  enviado a nosotros por su Padre del cielo. Él dijo que el Reino de Dios ya está entre nosotros, y en otra ocasión dijo que el Reino de Dios está dentro de nosotros.

  Este Reino de Dios no es como los reinos humanos o mundanos. Es verdad que nosotros pensamos este Reino de Dios en categorías humanas; y esto es así porque ciertamente nosotros somos seres humanos, no somos otra cosa, no somos extraterrestres. Pero, aunque esto sea cierto, por el otro lado no es correcto quedarnos en estas categorías humanas para tratar de entender una realidad que, como es el Reino de Dios, nos trasciende, está muy por encima de nuestro entendimiento. Más bien lo que hacemos es tratar de acercarnos, aproximarnos en nuestro lenguaje humano a una realidad trascendental. Siempre nuestro lenguaje se quedará corto ya que jamás podremos abarcar con nuestras categorías la divinidad de Cristo.

  El pensar de esta manera fue lo que hicieron los apóstoles y lo que los llevó a que en muchas ocasiones asumieran actitudes contrarias a lo que su Maestro les enseñaba y quería transmitir. Ellos veían todo esto desde la perspectiva meramente humana y no eran capaces de dar el paso de trascendencia. Esto también es lo que le sucedió a la samaritana cuando al hablar con Jesús no entendía de qué le estaba hablando, y el Maestro tuvo que irla llevando a ese plano trascendental del mensaje que traía. Ese fue un diálogo en dos dimensiones diferentes: Jesús hablando en un plano espiritual-trascendental, y la samaritana hablando en un plano humano-terrenal. Tenemos el ejemplo en el evangelio de la madre de los dos discípulos que se le acercó a Jesús para pedirle que le concediera el favor de que, en su Reino , ellos se sentaran uno a su derecha y el oro a su izquierda, a lo que el Señor les dijo que no sabían lo que pedían. Pero también está la actitud de enojo de los otros discípulos al ver esta acción de la madre y sus dos hijos; y es que ellos también tenían sus planes, su s deseos de ocupar esos puestos de importancia en el Reino de Dios. Pero Jesús los conminó a que el que quiera ser el primero que se haga el servidor de todos, a ejemplo suyo, que no vino a ser servido sino a servir.

  Entonces, si hay un Reino de Dios es porque también hay otro reino que no es de Dios. Todo reino tiene su rey: el del cielo es Dios y el del mundo es el diablo o príncipe del mal o padre de la mentira. Estos reinos son totalmente antagónicos, no se juntan para nada, son como el agua el aceite. En el diálogo de Jesús con Pilatos, cuando éste le pregunta sobre su reino, Jesús le responde o, más bien le aclara, que su Reino no es de este mundo, porque si así fuera, hace tiempo que su Padre había mandado todo un ejército a defenderlo. Pero su reino no es de este mundo. Y esto se entiende porque, este mundo está enfermo por el pecado, y para poder ser sanado de esa enfermedad, la medicina tiene que venir de otro lugar, y esa medicina es precisamente el Reino de Dios. Pero tampoco hay que entender que este Reino de Dios es un reino tipo extraterrestre o marciano, no. Este Reino de Dios es otra realidad. Y es el Reino que se nos ha dado y revelado a nosotros como “proyecto”, es decir, se nos ha dado como un “don y tarea”. Es regalo de Dios y tarea nuestra que tiene que irse implementando, testimoniando, construyéndose en el día a día de nuestra existencia. Este Reino de Dios se viene construyendo, edificando y esto terminará cuando el Señor vuelva con toda su gloria y majestad.

  Este Reino de Dios no es el del rey que tiene su ejército, su gabinete, sus esplendores mundanos, sus influencias en otros reinos o pueblos, y que le dicta normas políticas y económicas a los demás, etc. Este Reino de Dios es, como lo dijo san Pablo: “El Reino de Dios no es comida ni bebida. El Reino de Dios es paz, justicia y gozo en el Espíritu Santo. Y quien en esto sirve a Cristo agrada a Dios, y tiene la aprobación de los hombres”. En el Reino de Dios no hay puestos de mando, no hay gabinete, no hay implemento de estrategias políticas ni económicas ni sociales, ni educativas, ni de salud, ni de seguridad ciudadana, etc.

  Pues, esta es la causa nuestra. No es otra causa diferente a la de Jesús. Esta es la causa que tenemos que seguir proclamando, anunciando, como nos lo mandó el mismo Señor: “Díganles a las gentes que el Reino de Dios está cerca”. Pero hay que asumir esta causa en nuestras vidas, desde nuestra fe. Testimoniarla desde lo más profundo de nuestro corazón, porque por eso es que está dentro de nosotros; no es para que la guardemos, es para que hagamos creíble el mensaje del evangelio, de la buena noticia de salvación.

 

La Dirección Espiritual exige la sencillez y confianza.


“La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo gozará de luz” (Mt 6,22).



  Con estas palabras, el señor Jesús nos quiere hacer entender que esa sanidad de la que nos habla la podemos entender también como sencillez. Ya sabemos que nuestro Dios y Padre, es el Dios Todopoderoso pero también es el Dios sencillo; el Dios que no se complica y no es complicado. Por eso es que ama a los sencillos y humildes; y rechaza al soberbio y orgulloso. Para la dirección espiritual esta es una de las virtudes también muy importantes. De hecho, hay una relación muy estrecha entre la sinceridad y la sencillez. De la primera ya hemos hablado. Diremos algo de la segunda.

  La sencillez es consecuencia necesaria de un corazón que busca a Dios. Ya el mismo san Agustín llegó a decir que nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Dios. Esta virtud es lo opuesto al deseo de llamar la atención, la pedantería, el aire de suficiencia, la jactancia… (Fernández-Carvajal). Todas estas actitudes son obstáculos para un verdadero acercamiento y unión con Cristo, que nos impide por demás el seguirle de cerca; más bien crea barreras que nos impiden ayudar a los demás. El señor Jesús dijo que teníamos que aprender a ser sencillos como la paloma, es decir, a no ser complicados interiormente ni enredados.

  La sencillez nos conduce a ser hombres y mujeres auténticos: nuestra palabra y nuestra actuación de cristianos y de hombres y mujeres honrados debe tener un gran valor delante de los demás, porque hemos de buscar siempre y en todo la autenticidad, huyendo de la hipocresía y de la doblez. Cuando nosotros nos dejamos guiar por la verdad, seremos siempre un reflejo de Dios por esa verdad que guía nuestra vida y aprenderemos a tratarla con respecto: “busquen la verdad y serán hombres realmente libres”, nos dijo el Señor Jesús. Esa verdad tiene su nombre y su apellido: Jesús, el Hijo de Dios. Él se dijo de sí mismo que es el camino, y la verdad y la vida. No somos actores de la vida. No representamos un papel en el teatro de la vida. Por eso debemos de ser auténticos si queremos ser verdaderos; y ser auténticos según la voluntad de Dios. Y es que la dirección espiritual nos conduce a la vivencia de estas virtudes cuando la sabemos ejercer de acuerdo a la voluntad divina. Hoy se hace urgente que el cristiano sea un hombre, una mujer de una sola palabra, de una sola vida, sin utilizar máscaras o disfraces ante situaciones en las que puede ser costoso mantener la verdad, sin preocuparse del qué dirán y alejando los respetos humanos, rechazando toda hipocresía.

  ¿Y qué decir con respecto a la virtud de la confianza? Ciertamente es mucho lo que se puede decir. En las misma Sagradas Escrituras son muchos los pasajes bíblicos que nos hacen referencia a esta virtud. En el libro de los Proverbios leemos “porque el Señor te infundirá confianza y evita que caigas en alguna trampa” (3,26). La confianza, al igual que la sencillez y la humildad, también son parte de la verdadera oración. La virtud de la confianza es la firme seguridad, apoyada en la esperanza, que se tiene en uno mismo, en alguien o en algo. Confiar en todos y en todo es insensato, pero no confiar en nadie ni en nada, es un error. Es verdad que el Señor nos dice que el hombre que confía en otro hombre es maldito. Pero debemos de tener cuidado en cómo interpretamos esta afirmación. Si el hombre no pudiera confiar en los demás pues no tendría ningún sentido el que se lancen a un proyecto común como es el matrimonio; qué fuera de los hijos si los padres no confiaran en ellos y viceversa; tampoco tendría sentido el establecer una amistad con otra persona si no se le tiene confianza, porque también nos dice las Sagradas Escrituras que la persona digna de confianza sabe guardar el secreto (Prov 11,13).

  La confianza espiritual, como valor religioso y humano, tenemos que aprender a confiar en Dios, porque es nuestra fortaleza, sustento de nuestros ideales, solución a nuestras inquietudes y antídoto contra nuestros males, miedos y dudas. Si depositamos toda nuestra confianza en Dios, nos sentiremos mucho mejor, sin olvidar que debemos obrar responsablemente, por amor al prójimo y por civismo. Pero es muy importante aprender y practicar la confianza en Él. La dirección espiritual nos conduce a fortalecer y profundizar esta virtud de la confianza. El director espiritual tiene que ser digno de nuestra confianza, porque, se gana la confianza de aquellos en quienes ponemos la nuestra.

miércoles, 11 de julio de 2018

La Dirección Espiritual exige sinceridad


“Diles: Esta es la nación que no obedece al Señor su Dios ni quiere ser corregida. La sinceridad ha desaparecido por completo de sus labios” (Jer 7,28).



  Toda persona que se decide a recorrer el camino de Dios, lo primero que tiene que hacer es asumir con sinceridad dicho trayecto. Tenemos que aprender a adentrarnos en lo más profundo de nuestro interior y sacar toda esa basura que está asentada en el fondo; hay que sacarla a flote, hasta la superficie. No podemos estar poniendo o tapando con trapos nuestras miserias, nuestras limitaciones. Esto exige mucho valor porque no es fácil llevarlo a cabo. A mucha gente se le hace muy difícil enfrentarse a sus miedos, a sus miserias, a sus limitaciones, a sus defectos. Es como si tuviéramos un cadáver en el fondo de la piscina que está provocando el que salga manchas feas hasta la superficie y se atacan con limpiadores, pero por más que se quitan, vuelven y salen; pero lo que hay que sacar es ese cadáver del fondo que es el causante de las manchas. Eso es ir a la raíz del problema. Eso es lo que persigue la dirección espiritual. Por eso la exigencia de la sinceridad. Hay que ser capaces y valientes para ir a la causa principal de la dejadez o sequedad espiritual en la misma presencia de Dios. Estas manchas pueden ser la sensualidad, o un egoísmo brutal enmascarado, o una tibieza grande…Y para sacarla fuera, delante de la persona que nos puede entender y curar, es necesaria la gracia de Dios, que hemos de pedir, y la virtud humana de la valentía. Y Santa Teresa decía que por esto es que todas las almas necesitan un desaguadero.

  Para que la dirección espiritual sea eficaz y no se pierda el tiempo, es necesario e indispensable la virtud de la sinceridad. No es correcto querer disfrazar las cosas, los hechos, las causas; querer adornarlas o disfrazarlas para que suenen más bonitas o para dar la impresión de que no son tan feas o malignas. La sinceridad es la señal de que el acompañamiento ha arrancado con buen pie y es garantía de continuidad en el mismo. Si queremos recoger buenos frutos de la dirección espiritual es necesario la sinceridad desde el principio; es como dar esa buena imagen con claridad, sin engaños, de lo que realmente nos pasa. Cuando un enfermo va al médico, éste le dice directamente lo que le sucede sin rodeos ni tapujos; va directamente al punto de su malestar y así el médico ya sabe por donde tendrá que ir tratando el malestar y también qué medicamentos podrá recetar. Algo parecido sucede con la dirección espiritual cuando le tratamos al médico espiritual nuestros malestares o enfermedades del alma.

  La sinceridad no es exagerar. Es decir las cosas tal y como son, sin aumentarle ni disminuirle nada; no se valen las medias verdades ni los disimulos. Es sinceridad en lo concreto; en el detalle, con delicadeza, cuando sea preciso. Huyendo siempre del embrollo y de lo complicado. Cuando somos sinceros, somos capaces de reconocer nuestros defectos, miserias y equivocaciones. Es llamar las cosas por su nombre, sin disfrazarlos con falsas justificaciones.

  Cuidado con una estrategia del demonio en cuanto que puede llevar, -y de hecho lo busca-, a la persona a no buscar la ayuda necesaria para poder enfrentar determinado problema. Una de las condiciones de ese demonio, que es mudo, es precisamente hundir en la mudez a su víctima; ahogarlo en su problema y que no busque ayuda en nadie ni reciba ayuda de nadie. Se parece a esa acción que comete el león cuando caza a su presa, no la ataca en las patas sino más bien le clava sus colmillos en la garganta para ahogarla y no darle la más mínima oportunidad para gritar. Demostrado está que el tragarse las cosas nunca es bueno porque acumularíamos tantas amarguras y sinsabores, que en cualquier momento explotaríamos. No hay que dejar llegar las cosas al extremo.

  La sinceridad es el gran remedio de muchas angustias y problemas personales, que dejarán de serlo cuando nos abrimos a esa persona puesta por Dios para limpiarnos, curarnos, y devolvernos la dignidad perdida o maltrecha; esa persona que nos ayuda a ver la luz que, aunque tenue, se ve al final del túnel. Esa persona que Dios ha puesto para ayudarnos a enfrentar nuestras dificultades, puede ver en nuestro interior por la gracia de Dios con la cual ha sido revestido; sabe intuir toda la capacidad de bien que existe en nuestro corazón.