martes, 13 de febrero de 2018

¿Perdonar o NO perdonar?


Nuestra sociedad dominicana ha sido testigo una vez más de una tragedia humana que ha provocado dolor, sufrimiento, odio, indignación y otras cosas más. Me refiero al caso de este señor que asesinó a su esposa y tres niños de una manera tan espantosa que se pudiera pensar que no existen palabras para describirlo. Este caso ha sido abordado desde diferentes tópicos: psicológico, psiquiátrico, judicial. Yo quiero hacerlo desde el aspecto religioso o, mejor dicho, desde la perspectiva del evangelio de Jesucristo. Y es que esta situación nos confronta a todos los creyentes a asumir la postura lo más evangélicamente posible, aunque sabemos que no es fácil. El evangelio nos presenta la actitud que tenemos que asumir, no la que podemos asumir. O sea, nos lleva a tomar partido, y no es una opción.

  Quiero partir de la pregunta: ¿este señor es digno o no del perdón? Y la respuesta inmediata es sí. Ninguno de nosotros es más digno que los demás de ser perdonado. Todos hemos sido hechos dignos por Dios de su amor, su perdón y su misericordia. Recordemos que estamos hablando desde la perspectiva cristiana. El otorgar el perdón a alguien, no importa la falta o delito que haya cometido, es ya un síntoma de la justicia. En el caso que me refiero, hay que entender que otorgar el perdón a este señor no quiere decir que no se haga justicia. No es decir “te perdono y vete para tu casa que aquí nada ha pasado”. Este señor tiene que “satisfacer” el daño causado a los afectados directamente, -la familia-, y también a la sociedad. Otros casos parecidos hemos tenido en nuestra sociedad. Claro que hay que tener en cuenta que, por más sanción fuerte que se le imponga al acusado, la verdad es que nunca satisfará por completo el daño causado. Pero es lo correcto.

  Desde hace un buen tiempo, nuestra sociedad se ha ido encaminando en lo que yo he calificado como “una sociedad sanguinaria”; es decir, nos estamos dejando llevar por una actitud que lo que queremos es sangre; queremos que a los culpables se les arranque la cabeza, se les descuartice, etc. Esto no es más que venganza, odio, y esta actitud no es correcta ni cristiana. Yo entiendo y comprendo la indignación, repulsa que estos casos pueden provocar en las personas, porque también me indignan. Pero no podemos dejarnos dominar por los mismos, ya que nos convertiríamos en una sociedad vengativa, rencorosa y asesina.

  El perdón no es nada más ni sólo un sentimiento. El perdón es sobre todo una decisión. Pensemos nosotros que cuando le pedimos perdón a Dios nos dijera que nos perdona cuando lo sienta, ¿qué significaría eso? Pues que nos puede perdonar un día porque está de buen humor, o se siente tranquilo, etc. Pero, ¿y si al día siguiente se siente mal? Porque es que perdonar por el sólo hecho de sentirlo, no es perdón real porque no todos los días estamos sintiéndonos bien o sintiendo bonito o sintiéndonos contentos. Más bien, cuando una persona perdona está tomando una decisión y esa sí que es perdurable. Es lo que ha hecho Dios con nosotros. Dios ha decidido perdonarnos; no nos perdona porque lo siente. Pensemos en el pasaje de la crucifixión de Jesús cuando uno de los dos ladrones crucificados con Él le pidió que se acordara de él cuando esté en su Reino, y Jesús le contestó que hoy mismo estaría con Él en el paraíso. Esa fue una decisión de Jesús, y no un puro sentimiento. El perdón tiene una dimensión de sanación interna. Pero esta sanación no se da de la noche a la mañana; es más bien un proceso que se da en el interior de la persona. Cuando una persona toma la decisión de perdonar, lo hace no porque ella se le antoja hacerlo, sino más bien porque hay una fuerza interior que la impulsa a ello. Esa fuerza interior es lo que los creyentes en Dios llamamos Gracia: es la fortaleza que Cristo nos da para ayudarnos en nuestra intención, propósito y disposición al perdón, porque sin Él nada podemos hacer.

  Otro elemento que no está ayudando en nada a este proceso de justicia es el que han asumido algunos medios de comunicación de estar subiendo videos a las redes sociales donde se presenta a una de las niñas cantando y haciendo cosas que provocan ternura. Esto lo que hace o provoca es caldear más la indignación y el odio de la sociedad hacia el inculpado. Se crea la reacción contraria, y parece ser que es como si fuera a propósito que lo hicieran. Los jueces y abogados encargados de hacer justicia en los tribunales no pueden dejarse llevar por sus sentimientos puramente humanos y personales ya que esto podría nublar su recto juicio a la hora de administrar justicia. La justicia humana es imperfecta, pero es justicia; y nosotros no podemos tomar la justicia en nuestras manos ya que si así fuera, pues no existiría un ser humano sobre la tierra. La solución no es la eliminación física de la persona. Si la justicia determina que esta persona debe de estar aislada del resto de la sociedad por muchos años, pues que así sea.

  Parece ser que este señor, por lo que ha expresado a través de los medios de comunicación, no presenta ni manifiesta ningún arrepentimiento; dio como justificante del acto la difícil situación económica que está pasando; pero sabemos que nada justifica un acto de esa barbarie. Este caso y esta persona se han analizado desde la psicología y psiquiatría; pero un elemento que no debe descartarse y que, -según la médico forense que hizo el levantamiento de los cuerpos-, las posiciones en que fueron encontrados los mismos, da la sospecha de que hubo algún conato de rito satánico. A esta persona se le ha señalado que, por fotos subidas a su red social y que lo muestran con unas vestimentas poco comunes y accesorios en sus orejas, pintura y tatuajes, se le acusa de “metálico” y que por eso actuó de esa manera. Cada persona puede estar o no de acuerdo con esa opinión; pero yo más bien pienso que la apariencia física podría ser consecuencia de algo más profundo. Hay mucha gente que se muestra incrédula cuando oye estas cosas. Pero tenemos que ser conscientes de que la práctica del satanismo en nuestra sociedad es una realidad; y estos ritos se practican en todos los niveles de la sociedad, no es específico de una clase social particular ni sólo se da en la clase baja o pobre. Siempre que se menciona este tema hay quienes lo asumen con mucha sospecha y hasta incredulidad a lo mejor pensando que es una exageración o que está fuera de la realidad hablar de esto. Recordemos que hace ya unos años atrás, en la carta pastoral de 2002, nuestros obispos dominicanos nos advertían de esta realidad del satanismo en nuestra sociedad, y que les invito a que la lean.

  No nos convirtamos en sanguinarios; aprendamos más bien a saber manejar nuestra indignación, enojo y odio para que no nos esclavicen y no nos lleven a convertirnos en jueces. Ningún ser humano es más digno que los demás de recibir el perdón; a todos Dios nos ha hecho dignos de ello y esto por pura decisión suya. Aprendamos a tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros, porque con la vara que midamos a los demás, con esa misma vara nos medirán a nosotros. Aprendamos a perdonar de corazón; aprendamos a exigir justicia y no sangre ni cabeza de nadie, porque en eso nos pareceremos a los hijos de Dios, que hace salir su sol y mandar su lluvia sobre buenos y malos, sobre justos y pecadores. Yo sé y estoy consciente de que estas ideas pueden parecerle a más de uno una visión difícil y hasta inaceptable, pero es lo que nos toca poner en práctica como cristianos; no tenemos otra opción, si es que queremos vivir de acuerdo al evangelio. Lo que es imposible para nosotros, es posible para Dios, pero tenemos que darle la oportunidad de que lo haga posible con nuestra disposición y su Gracia.