martes, 13 de marzo de 2018

¿Qué enseñamos?


A raíz del viaje apostólico que hiciera el Papa Francisco el pasado mes de enero a Chile y Perú, se publicó en la prensa escrita un artículo que hacía referencia de cómo está el catolicismo en América, -sobre todo en América Latina-, y también cómo está valorada la figura del santo padre entre los católicos principalmente. Decía el artículo que el porcentaje de católicos en América ha descendido significativamente, que siguen saliendo feligreses de la Iglesia y que, la simpatía y seguimiento al Papa también han descendido mucho. Cabe señalar que este tipo de reportajes siempre tiene, -lo que se dice popularmente-, su segunda intención. Es decir, lo que busca en realidad este tipo de noticias es crear una percepción negativa y derrotista entre los feligreses católicos de presentar o dar la imagen de que la Iglesia Católica está en camino a desaparecer o de extinción, fomentar el pesimismo y provocar una avalancha hacia otros grupos religiosos o ninguno si no se “actualiza o moderniza”. Hay quienes se dejan arropar por esta idea, pero habemos otros, -y éstos somos los más-, que no caemos en ese gancho o treta de los enemigos de Cristo y su Iglesia. La Iglesia no es una institución meramente humana; es sobre todo, una institución divina; y Cristo prometió que no permitirá que su familia sea destruida ni desaparezca.

  Por otro lado, en la última semana de enero también se publicó un estudio que se realizó hace unos  meses atrás en los Estados Unidos, principalmente entre el público joven sobre las causas que les han motivado a salir de la Iglesia Católica para irse a otra iglesia o abandonar el camino de la religión. En este tipo de encuestas siempre salen dos causas que son constantes: la primera es que dicen que el culto, la liturgia católica es aburrida; y la segunda es lo relacionado a la doctrina católica, sobre todo en lo que respecta a la moral sexual. Pero, seamos sinceros y preguntémonos: ¿desde cuándo no se han ido gente de la Iglesia Católica? Da la impresión de que esta situación ha surgido hace unos años atrás; pero recordemos que ya en tiempos del mismo Jesús, muchos le abandonaron; ejemplo de esto es el capítulo 6 del evangelio de san Juan, conocido como el discurso eucarístico de Jesús. Y es que Jesús no vino a suavizarnos el evangelio; Jesús fue radical y este radicalismo fue el que muchos no aceptaron, no aceptan ni aceptarán; hasta el propio grupo de los Doce que Él mismo eligió, muchas veces no lo comprendía y les costaba aceptar su mensaje, y hasta lo abandonaron cuando lo apresaron, enjuiciaron y condenaron a muerte. Ya otra cosa será después de la Resurrección. Y es que somos nosotros los que nos tenemos que adaptar al evangelio, no al revés; es el evangelio el que tiene que iluminar nuestras vidas. Y en cuanto a la moral católica recordemos que el mismo Jesús fue el que calificó el adulterio como pecado, y el mismo san Pablo, apóstol guiado por el Espíritu Santo, dijo que todo el que se acerque a recibir el cuerpo y sangre de Cristo indignamente, se traga su propia condenación. Además, entendamos que a la Iglesia no vamos a divertirnos; el templo es un lugar sagrado, santo y de encuentro con Dios. No es un lugar social. Al templo vamos a orar, a celebrar nuestra fe personal y comunitaria, y esto nos exige asumir actitudes internas y externas para prepararnos a dicha celebración religiosa.

  Ya en el evangelio de san Marcos 6,1-6 leemos que a Jesús lo seguía una multitud porque “les enseñaba”. ¿Qué les enseñaba? Pues el evangelio, la buena noticia de salvación acerca del Reino de Dios. Y esto es lo que tenemos que hacer la Iglesia de Cristo: enseñar y testimoniar el evangelio. Hablar del evangelio de Cristo es hablar de la salvación, del infierno, del purgatorio, de las obras de misericordia, de la moral sexual, etc. Pero hablarlo como Jesús lo habló. La Iglesia enseña, predica el único evangelio de Jesús; no predica su propio evangelio. Si por un lado la Iglesia no es poseedora de la verdad, por el otro lado, sí está en la verdad revelada por Dios en su Hijo Jesucristo, y todo el que quiera estar en esta verdad se salvará y el que no quiera estar, se condenará. Hoy se necesita que todos los cristianos seamos verdaderos predicadores, anunciadores y, sobre todo, testigos del evangelio.

  Hoy en día se ven a algunos sacerdotes que han abandonado el sentido real y fundamental de su ministerio sacerdotal que es la de ser dispensadores de la Gracia de Dios para la salvación de las almas. Es verdad que tenemos que ser voz de los que no tienen voz; defender al pobre de las garras del opresor, etc. Pero esto no hacerlo a costa de descuidar lo esencial del ministerio sacerdotal. Hay sacerdotes que confunden a los feligreses predicando un evangelio distinto al de Jesús y poniendo en boca de Jesús cosas que Él nunca dijo, predicando una falsa misericordia. Jesús nunca nos dio carta blanca para pecar sin más pensando en que, como Dios es misericordioso y nos perdona; si es cierto que Dios es inmensamente misericordioso, también es cierto que es inmensamente justo. ¿Quién es el que se salva? El que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica… porque no todo el que le diga Señor, Señor se salvará. Hoy algunos sacerdotes parecen más unos sindicalistas que verdaderos ministros de Cristo.

  Recuperemos lo esencial de nuestra fe; recuperemos lo esencial de nuestro ministerio sacerdotal: prediquemos el único evangelio, prediquemos la sana doctrina eclesial, ser fieles al Magisterio de la Iglesia, prediquemos las verdades de nuestra fe. Esto es lo que tenemos que enseñar ya que es lo que atraerá a muchos hacia Jesús, que es el camino y la puerta para llegar y acceder a Dios Padre.

jueves, 8 de marzo de 2018

Iglesia que sirve


Una de las características de la iglesia es la del servicio. La Iglesia de Cristo, su familia, está en el mundo para servir al mundo. No es el mundo para la Iglesia, sino la Iglesia para el mundo, entendida esta afirmación como servicio. Pero, servir al mundo para qué o en qué sentido. Pues este servicio de la Iglesia al mundo se debe de entender en sentido de que es la Iglesia la que debe de guiar al mundo hacia Dios: la Iglesia, que es portadora de la luz de Cristo, debe de llevar al mundo esa luz para que éste sea iluminado: “ustedes son la luz del mundo”, dijo Cristo.

  El mismo Cristo se encargó de ir enseñando a sus discípulos la importancia y necesidad de esta actitud. Pero hay que distinguir también entre servilismo y servicio. La Iglesia y, en ella, los cristianos, debemos de ser servidores, pero no servilistas. Esto no fue lo que hizo ni enseñó Jesucristo. El pasaje evangélico paradigmático de esta enseñanza lo encontramos cuando Jesús está acompañado del grupo de los Doce en la última cena que, después de lavarles los pies a todos, les dijo: “Ustedes me dicen Maestro y Señor, y dicen bien porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y Señor, les he dado ejemplo de servicio, es para que ustedes hagan lo mismo”. Pero también hay otro pasaje evangélico interesante al respecto en el que leemos: “Quien quiera ser el primero, que se haga el último de todos y el servidor de todos”. Entonces, la Iglesia y los cristianos servimos al mundo de acuerdo a la voluntad de Cristo; estamos en el mundo como el que sirve, no como al que lo sirven.

  La Iglesia entonces es una comunidad de servicio y de servidores. Pero esta peculiaridad eclesial y cristiana, no ha sido muy entendida ni asimilada por todos los cristianos. Hay muchos cristianos que creen que su presencia y compromiso en la Iglesia se concreta nada más a ir a la misa o al culto el domingo o sábado y no más. Hay un dicho popular que dice que no todos servimos para todo, pero sí todos servimos para algo. Pues es deber de cada cristiano saber, descubrir y discernir qué es ese algo que yo puedo y debo de hacer en la Iglesia. En la Iglesia misma, a su interior, también debemos de servir. Si todos los cristianos asumiéramos con conciencia y compromiso esta actitud, pues muchas cosas en la Iglesia y el mundo se harían. Son muchos los cristianos que no quieren asumir el servicio en la comunidad eclesial y esto conlleva el que muchas cosas dentro y fuera de ella no se hagan.

  Pero es que también otra de las actitudes que impiden que muchos cristianos no sirvan en la comunidad, es su falta de generosidad. A veces se da la impresión de que si alguno hace algo en la Iglesia, lo hace quizá pensando en que le está haciendo un favor a Dios, o como si fuera una dádiva, y esto es falso. Sabemos que Dios no necesita de nuestros favores, sino que somos nosotros más bien los que necesitamos de los favores de Dios; otra actitud muy común en muchos cristianos es que dicen que el servicio en la Iglesia no es remunerado; también se escucha decir que los que sirven en la Iglesia no tienen más que hacer, etc. Pero es que Cristo nunca llamó a vagos a que le siguieran. El grupo de los Doce eran todos hombres de trabajo y a cada uno los llamó desde sus trabajos. Tiene mucho sentido entonces el dicho popular “el que no vive para servir, no sirve para vivir”; y tenemos tantos testimonios de hombres y mujeres que pasaron por este mundo sirviendo a los demás; pasaron por este mundo haciendo el bien, a ejemplo de Jesucristo.

  Ahora, es verdad, y no podemos evitarlo, que este servicio nos trae y provoca muchas desavenencias, dificultades, pruebas, incomprensiones, críticas, señalamientos, etc.; son cosas que no podemos evitar. Pero el Señor también nos dice que por eso es que tenemos que prepararnos, que mantengamos un corazón firme, que seamos valientes y que no nos asustemos; que nos adhiramos a Él y seremos bendecidos.  Y es que el servidor es una persona que está siempre a la vista de los demás y por eso lo que él haga va a estar sometido a la opinión de los otros. Pero es que esto es normal que suceda, y no podemos jamás dejarnos influenciar por estos comentarios que, muchas veces son dañinos y mal intencionados; porque es que nosotros estamos sirviendo a Dios y a la Iglesia, y es el Señor el que tiene que importarnos; no se trata de hacer las cosas para que nos vean, sino para glorificar a Dios y que Él sea el que nos de la recompensa debida; no se trata de ir repicando la campana para llamar la atención: “que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”. El servicio tiene que ser impulsado siempre por el amor, y amor cristiano: san Pablo, en el su famoso himno al amor dice que el amor es servicial; y la madre Teresa de Calcuta dijo que hay que amar hasta donde nos duela; y servir duele.

  Pongamos en práctica siempre esta característica de todo buen discípulo de Cristo. Seamos sus servidores, siempre y en todo momento. Sirvamos a su Iglesia, a la cual pertenecemos por el bautismo que hemos recibido. Seamos así también servidores de Cristo en el mundo, pero sin dejarnos esclavizar por el mundo, porque Cristo nos ha liberado. Al servir al mundo conduzcámoslo por el camino que hacia Cristo lleva para que entremos por la puerta que nos da acceso al Padre celestial.