miércoles, 9 de mayo de 2018

¿Qué está pasando?


El autor del libro de los Hechos de los Apóstoles en 9,31 nos dice que la Iglesia se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba animada por el Espíritu Santo. Es sabido, sino por todos, pero sí por muchos que, uno de los males que ha sufrido y ha tenido que enfrentar la Iglesia de Cristo es el tema de la división a lo interno en ella. Esto lo leemos ya en el mismo evangelio y con el mismo Señor y Maestro, todo lo que tuvo que hacer para enfrentar y desterrar de sus discípulos esa actitud divisionista propia de todo grupo humano. En una ocasión el mismo Señor los conminó a que lucharan en contra de la división que el mismo satanás provocaría en su familia santa: “Todo reino dividido va a la ruina… entre ustedes no debe de ser así”; también tenemos la ocasión en la cual el Señor le pide a su Padre por la unidad de los suyos: “Que así, Padre, como tú y yo somos uno, que éstos también sean uno en mí, como yo en ti”. Así entonces, es enseñanza de nuestra Iglesia que la unidad querida por Jesús, -su familia santa, pueblo de Dios-, es un don y una tarea al mismo tiempo. Tarea esta que se debe de ir realizando en el tiempo; no es algo que se logra de la noche a la mañana. Primero está la gracia de Dios, porque sin él nada podremos hacer; y segundo esta nuestro esfuerzo, perseverancia y sacrificio. Es también sabido en la historia de la Iglesia que los peores enemigos suyos han salido de ella misma, de su interior: un ejemplo de esto, -y no es el único-, es el caso de José Stalin, que se formó en un seminario católico no porque sentía el llamado al sacerdocio ministerial, sino más bien para aprovecharse del nivel de formación académica que se recibe en estas instituciones.

  Todo esto viene al caso porque desde hace unos meses atrás hemos estado caminando en medio de una vorágine de acontecimientos que están soliviantando de alguna manera la misma doctrina eclesial con las consecuencias que esto provoca en los fieles católicos. Sabemos y tenemos conocimiento que dentro de la Iglesia hay diferentes grupos o corrientes con una marcada línea entre liberales y conservadores. Pero hemos perdido de vista que, no importa que seamos de un bando o de otro, lo cierto es que todos somos miembros de la Iglesia, la única Iglesia de Cristo y que por lo tanto debemos de guardar fidelidad a nuestro  Señor y fundador. Cuando el Papa Benedicto XVI anunció su renuncia al pontificado, una de las preguntas que le hicieron fue ¿qué pasaría ahora con la Iglesia? A lo que él, muy acertadamente respondió que la Iglesia no es suya, es de Cristo, y que él se encargaría de seguir llevando y guiando a su Iglesia por buen camino en medio de los embates que siempre ha padecido.

  En el continente europeo, más específicamente en Alemania, hemos venido escuchando afirmaciones, comentarios, sugerencias y hasta determinaciones por parte de la Conferencia Episcopal Alemana, -aunque no todos los obispos-, y algunos sacerdotes, sobre el asunto de aceptar que los divorciados vueltos a casar tengan acceso a la comunión sacramental aun sin haber anulado su anterior matrimonio; también un obispo llegó a afirmar que los homosexuales mientras más sexo tengan entre ellos, más santos serán; otra es que una gran parte de los obispos alemanes quieren permitir el acceso a la comunión sacramental de los luteranos casados con católicos. A esto, el Cardenal Gerhard Müller ha dicho que esta propuesta no puede contradecir la fe católica. Y la última es que el cardenal-arzobispo Marx, obispo de Múnich,  se opone a una determinación del primer ministro a que en los edificios públicos se ponga la cruz, porque dice que esto provocaría animosidad, divisiones y disturbios públicos; y el Cardenal arzobispo de Bélgica Jozet De Kesel, ha afirmado que a las parejas  homosexuales y lesbianas se les dé una especie de bendición simbólica a su relación pecaminosa, ya que la Iglesia debe respetar más a estas personas y su experiencia de la sexualidad. ¿Y entonces? ¿Qué está pasando? ¿A dónde queremos ir? Europa viene caminando por muchos años en una profunda descristianización y sumergiéndose en una islamización, y Alemania está muy a la delantera en esto. ¿A dónde quieren estos obispos y otros más llevar a la Iglesia de Cristo? Quieren acomodarse al mundo contraviniendo la misma enseñanza del Maestro y Señor. La Iglesia de Cristo no puede acomodarse al mundo. El Cardenal Eijk, de Holanda, ha dicho que la práctica de la Iglesia se basa en la fe y la tradición y no en el consenso de las mayorías; y esto corrobora lo que el Papa Francisco en su reciente exhortación apostólica Gaudete et Exultate, dijo al denunciar las modernas herejías del gnosticismo y pelagianismo. La Iglesia y sus miembros debemos de ser sal y luz para mundo, como lo enseñó y mandó el mismo Cristo; y además dijo que nosotros estamos en el mundo, pero no somos del mundo, y pidió a su Padre para que nos proteja del mundo. Lo que va a mantener a la Iglesia a flote en medio de toda esta tempestad es en la medida en que permanezca fiel a su Señor. Ya lo dijo el Papa Benedicto XVI y ratificado por el Papa Francisco: “la Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción, por su fidelidad a Cristo y a su evangelio”. No es verdad que la gente quiere una Iglesia a tono con el mundo y sus pompas, una Iglesia dizque moderna. Quiere y anhela una Iglesia fiel, verdadera y que sea camino de santificación para todos. No se trata de provocar escándalo cambiando la enseñanza y doctrina cristiana ni de querer una Iglesia a nuestra imagen y semejanza.

  Debemos de seguir pidiendo a Cristo por la unidad y fortaleza de su Iglesia, y que la mantenga en la fidelidad. Tenemos que permanecer adheridos a él si queremos dar frutos abundantes y buenos; permanecer en su amor, en su palabra: “ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando”. Y lo que nos mandó fue predicar su evangelio y enseñarles a las gentes a cumplir todo lo que nos dejó como enseñanza de vida, santificación y salvación.

martes, 8 de mayo de 2018

Exhortación Apostólica Gaudete et Exultate


El mes pasado fue publicada la nueva exhortación apostólica del Papa Francisco (la tercera, después de Evangelii Gaudium  y Amoris Laetitia), que lleva por título Gaudete et Exsultate, -Alégrense y Regocíjense-, sobre el llamado a la santidad en el mundo actual. Recordemos que la Exhortación Apostólica es un  documento pontificio escrito por el Papa con la intención de dirigir un mensaje a la comunidad cristiana católica para llevar a cabo una actividad particular y escrito al terminar un Sínodo y es de tipo pastoral; pero sin definir la doctrina eclesial. Esta frase, con la cual se conoce este documento, se la dirigió el Señor Jesucristo a sus discípulos ante las persecuciones y humillaciones que les provocaría el seguimiento de su causa, que es la causa del Reino de Dios. El documento consta con cinco capítulos: 1- El llamado a la santidad; 2- Dos sutiles enemigos de la santidad; 3- A la luz del Maestro; 4- Algunas notas de la santidad en el mundo actual, y 5- Combate, Vigilancia y Discernimiento. Y es que el señor vino al mundo para que tengamos vida y vida en abundancia. Esta vida para la que fuimos creados y llamados por Dios Padre en su Hijo Jesucristo, es la santidad de Dios manifestada en sus hijos y para sus hijos. El Papa nos recuerda que es Dios, por medio de su Hijo Jesucristo, que nos ha creado y llamado a la santidad: “sean santos como su Padre celestial es santo”. La santidad no es un invento de la Iglesia, es un llamado divino; y si Dios nos ha llamado a ella, es porque podemos llegar; pero necesitamos de su ayuda. Esa ayuda que nos da es precisamente su Gracia; la Gracia que nos santifica. Así entonces, el Papa nos exhorta diciéndonos que Dios no se conforma con una existencia aguada, mediocre, licuada. El llamado a la santidad siempre ha estado presente en todas las Sagradas Escrituras. No es una novedad que nos trajo Jesucristo. El Hijo más bien le dio su verdadero y real sentido. Están las palabras que dirigió Dios a Abraham: “camina en mi presencia y sé perfecto” (Gn 17,1).

  El santo padre aclara en la misma exhortación que no pretende hacer ni elaborar un tratado sobre la santidad. Su verdadera, real y única intención es la de hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades (no.2). En otras palabras, sería el de ayudarnos a ser santos de este tiempo; porque es que la santidad es para todos los tiempos, lugares y épocas; mientras exista un ser humano sobre la faz de la tierra, estaremos en camino a la santidad. Hay que tener en cuenta que los santos no nacen, se hacen; y se hacen en el día a día de la cotidianidad, en medio de los errores, dificultades, tropezones, virtudes y cualidades. En la Biblia encontramos un sin número de testimonios que nos hablan de la santidad lograda por tantos creyentes y que nos animan a perseverar, con constancia en este camino haciendo lo que tenemos que hacer. Tenemos que lograr una vida de perfección en medio de las dificultades porque nuestra meta y fin es agradar en todo al Señor. Santos no son sólo los que nuestra Iglesia ha declarado como tales y elevado a los altares; santos son todos aquellos que, por su vida virtuosa en la tierra, lograron acumular ese tesoro en el cielo donde los ladrones no pueden robar ni la polilla destruir, y están gozando de la eternidad de Dios y con Dios. Nos une a ellos unos permanentes lazos de amor y comunión; es la comunión de los santos.

  El santo padre nos recuerda que la santidad es para todos; y ésta puede y tiene que ser vivida y testimoniada en cada una de las situaciones y realidades en las que desenvolvemos nuestra vida. Para ser santos no necesariamente hay que ser ministros ordenados, religioso o religiosa. El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios. Dios quiso derramar su santidad en todo su pueblo; nadie se salva solo, como individuo aislado, sino en la dinámica de un pueblo (no.6). Así, la santidad se vive, en lo que el mismo santo padre ha llamado como “los santos de la puerta de al lado”; frase está muy novedosa y propia de nuestro Papa. Y dice el santo padre que le encanta ver la santidad de los padres que crían con tanto amor a sus hijos; hombres y mujeres que trabajan con tanto amor para llevar el pan a sus casas; los enfermos, religiosas ancianas. Es la santidad de vivir la vida sencilla o la sencillez de la vida. No debemos tener miedo a la santidad ni a ser santos.

  En definitiva, no se trata de conformarnos con una vida “presuntamente” cristiana; es más bien que esta siempre ha sido la vida del cristiano: llegar al cielo desde su propio estado de vida. Hay muchos medios conocidos para lograr la santificación, como son la oración, sacramentos, devociones, ofrendas de sacrificios, dirección espiritual, etc. La finalidad de la vida cristiana es la santidad, y el camino de la santidad es un camino de Gracia que se nutre de la oración y la vida sacramental.


La Dirección Espiritual: libertad y responsabilidad


Así podré vivir en libertad, pues he elegido tus preceptos” (Sal 119,45).



  Estos son los dos pilares de la dirección espiritual del que busca esa ayuda. Dios nos ha creado libres y ha determinado que por esa misma libertad es que tenemos que acercarnos a Él, conocerlo para amarlo obedeciendo sus mandatos. Si el amor no es libre, no es amor verdadero. Dios mismo ha aceptado las consecuencias del uso de nuestra libertad y la respeta, aunque en muchos de los casos ese uso de la libertad nos lleve o conduzca por camino contrarios a los que Dios quiere. He ahí las consecuencias del mal que aqueja a la humanidad. Pero aún así, Dios no quiere que ninguno de sus hijos e hijas se pierda. Nosotros no somos como marionetas que nos movemos a merced y voluntad del manejador. Debemos movernos con libertad, responsabilidad, autonomía y determinación propias. Nos dice el mismo Francisco Fernández Carvajal que la tarea de la dirección espiritual hay que orientarla no dedicándose a fabricar criaturas que carecen de juicio propio, y que se limitan a ejecutar materialmente lo que otro les dice; por el contrario, la dirección espiritual debe tender a formar personas de criterio. Y el criterio supone madurez, firmeza de convicciones, conocimiento suficiente de la doctrina, delicadeza de espíritu y educación de la voluntad.

  George Bernanos dice que el escándalo del universo no es el sufrimiento, sino la libertad. Y es que nosotros debemos en todo tiempo formarnos en la libertad. Podemos decir que, si bien es cierto que la libertad es un don de Dios a nosotros, también es una tarea; y la tarea consiste en irla ejerciendo bajo los criterios del Dios creador y Padre nuestro. La libertad, mientras más la referimos a Dios más libres somos: “corran tras la verdad y esa verdad los hará realmente libres”, dijo Jesucristo. La libertad hace de nosotros hombres y mujeres con criterio para saber aplicarlo con soltura, con espontaneidad y espíritu cristiano. Como ninguno de nosotros nace siendo un experto en vida espiritual, no podemos olvidar que el camino espiritual está lleno de situaciones adversas, imprevistas, y tenemos que hacerle frente con valentía, decisión y autonomía que nos acerque cada vez más al cumplimiento de la voluntad divina en nuestras vidas.

  La dirección espiritual nos tiene que conducir a desterrar de nosotros todo sentimiento negativo en la toma de decisiones y compromisos; tiene también que ayudarnos a alimentar nuestra vida interior. Dejar salir de nosotros, -testimoniar-, de nuestro interior ese Reino de Dios por medio de acciones apostólicas, formación en el estudio, en el modo de realizar nuestro trabajo, en la manera de santificar la familia y la misma comunidad cristiana, la vivencia de la gracia sacramental, etc. Esta vivencia es la que nos ayudará a ir formando y fortaleciendo las virtudes e ir madurando en el camino de la fe; llegar a la adultez espiritual tal y como lo señala san Pablo: “cuando yo era niño, hablaba, pensaba y razonaba como un niño; pero al hacerme hombre, dejé atrás lo que era propio de un niño” (1Cor 13,11).

  Son muchas las cosas que nos hacen sufrir; que nos enfrentan al dolor, a la desesperanza, etc. El dolor siempre tiene algo que decirnos. Decía Dostoievski: “el verdadero dolor, el que nos hace sufrir profundamente, hace a veces serio y constante hasta al hombre irreflexivo; incluso los pobres de espíritu se vuelven más inteligentes después de un gran dolor”. El sufrimiento, las inquietudes, las turbaciones que Dios permite que nos lleguen, pueden ser a veces una excelente advertencia acerca de una insuficiencia de la vida en la tierra, como un aviso que nos recuerda que no confiemos en las fuentes pasajeras de la felicidad. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y en la bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza. Sólo con el desarrollo de la libertad sabremos amar.

  Como consecuencia de este actuar responsable y libre, las indicaciones del director espiritual no son, de ordinario, mandatos, sino consejos, señales que no quitan espontaneidad ni libertad; por el contrario, potencian las iniciativas de la persona. La dirección espiritual nos señala el rumbo. Está para servir. Pero deja en total libertad al director espiritual para que con sabiduría y decisión tome o indique la ruta más segura para que la persona aterrice o despegue en su vida espiritual, dejándola siempre que asuma con responsabilidad su libertad con iniciativa, esfuerzo para dirigirse a Dios en cualquier circunstancia.