martes, 11 de junio de 2024

Luchemos contra la división

 

Reza el dicho popular “divide y vencerás”. Si aplicamos este dicho a nuestra realidad eclesial, vemos que es exactamente lo que hemos venido viviendo desde hace un tiempo atrás y que se viene profundizando cada vez más.

  El Señor Jesús, en varias ocasiones, pidió al Padre por la unidad de los suyos: “Y la gloria que tú me diste, yo se la he dado a ellos, para que sean uno como nosotros somos uno”, leemos en el evangelio de san Juan. Pero, esta unidad es, - y así nos lo enseña nuestra Iglesia -, un don y una tarea al mismo tiempo. Es un don, porque viene de Dios; Dios es el que ha tomado la iniciativa, ha dado el primer paso para que esta unidad pueda ser posible; y además nos ha dado y revelado la manera por excelencia de cómo podemos ir logrando esta unidad. Y también es una tarea que nos corresponde a nosotros, sus hijos, irla resolviendo. Pero esta tarea no se resuelve de un día para otro, ni en una semana, ni en un mes, ni en un año, etc. Esta tarea se va resolviendo en el día a día de nuestro caminar eclesial.

  Así se va edificando, construyendo la Iglesia de Cristo. Esta Iglesia todavía no termina de construirse. Se ha venido construyendo en el tiempo, y dicha construcción terminará cuando Su Señor regrese, como lo prometió. Cristo es el arquitecto jefe de este proyecto y nosotros somos los obreros que debemos asumir la parte que a cada uno nos corresponde en esta construcción.

  Esta construcción debe ser edificada sobre la roca firme, la piedra angular de la persona y palabra de Cristo: “El que escucha mis palabras y las pone en práctica, es como el hombre prudente que edifica su casa sobre roca firme”; y también: “Yo soy la piedra angular”. No hay otro cimiento en el que debamos edificarnos como creyentes y como Iglesia.

  Pero, esta construcción se ha visto afectada, desde el principio, por la sombra de la división. Si Cristo quiere la unión de su familia, su enemigo es el que quiere y busca que esto no sea posible propiciando y sembrando la división entre los suyos. La división busca el debilitamiento y este busca la destrucción. El diablo siempre ha querido la destrucción de la Iglesia de Cristo, de su familia espiritual. Pero esto no será posible porque el mismo Cristo prometió que no lo permitiría. Claro que esto no quiere decir que, en la Iglesia no esté presente este mal. Recordemos que, en el grupo de los Doce, ya el fantasma de la división se hizo presente y el Maestro tuvo que detener y reprenderlos para que no fuera así: “Saben que los que gobiernan las naciones las oprimen y los poderosos las avasallan. No tiene que ser así entre ustedes; al contrario: quien entre ustedes quiera llegar a ser grande, que sea su servidor…” (Mt 20,25-27).

  Esta unidad querida por Cristo para su Iglesia está fundamenta en la Verdad de Dios, que es Su Hijo: “Yo soy el camino, y la verdad y la vida”; y también: “Y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres”. No podemos edificarnos como Iglesia en la verdad de cada uno. La Verdad de Cristo es la que nos unifica, une y fortalece. En él está garantizado nuestro triunfo, si permanecemos fieles a su palabra: “Todo el que persevere hasta el final, se salvará”.

  Dentro de la Iglesia de Cristo siempre ha habido desacuerdos y diferentes pareceres. Pero esto no quiere decir que tengamos que imponer a los demás los mismos. Debemos buscar la unidad edificándonos en la Verdad con nuestras diferentes maneras de pensar y ver las cosas. Dios quiere nuestra unidad, no nuestra uniformidad. No podemos pensar todos igualmente. Esta es parte de la riqueza de ser humano. En una familia, sus miembros no piensan todos iguales, pero eso no les impide que busquen y propicien la unidad que les da fortaleza para mantenerse unidos y poder perseverar para lograr alcanzar la meta que se propongan.

  Nosotros, los cristianos, nos hemos propuesto llegar a estar en la presencia de Dios, pero debemos hacerlo juntos, unidos como él lo ha querido desde el principio. Dios es nuestro fin último, por consiguiente, el fin de la Iglesia es sobrenatural: la gloria de Dios y la salvación de las almas.

  Pues ante el dicho popular del “divide y vencerás”, contrapongamos el dicho “¡los cristianos, unidos, jamás seremos vencidos!”.