martes, 13 de agosto de 2024

!Cuidado! No juguemos con nuestra salvación. El infierno sí existe (1)

 

   En una entrevista que el papa Francisco concediera a un medio televisivo italiano en el pasado mes de enero del presente año, dijo las siguientes palabras con respecto al infierno: “Esto no es un dogma de fe, -esto que diré -, es una cosa mía personal que me gusta: me gusta pensar que el infierno está vacío. Es un deseo que espero sea realidad. Pero es un deseo”.

  Estas palabras del Sumo Pontífice causaron revuelo y mucho ruido en los oídos de mucha gente, incluyendo cristianos católicos. Fueron muchos los comentarios que estas palabras suyas propiciaron en los medios, tanto católicos como secular. Se le señaló al Papa, sobre todo del ámbito secular, que estaba dando un nuevo giro a la doctrina católica sobre la existencia del infierno, en una franca contradicción con el evangelio predicado por Jesús y la enseñanza milenaria católica. Ciertamente que estas palabras del Papa no fueron dichas como una verdad doctrinal. Son más bien una opinión personal. Por eso también hizo la aclaración antes de decirlas que, es solo un pensamiento personal y que no es dogma de fe. Pero, para muchos, lo que dice el Papa, aun sea en el ámbito personal, lo toman como si fuera palabra de Dios.

  La doctrina católica sobre la existencia del infierno, primero, no es un invento de ella, sino que está incluida en el evangelio. Es decir, fue el mismo Jesús que, en varias ocasiones y en diferentes contextos, hizo referencia a este estado del alma. Así como existe el paraíso o la Jerusalén celestial, pues también existe su contraparte. Y segundo, al mismo tiempo nos enseña que, las almas de los que mueren en pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, es decir, el fuego eterno. La pena principal del infierno es la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para la que ha sido creado y a las que aspira (CIC 1035).

  La doctrina del evangelio es bien clara al afirmar que, para el alma humana sólo existen dos posibilidades: o la salvación o la condenación. Y ambas son eternas. Tanto el cielo como el infierno, no son lugares físicos; sino estados del alma, una vez parta de este mundo terrenal. Ya las mismas Sagradas Escrituras especifican que Dios quiere que todos los hombres se salven. Pero no todos los hombres se quieren salvar. Una vez más recordamos lo que, en ocasiones anteriores hemos dicho: que Dios nos ama incondicionalmente, pero no nos salva incondicionalmente. Nuestra salvación sí está condicionada al conocimiento, creencia, amor y obediencia a la palabra de Dios, porque, “No todo el que diga Señor, Señor, se salvará; sino el que escuche las palabras del Señor y las ponga en práctica”.

  El infierno es una verdad incómoda, sobre todo para esta época modernista y progre, esta sociedad buenista y relativista. Una sociedad que se ha erigido como diosa de su propio destino y que busca construir y vivir el tan anhelado paraíso aquí en la tierra. Es una especie de religión que ni siquiera ellos mismos la saben expresar ni entender. De esta neo religión, son muchos los cristianos que son adeptos de ella porque se han dejado arropar por sus dogmas buenistas y fraternos, que les aterra pensar que ciertamente exista el infierno como estado eterno del alma que se aparta de Dios y de sus mandatos. No les hace gracia ni bueno para sus ideales pensar en que Dios sea tan “cruel” como para permitir que algunos de sus hijos se condenen eternamente en la “gehena” o el fuego que nunca se apaga.

  Jesús no vino a predicarnos sobre el infierno. Vino a predicarnos sobre la salvación. Pero, si nos advirtió que, quien no luche por salvarse, la otra opción que le queda es la condenación. Son muchos los que han querido suprimir esta parte del evangelio y siguen en esos intentos. Jesús dijo que él no vino a condenar a nadie, sino a que todos nos salvemos por él; y que, si alguien se condena, se condena porque quiere, no porque Dios lo haya condenado.

martes, 6 de agosto de 2024

Un mundo necesitado de purificación

 

Actualmente vivimos en un mundo que está necesitado más que nunca de purificación. Este mundo es un mundo cada vez más apóstata e incrédulo. El diluvio del Génesis fue el medio por el cual el Dios Creador quiso purificar, limpiar, sanear y lavar de su injusticia, de su pecado, de su idolatría…, a la humanidad. Dios se cansó, se hartó de la incredulidad de la humanidad que había creado; atentó contra ella. Mostró así el incendio de su ira y la magnitud de su cólera. La humanidad de ese entonces se alejó de Dios y se concentró y hundió más en sus propios gustos e idolatrías.

  Pero Dios no se dio por vencido. Buscó la manera de cómo volver a llevar a la humanidad al camino que había abandonado. Dios inicia el trabajo de purificar de su maldad a la humanidad. Dios lleva a la humanidad a un nuevo comienzo; al inicio de una nueva vida. Dios sumerge a la humanidad en las aguas vivas de un nuevo diluvio para que pueda acoger su llamada a la santidad. Así, Dios le otorga nuevamente a la humanidad una oportunidad, el don de una nueva conversión hacia él, para que abandone el pecado en el que está sumida y restablecer la alianza definitiva que la sellará con la llegada de su Mesías, de su Hijo amado, su predilecto: Jesucristo.

  Dios busca la conversión profunda de la humanidad pecadora, - aún de aquellos que se creen buenos y justos -, que se deja transformar su corazón al mismo tiempo que reconoce sus pecados y que están necesitados de la misericordia divina. Dios quiere perdonar a la humanidad pecadora, infiel, injusta, opresora, vengadora e idólatra. Hasta los hombres consagrados a Dios, - sus sacerdotes -, también necesitan purificación, arrepentimiento y conversión. Dios sabe que también su familia santa, - su Iglesia -, se ha oscurecido y corrompido y ha dejado de ser un signo de acercamiento a él por el anti-testimonio de muchos de sus miembros. La conversión que busca y quiere Dios no sólo se encuentra dentro del templo, sino que se extiende a las periferias, a los alejados del recinto sagrado.

  Esta acción purificadora de Dios hacia el mundo, hacia su pueblo santo, - su Iglesia -, desembocará en una situación nueva de paz y de vida plena. Este mundo tiene y debe experimentar la fuerza transformadora de Dios, la efusión vivificante de su Espíritu. Así la humanidad vivirá una alianza nueva con su Dios. Por esto Dios prepara a la humanidad para este encuentro nuevo y definitivo por medio de su Hijo Jesucristo. Así conocerá su irrupción salvadora. La humanidad será restaurada, la alianza quedará renovada y la gente podrá disfrutar de una vida más digna.

  De esta manera, Dios no abandona su creación. Al contrario, es ahora cuando va a revelar todo su amor misericordioso. A través de su Hijo, guiará y llevará a la humanidad a ver las cosas de una manera nueva. Su Hijo proclamará la buena noticia, y la humanidad deberá responder con su conversión sincera que consistirá en entrar en sintonía con el reino de Dios, y acoger su perdón salvador. Dios así se presenta para el mundo como salvador, y no como juez; busca y quiere que el mundo le siga en libertad, sin forzar, sin imponer. Si el mundo le escucha y le sigue, será bienaventurado. Pero si le rechaza, le vendrá su perdición. En Jesús, Dios le revela al mundo su gozo y alegría; le muestra que es amigo, defensor y promotor de la vida. A través de su Hijo invita al mundo a la confianza total en el Dios que es Padre.

  Ante la contaminación de la corrupción y maldad en la que está sumido el mundo en la actualidad, Dios nos comunica un mensaje esperanzador. Hay un combate entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal; entre la luz y la tiniebla; entre la vida y la muerte.

   Dios creará el cielo nuevo y la tierra nueva. Esta era de desconcierto que vive la humanidad cesará para dar paso a otra nueva era de paz y de bendición.

viernes, 2 de agosto de 2024

Rebelión contra el orden divino

 

Entre los males que arropan a la Iglesia y la humanidad hoy en día podemos señalar este que va en contra del orden divino y que se viene desarrollando como una rebelión. Ya el Señor Jesús había dicho que “el que no está con él, está contra él. El que no cosecha con él, desparrama”. Pues esto es en lo que ha venido caminando gran parte de la Iglesia y la humanidad hoy. Se han convertido en unas desparramadoras de los bienes sobrenaturales y de la vida divina; no están produciendo los buenos y abundantes frutos que el Señor espera recoger de la vendimia.

  Esta rebelión se ha matizado más en el total rechazo y cambio de la enseñanza moral que encontramos en el evangelio y en la doctrina moral católica, sobre todo. Estamos asistiendo, desde hace un tiempo atrás, a la rebelión que se ha hecho presente y ha estallado dentro de la Iglesia de Cristo. Muchos de sus miembros, - jerarcas y fieles laicos, así como varias instituciones católicas -, han tomado el camino equivocado y se han apartado de Dios y de su enseñanza, para asumir como norma de vida sus propios criterios. Ya el Señor nos había profetizado desde hace siglos lo que nos sucedería si no nos apartábamos de su camino y enseñanza: “Esto dice el Señor: esta es la orden que di a mi pueblo: Escuchen mi voz, y yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo; caminen siempre por el camino que yo les mostraré, para que les vaya bien. Pero ellos no escucharon ni prestaron oído. Caminaron según sus ideas, según la maldad de su corazón obstinado, y en vez de darme la cara, me dieron la espalda, desde que sus padres salieron del país de Egipto hasta hoy” (Jer 7,23-25).

  Vemos aquí cómo el Señor Dios nos marca y señala el camino para que nosotros, si queremos prosperar correctamente, tengamos vida. El Señor siempre ha dejado claro que es el Dios de la vida; y su Hijo Jesucristo lo ratificó y selló con su evangelio: “Dios es el Dios de la vida; es Dios de vivos, no de muertos; él vino para que tengamos vida en abundancia”. Pero, cuando el hombre se aparta de este camino y enseñanza, pues el otro camino que le queda es el contrario, el camino del pecado, es decir, la mentira, la oscuridad y la muerte.

  La grave crisis de la Iglesia hoy, y de Gran parte de la humanidad, es que han abandonado su relación con Dios para establecer solamente la relación entre los seres humanos, renunciando así al sentido trascendente de su existencia, para construirse un paraíso terrenal sin relación con Dios ni nada que se le parezca; han dejado de escuchar la voz del Señor, de su Dios, para escuchar su propia voz. De esta manera han renunciado a ser el pueblo de Dios, su pueblo santo, para irse a entregar a sus dioses de barro. Le han dado la espalda a Dios; su corazón es obstinado y cerrado, y así le han negado la entrada a Dios y sus bendiciones. Así entonces, esta parte de la Iglesia y de la humanidad van caminando hacia su perdición, hacia su muerte. Todo esto es consecuencia del pecado.

  Esto es lo que se viene profundizando en la actualidad; y en la Iglesia por igual. Muchos de los miembros de la Iglesia, - jerarcas y fieles creyentes -, se han apartado del camino de Dios, de su palabra, de su enseñanza, para recorrer su propio camino con su propia enseñanza. Promoviendo estilos de vida contrarios a los valores cristianos, redefiniendo las instituciones del matrimonio, la familia y el aumento del relativismo moral, donde la verdad es vista como subjetiva y variable; la sustitución de los mandamientos de Dios por los mandamientos del hombre; la predicación de la llamada “agenda verde” del ecologismo, el cuidado de la tierra o la pacha mama, migración, indigenismo, multiculturalismo, etc., en vez de predicar el evangelio de Cristo. Se viene normalizando el pecado y la rebelión contra Dios. Esto provoca la apostasía y el alejamiento de la fe, y así hace su entrada triunfal el reinado del anticristo.

  Nuestra dependencia debe estar cimentada en Dios, y no en los deseos humanos. No caigamos ni fomentemos la normalización del pecado. Ya nos dijo el mismo Señor Jesucristo que es al pecado que debemos tenerle miedo porque este lo que busca y quiere es nuestra perdición y muerte. Pero fuimos creados por Dios para la vida.

  Busquemos esa vida ahora más que nunca en la medida en que escuchamos la palabra de Dios y nos esforzamos en ponerla en práctica. Así seremos luz para este mundo que camina en las tinieblas, la mentira y la muerte.