martes, 6 de agosto de 2024

Un mundo necesitado de purificación

 

Actualmente vivimos en un mundo que está necesitado más que nunca de purificación. Este mundo es un mundo cada vez más apóstata e incrédulo. El diluvio del Génesis fue el medio por el cual el Dios Creador quiso purificar, limpiar, sanear y lavar de su injusticia, de su pecado, de su idolatría…, a la humanidad. Dios se cansó, se hartó de la incredulidad de la humanidad que había creado; atentó contra ella. Mostró así el incendio de su ira y la magnitud de su cólera. La humanidad de ese entonces se alejó de Dios y se concentró y hundió más en sus propios gustos e idolatrías.

  Pero Dios no se dio por vencido. Buscó la manera de cómo volver a llevar a la humanidad al camino que había abandonado. Dios inicia el trabajo de purificar de su maldad a la humanidad. Dios lleva a la humanidad a un nuevo comienzo; al inicio de una nueva vida. Dios sumerge a la humanidad en las aguas vivas de un nuevo diluvio para que pueda acoger su llamada a la santidad. Así, Dios le otorga nuevamente a la humanidad una oportunidad, el don de una nueva conversión hacia él, para que abandone el pecado en el que está sumida y restablecer la alianza definitiva que la sellará con la llegada de su Mesías, de su Hijo amado, su predilecto: Jesucristo.

  Dios busca la conversión profunda de la humanidad pecadora, - aún de aquellos que se creen buenos y justos -, que se deja transformar su corazón al mismo tiempo que reconoce sus pecados y que están necesitados de la misericordia divina. Dios quiere perdonar a la humanidad pecadora, infiel, injusta, opresora, vengadora e idólatra. Hasta los hombres consagrados a Dios, - sus sacerdotes -, también necesitan purificación, arrepentimiento y conversión. Dios sabe que también su familia santa, - su Iglesia -, se ha oscurecido y corrompido y ha dejado de ser un signo de acercamiento a él por el anti-testimonio de muchos de sus miembros. La conversión que busca y quiere Dios no sólo se encuentra dentro del templo, sino que se extiende a las periferias, a los alejados del recinto sagrado.

  Esta acción purificadora de Dios hacia el mundo, hacia su pueblo santo, - su Iglesia -, desembocará en una situación nueva de paz y de vida plena. Este mundo tiene y debe experimentar la fuerza transformadora de Dios, la efusión vivificante de su Espíritu. Así la humanidad vivirá una alianza nueva con su Dios. Por esto Dios prepara a la humanidad para este encuentro nuevo y definitivo por medio de su Hijo Jesucristo. Así conocerá su irrupción salvadora. La humanidad será restaurada, la alianza quedará renovada y la gente podrá disfrutar de una vida más digna.

  De esta manera, Dios no abandona su creación. Al contrario, es ahora cuando va a revelar todo su amor misericordioso. A través de su Hijo, guiará y llevará a la humanidad a ver las cosas de una manera nueva. Su Hijo proclamará la buena noticia, y la humanidad deberá responder con su conversión sincera que consistirá en entrar en sintonía con el reino de Dios, y acoger su perdón salvador. Dios así se presenta para el mundo como salvador, y no como juez; busca y quiere que el mundo le siga en libertad, sin forzar, sin imponer. Si el mundo le escucha y le sigue, será bienaventurado. Pero si le rechaza, le vendrá su perdición. En Jesús, Dios le revela al mundo su gozo y alegría; le muestra que es amigo, defensor y promotor de la vida. A través de su Hijo invita al mundo a la confianza total en el Dios que es Padre.

  Ante la contaminación de la corrupción y maldad en la que está sumido el mundo en la actualidad, Dios nos comunica un mensaje esperanzador. Hay un combate entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal; entre la luz y la tiniebla; entre la vida y la muerte.

   Dios creará el cielo nuevo y la tierra nueva. Esta era de desconcierto que vive la humanidad cesará para dar paso a otra nueva era de paz y de bendición.

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