El apóstol san Pablo, en sus
cartas a los Efesios y segunda a los Corintios, nos habla de la batalla
espiritual que está presente en nuestro caminar de fe. Nos advierte el apóstol
que nuestra lucha no es contra la carne o la sangre, sino contra los
principados, las potestades y las dominaciones de este mundo de tinieblas, y
contra los espíritus malignos que están en los aires.
Pues si es una batalla espiritual la que
libramos de manera permanente, esta se da entre dos poderes espirituales: el
poder espiritual del bien, representado por Jesús; y el poder espiritual del
mal, representado por satanás. El terreno donde esta batalla se lleva a cabo,
principalmente, es en el interior del hombre. Es decir, en su mente y su
corazón. Pero, la postura del hombre ante esta batalla interior no es pacífica,
sino activa. No se trata de que el hombre se haga el desentendido e indiferente
con lo que sucede en su interior, sino que asuma una actitud activa para que,
con la gracia de Dios, asuma la parte que le corresponde y así poder inclinar
la balanza para el lado de Dios, y si no lo hace, pues la otra opción que le
queda es la inclinación de la balanza para el lado de satanás.
¿Qué significa que esta batalla espiritual
entre el bien y el mal, entre Cristo y satanás, se dé en el interior del
hombre? En el libro del Génesis, en el segundo relato de la creación, el Señor
dice que está cansado de la maldad del hombre porque ha visto que sus
pensamientos son perversos y su corazón está inclinado al mal desde su
juventud. Las acciones del hombre, - buenas o malas -, son consecuencia de los
pensamientos y sentimientos que albergamos en nuestro interior. De ahí, pasan a
nuestro exterior, a nuestras instituciones. Jesús dijo que, no es lo que entra
al hombre lo que hace impuro, sino lo que sale de su boca. Pues esa lucha se
libra en la mente y el corazón del hombre. O sea, es la constante lucha entre
los pensamientos y sentimientos de Dios, sembrados en el interior del hombre; y
los pensamientos y sentimientos, que satanás quiere sembrar al mismo tiempo en
el corazón del hombre y que son contrarios a los de Dios.
Por esto es por lo que el mismo Cristo inicia
su predicación de la buena noticia invitando a la conversión. Pero, la
conversión no es externa, sino más bien interna. Es conversión completa de la
mente y el corazón del hombre. Que nos esforcemos todos en poner en práctica
los pensamientos y sentimientos de Dios. La conversión no se da de afuera hacia
dentro, sino al revés: de adentro hacia fuera. La conversión no tiene que ver
con un cambio de iglesia. La conversión es un camino que tenemos que recorrer;
un proceso personal y espiritual de cambio interior que termina con la muerte a
este mundo.
El pasaje del evangelio donde Jesús increpa
al apóstol Pedro señalándole como satanás, no hay que entenderlo como si fuera
que el Maestro lo llamara como tal. Sino más bien, fue que Jesús vio en la
persona del apóstol el accionar de satanás al utilizarlo a él, - poniendo en su
mente pensamientos contrarios a los de Dios -, para hacerlo desviar de su
propósito evangelizador. Esto, de hecho, fue también una de las tantas
tentaciones que Jesús tuvo que enfrentar en su ministerio evangelizador.
Pues a nosotros también nos sucede igual. Si
nos descuidamos en no poner en práctica la gracia de Dios que nos ha dado,
corremos el riesgo de permitir que sea satanás el que domine en nuestro
interior, sembrando pensamientos y sentimientos contarios a los de Dios. No
tiremos jamás la toalla en nuestro caminar de fe y eclesial, poque esto es lo
que quiere satanás. Recordemos que Cristo dijo que él venció al mundo y que
nosotros también lo podremos vencer, pero con la única condición de que tenemos
que ir hacia él, porque sin él, nada podremos hacer.
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