Por P. Robert A. Brisman P.
En el libro del profeta Isaías
29,13, leemos lo que se puede interpretar como una queja o lamento del Señor
hacia el pueblo elegido: “El Señor ha dicho: puesto que este pueblo se me
acerca con la boca, y me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de Mí…”
Vemos que el Señor, a través del profeta, le expresa su descontento al ver que
el pueblo se dedica a practicar una religión solamente de los labios hacia
fuera. Es una religión que no conlleva una transformación interior; que se basa
en un puro cumplimiento de preceptos y rituales sin consecuencia para la
transformación del corazón; que no busca la conversión.
Jesucristo, en el mensaje del evangelio, una
de las observaciones y preocupaciones que hizo a sus oyentes y seguidores, fue
precisamente la advertencia de que no se conformaran con practicar una religión
basada sólo en un puro cumplimiento de normas y ritos externos, que no buscaban
la transformación del corazón. En el evangelio de san Marcos 7,1-13, nos
presenta una controversia entre Jesús y los fariseos, donde éstos le reprochan
el que sus discípulos comen con las manos impuras, es decir, sin lavárselas. Y Jesús
les responde diciéndoles que ellos les dan más importancia a los preceptos
humanos que a los mandatos divinos. Y les cita al mismo tiempo el texto del
profeta Isaías citado más arriba.
En esta controversia, Jesús hace la advertencia
a los fariseos de las consecuencias de la práctica puramente legal de la
religión. Aquí Jesús no critica ni descalifica la religión per se, sino más
bien que hace la advertencia del sinsentido que tiene practicar una religión
basada en un puro cumplimiento de normas y ritualista, pero que no busca la
conversión del corazón. Dice el Señor que lo que hace impuro al hombre no es lo
que entra a él de fuera, sino lo que sale de su boca, porque lo que habla viene
del corazón. Jesús hace la crítica con un sentido evangelizador. No ataca a las
personas, sino las actitudes negativas e hirientes en las que las personas
pueden caer, creyendo al mismo tiempo que cumplen con la voluntad de Dios.
La religión es necesaria. De hecho, Jesús no
la abolió ni tampoco dio pie para que cada uno siguiera o hiciera su religión
como se le antoje o mejor entienda o a la carta. Jesús era un fiel cumplidor de
los preceptos religiosos de su tiempo, pero la practicó en su real y verdadero
sentido. En esto también fue Maestro.
La palabra fariseo quiere decir “separado”.
Una cosa son los fariseos, es decir, las personas; y otra cosa es el
fariseísmo, es decir, las actitudes de las personas. Jesús y el evangelio no
atacan a las personas, sino las actitudes de las personas. Son nuestras malas actitudes
o acciones que van en contra de la voluntad de Dios, las que tenemos que
cambiar de acuerdo con su palabra. Una cosa es el pecador y otra cosa es el
pecado. Dios ama al pecador, pero rechaza el pecado; Jesús vino a salvar al
pecador del pecado. El pecado mata el alma, la condena eternamente.
Esto tiene relación con la conversión. Los
fariseos querían y buscaban la transformación fuera de ellos. Pero se olvidaban
de que esa transformación hay que buscarla y encontrarla dentro, en el corazón,
ya que, es el lugar donde el Padre y el Hijo quieren habitar: “Mira que
estoy a la puerta, tocando, si me abres, mi Padre y Yo vendremos y haremos en
ti nuestra morada”.
El fariseísmo, que también se entiende como
“hipocresía”, sigue estando presente entre nosotros en la actualidad. Y son de
las actitudes que tenemos que seguir combatiendo para que, con la gracia de
Dios, podamos vencerla y transformar nuestro corazón y nuestra mente, con su
amor misericordioso. Tenemos que aprender a practicar una religión verdadera y
esta es la que nos ayuda a transformar el corazón y la mente. Practicar una
vida de fe y espiritualidad que iluminen y limpien nuestro corazón y que nos
conduzca siempre en un continuo camino de conversión de mente y corazón, para
tener los sentimientos y pensamientos de Cristo.
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