Por P. Robert A. Brisman P.
En el evangelio de san Mateo 16,18, leemos: “Y
yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella”. Esta es la promesa del
mismo Jesucristo con relación al primado del apóstol Pedro y la permanencia de
su Iglesia.
En estos días, en la Iglesia Católica nos
encontramos transitando un camino de trascendencia, - si cabe el término -, por
lo que nos ha tocado vivir. Estamos, primeramente, en el novenario por el
eterno descanso del alma del santo padre Francisco, a quien el Señor decidió
llamarlo a su presencia. Ciertamente que su muerte nos sorprendió a todos.
Sabíamos de su delicado estado de salud física. Pero, no nos imaginamos que
sucediera tan de repente su partida. Todos lo recordamos en su última aparición
pública en la Plaza de san Pedro, durante la misa de resurrección cuando dio su
breve mensaje y su bendición para la ciudad y el mundo; y al día siguiente,
temprano por la mañana, se nos informaba de su muerte repentina. Debemos, como
cristianos de fe, elevar nuestras oraciones por su eterno descanso y que
nuestro Señor le perdone sus pecados y le otorgue el premio de la vida eterna.
Terminado el novenario por el eterno descanso
del alma del papa Francisco, pues entraremos en la segunda parte de este
proceso, y es el inicio del Cónclave para elegir al nuevo Pontífice, que será
el sucesor 267 del apóstol san Pedro y Vicario de Cristo en la tierra. La
palabra “papa” viene del latín papas, padre, y se emplea desde
hace mucho tiempo para designar al Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Los papas no son sucesores de Cristo. ¿Qué significa
que el papa sea llamado sucesor del apóstol san Pedro? Que ha heredado la
autoridad de san Pedro, que fue el príncipe de los apóstoles y primera cabeza
de la Iglesia Universal, por voluntad de Jesucristo. ¿Qué significa que el papa
sea llamado Vicario de Cristo? Significa que ha sido establecido para
representar a Cristo en la tierra, para actuar en su nombre y para llevarlo a
las naciones de manera especial en razón del lugar que ocupa. Se le llama
Romano Pontífice, porque Pedro estableció su sede en Roma, donde murió en el
64-68 d/C. El término Pontífice (del latín pontifex),
originalmente significaba “constructor de puentes”, entendido
espiritualmente en el sentido de que el Papa debía servir de conexión entre la
presencia invisible de Cristo y su cuerpo visible, la Iglesia. Y los poderes
espirituales los recibe directamente de Cristo, quien los entrega a un Papa
electo al aceptar el cargo o elección” (Mons. Athanasius Schneider).
Según el canon 332 del Código de Derecho
Canónico, en el obispo de la Iglesia romana permanece una función que el Señor
encomendó singularmente a Pedro, primero entre los apóstoles, y que se
transmitió a sus sucesores. Conforme al mismo canon ese obispo es cabeza del Colegio
Episcopal, Vicario de Cristo y pastor de la Iglesia Universal en la tierra. De
estos tres títulos, el primero hace referencia a que el Papa preside el cuerpo
sucesor el Colegio Apostólico en la función de gobernar y enseñar a los fieles
cristianos; el segundo, a que teológicamente ejerce su potestad en nombre del
Señor; y el tercero, a que tiene poder primacial sobre todos los miembros del
pueblo de Dios.
La naturaleza de la Iglesia es jerárquica. Es
decir, la autoridad en ella se ejerce de manera vertical, no horizontal. La
Iglesia no es una institución democrática, como tampoco es un parlamento. Cito
al Papa Benedicto XVI: “La Iglesia de Cristo no es un partido, no es una
asociación, no es un club: su estructura profunda e inamovible no es
democrática, sino sacramental y, por lo tanto, jerárquica; porque la jerarquía
fundada sobre la sucesión apostólica es condición indispensable para alcanzar
la fuerza y la realidad del sacramento, la autoridad no se basa en los votos de
la mayoría; se basa en la autoridad del mismo Cristo, que ha querido
compartirla con los hombres que fueran sus representantes, hasta su retorno
definitivo” (Informes sobre la fe).
En los evangelios vemos que Jesús, al elegir
al grupo de los Doce, no hizo ni convocó una especie de votación para ver quiénes
eran los más votados entre sus seguidores. Tampoco, al elegir al apóstol Pedro
como cabeza de la comunidad creyente, no convocó a una votación. Cristo eligió
y nombró directamente con su autoridad, a sus discípulos más cercanos y quién
sería la cabeza de ésta. Pues en esta tradición ha venido caminando la Iglesia
de Cristo. Vuelvo y repito: esa es su naturaleza y no puede ser cambiada.
Volvamos al Cónclave. Ya está anunciado al público
que iniciará el día 7 de mayo en horas de la tarde. Estarán los Cardenales
electoreres listos para ello. Según las normas del Cónclave, con sus
modificaciones establecidas por los pontífices san Juan Pablo II y Benedicto
XVI, para la elección del Romano Pontífice es necesario dos tercios de los
votos y, una vez cumplida, el elegido tendrá que aceptar o no su elección. De
aceptarla, inmediatamente se le preguntará con qué nombre quiere ser llamado, y
a partir de su aceptación, ya ostenta la autoridad universal en la Iglesia.
Tengamos en cuenta de que el Cónclave es para
elegir al Romano Pontífice, sucesor del apóstol san Pedro y Vicario de Cristo
en la tierra. No es para elegir al presidente del estado del Vaticano.
Los cardenales, que son los que tienen la
responsabilidad de la elección del Romano Pontífice y ayudar colegialmente al Papa,
sobre todo en los consistorios eran llamados los “príncipes de la Iglesia”,
haciendo referencia precisamente a esta característica. El cardenalato no es
parte del sacramento del Orden sacerdotal, sino que es más bien, una “dignidad
o título honorífico” que el Papa otorga a un ministro eclesiástico en la
Iglesia. Puede recibirlo un presbítero: “Para ser promovidos a cardenales,
el Romano Pontífice elige libremente entre aquellos varones que hayan recibido
al menos el presbiterado y que destaquen notablemente por su doctrina,
costumbres, piedad y prudencia en la gestión de asuntos; pero los que aún no son
obispos deben recibir la consagración episcopal” (c 351, 1).
En la Iglesia hay algunos casos de estos. El
más reciente es el del sacerdote franciscano capuchino Rainiero Cantalamessa, quien
era el predicador de la casa pontificia, revestido de la dignidad cardenalicia
por al papa Francisco, y no es obispo por una dispensa que le otorgó el mismo Pontífice.
Con respecto al Cónclave, pues ya hemos
venido escuchando de todo. Todos opinan, aun sin tener el mínimo fundamento de
cómo funciona esta elección. Ya los mismos enemigos de la Iglesia y del
cristianismo han “elegido” al Papa que ellos quieren. Se ha dicho que el Papa
que vendrá ya está elegido y que el Cónclave solo será un medio para cumplir
con el requisito. Otros están esperando y quieren un Papa que ponga la Iglesia
de patas arriba cambiando la doctrina: quieren un Papa que elimine el celibato
sacerdotal, que apruebe la ordenación sacerdotal de las mujeres, que apruebe
las uniones del mismo sexo como sacramento, así como el aborto, etc. En definitiva,
quieren a un Papa que arrodille a la Iglesia al mundo, que sea su esclava, una
Iglesia moderna y progresista. Estos grupos quieren a un Papa que actúe como el
“dueño” de la Iglesia de Cristo. No les pasa por la cabeza de que el
papa NO ES el dueño de la Iglesia, sino más bien el custodio, defensor y
anunciador del evangelio de Cristo y tiene que mantener la unidad de la
Iglesia, como Cristo lo mandó al apóstol Pedro.
Nosotros debemos pedir a Cristo que le dé a la
Iglesia, no el Papa que quiere el mundo, sino el Papa que necesita su Iglesia:
un Pontífice que defienda la integridad de la fe católica en medio de tanta
confusión de este relativismo moral que ataca a la institución natural del matrimonio
y la familia, así como la sexualidad. La moral no debe adaptarse a las
preferencias personales. La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo; no es el
cuerpo místico del Papa. Es la Iglesia de Cristo y no la iglesia de cada Papa. Como
tampoco es válido ni correcto decir que la diócesis es del obispo fulano, o la
parroquia es la parroquia del cura fulano. Nosotros pasamos y la Iglesia de
Cristo permanece. Citando nuevamente al papa Benedicto XVI, al hablar de la
comunión de los santos: “La comunión de los santos, significa también tener
en común las cosas santas, es decir, la gracia de los sacramentos que brotan de
Cristo muerto y resucitado. Es este vínculo misterioso y realísimo, es esta
unión en la vida, lo que hace que la Iglesia no sea nuestra Iglesia, de modo
que podamos disponer de ella a nuestro antojo; es, por el contrario, su Iglesia”.
Necesitamos y tenemos el compromiso, como
cristianos, de orar y pedir para que el próximo sucesor del apóstol san Pedro
sea un sacerdote santo y que nos guíe en la santidad, en la fidelidad doctrinal
del evangelio y la unidad querida por el mismo Cristo para su Iglesia: “Padre,
que todos sean uno, como tú y yo somos uno”. La Iglesia se sigue
construyendo, edificando en este mundo. Y debe seguir haciéndolo sobre la roca
firme que es Cristo y su palabra. Una vez más hay que decir que la Iglesia no
tiene que ser moderna, sino fiel a Cristo y a su evangelio. La Iglesia no está
para complacer peticiones personales ni grupales adaptando la doctrina a sus
gustos. Esta es la Iglesia que es camino de salvación.
Concluyo este artículo citando la oración
dirigida por la comunidad de los creyentes al Señor, en el libro de los Hechos
de los Apóstoles 4, 24-30: “Señor, tú eres el que hiciste el cielo y la
tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, el que, por el Espíritu Santo, por
boca de nuestro padre David tu siervo, dijiste: ¿Por qué se han amotinado las
naciones, y los pueblos han tramado empresas vanas? Se han alzado los reyes de
la tierra, y los príncipes se han aliado contra el Señor y contra su Cristo.
Pues bien, en esta ciudad, Herodes y Poncio Pilato, con las naciones y los
pueblos de Israel, se aliaron contra tu santo Hijo Jesús, al que ungiste, para
llevar a cabo cuanto tu mano y tu designio habían previsto que ocurriera.
Ahora, Señor, mira sus amenazas y concede a tus servidores que puedan proclamar
tu palabra con libertad; y extiende la mano para que se realicen curaciones,
milagros y prodigios por el nombre de tu santo Hijo Jesús”. Amén.
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