martes, 13 de noviembre de 2018

La dirección espiritual: Vida de Fe.


“Jesús se quedó admirado al oír esto, y dijo a los que le seguían: Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel con tanta fe como este hombre” (Mt 8,10).



  La fe es una de las tres virtudes teologales que posee el ser humano. Se llaman virtudes teologales porque es el mismo Dios-Padre quien las ha sembrado en nosotros como una pequeña semillita para que poco a poco vayan germinando y puedan llegar a convertirse en un árbol grande y frondoso. Es el primer paso que le corresponde a Dios. De hecho, nadie puede decir que cree en Dios por su propia cuenta si Dios no lo impulsa para ello; por eso la fe. Pero el segundo paso nos corresponde a cada uno de nosotros que es hacer que esa semillita de la fe vaya germinando con nuestra práctica de vida. La fe debe impregnar toda nuestra vida: familiar, estudio, trabajo, amistades, etc. La fe no es nada más una simple palabra que suena bonita, sino más bien que es un estilo de vida; una manera de cómo tenemos que vivir nuestra vida; y esa manera es la manera cristiana. Por eso es que hemos dicho lo anterior.

  La fe debe informar las grandes y pequeñas decisiones. No basta asentir a las grandes verdades del credo, tener una buena formación (que es importante); es necesario, además, vivirla, practicarla, ejercerla, debe generar una vida de fe que sea, a la vez, fruto y manifestación de lo que se cree. No se trata de vivir la fe o practicarla únicamente cuando voy al templo o al grupo de oración. La fe no es un traje que me pongo y me quito cuando voy a la misa o al grupo de oración y ahí queda. A la misa, al grupo de oración o el apostolado voy a nutrirme de la palabra de Dios y de la comunión sacramental para renovar fuerzas y una vez que salgo de esas actividades, poner en práctica lo aprendido y revelado por Dios. Es así como seremos luz en medio de la oscuridad; es así como nuestra lámpara iluminará a todos los de la casa, a todos los que nos rodean; es así como daremos buenos frutos y permanecerán. Así entonces, será bueno e importante hablar de esta virtud sobrenatural en la dirección espiritual de cómo está iluminando o trabajando la misma en nuestra vida: cómo interviene en la aceptación de una enfermedad, de la muerte de un ser querido, de una contradicción; cómo incide en el comportamiento con los amigos, compañeros de trabajo, si ayuda a procurar el bien para ellos, sobre todo el mayor bien, que es acercarlos a Dios…

  Recordemos que el camino de la fe es un camino de muchas tribulaciones: en la conversación el director espiritual nos hará comprender que los obstáculos, vicisitudes, los acontecimientos menos agradables… también son parte del plan providencial de Dios-Padre, que a veces bendice con la cruz, como medio de purificación y crecimiento interior: “No es digno de mí el que no toma su cruz y me sigue” (Mt 10,38). Todo esto nos ayuda a ofrecer estas contradicciones, evitar las quejas, porque también son medios de santificación. Una vida profunda de fe nos ayuda a enfrentar con mansedumbre y humildad las tribulaciones por las cuales nos conduce a veces nuestro Padre celestial. Esta fue una de las grandes enseñanzas de la vida de fe de la madre Teresa de Calcuta.

  Es importante también que al hablar con el director espiritual sobre esta gran virtud, hablemos de todas aquellas cosas que la ponen en entredicho; porque hay mucha confusión en mucha gente acerca de la doctrina, que caracteriza nuestros ambientes. Siempre es bueno y aconsejable saber qué libros, estudios, etc. nos podrían ayudar para contrarrestar tanta propaganda contraria a la fe que encontramos muchas veces en la universidad, el ambiente social, laboral, medios de comunicación, etc. Se trata de buscar los remedios oportunos cuando sea necesario.

  Por último, quiero también mencionar otra gran virtud que no podemos obviar porque es importante en el caminar espiritual. Es la virtud de la pureza. Esta virtud está muy relacionada con el amor  a Dios, y está destinada a crecer y fortalecerse bajo la acción del Espíritu Santo. Para muchos hombres y mujeres de la vida espiritual, esta virtud es la puerta de entrada a una vida interior honda y a una vida apostólica. Esta virtud guarda el corazón y los sentidos; mortificación y control de la imaginación; prudencia en las lecturas, en los espectáculos; en el trato con las personas del sexo opuesto, etc. Esta virtud ha sido minusvalorada y atacada por muchos. No se trata de ser o caer en el puritanismo. La verdadera pureza nos libera de los escrúpulos y nos conduce a la finura interior, con la confianza de poderla vivir siempre en las circunstancias en las que se desenvuelve nuestra vida.

Les dijo: ¡cobardes! ¡Hombres de poca fe!


  En el evangelio de Mateo en el capítulo 8,23-27, se nos presenta, si se quiere, una escena evangélica muy simpática. Se nos narra que Jesús sube a la barca junto a los discípulos y como todo ser humano, se hecha a dormir porque está cansado, agotado. Esto es muy importante tenerlo en cuenta ya que se nos presenta a Jesús en una actitud muy humana; recordemos que las mismas Sagradas Escrituras nos dicen de Jesús que en todo se asemejó a nosotros, menos en el pecado. Jesús fue tan humano como cualquiera de nosotros, simples mortales; al igual que nosotros, también siente el cansancio de toda una jornada de trabajo, y es lógico que, agotado, quiera descansar. Además, no es el único pasaje del evangelio en el que se nos muestra a Jesús asumiendo esta actitud. Es como si se nos quisiera hacer ver una intención muy a propósito de Jesús.

  En este pasaje evangélico, tenemos por un lado a los discípulos, hombres diestros en las cosas del mar, ya que ellos se dedicaban al oficio de la pesca. Este pasaje evangélico es a lo mejor paradigmático, ya que estos hombres no sólo debieron experimentar estas situaciones en el mar una sola vez; de seguro la vivieron muchas veces; pero ahora está la particularidad de que está presente el Señor. Estos hombres, adentrados en el mar, sienten los embates de los fuertes vientos y el fuerte oleaje que golpean la barca sintiendo la sensación de que la misma quisiera hundirse. Y esto es lo que le dicen a su Maestro: Señor, ¡sálvanos, que nos hundimos! Por el otro lado esta precisamente Jesús, agotado por el cansancio, está sumido en un profundo sueño ya que estos embates contra la barca no lo despertaban; fueron sus discípulos que lo despertaron.

  Los discípulos están asustados, temerosos, no saben qué hacer para poder seguir adelante en su travesía. Es entonces cuando van con el Maestro, lo despiertan y le gritan que haga algo. En lo personal  así también es nuestra vida. Cuántas veces no hemos tenido que enfrentar en nuestro caminar esos fuertes vientos y tempestades de nuestros dolores, sufrimientos, pruebas, tentaciones, problemas, etc., que zarandean y golpean nuestra vida fuertemente y nosotros llenos de miedo no sabemos qué hacer y nos desesperamos; miramos para todos lados y no vemos salida, no vemos la luz al final del túnel. En medio de la desesperación le gritamos a Dios que nos ayude, que nos salve porque nos hundimos, nuestra vida sentimos que se nos va, la perdemos, perdemos la batalla. Pero el Señor, al igual que a los discípulos nos dice “gente de poca fe”. Fijémonos que el Señor no les reclama a los discípulos que no sientan miedo; de hecho, el mismo Jesús experimento el miedo. Lo que les reclama es que se dejen dominar por el miedo, porque los inmoviliza, los frisa, no los deja avanzar ni en la vida ni en la fe ni en la vida espiritual. Que aprendamos más bien a confiar, porque no estamos ni caminamos solos en la vida. Él lo prometió que estaría con nosotros siempre; pero tenemos que creerlo y dejar que se acerque y nosotros acercarnos.

  En cuanto a lo eclesial, la imagen de la barca es imagen de la Iglesia; el mar es imagen del mundo donde hay toda clase de peces. En la barca hay uno que lleva el timón, pero otro es el capitán, y el timonero guía la barca por donde le manda el capitán; no por donde el timonero le da la gana de llevarla. Hay otros que van en la barca haciendo otras labores, necesarias todas. Así va la Iglesia: Pedro es el timonero, y sus sucesores, los papas; pero Jesús es el capitán y es el que dice al timonero por donde guiar la Iglesia. Los discípulos, a pesar del miedo que experimentaron, no se lanzaron al mar porque lo cierto es que, a pesar de los fuertes vientos y embates del mar, están a salvo en la barca. Pues en la Iglesia, la gran familia de Cristo, nos pasa igual: a pesar de los embates contra ella, de las persecuciones, si permanecemos en ella estaremos seguros; llegaremos a puerto seguro, estamos a salvo; porque Jesús prometió que a su Iglesia nada ni nadie la podrá destruir. No se trata de lanzarnos al mar, abandonar la Iglesia a pesar de los problemas que encontremos en ella. En el mar, fuera de la Iglesia estamos a merced del maligno y de sus embates y fácilmente morimos, nos ahogamos.

  En nuestra vida y en la misma Iglesia encontraremos estas situaciones. Cristo dijo que tuviéramos ánimo ya que Él ha vencido al mundo, al pecado y la muerte, y ese mismo sería nuestro triunfo si permanecemos fieles a Él y a sus enseñanzas. Pidamos a Jesús siempre que nos dé fortaleza para permanecer en sus caminos, porque es el que nos conduce al Padre y por el cual tenemos acceso al Él.


jueves, 8 de noviembre de 2018

Vio Jesús a un hombre llamado Mateo… y le dijo: Sígueme.


En el evangelio de san Mateo, leemos en el capítulo 9, 9-13, cuando Jesús se acerca a este “publicano” (pecador público), que está sentado en la mesa del cobro de los impuestos, y sin iniciar ningún diálogo le dirige una sola palabra: sígueme. Hemos de imaginarnos que Mateo quizá nunca había visto al Maestro en persona hasta ese momento; quizá sí oyó hablar de un tal Jesús que hacía milagros y que hablaba como ningún otro maestro, etc. Pero ya se le presenta la ocasión de conocerlo y tenerlo cara a cara. El mismo pasaje del evangelio nos dice que este hombre era un publicano cobrador de impuestos. Pero, ¿cobrar los impuestos es malo? No. Lo que sí es malo es cobrar lo injusto para después embolsillarse una buena parte; además, éste estaba al servicio del Imperio Romano, del Emperador, peor todavía. Entonces era señalado como un pecador público.

  Pensemos en las posturas que asumen tanto Jesús como Mateo. Primero, dice el pasaje evangélico que Mateo estaba “sentado” a la mesa de recaudación de los impuestos. Esa postura de estar sentado nos hace pensar que es la misma postura que asumimos nosotros de comodidad con respecto al pecado: mucha gente le gusta estarse revolcando como los cerdos en el lodo mal oliente, putrefacción, etc.; gente que se goza nadando en las aguas turbias; vigilando lo propio, lo suyo, sus pertenencias para que nadie se las toque, pero ellos sí tocan las de los demás y con la intención de despojarlos de las mismas, aun sabiendo que es injusto. Diciéndolo de una manera llana sería el “no cojo corte con lo mío, pero sí corto lo de los demás”. Jesús llega a él en ese momento y lo mira con una mirada fija, penetrante y de misericordia. Le dirige una palabra “sígueme”. Hay que pensar no tanto en la palabra que Jesús le dijo a Mateo, sino más bien es pensar y reflexionar en cómo Jesús le dijo esa palabra; a lo mejor se la dijo de una manera que caló en lo más profundo del corazón de este hombre que se sintió impulsado a dejarlo todo y aceptar la invitación a seguirlo. Jesús conoce muy bien la situación de aquel hombre, pero no le importa; lo llama a seguirle.

  Sigue narrando el pasaje evangélico que Mateo “se levanta y dejándolo todo, lo sigue”. Se levanta de aquello que significa esa mesa y oficio. Ya Jesús en una ocasión nos dirá que todo aquel que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que la pierda por Él y por evangelio, la encontrará. Esto fue lo que sucedió en Mateo: abandonó sus seguridades y las puso en Jesús. Así nos pasa a muchos de nosotros: queremos seguir al Señor, pero con nuestras seguridades; con nuestras cosas agarradas. Recordemos el pasaje del evangelio de san Juan del joven rico que le preguntó al Señor qué tenía que hacer para ganarse la vida eterna, el Señor le contestó que vendiera todas sus posesiones, la compartiera con los pobres y luego lo siguiera; pero aquel joven no quiso aceptar la invitación del Señor porque estaba muy aferrado a sus posesiones. No era él el que poseía las cosas; más bien, eran las cosas las que lo que lo poseían a él.

  El novelista inglés Aldous Huxley, en su novela Un mundo feliz, nos dice: “si has obrado mal, arrepiéntete, enmienda tus yerros en lo posible y esfuérzate por comportarte mejor la próxima vez. Revolcarse en el fango no es la mejor manera de limpiarse”. Y es que nosotros también debemos de aprender a levantarnos del fango de nuestro pecado, para que, escuchando el llamado del Señor, aprendamos a dejarlo todo para seguirlo. Abandonar nuestras seguridades para asegurarnos en lo que nos da el Señor, porque es que el Señor es nuestro verdadero tesoro; es el tesoro que nada ni nadie puede robar ni destruir. Pues Mateo así empezó a acumular su tesoro en el cielo.

  La otra idea importante que nos dice este pasaje evangélico, es que Jesús, -como respuesta a los fariseos que lo criticaban por esta acción de juntarse y comer con publicanos y pecadores-, les dice que son los enfermos los que necesitan al médico, no los sanos. Bueno, pues es que nosotros estamos enfermos por la enfermedad del pecado, y Jesús es nuestra sanación. Fue la sanación de Mateo y tantos otros enfermos del pecado. Mateo, al escuchar el llamado del Señor, levantarse, dejarlo todo y seguirle, empezó a sanar. Lo mismo nosotros: hemos recibido un llamado del Señor a seguirle, pero es un llamado que exige nuestra respuesta personal y, al igual que Mateo, encontrar en Jesús aquel que nos puede y de hecho nos sana de la enfermedad de nuestro pecado. Mateo empezó así su cambio de vida, su proceso, camino de conversión. Mateo encontró su lugar en la comunidad cristiana, como lo podemos y encontramos cada uno de nosotros, porque Dios ama al pecador, pero rechaza el pecado; ama al enfermo, pero sana de la enfermedad del pecado.

  Los sacrificios que cada uno de nosotros hagamos tienen que ir acompañados del amor que nace de un corazón bueno, pues la caridad ha de informar toda la actividad del cristiano, y de modo particular, el culto a Dios.