martes, 26 de septiembre de 2017

La dirección espiritual es camino y fuente de alegría (2)


Nos dice Anselm Grün en su libro sobre los diez mandamientos: “Nuestro mundo se hace cada día más complicado e incomprensible. Por eso mucha gente busca una clara orientación. Buscan buenas indicaciones para conseguir una vida plena.  ¿Qué podríamos responder a esas personas que se afanan en buscar este bienestar, esta orientación para alcanzar esa vida plena? Creo que la respuesta sería: Solo el Señor tiene el remedio. Únicamente Él puede arreglar nuestra vida, falta de armonía y de sentido de tantas ocasiones, y realizar una obra maravillosa. Solo Él”.

  Ya sabemos que el Señor Jesús se nos reveló como el único camino para llegar al Padre, cuando uno de sus discípulos le preguntó cómo podrían saber el camino. Pero el Señor Jesús también es la puerta que nos da acceso al Padre. Entonces, nuestra presencia en este mundo es un retorno al Padre puesto que de Él hemos venido y a Él vamos a volver. Pero tenemos que hacerlo tal como el mismo Jesús nos lo indicó, y que podríamos resumirlo en sus propias palabras cuando resumió todos los mandamientos en dos: amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo. Jesús es nuestro Maestro y nos señala con verdad y autoridad el camino que conduce a la alegría, a la eficacia y a la salvación.

  Pero es ahí el punto. Recorrer el camino nos indica ya una acción. Los evangelistas nos presentan en ocasiones a Jesús “poniéndose en camino”. Nosotros también tenemos que ponernos en camino, ponernos en acción. Tenemos que gastar energía y acumular cansancio y fatiga en este recorrido de la vida. Ponernos en camino es ir hacia la meta de la vida, que es la salvación. Pero es que esta meta de la salvación ya implica para nosotros en este mundo un gozo y una alegría: “Les daré un gozo y una alegría que nada ni nadie se las podrá quitar”, nos dice el Señor. Por eso es que decimos, o más bien afirmamos, que la dirección espiritual es camino de alegría. Una alegría que no nos cae del Cielo, sino más bien es una alegría que tenemos que ir construyendo, edificando en nuestro día a día en esta vida, en la medida en que nos abrimos al Dios que es la fuente de ella: “Dichosos todos aquellos que al escuchar mis palabras no se sientan defraudados de mí”.

  En el transcurrir de nuestra vida en este mundo, son muchas las contrariedades y pruebas que tenemos que ir enfrentando y sorteando en el caminar. Muchas veces sentimos el cansancio, la fatiga y hasta la derrota de no querer seguir avanzando a pesar de que la meta a alcanzar es lo más grandioso que puede experimentar el creyente. Este cansancio y fatiga nos hace perder, -la más de las veces-, el rumbo y sentido de la vida. Nos hace caer también en una especie de enfermedad que atrofia todo nuestro ser; nos aparta y aleja de Dios y su mensaje de salvación. Por esto Jesús se nos presentó como el “médico”, que vino a buscar y sanar a los enfermos del alma por el pecado, ya que posee la ciencia y las medicinas necesarias para realizar en nosotros esta sanación. Pero, ¿cómo vamos a encontrar o dar con este doctor y su medicina si nos negamos a ir donde Él; si le cerramos las puertas de nuestra casa interior para que no entre porque nos creemos que estamos sanos?: “vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré”, nos dijo.

  Nuestro Señor Jesucristo es el Dios cercano; es el Dios próximo a nosotros. El está siempre más cerca de nosotros que nunca, no importa la falta, el ánimo, la fatiga, el cansancio, etc. Y es que Cristo Jesús es el remedio a nuestros males; es el remedio a nuestra fatiga; a nuestro cansancio; a nuestra tristeza; a nuestro sin sentido en la vida. Por eso es que tenemos que ir siempre hacia Él para poder descansar en Él y renovarnos en Él. Es volver a llenarnos de la sabia suya porque Él es el tronco y nosotros los sarmientos, y si es que queremos experimentar de esa sabia tenemos que estar adheridos a Él.

  Una buena dirección espiritual nos conduce a experimentar todo esto y más. Nos conduce a cambiar nuestro dolor, amargura y  tristeza en nuevos caminos de sanación, dulzura y alegría porque nos viene dada por el mismo Hijo de Dios, que le dijo a la samaritana “si sigues bebiendo del agua de ese pozo, seguirás teniendo sed; pero si tomas del agua que yo te doy nunca más tendrás sed”. Y nosotros tenemos que decirle como la samaritana: “Señor, dame de esa agua para nunca más tener sed”. Cristo es la fuente inagotable de toda nuestra existencia. Nos pide, nos invita a que vayamos hacia Él; que nos atrevamos a sumergirnos en su misma persona, que es la fuente inagotable de nuestra alegría y de nuestra salvación.

martes, 5 de septiembre de 2017

La dirección espiritual (I)


“Les dijo también una parábola: ¿Puede acaso un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en algún hoyo?” (Lc 6,39).

  Queremos hablar en los próximos números de nuestra revista acerca de un medio tan importante en nuestra vida cristiana como lo es la dirección espiritual. Hay muchas dudas y resistencia de muchos cristianos a utilizar este medio o recurso que nos ayuda a crecer en la vida de la fe. Muchos miran la dirección espiritual con cierta “sospecha”. Son muchos los cristianos que dicen a voz en grito que no necesitan  hablar con nadie acerca de lo que ocurre en sus vidas. Ya lo dice el dicho popular “no hay peor ciego que aquel que no quiere ver”. Una de las falsas visiones que se tiene del director espiritual es que a veces se le ve como si fuera una especie de “metiche”. Nada más falso. Por esto y otros malos entendidos es que queremos compartir en estos artículos el que podamos entender la verdadera y real necesidad que tenemos los cristianos de una ayuda en nuestro caminar de fe y espiritual. La necesidad que tenemos que existan otras personas que nos ayuden a ver cuando sentimos o sabemos que el camino se nos ha oscurecido. Dicen, y con razón, que dos cabezas piensan más que una; cuatro ojos ven más que dos, etc. Así, de esta manera, introducimos este apasionante tema y lo hacemos siempre con la única intención de aportar al crecimiento espiritual de todos los creyentes y también de todo aquel que lea estas líneas para su fortaleza  en la vida comunitaria.

  Es por todos nosotros sabido que el hombre no fue creado para estar solo, para vivir en soledad: “no es bueno que el hombre esté solo”, leemos en el libro del Génesis. Dios le crea al hombre la mujer para que le acompañe y le ayude. Pero también el hombre es compañía y ayuda para la mujer. Ambos fueron creados con la misma dignidad y con sus diferencias, y así surge entre ellos un complemento. Así vemos nosotros cómo se va desarrollando la vida de ambos en su caminar, en la vida en el paraíso del Edén.

  Si aplicamos esta voluntad divina a la vida espiritual, podemos también decir que no es bueno que el cristiano esté solo. De hecho, el mismo Jesús ya lo había previsto, y fue más lejos: Él mismo no quiso llevar a cabo la misión del Reino solo, sino que se hizo acompañar por un grupo de hombres elegidos por Él mismo para instruirlos en las cosas del Reino de Dios y después enviarlos a la misión de seguir o continuar su obra. Pero Jesús sabía a qué tipo de terreno o realidad los enviaba y por eso les dijo que los enviaba como corderos en medio de lobos. Sabía que iban a estar sometidos a muchas y diferentes pruebas en su caminar y que esto provocaría el que pudieran flaquear en el camino de la fe. Les insistió muchas veces en la necesidad de estar siempre unidos y de confiar plenamente en Dios para que les diera la fortaleza necesaria para cumplir con la misión. Él mismo prometió su presencia, su acompañamiento a los discípulos todos los días hasta el fin del mundo. Jesús así se convertiría en el guía, custodio, acompañante de los suyos y atestiguaría sus palabras con obras de sanación, liberación y salvación; haría creíbles con gestos concretos las palabras de los discípulos. Jesús mantendría en la dirección correcta a los discípulos para que no se desviasen del camino trazado y sería también el motivo de la fortaleza de los mismos. Por eso les prometió el Espíritu Santo, que era el que terminaría de comunicarles y revelarles lo que faltaba a la misión iniciada por Jesús.

  En la vida de la fe y de la espiritualidad no podemos caminar solos. Jesús lo sabía y por eso estableció la comunidad cristiana que es la Iglesia, su Iglesia, su pueblo santo. Vivir la vida cristiana en comunidad es la manera más fácil de poder llegar a la meta, que es la casa de Dios-Padre. Cuando Jesús resucitó y se le apareció a María Magdalena le dio el mandato de que le dijera a los discípulos que permanecieran juntos y así se les manifestaría resucitado y también vendría sobre ellos el Espíritu Santo. Así podrían caminar y cumplir con lo mandado por el Maestro de Nazaret. Estarían en sintonía con la voluntad de Jesús y en profundo discernimiento de las palabras del buen pastor. Esto les permitiría saber cuándo el buen pastor les habla y cuándo sería el lobo el que actúa. Y es que, sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar.



Bendiciones.

 



 

... Y formó Dio al hombre del polvo


  En el segundo relato de la creación que se nos narra en el capítulo segundo del Génesis, encontramos nosotros unos indicios muy interesantes para nuestra fe. A diferencia del primer relato del capítulo primero, en donde se nos va narrando lo que Dios iba haciendo día por día, y que cierra ese relato con la creación del hombre como culmen de la misma creación; en este segundo relato, más breve, nos encontramos con un Dios artesano, un Dios alfarero.

  Leemos en este pasaje bíblico que Dios formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz un aliento de vida, y así el hombre se convirtió en ser viviente (2,7). Es interesante esto porque, si en el primer relato de la creación se presenta a Dios creador de todo: pone orden donde antes había caos, las dos lumbreras, el mar y la tierra, los seres vivientes del mar, las aves del cielo, las plantas, etc., y crea al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza. Pero en este segundo relato es muy específico al presentar a Dios como moldeador o una especie de alfarero que se detiene a darle forma al cuerpo del hombre, cosa que no hace con los demás seres vivientes. Podemos nosotros incluso pensar, sin que esto se vaya a interpretar como un atrevimiento de nuestra parte, que a lo mejor Dios tuvo que intentar varias veces la formación del cuerpo del hombre hasta darle la forma perfecta que Él quería. Pero dejémoslo ahí. Lo que sí es de resaltar es la actitud de Dios en detenerse a formar el cuerpo del hombre.

  Pero esto tampoco queda ahí. Se nos dice inmediatamente que, después de formar al hombre del polvo, insufló en sus narices el aliento de vida. Dios le dio la vida, y esto se interpreta como un don o regalo. La vida del hombre viene o procede de Dios, que es el Dios de la vida. La vida al hombre se le ha sido dada como don; el hombre no se ha dado la vida a sí mismo. La vida no le pertenece, sino a Dios. De aquí entenderemos entonces las palabras de Jesús cuando dijo “Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque todos ustedes están vivos para Él; y también cuando dijo: “ustedes están en el mundo, pero no son del mundo, sino de Dios”. Por esto mismo y en base a esta enseñanza bíblica, la Iglesia defiende, protege y promueve la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural. Ella no puede renunciar a esta enseñanza ya que si lo haría traicionaría el mensaje evangélico. Esto lamentablemente es lo que muchos, incluyendo creyentes, no han entendido y por eso nos encontramos con esas ideas disque progresistas que niegan el primer derecho que es el fundamento de todos los demás: el derecho a la vida.

  Ahora bien, tengamos en cuenta que existe alma animal y alma humana. Los hombres tenemos alma humana; tenemos el aliento de la vida. Pero nos falta algo para poder ser y llamarnos hijos de Dios. Además del alma humana, se nos ha dado también el don del Espíritu. El Espíritu es lo que nos hace tener relación con Dios, a diferencia de los demás seres vivos. Sólo el hombre puede relacionarse con Dios a través del Espíritu. Tengamos en cuenta que cuando somos bautizados el gran don o regalo que recibimos es el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo. Este Espíritu Santo es el que nos guiará hacia nuestra relación con Dios; es por el Espíritu Santo que nosotros, como lo dijo san Pablo, podemos dirigirnos a Dios como “Padre”; es el Espíritu Santo el que ora en nosotros y a través de nosotros. Es el Espíritu Santo el que nos impulsa a obrar de acuerdo a la voluntad de Dios. Es decir, no basta con que nosotros tengamos el don de la vida por medio del soplo divino, es necesario y hasta indispensable, que seamos revestidos por el Espíritu de Dios, y esto lo logramos por medio del sacramento del bautismo. Jesús mismo, -cuando elogió a Pedro cuando éste le reconoció como el Señor, el Hijo del Altísimo-, le dijo que eso no se lo había revelado ni carne ni sangre alguna, sino su Padre del cielo: ¿cómo fue o se da esta revelación en la persona? Pues por medio del Espíritu Santo.

  ¿Qué podemos concluir de esto? Pues que la salvación de Dios ha sido dada sólo a nosotros los seres humanos, porque somos las únicas criaturas destinada a ello. Sólo a nosotros los seres humanos vino el Hijo de Dios para llevarnos de regreso al Padre: “es mi voluntad que donde yo esté, estén también todos ustedes los que creen en mí, y  los que por su testimonio también creerán en mi”. Hay muchas personas que se preguntan si los animales se salvarán o llegarán a la vida eterna. Pues según las Sagradas Escrituras, eso no es así por las razones antes expuestas; es decir, los animales tienen aliento de vida, pero no tienen Espíritu. Cristo vino a rescatar a los enfermos por el pecado, y esos enfermos somos nosotros los seres humanos; no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores, y esos pecadores somos nosotros los seres humanos.