domingo, 21 de enero de 2024

SOLEMNIDAD NTRA. SRA. DE LA ALTAGRACIA. PROTECTORA DEL PUEBLO DOMINICANO (ciclo B)

 

  Damos gracias a Dios, Padre Todopoderoso, por habernos permitido una vez más poder celebrar esta eucaristía, esta acción de gracias por todas las bendiciones que sigue derramando en nosotros, en nuestras familias, en nuestras comunidades cristianas y en nuestra sociedad dominicana. Hemos venido a este lugar santo con la intención de celebrar nuestra fe y, al mismo tiempo, pedir fortaleza y confianza en su palabra para poder aceptar su voluntad.

  Esta celebración eucarística tiene la particularidad de que nos regocijamos por habernos hecho el regalo de su Madre Santísima como nuestra Madre. Ya nosotros tenemos un Padre y un hermano mayor. Pero lo cierto es que no quiso dejarnos huérfanos de madre. Nos entregó a su misma Madre para que sea nuestra Madre; y para que, como hizo el discípulo amado, también cada uno de nosotros nos la lleváramos a nuestra casa. Pero, al igual que su Hijo que quiere morar en la habitación de nuestro corazón, ella también lo quiere hacer.

  En el pasaje del evangelio que hemos escuchado, vemos la figura de Herodes, que representa el poder político y su preocupación por retenerlo. Esto implica mantener todo lo que representa: los privilegios, las adulaciones y autoridad. Y siente miedo ante el anuncio del nuevo rey porque piensa que lo puede destronar. Como político al fin, utiliza la mentira disfrazada de verdad, diciéndole a los magos que averigüen bien el lugar donde nacerá el niño para ir él también a adorarlo; su estrategia es convertir a los magos, de mensajeros en espías; pero en realidad lo que quiere hacer es encontrarlo para matarlo. Para Herodes, el niño es una amenaza para sus ambiciones políticas. Herodes hace su elección: elige su voluntad y rechaza la voluntad de Dios. En segundo plano, tenemos a los escribas y sacerdotes, que conocen bien las escrituras y profecías al respecto del nacimiento del niño; saben el tiempo y lugar. Pero no hacen nada para buscarlo y encontrarlo, porque están acomodados y no quieren renunciar a su estatus. No mueven ni un dedo para buscar al Dios esperado y prometido.

  En tercer lugar, tenemos a los magos. Estos buscan a Dios; son los auténticos buscadores de Dios. Representan a todos aquellos que no son del pueblo elegido. Representan a los pueblos paganos, a la universalidad de la humanidad. Éstos buscan la verdad que le dará sentido a sus vidas; perseveran sin desfallecer porque están seguros de que darán con ella. Superan los obstáculos que se les presentan en el camino, la oscuridad que les envuelve al perder de vista la luz de la estrella que les guiaba; la soledad del desierto, las dudas. Cuando vuelven a encontrar la estrella que los guía y lleva al lugar donde nació el niño, no pueden ocultar la alegría, el gozo, la satisfacción de haberlo encontrado. Ven colmado sus esfuerzos, sacrificios y perseverancia. Llegando ante el niño-Dios, se arrodillan y le ofrecen sus mejores regalos: sus vidas, sus trabajos, sus corazones, le reconocen como su Rey, su Dios y Señor. 

   ¿Y qué podemos aprender nosotros de estos magos de oriente? Lo primero es que, como ellos, también nosotros debemos ser permanentes buscadores de Dios, de la Verdad, de la vida, de la verdadera alegría; lo segundo es que nos dejemos ayudar por diferentes medios de nuestra fe para realizar esa búsqueda y lograr encontrar al Señor en esta vida, que es el tiempo establecido para encontrarlo; lo tercero es que aprendamos a enfrentar y a superar los obstáculos en nuestro camino, el cansancio, las oscuridades, las dudas…, para que al final descubramos al Dios que quiere encontrarse con nosotros y cambiar nuestras vidas. El encuentro con Cristo, si es verdadero y sincero, jamás nos dejará igual; nos lleva por camino diferente al que nos encontró. Nos lleva a creer que, de una sociedad arropada por el materialismo y la increencia, puede pasar a ser una sociedad creyente y buscadora de Dios.

  Dios nos ama. Cristo nos ama. María, como discípula amada de Dios y Madre de Su Hijo, también nos ama. Nosotros, si queremos ser verdaderos discípulos de Cristo y verdaderos hijos de la Virgen Madre, debemos aprender a amar como ella. Un amor lleno de generosidad, de paciencia, de ternura, de amabilidad, de devoción, de confianza y de misericordia; un amor inquebrantable que la llevó a estar de pie ante la cruz donde agonizaba su Hijo y no desfallecer, a pesar de la espada que en ese momento le traspasaba el alma, como lo profetizó el anciano Simeón cuando fue a presentar al niño al templo.

  Todo verdadero discípulo de Jesús, si es verdad que quiere dejarse guiar por él, tiene y debe de amar a su Madre. Ella es parte fundamental de la vida y predicación de Jesús: es la dichosa, la feliz y la bienaventurada discípula de Dios por haber escuchado y cumplido su voluntad. Debe amarla como Cristo la amó; escucharla como Cristo la escuchó; venerarla como su Hijo la veneró; respetarla como su Hijo la respetó. Porque ella es el camino para llegar al Hijo. Nadie como la Virgen María para enseñarnos cómo amar al Hijo de Dios, a su Hijo. Amar a la Madre del Hijo de Dios, nos mantiene unidos a él, ¡jamás separados! El corazón del Hijo está unido al corazón de la Madre y viceversa: son dos corazones que aman, que ríen, que perdonan y sufren juntos; ambos son inmaculados, limpios, compasivos, fuertes y santos.

  Pues esta es la Virgen Madre que hoy, de manera especial, celebramos en esta eucaristía como Protectora de nuestra nación dominicana. La Virgen María es la protectora del Hijo de Dios y también quiso ser, de manera particular, protectora del pueblo dominicano. Quiso identificarse con nuestro pueblo y por eso asumió en sus vestidos los colores de nuestra bandera nacional. Ella nos enseña a contemplar al Hijo de Dios que, en la imagen de un bebé, se pone en nuestras manos, a nuestro cuidado, a nuestra protección. Los brazos y manos de la Virgen Madre son como un trono y un altar que nos ofrece al mismo Dios hecho hombre para que lo adoremos, lo glorifiquemos y nos abandonemos a su providencia y voluntad. Es lo que le debemos a Dios Padre.

  La Virgen María, al ser dada a nosotros como Madre por su Hijo Jesucristo, también es Madre de la Iglesia. Ella es Madre de todos los que tienen nueva vida por el bautismo. María no se hizo un Dios a su medida. No practicó una fe ni una religión a la carta. María no fue la mujer creyente, Madre de Dios que dijo “Dios sí, Iglesia no”. María es modelo de amor a la Iglesia. Es camino seguro para saber cómo tenemos que vivir en la Iglesia, por la Iglesia y con la Iglesia.  Por eso, ella también es Madre y Maestra de la Iglesia; es Madre y Maestra nuestra. Ella nos arropa con su amor materno y nos protege con su santo manto de los peligros y acechanzas del enemigo de Dios, del diablo. Como Madre nos guía en la oración, nos fortalece con su ternura, nos cuida con su amor de Madre, nos abraza con sus suaves brazos y nos lleva en su regazo. Como Maestra nos enseña la vida de fe y de servicio; nos enseña a ser humildes; a confiar y a obedecer la voluntad de Dios; nos enseña a confiar en la esperanza divina.       María nos enseña que lo importante no es recibir honores y ocupar los primeros puestos, sino amar.

  Podemos afirmar que María fue la mujer creyente en la eucaristía. Así como ella contempló a su Hijo acostado en el pesebre, también lo pudo contemplar en el altar eucarístico. Después de la resurrección, tuvo que aprender a contemplar a su Hijo de una manera diferente, de una manera sacramental. Seguro que ella supo descubrir la presencia de su Hijo de esta manera eucarística en el altar porque estaba unidad a él en cuerpo y alma. Y es que la eucaristía es la presencia trinitaria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Por eso, nosotros debemos aprender a vivir la eucaristía sabiendo que tratamos con una persona en particular: el mismo Cristo, nuestro Dios y Señor.

  Esta mujer creyente, Madre, discípula y servidora, es a la que hoy celebramos como nuestra Protectora. Como sus hijos espirituales, le pedimos que no quite su mirada de nuestra nación dominicana que tanto la necesita. Necesita de sus ruegos y oraciones. Necesita dejarse guiar por ella en este camino difícil, cubierto casi todo él por un manto de oscuridad. Esta oscuridad que se manifiesta de muchas y diferentes maneras. Nuestra sociedad dominicana, hoy está arropada por el manto de la violencia. Si algo debíamos de tener bien aprendido ya, es saber que la violencia es incompatible con el seguimiento de aquel que murió en la cruz perdonando a sus asesinos. Pero ¿cómo aprenderlo si cerramos nuestro corazón a Dios? ¿Si ya no escuchamos su voz? Los ídolos del materialismo, de la corrupción, del hedonismo, del egoísmo, de la indiferencia y la superficialidad están dejando su huella profunda en el corazón de gran parte de nuestra sociedad dominicana.

  Nuestra nación parece que muere. Nuestra vida se degrada en el irrespeto, la vulgaridad y la indecencia.  Hay unos grupos en nuestra sociedad que quieren arruinar nuestras vidas. Los hechos de muerte que estamos padeciendo parecen que están produciendo un hondo dolor en nuestra sociedad; nos sume en una angustia terrible y de desesperación; nos provoca un dolor insoportable. Y nos preguntamos: ¿Qué nos puede ayudar a soportar esta situación? Y al mirar a nuestra Madre del cielo, vemos que nos guía hacia la esperanza.

  Otro manto oscuro que arropa a nuestra sociedad dominicana es el de la mentira. Hemos elegido la mentira como camino y hemos rechazado la verdad. La mentira nos esclaviza; la verdad nos libera. La mentira se disfraza de piadosa y bonachona. Pero cuando se descubre, entonces el daño que hace es mucho mayor que el bien que se consiguió con ella. Pues ante este manto oscuro de la mentira, María de la Altagracia nos guía hacia la Verdad que nos hace libres.

  Un tercer manto de oscuridad que viene arropando a nuestra sociedad dominicana es el manto que se cierne sobre las familias. Dios quiso que su Hijo naciera y creciera en una familia, en un hogar. Pero, hoy en día, muchas familias dominicanas han sacado a Dios de su entorno. En muchas familias dominicanas hoy no se enseña a creer en Dios, a vivir el amor a Dios ni al prójimo, no se construye esperanza; no se edifica en la paz ni en la compasión; hay mucha violencia en el interior de muchas familias dominicanas; violencia que se traduce en tragedias de muertes espantosas. En muchas familias dominicanas hay poca solidaridad. Son familias que se vienen edificando sobre arena.

  ¿Y qué decir del manto de las ideologías, sobre todo la ideología de género, que viene avanzando a pasos acelerados y que nuestras autoridades la han venido imponiendo mediante medidas administrativas en el sistema educativo, judicial y cultural? Estamos enfrentando no una guerra armada, sino una guerra que se libra en el terreno de los valores, de la defensa de nuestros valores, de nuestra fe, de nuestras tradiciones. Una guerra cultural que inició hace décadas que no mata físicamente, de momento, pero sus bombas ideológicas destrozan nuestra sociedad. Es una guerra de ideas, y por tanto de formación, de educación. Ya no es una lucha por la familia, por el desarrollo económico, por la salud, la educación, sino por el deseo asesino de acabar con la vida de los más indefensos, desde el vientre materno. Son los Herodes modernos y progres, que ven en este genocidio un bien público y moralmente justificable. Sin dudas que esta guerra es contra los poderes satánicos. Nuestra nación dominicana está siendo arrodillada a los poderes oscuros de organismos internacionales que se han erigido, con sus agendas genocidas, en los todopoderosos al que hay que rendirles adoración, porque se creen que son dioses. Los magos de oriente nos enseñan, con su actitud, ante quién es que debemos arrodillarnos: ante nuestro Dios, Rey y Señor, Jesucristo. Nadie más. Sólo a él le debemos adoración, alabanza y agradecimiento, y a eso hemos venido a esta celebración eucarística. Sólo ante él debemos ser incondicionales. Ellos nos muestran la auténtica piedad. Es triste decirlo, pero, somos una sociedad que vive sin saber lo que nos pasa. Y es que, sólo los que aman la Patria, se la echan al hombro y la defienden.

  En medio de este panorama tétrico y desolador, María de la Altagracia nos guía para que descubramos la voluntad de Dios. Y es que, para saber cuándo una cosa es voluntad de Dios, tenemos dos medios fundamentales para discernirlo: el primero es que nos provoca paz interior y el segundo, que nos impulsa a las buenas obras. Esto es lo que necesita nuestra sociedad dominicana. Y lo logramos en la medida en que obedecemos a Dios. Contemplar a nuestra Madre de la Altagracia es darnos cuenta de que ella nos dice que Dios quiere conquistar nuestro corazón. Por eso nos envió, a través de ella a su Hijo, para sentirnos amados y que empecemos a amarle; para dejar el miedo y fortalecer la alianza de amor divino.

  Me vienen a la mente recordar las palabras de libro de Samuel que, al escuchar la voz del Señor que le llamaba, este le respondió “Habla Señor, que tu siervo escucha”. Escuchar a Dios es obedecerle total y absolutamente. Obedecerle a él es garantía de que no nos equivocamos. Él nos sigue hablando por medio de la Madre de su Hijo y ella nos recuerda que debemos “hacer lo que él nos diga”.

  María de la Altagracia nos protege y nos guía en ese camino que nos libera de este poder del enemigo de Dios, de las ideologías, de la oscuridad y la mentira. Pero, al mismo tiempo nos dice que debemos escuchar a Dios. Con María y como María, la Iglesia se halla llamada a educar a sus hijos en la fe, manteniéndolos firmes ante las asechanzas de la serpiente y de sus aliados en el mundo, porque si nuestra nación se sigue apartando de Dios, caerá presa de los ídolos. Y es que donde está Dios, está la verdad.

 

María de la Altagracia, Protectora nuestra, ruega por nosotros. Amen  

viernes, 19 de enero de 2024

¡Aspiremos a la ciudad de arriba!

 

El Señor Jesús nos dijo que busquemos primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura; y san Agustín, en su escrito sobre las dos ciudades, dijo que “el verdadero amor de Dios no estará contigo si prevalece en ti el amor al mundo. Estate muy pegado al amor de Dios para que, así como Dios es eterno, tú también vivas para siempre”. Y es que nosotros fuimos creados para la eternidad, pero esa eternidad tiene dos caminos, para que cada uno elija uno de los dos, no se pueden elegir los dos al mismo tiempo: el primero es el de la eternidad con Dios (salvación), y el segundo es eternidad sin Dios (condenación). Ambos son eternos.

  Hay quienes no creen en Dios, ni en el cielo, ni en el infierno. Creen que la vida termina con la muerte; no creen en la trascendencia de la existencia humana. Son aquellos que viven la vida con un sentido meramente mundano, aferrados a este mundo; no creen en Dios, pero sí creen y se han construido sus pequeños diosecitos o ídolos. Porque el hombre no puede vivir sin Dios o sin un sustituto de Dios. Se crean sus propios baales. Así, el hombre se ha apartado de Dios y se está llenando de ídolos. Por lógica, el hombre que se vacía de Dios se empieza a llenar con sus ídolos. Rechaza buscar el Reino de Dios y sus tesoros, para llenarse de las añadiduras que le ofrece el mundo. Volvemos a citar a san Agustín, que dijo: “Hay dos amores, el amor a Dios y el amor al mundo. Si el amor del mundo toma posesión de ti, el amor de Dios no puede entrar en ti. Haz que el amor del mundo quede en segundo plano y que el amor de Dios more en ti. Deja que el amor de Dios tome la primacía”.

  Es decir que, si nada es Dios, entonces cualquier cosa y todo es Dios. Dijo G.K. Chesterton que “cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa”. Y esto es lo que está viviendo gran parte de la humanidad. Hoy se cree en tantos movimientos, causas, ideologías y sistemas de pensamiento que no pueden ser desafiados ni cuestionados, sin importar cuán irracionales sean. Estos también son los ídolos que la humanidad ha venido creando.

  Al apartarse de Dios, podemos afirmar que la humanidad ha caído en lo que podríamos calificar de una vida puramente carnal y vulgar. Y es que donde está Dios, está la verdad; donde no está Dios, está la mentira.

  El ídolo es creación personal, es manipulable, se le hace decir lo que uno quiere que diga y oír; al crear al ídolo, la persona se crea su propia verdad. Y vuelve san Agustín a decirnos que “el deseo de este mundo, incitador al mal, disminuye a medida que crece el amor de Dios, y desaparece cuando el amor de Dios alcanza la perfección”.

  Ya el mismo Jesús dijo que la verdad nos hará libres. Pero, hoy en día gran parte de la humanidad ha decidido vivir en la esclavitud, y dice que, mientras más verdadero se es, más libres serás. Y ya estamos viviendo las consecuencias de esta falacia modernista y progresista. Lo que antes era bueno, ahora es malo, y viceversa; lo que antes era santo, ahora es profano, y viceversa. Hay una alteración de los valores, principios y fundamentos de las sociedades. Ya no es Dios el gran alfarero de la humanidad; son más bien los ídolos que la humanidad se ha venido creando para someterse y arrodillarse a su adoración.

  La humanidad se ha tornado orgullosa y está siendo presa de sus pecados. Como rama que es, se ha desprendido del tronco, que es Cristo, ha caído al suelo, ha empezado a secarse y no sirve más que para arrojarla al fuego, ser destruida y morir.

  Hoy en día, a pesar de la buya y ruido que hay en el mundo, estamos viviendo un gran silencio, y este silencio es un silencio culpable. Hoy no se dice lo que se tiene que decir. El mismo Jesús ya había advertido que si nosotros callamos, las piedras hablarían. Hoy muchos están buscando la manera de cómo ser complacientes con el pecado del mundo, hasta querer bendecirlo. El señor quiere nuestro arrepentimiento y conversión, por eso nos trajo su mensaje del evangelio. Él es la plenitud de la verdad: conocerlo a él para ser más creído, más amado y más proclamado como nuestro único salvador y redentor. San Agustín señalaba que “Dios envió a un médico, un salvador para los hombres. Cristo vino para premiar a los que serían curados por él. Cristo cura a los enfermos y a los que cura les da un don. El don que otorga es él mismo”.

  No hay dudas de que gran parte de la humanidad se ha dejado seducir por este amo del mundo. Ha cerrado sus oídos a la voz de Dios y está escuchando otras voces que no es la de Dios; por lo tanto, están desconociendo a su pastor. Ha caído en un terrible régimen carcelero. Cristianos que están dispuestos a elegir un régimen que los oprime, que no los deja desarrollarse, que contraría las aspiraciones más legítimas y nobles del bienestar humano. La triste realidad es que muchos de los bautizados presumimos de nuestro bautismo, pero no nos esforzamos por vivir como bautizados, no seguimos los mandamientos de la ley de Dios. Somos cristianos católicos de nombre, pero no por práctica.  ¡Busquemos primero el Reino de Dios y su justicia, y llegarán las añadiduras! ¡Esta es nuestra felicidad!

viernes, 12 de enero de 2024

Con el diablo no se dialoga (y 2)

 

Viene entonces el turno de la maldición, que la podemos dividir en tres partes, según la aparición de los actores: la serpiente, la mujer y el varón. A través de ella se explica la existencia de ciertos aspectos del mal en el mundo. Con respecto a la serpiente, el odio que el campesino siente hacia ella; con respecto a la mujer, sus dolores de parto y su puesto inferior en la sociedad; y, las mayores repercusiones están relacionadas al varón, ya que queda vinculada a la maldición de la tierra, el trabajo y la muerte.

  En resumen, podemos esquematizar todo este pasaje de la tentación y caída de la siguiente manera. Primero vemos aquí la entrada del mal en el mundo que es culpa del hombre y no forma parte de los planes iniciales de Dios; y segundo, el fenómeno del pecado, que se puede resumir así: el pecado se produce porque hay una ley que el hombre no observa, revelándose contra Dios; al pecado precede la tentación, donde lo más importante no es el orgullo satánico, el deseo de rebelarse, sino la debilidad  humana ante lo que atrae (caso de Eva); esta debilidad es tan grande en el caso de Adán que ni siquiera formula la menor objeción ante la propuesta de la mujer; el hombre se resiste a admitir la propia culpa y descarga la responsabilidad sobre otros, y, los resultados son funestos, aunque parezca que con el pecado se obtiene algo positivo.

  Visto todo lo anterior con respecto a la acción de la serpiente y lo que simboliza, que se nos narra en el Génesis, fijémonos todo lo que le vino a la humanidad por este “diálogo” con el enemigo de Dios. Podemos decir que ese diálogo no es nada ventajoso para el ser humano. De hecho, satanás es bien astuto para envolvernos de tal manera en sus redes que, nosotros quedamos a su merced. Ya el papa Francisco nos ha insistido, a modo de advertencia en varias ocasiones que “con el diablo no se dialoga”. Esta es una conversación o diálogo perdido para nosotros. Dice el santo padre que, en el pasaje de las tentaciones de Jesús en el desierto, Jesús no entra en diálogo con satanás, sino más bien responde al tentador usando la palabra de Dios.

  Con esta actitud de “diálogo” que pretende entablar el demonio con el hombre, lo que busca nada más es ver la forma o manera de cómo engañar a todo el que pueda. En el capítulo primero del libro de Job, se nos narra la conversación entre Dios y sus hijos, y entre ellos estaba satán, donde éste le pidió permiso a Dios para acercarse a Job y tentarlo. Y Dios se lo concedió, pero con la advertencia de que a él no lo tocara. Es un texto bíblico con un profundo mensaje religioso de cómo podemos reaccionar ante las diferentes situaciones y pruebas que experimentamos en nuestro caminar y cómo debe de ser nuestra reacción desde nuestra fe y confianza en Dios.

  El mundo no va por buen camino. Gran parte de la humanidad se ha desviado del camino trazado por Dios; y esto se debe en gran parte a la gran influencia que tiene el maligno, satanás, sobre el mundo y la humanidad. Lo que hace y busca satanás es el mal y la perversión, usando la estrategia del engaño y penetra por medio del diálogo, cuando la persona no está advertida de su estrategia; mientras que, lo que quiere, hace y busca Dios es el bien y la paz: “Dichosos los que luchen por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”, nos dijo Jesucristo. 

  Hay mucha gente que cae y se deja seducir por estas ideas que siembra satanás en sus cabezas y corazón, y lo hace de una manera muy sutil. Podemos decir que gran parte de la humanidad vive en un gran engaño, dejándose seducir por el maligno: éste ha sembrado la cizaña en el corazón y mente de la humanidad incauta. Sigue el hombre cayendo en la tentación de “querer ser como Dios”. El diablo siempre busca la forma de generar un diálogo cada vez más profundo que baje nuestras defensas, para poder manipularnos y hacernos dependientes de él. En este diálogo del hombre con el diablo se nos impulsa a romper la solidaridad original entre la criatura y el Creador.

  Pero a pesar de las advertencias, gran parte de la humanidad de hoy sigue dialogando o buscando diálogo con satanás. Y es que el demonio es muy o demasiado astuto para nosotros. El demonio sabe incrustar con astucia ideas y pensamientos en nuestras mentes y corazón contrarias a los deseos y voluntad de Dios y su plan salvífico: odio a la Iglesia, desprecio al poder y amor de Dios, tentaciones de violencia y destrucción, regocijo por daño a otras personas, pensamientos oscuros.

  Podemos decir que este diálogo del demonio con la humanidad se ha venido intensificando en estos tiempos actuales; ya lo dice el dicho popular: “el que no afinca bien el pie, se resbala”. ¿Y cómo tener bien afincado los pies? Pues en la medida en que fortalecemos los cimientos en nuestra confianza en Dios. A través del tarot, la lectura de carta, horóscopo, prácticas ocultistas, etc., el demonio se va metiendo en nuestras mentes llevando a muchos a asumir la idea de que hay que tener mente abierta: “Mis ovejas escuchan mi voz. Yo las conozco y ellas me siguen”, nos dijo Jesús.   

  Cuidado con seguirle el juego a satanás en ese diálogo tramposo. La mejor estrategia nuestra es abandonar esa actitud temeraria que afecta nuestra relación con Dios y su plan salvador. El demonio no hace distinción de personas; más bien le gusta atacar y seducir a aquellos que están más cerca de Dios. El demonio está influyendo cada vez más la mente de más personas. Debemos de intensificar la oración y la práctica sacramental y así estar preparándonos para seguir luchando esta guerra espiritual contra el demonio.