viernes, 6 de diciembre de 2019

El sacerdote: hombre sabio.


Sabemos que el hombre, al ser revestido del don del Espíritu Santo, es colmado también de los dones del mismo Espíritu. El sacerdote es el hombre del Espíritu Santo: “… después del saludo, el Señor sopló sobre ellos y les dijo: reciban el Espíritu Santo…” El Espíritu es el que da vida; es el medio por el cual nosotros permanecemos en contacto, en relación con Dios. Pero también es por medio del Espíritu Santo que Dios actúa en nosotros y a través de nosotros. Nuestro Señor Jesucristo ya había dicho a los discípulos que era necesario que él regresara al Padre porque así podría enviarles el abogado, el defensor, el intercesor…el Espíritu Santo. Es por medio de este Espíritu que el Señor entonces nos colma de sus bienes y sus dones. Cuando nosotros fuimos bautizados, el gran regalo que recibimos de parte de Dios es precisamente el Espíritu Santo; pero en los demás sacramentos también recibimos esa gracia especial que se sigue manifestando por medio del Espíritu Santo.

  En el sacramento del Orden, los que hemos sido revestidos de él, el Espíritu Santo nos arropa de una manera especial o, si se quiere, de una manera muy particular. El Espíritu Santo se posa en nosotros, habita en nosotros y nos colma con sus diferentes dones para que actuemos como los fieles discípulos de Cristo y nos convierte en sus instrumentos para que podamos enseñar con autoridad la palabra de Dios; podamos perdonar los pecados en su nombre y podamos consagrar su cuerpo y su sangre en el sacrificio eucarístico. Pero también nos colma de virtudes, como lo es su sabiduría.

  Mirando a las Sagradas Escrituras, nos encontramos con que el rey Salomón gozó de manera particular del privilegio divino y fue revestido de una manera muy particular de la sabiduría. De hecho, al rey Salomón se le reconoce y se celebra como el “rey sabio”. Es muy característico el pasaje de las Sagradas Escrituras en el cual este hijo de David que, a la demanda de Dios de “pídeme lo que quieras”, éste le pide lo esencial para gobernar: no le pide larga vida, ni victorias, ni días felices, ni riquezas, sino la sabiduría en el juicio, a fin de gobernar bien y de acuerdo a su voluntad, al pueblo que Dios le confió: “Y ahora, Señor Dios mío, has hecho reinar a tu servidor en lugar de mi padre David, a mí, que soy apenas un muchacho y no sé valerme por mi mismo… concede entonces a tu servidor un corazón comprensivo, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal” (1Re 3,7-9). Salomón pide esta sabiduría no para su propio beneficio, sino para beneficio del pueblo que gobernará; una sabiduría que le consienta la buena administración de lo que se le ha confiado, porque, como administrador, se le pedirá cuentas de su administración. Salomón se visualiza ante Dios como lo que es: un instrumento en sus manos y así entonces ve la necesidad de actuar de acuerdo a la voluntad del Dios único y verdadero.

  Podríamos preguntarnos el por qué esta oración de Salomón agradó a Dios: Salomón comprendió la grandeza e importancia de la misión que Dios le confiaba y se presenta ante ese Dios como lo que es, una criatura limitada y, por lo tanto, asume una actitud humilde y ésta le enaltece ante Dios; por eso es que el mismo Señor Jesucristo ya nos recordará en el evangelio que todo aquel que se humille será enaltecido, y todo aquel que se enaltezca será humillado. Pues Salomón fue enaltecido por Dios al asumir una actitud humilde, que no lo llevó a presumir de sus propias fuerzas y por eso invoca la ayuda del Dios de Israel. Si es verdad que por el hecho de escudriñar los conocimientos que hay en el mundo podemos llegar a obtener sabiduría; la verdadera sabiduría nos viene dada por el conocimiento y relación cercana por medio de la oración verdadera y convencida, que surge de la humildad de saberse débil y abrirse con confianza al don de Dios. Porque la presunción, la soberbia, el orgullo, hacen caer hasta al más seguro: “aquel que confíe en sus seguridades se perderá, pero el que confíe en la seguridad divina ese se salvará”. Esto fue lo que le sucedió al rey Salomón en su ancianidad: por confiar en sus seguridades y su propia fuerza, le fue infiel a Dios. Aun así, Dios no se amedrenta por esta actitud humana y sigue adelante en su proyecto salvífico. Aunque el sacerdote falle en su fidelidad al Dios que le llamó y le revistió de ese magnífico don, Dios sigue realizando su proyecto sobre la humanidad. El sacerdote, al igual que Salomón, debe de decidir a quién le entrega su corazón: al Dios único, vivo y verdadero, o al dios pagano; así como en quién pone su confianza: en el Dios de Jesús, o en el dios de su propia fuerza. El sacerdote debe de ser consciente cada día de sus limitaciones y carencias, porque el olvido de su propia debilidad es la peor carencia de sabiduría.

Cristo nos ha hecho libres para la libertad


El gran filósofo griego Platón, en la República, 1. VIII., dijo: “El exceso de libertad, ya sea en los Estados o en los individuos, parece que sólo da paso a un exceso de esclavitud. Y, de esta manera, surge naturalmente, de la democracia, la tiranía y la forma más agravada de tiranía y esclavitud surge de la forma más extrema de la libertad”.

  Estamos en una situación actual que parece que caminamos como el cangrejo, hacia atrás. Ayer, lo que era considerado como malo, hoy es bueno; y lo que era considerado bueno, hoy es malo. Y esto, se puede decir que es parte de un proceso asombroso. Si vamos a la parte de lo sucedido después de la II guerra mundial, surgió un organismo supra nacional para velar por la protección y difusión de los derechos humanos, la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En ésta se elaboró un texto de defensa y protección de derechos humanos, en la cual en su artículo 16 leemos lo siguiente: “La familia es la unidad básica natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a protección por parte de la sociedad y del estado”. La Constitución italiana, en su artículo 29 dice: “La república reconoce los derechos de la familia como sociedad natural basada en el matrimonio”; y con la sentencia 138/2010, dictaminó: “La familia contemplada en el artículo 29 de la Constitución tiene derechos originales y preexistentes al Estado, el cual está obligado a reconocerlos”. Entonces, vemos aquí la importancia que tiene, le dan y le reconocen estas instituciones a la familia natural. Ciertamente, la institución familiar es anterior al Estado, e incluso a la misma Iglesia. La institución familiar tiene unos derechos que no le han sido dados ni por los Estados ni por las iglesias. Esos derechos son inalienables y naturales y lo que corresponde a los Estados es reconocerlos, protegerlos y defenderlos. Pero eso no es lo que ha estado sucediendo en muchas sociedades con toda una caterva de leyes anti-familia y reestructuración-creación de nuevos modelos de familias motivadas e impulsada precisamente desde la ONU. Y es que la familia, formada por un hombre y una mujer es lo que da paso a la creación de nuevas vidas, y está protegida por el matrimonio. Es también donde se inculcan los valores, deberes y principios a las nuevas generaciones, pero esto es lo que parece que no gusta e incómoda a grupos, organismos y países, y, por lo tanto, se han enfocado en acabar con esta institución de orden natural y divina. El matrimonio monogámico exige fidelidad sexual entre los esposos, y si ésta se llegara a romper, se destruiría la familia.

  El modelo de libertad que se está proponiendo desde estos organismos internacionales es una especie de libertad absoluta sin restricciones ni limitaciones naturales ni morales. Es como dijera el ex jefe del gobierno español José Luís Zapatero “la libertad los hará más verdaderos”; y esto se opone a la enseñanza evangélica de Jesucristo de que “la verdad os hará libres”. Pero para alcanzar dicha libertad absoluta tiene que liberarse de la tiranía de la naturaleza. Es el colmo del asombro ya que lo que busca esta nueva libertad absoluta es la creación de un nuevo ser humano, liberado de todo ese bagaje de cristianismo que dio origen a toda una cultura occidental, y que proporcionó la moralidad básica que se transmitía de generación en generación. Y es que, por cuántas situaciones catastróficas no ha pasado la fe cristiana en su devenir histórico, tanto hacia fuera como hacia dentro; y de todas ellas siempre ha sabido salir victoriosa porque esa fue la promesa de su fundador de que los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Después de cada catástrofe, el crecimiento del cristianismo brotó de nuevo, y con el tiempo llegó la unificación, -por ejemplo, de Europa-, sobre la roca de los más altos valores de sus fundamentos cristianos.

  Pero en estos tiempos se está gestando una situación conflictiva muy profunda. El ataque apunta a la estructural moral íntima de la persona, la que le capacita para ser libre. Es cortar de cuajo dicha raíz para que así esta institución natural caiga como cual edificio de naipes. La idea cristiana de que los seres humanos son creados a imagen y semejanza de Dios fue la base de la dignidad inviolable de toda persona y llevó a la formación del Estado y de la sociedad sobre el principio de la libertad. Como prueba de esto, veamos hacia los principios fundantes de nuestra patria dominicana que está toda ella impregnada de la fe cristiana católica; las palabras de nuestro escudo nacional de Dios, Patria y Libertad, y la Biblia en su centro con las palabras iluminadoras del evangelio de Cristo: “Conocerán la verdad y serán libres”. La elevada cultura configurada por el cristianismo, con su compromiso con la razón y la verdad, permitió la investigación abierta sobre la realidad, dando lugar a un desarrollo científico y tecnológico único. Pero todo esto está siendo socavado y puesto bajo presión por estos nuevos profetas del progresismo mundial. Y los resultados son terribles. Muchas personas ya no quieren transmitir la vida que han recibido y las familias se están desintegrando.