sábado, 24 de septiembre de 2022

HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DE NTRA. SRA. DE LAS MERCEDES 2022

 

 La devoción de la Virgen María de la Merced se remonta al año de 1218. Ella se apareció a Pedro Nolasco, un mercader de la época. Éste, al ver que no sólo se comerciaba con mercancías materiales, sino también con personas, - específicamente personas que eran tomadas como esclavos por los sarracenos o mahometanos y vendidos como tales -; se interesa en ver cómo puede ayudarles para sacarlos de esa situación. La Virgen le inspira que funde una Orden religiosa que se dedique y se consagre la rescate y liberación de los cristianos cautivos y esclavizados por razón de su fe en poder de los musulmanes.

  El largo período de dominación árabe supuso para España importantes transformaciones en lo político, económico, social, cultural y religioso. Entre los numerosos monarcas que ofrecieron resistencia a los árabes, se destaca el rey Jaime I de Aragón, - el conquistador -, hombre valiente y muy religioso, que unió su nombre al de Pedro Nolasco y Raimundo de Peñafort.

  La palabra Merced significa “misericordia, ayuda, compasión y piedad”. La misión de este siervo de Dios, - Pedro Nolasco -, es llevar y hacer partícipe de la misericordia de Dios, manifestada en la Madre de su Hijo, a estos hijos suyos privados de su libertad por los musulmanes. María de la Merced es la mujer y madre de la misericordia divina.

  La fundación de la nueva familia religiosa mercedaria se realiza el 10 de agosto de 1218 en la Catedral de Barcelona-España, en presencia del obispo Berenguer de Palou, quien le dio la cruz blanca del obispado; y del Rey Jaime I, que se nombró como su protector y patrono, otorgándole a la Orden el permiso para usar su escudo de armas, en señal de distinción y nobleza. En determinadas ocasiones, Pedro Nolasco acompañó al rey en sus batallas para participar en la liberación de los cautivos. La primera casa donde residieron los integrantes de la Orden religiosa fue el hospital de Santa Eulalia. Los religiosos tomaron como norma de vida la Regla de san Agustín. Como un dato histórico, es bueno saber que el primer hospital psiquiátrico del mundo fue fundando por un sacerdote-religioso mercedario llamado fray Joan Gilabert, llamado Hospital de los Inocentes de Valencia.

  Para su manutención y trabajo liberador, los religiosos recolectaban dinero de los feligreses para usarlo en comprar la libertad de los cautivos; y aquellos que estaban en unas condiciones de salud física difícil, los atendían en el Hospital, los evangelizaban y cuando se recuperaban completamente, volvían con sus familias.

  La Orden religiosa fue fundada con carácter real y militar, es decir, los religiosos debían de llevar una espada a la cintura en su misión evangelizadora y liberadora, aunque no hay registro de que la llegaran a usar. Esto fue así durante los primeros cien años de su fundación.  Después se legisló en la Orden para suprimir la espada del hábito religioso y sólo quedó como recuerdo o signo de ésta una correa que cuelga del cinto de los religiosos. En 1272, tras la muerte de su fundador Pedro Nolasco, la familia religiosa tomó el nombre oficial de Orden de Santa María de la Merced, para la redención de los cautivos.

  Los frailes mercedarios, a parte de los tres votos comunes a los institutos religiosos de pobreza, castidad y obediencia, emiten un cuarto voto que se llama “suma caridad o voto de redención”, que consiste en quedarse en el lugar del cautivo con tal de que éste fuera liberado. Pedro Nolasco y sus hermanos religiosos, tomaron a la Virgen de la Merced como patrona y guía. La espiritualidad está fundamentada en Jesús liberador de la humanidad y en la Santísima Virgen, Madre liberadora. Los frailes se convierten así en caballeros de la Virgen María al servicio de su obra redentora.

  El 30 de septiembre de 1628, el papa Urbano VIII, canonizó a Pedro Nolasco, y a petición del rey Felipe IV, el 2 de junio de 1664, se decretó agregar su festividad en el breviario romano para el 29 de enero, siendo trasladada después para el día de su fallecimiento, el 6 de mayo. En 1265 se aprobó la advocación mariana por la Santa Sede; y el papa Inocencio III extendió el culto para toda la Iglesia Católica en 1696, estableciendo su fiesta para el 24 de septiembre.  

  Con el paso de los siglos, esta Orden religiosa se ha dedicado a la liberación de los cristianos cautivos por su fe, pero también han ido adaptando el ejercicio de su carisma fundacional a las nuevas cautividades que sufre el ser humano. Por eso también los encontramos que se dedican al trabajo apostólico de liberación y evangelización en los hospitales, colegios y cárceles; sin dejar de mencionar el trabajo pastoral en las parroquias y diferentes misiones evangelizadoras en varios países en todo el mundo. Esta familia religiosa ha sido hogar de grandes hombres y mujeres de fe y devoción a la Madre Santísima, como por ejemplo Santa María de Servellón y san Ramón Nonato, y que son un testimonio de vida cristiana para todos nosotros.

  La presencia y devoción a la Virgen de la Merced, llega a América en el segundo viaje del almirante Cristóbal Colón, de manos de uno de sus hijos religiosos y que era el confesor del almirante, Fray Juan Infante. Cuenta la leyenda que, entre los indígenas de la isla y los españoles, se originó una batalla donde Colón y sus acompañantes tuvieron que enfrentar a los indios guiados por un cacique; levantaron una trinchera y colocaron una gran cruz de madera, cruz que los indios quemaron e intentaron destruir sin poder lograrlo. Ante esta agresividad, Fray Juan Infante insta a los españoles a que sigan combatiendo y les prometió la victoria en nombre de la Virgen. Este triunfo de los españoles fue lo que dio lugar a que se levantara un santuario en el cerro en honor a la Virgen María de la Merced, en el lugar donde se había plantado la cruz. Con la Independencia Nacional de 1844, la Virgen María de la Merced fue declarada Patrona de la República Dominicana.

  Hoy, el pueblo dominicano celebramos a nuestra Madre espiritual de la Merced, nuestra Patrona, la mujer de la misericordia de Dios. Hoy nos unimos a ella con su canto del Magnificat y decimos: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres”.  Esta fiesta nos hace recordar la situación de cautividad de muchos de los hijos espirituales de la Madre del cielo y hermanos nuestros que, de diferentes modos padecen cautividades o son marginados a causa de su fe o por otras esclavitudes hostiles a sus creencias y dignidad humana.

  Dios sigue sufriendo y padeciendo en sus hijos aquí en la tierra. Sigue escuchando los clamores de dolor y opresión de sus hijos y sigue manifestando su intención de bajar y liberarnos (Ex 3, 7-8). Él no llora en el cielo, donde habita en una luz inaccesible y goza eternamente de una felicidad infinita. Dios llora en la tierra. Sus lágrimas se deslizan ininterrumpidamente por el rostro divino de Jesús, que, aun siendo Uno con su Padre celestial, aquí en la tierra sobrevive y sufre.

  En nuestro Escudo Nacional tenemos la palabra Libertad, y nuestra Bandera Nacional está atravesada por la cruz, que no es signo de padecimiento, sino de redención.  Hay una realidad de opresión sobre nuestro pueblo dominicano, de sometimiento de personas sobre personas y de instituciones de tal magnitud que merecen no sólo la mirada misericordiosa de Dios, sino su intervención efectiva a favor de los más débiles. El Hijo de Dios se hizo hombre al encarnarse en el vientre de la Virgen Madre, para traer la buena noticia de la liberación de cautivos y oprimidos. Hoy en día una gran parte de nuestra sociedad dominicana está dominada por diferentes esclavitudes. Con el paso del tiempo, gran parte de nuestra sociedad se ha venido apartando de Dios, de su amor, de su justicia, de su paz, de su misericordia. Hay mucho desorden en nuestra sociedad. Nuestra sociedad se caracteriza porque se ha dejado influir por la división que le viene siendo inoculada por diferentes medios. Se nos acusa de xenófobos, racistas y discriminación contra aquellos que no son de los nuestros. Se viene instalando en nuestra sociedad lo que se ha denominado con lenguaje cool, la “cultura woke”, que no es más que sembrar división, odio y rechazo en el interior de la persona. Se han venido creando problemas donde nunca existían. Decía Juan Pablo Duarte, hablando sobre la Unidad de las razas: “Los blancos, morenos, cobrizos, cruzados, marchando serenos, unidos y osados, la patria salvemos de viles tiranos, y al mundo mostremos que somos hermanos”.

  Nuestra sociedad dominicana hoy está sumida en una profunda espiral de violencia, abuso de poder, carestía, muertes abusivas, incomprensión, violencia doméstica, irrespeto entre hijos y padres; una gran parte de la población exigiendo la legalización de la muerte de niños inocentes e indefensos en el vientre materno; unas autoridades que siguen sin aprobar el Código Penal debido a intereses de organismos internacionales que presionan con sus millones de dólares y políticas injerencistas para que se legisle a favor del aborto y todo lo que tiene que ver con la agenda ideológica de género, que ya se viene implementando en instituciones públicas y otras del sector privado. Es decir, nuestra sociedad dominicana está siendo arropada por las nuevas esclavitudes de lo que se llama el marxismo cultural, que se manifiesta en la imposición de la ideología de género, el feminismo radical y la teoría crítica de la raza; está siendo esclavizada por una doctrina atea y materialista que busca destruir los valores, principios y fundamentos cristianos de nuestra nación.

  Otros males que caracterizan nuestra sociedad y que se traducen como esclavitudes es el aumento de la pobreza, por la injusticia y la mala administración de los encargados de dirigir los bienes del Estado. Esclavitudes del orden moral, de desenfreno sexual en niños y adultos, poco respeto por la vida. Se vive la esclavitud que provoca la pérdida de la fe y la impiedad, el irrespeto a la institución religiosa; a los valores y principios humanos para asumir, promover y defender los antivalores que conducen al materialismo, al desenfreno, a la vanidad. En definitiva, gran parte de nuestra sociedad se ha olvidado del Dios amor y misericordioso.

  Estos son los signos de los tiempos que nos han tocado vivir en la actualidad; que se acerca a lo que habló Jesús en su evangelio. En el Documento de Puebla, los obispos latinoamericanos nos dicen: “El Espíritu del Señor impulsa al Pueblo de Dios en la historia a discernir los signos de los tiempos y a descubrir en los más profundos anhelos y problemas de los seres humanos, el plan de Dios sobre la vocación del hombre en la construcción de la sociedad, para hacerla más humana, justa y fraterna” (n 1128). María de la Merced se preocupa porque somos sus hijos de este pueblo dominicano los que estamos expuestos a estas calamidades y, como Madre, quiere evitarnos tantos sufrimientos. También, María de la Merced, nuestra Señora y Patrona, nos hace ver que varias de esas calamidades pueden ser postergadas y suprimidas, debido a las oraciones y sacrificios de sus hijos. El Señor, por medio de la Madre de su Hijo, nos comunica su amor, paciencia y misericordia; nos da la oportunidad al arrepentimiento para ayudarnos a evitar el sufrimiento. Nuestra Madre espiritual se preocupa de todos estos males y pecados, que esclavizan a sus hijos espirituales de la Iglesia y de esta nación.

  En María de la Merced, el Padre celestial, nos llama a que nos dejemos guiar por el Espíritu Santo para que desaparezcan de nosotros todos los malos hábitos. Y así ser libres para amar y servir a Jesucristo, único Señor y dueño de nuestras vidas.

   La situación de opresión y esclavitud que padece nuestra sociedad dominicana plantea un desafío al evangelio y por eso tenemos que mirar desde la fe esta situación, buscando en la Palabra de Dios los criterios iluminadores, para pasar de la esclavitud y la opresión a una liberación plena. Por eso, el papa Pablo VI dijo: “La teología, la predicación y la catequesis, para ser fieles y completas, exigen tener ante los ojos a todo el hombre y a todos los hombres y comunicarles en forma oportuna y adecuada un mensaje particularmente vigoroso en nuestros días sobre la liberación” (EN 29).

  María de la Merced es Madre y fuente de la misericordia divina. Ella no es indiferente a los clamores, sufrimientos y padecimientos de sus hijos espirituales. María es la mujer de la libertad, la redentora de cautivos, que genera una fuerza de misericordia y liberación, sean cuales sean las cadenas de la esclavitud. Como leemos en el prefacio de la misa, “Ella cuida siempre con afecto materno a los hermanos de su Hijo que se hallan en peligros y ansiedad, para que, rotas las cadenas de toda opresión, alcancen la plena libertad del cuerpo y del espíritu”.

  María de la Merced nos ofrece los dones y gracias de Dios; nos ofrece sus mercedes. En ella, el pueblo dominicano es invitado a transitar estos caminos de liberación y, aunque muchas veces hemos puesto oídos sordos a este llamado, adherirnos con la fe y con la vida al evangelio liberador de Jesús, nos sabemos responsables de proclamar con insistencia este mensaje, y buscar creativamente hacerlo con realidad en las estructuras de la sociedad, haciendo lo que su Hijo nos diga.  

  Termino esta reflexión citando una estrofa del himno a la Bandera, del escritor Ramón E. Jiménez, que dice: “¡Dios!, parece decir, ¡Oh bandera! La sublime expresión de tu azul; ¡Patria!, el rojo de vívida llama; ¡Libertad!, dice el blanco en la cruz”.

 

María de la Merced, redentora de cautivos y celestial patrona nuestra, ruega por nosotros. Amen.