viernes, 6 de diciembre de 2019

El sacerdote: hombre sabio.


Sabemos que el hombre, al ser revestido del don del Espíritu Santo, es colmado también de los dones del mismo Espíritu. El sacerdote es el hombre del Espíritu Santo: “… después del saludo, el Señor sopló sobre ellos y les dijo: reciban el Espíritu Santo…” El Espíritu es el que da vida; es el medio por el cual nosotros permanecemos en contacto, en relación con Dios. Pero también es por medio del Espíritu Santo que Dios actúa en nosotros y a través de nosotros. Nuestro Señor Jesucristo ya había dicho a los discípulos que era necesario que él regresara al Padre porque así podría enviarles el abogado, el defensor, el intercesor…el Espíritu Santo. Es por medio de este Espíritu que el Señor entonces nos colma de sus bienes y sus dones. Cuando nosotros fuimos bautizados, el gran regalo que recibimos de parte de Dios es precisamente el Espíritu Santo; pero en los demás sacramentos también recibimos esa gracia especial que se sigue manifestando por medio del Espíritu Santo.

  En el sacramento del Orden, los que hemos sido revestidos de él, el Espíritu Santo nos arropa de una manera especial o, si se quiere, de una manera muy particular. El Espíritu Santo se posa en nosotros, habita en nosotros y nos colma con sus diferentes dones para que actuemos como los fieles discípulos de Cristo y nos convierte en sus instrumentos para que podamos enseñar con autoridad la palabra de Dios; podamos perdonar los pecados en su nombre y podamos consagrar su cuerpo y su sangre en el sacrificio eucarístico. Pero también nos colma de virtudes, como lo es su sabiduría.

  Mirando a las Sagradas Escrituras, nos encontramos con que el rey Salomón gozó de manera particular del privilegio divino y fue revestido de una manera muy particular de la sabiduría. De hecho, al rey Salomón se le reconoce y se celebra como el “rey sabio”. Es muy característico el pasaje de las Sagradas Escrituras en el cual este hijo de David que, a la demanda de Dios de “pídeme lo que quieras”, éste le pide lo esencial para gobernar: no le pide larga vida, ni victorias, ni días felices, ni riquezas, sino la sabiduría en el juicio, a fin de gobernar bien y de acuerdo a su voluntad, al pueblo que Dios le confió: “Y ahora, Señor Dios mío, has hecho reinar a tu servidor en lugar de mi padre David, a mí, que soy apenas un muchacho y no sé valerme por mi mismo… concede entonces a tu servidor un corazón comprensivo, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal” (1Re 3,7-9). Salomón pide esta sabiduría no para su propio beneficio, sino para beneficio del pueblo que gobernará; una sabiduría que le consienta la buena administración de lo que se le ha confiado, porque, como administrador, se le pedirá cuentas de su administración. Salomón se visualiza ante Dios como lo que es: un instrumento en sus manos y así entonces ve la necesidad de actuar de acuerdo a la voluntad del Dios único y verdadero.

  Podríamos preguntarnos el por qué esta oración de Salomón agradó a Dios: Salomón comprendió la grandeza e importancia de la misión que Dios le confiaba y se presenta ante ese Dios como lo que es, una criatura limitada y, por lo tanto, asume una actitud humilde y ésta le enaltece ante Dios; por eso es que el mismo Señor Jesucristo ya nos recordará en el evangelio que todo aquel que se humille será enaltecido, y todo aquel que se enaltezca será humillado. Pues Salomón fue enaltecido por Dios al asumir una actitud humilde, que no lo llevó a presumir de sus propias fuerzas y por eso invoca la ayuda del Dios de Israel. Si es verdad que por el hecho de escudriñar los conocimientos que hay en el mundo podemos llegar a obtener sabiduría; la verdadera sabiduría nos viene dada por el conocimiento y relación cercana por medio de la oración verdadera y convencida, que surge de la humildad de saberse débil y abrirse con confianza al don de Dios. Porque la presunción, la soberbia, el orgullo, hacen caer hasta al más seguro: “aquel que confíe en sus seguridades se perderá, pero el que confíe en la seguridad divina ese se salvará”. Esto fue lo que le sucedió al rey Salomón en su ancianidad: por confiar en sus seguridades y su propia fuerza, le fue infiel a Dios. Aun así, Dios no se amedrenta por esta actitud humana y sigue adelante en su proyecto salvífico. Aunque el sacerdote falle en su fidelidad al Dios que le llamó y le revistió de ese magnífico don, Dios sigue realizando su proyecto sobre la humanidad. El sacerdote, al igual que Salomón, debe de decidir a quién le entrega su corazón: al Dios único, vivo y verdadero, o al dios pagano; así como en quién pone su confianza: en el Dios de Jesús, o en el dios de su propia fuerza. El sacerdote debe de ser consciente cada día de sus limitaciones y carencias, porque el olvido de su propia debilidad es la peor carencia de sabiduría.

Cristo nos ha hecho libres para la libertad


El gran filósofo griego Platón, en la República, 1. VIII., dijo: “El exceso de libertad, ya sea en los Estados o en los individuos, parece que sólo da paso a un exceso de esclavitud. Y, de esta manera, surge naturalmente, de la democracia, la tiranía y la forma más agravada de tiranía y esclavitud surge de la forma más extrema de la libertad”.

  Estamos en una situación actual que parece que caminamos como el cangrejo, hacia atrás. Ayer, lo que era considerado como malo, hoy es bueno; y lo que era considerado bueno, hoy es malo. Y esto, se puede decir que es parte de un proceso asombroso. Si vamos a la parte de lo sucedido después de la II guerra mundial, surgió un organismo supra nacional para velar por la protección y difusión de los derechos humanos, la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En ésta se elaboró un texto de defensa y protección de derechos humanos, en la cual en su artículo 16 leemos lo siguiente: “La familia es la unidad básica natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a protección por parte de la sociedad y del estado”. La Constitución italiana, en su artículo 29 dice: “La república reconoce los derechos de la familia como sociedad natural basada en el matrimonio”; y con la sentencia 138/2010, dictaminó: “La familia contemplada en el artículo 29 de la Constitución tiene derechos originales y preexistentes al Estado, el cual está obligado a reconocerlos”. Entonces, vemos aquí la importancia que tiene, le dan y le reconocen estas instituciones a la familia natural. Ciertamente, la institución familiar es anterior al Estado, e incluso a la misma Iglesia. La institución familiar tiene unos derechos que no le han sido dados ni por los Estados ni por las iglesias. Esos derechos son inalienables y naturales y lo que corresponde a los Estados es reconocerlos, protegerlos y defenderlos. Pero eso no es lo que ha estado sucediendo en muchas sociedades con toda una caterva de leyes anti-familia y reestructuración-creación de nuevos modelos de familias motivadas e impulsada precisamente desde la ONU. Y es que la familia, formada por un hombre y una mujer es lo que da paso a la creación de nuevas vidas, y está protegida por el matrimonio. Es también donde se inculcan los valores, deberes y principios a las nuevas generaciones, pero esto es lo que parece que no gusta e incómoda a grupos, organismos y países, y, por lo tanto, se han enfocado en acabar con esta institución de orden natural y divina. El matrimonio monogámico exige fidelidad sexual entre los esposos, y si ésta se llegara a romper, se destruiría la familia.

  El modelo de libertad que se está proponiendo desde estos organismos internacionales es una especie de libertad absoluta sin restricciones ni limitaciones naturales ni morales. Es como dijera el ex jefe del gobierno español José Luís Zapatero “la libertad los hará más verdaderos”; y esto se opone a la enseñanza evangélica de Jesucristo de que “la verdad os hará libres”. Pero para alcanzar dicha libertad absoluta tiene que liberarse de la tiranía de la naturaleza. Es el colmo del asombro ya que lo que busca esta nueva libertad absoluta es la creación de un nuevo ser humano, liberado de todo ese bagaje de cristianismo que dio origen a toda una cultura occidental, y que proporcionó la moralidad básica que se transmitía de generación en generación. Y es que, por cuántas situaciones catastróficas no ha pasado la fe cristiana en su devenir histórico, tanto hacia fuera como hacia dentro; y de todas ellas siempre ha sabido salir victoriosa porque esa fue la promesa de su fundador de que los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Después de cada catástrofe, el crecimiento del cristianismo brotó de nuevo, y con el tiempo llegó la unificación, -por ejemplo, de Europa-, sobre la roca de los más altos valores de sus fundamentos cristianos.

  Pero en estos tiempos se está gestando una situación conflictiva muy profunda. El ataque apunta a la estructural moral íntima de la persona, la que le capacita para ser libre. Es cortar de cuajo dicha raíz para que así esta institución natural caiga como cual edificio de naipes. La idea cristiana de que los seres humanos son creados a imagen y semejanza de Dios fue la base de la dignidad inviolable de toda persona y llevó a la formación del Estado y de la sociedad sobre el principio de la libertad. Como prueba de esto, veamos hacia los principios fundantes de nuestra patria dominicana que está toda ella impregnada de la fe cristiana católica; las palabras de nuestro escudo nacional de Dios, Patria y Libertad, y la Biblia en su centro con las palabras iluminadoras del evangelio de Cristo: “Conocerán la verdad y serán libres”. La elevada cultura configurada por el cristianismo, con su compromiso con la razón y la verdad, permitió la investigación abierta sobre la realidad, dando lugar a un desarrollo científico y tecnológico único. Pero todo esto está siendo socavado y puesto bajo presión por estos nuevos profetas del progresismo mundial. Y los resultados son terribles. Muchas personas ya no quieren transmitir la vida que han recibido y las familias se están desintegrando.

 

miércoles, 13 de noviembre de 2019

El sufrimiento apostólico del sacerdote


Pero tú, hombre de Dios, huye de todo esto. Lleva una vida de rectitud, de piedad, de fe, de amor, de fortaleza en el sufrimiento y de humildad de corazón” (2Tim 6,11).



  Existe un escrito de Monseñor Domingo Castagna, que me permito transcribir aquí algunas ideas que, con motivo al año sacerdotal 2009-2010, escribió a cerca del sufrimiento de un joven sacerdote y que hoy es beato: “El pbro. Eduardo Poppe: La vida de este sacerdote estuvo muy marcada por el dolor y el sufrimiento. Él ejerció su ministerio sacerdotal en Bruselas. Resalta este obispo la cualidad de la fidelidad que este sacerdote manifestaba a todo aquello que Dios no cesaba de inspirarle y que era más fuerte que su deseo de desaparecer de la atención de la gente, entre sus hermanos sacerdotes. Era un sacerdote de una madurez espiritual profunda, de pobreza y generosa disponibilidad para el servicio. Mantenerse fiel en un clima eclesiástico poco comprensivo supone mucho silencio y humildad. El amor a Cristo le otorga valor excepcional y gran libertad evangélica. Sus primeras experiencias sacerdotales ponen en cuestión su capacidad de obedecer y, al mismo tiempo, de tender a la perfección que el Señor le exige…” Y así, muchas otras cosas más resaltan este Monseñor de este beato sacerdote, que murió en 1924, a la edad de 33 años.

  Cuando leemos el escrito completo, la pregunta que nos asalta después de tan rica lectura es ¿qué mensaje encara para la Iglesia y para los sacerdotes? No debemos dudar de que Dios, en su infinita providencia, permite que surjan los santos en el momento oportuno cuando la fe parece que está por desaparecer o cuando es más manifiesta la debilidad de la misma; cuando parece que la duda y la incredulidad buscan, sin pensarlo, testigos de la fe perdida. Nos dice el pbro. David Busso que “no siempre es la incredulidad el mal que corroe la vida de los creyentes sino la mediocridad. Sin duda el mayor peligro que amenaza el ejercicio del ministerio sacerdotal es la vida mediocre de los ministros. Poca oración, criterios prebendarios y de comodidad, descuido escandaloso de enfermos y penitentes, espera ambiciosa de promociones y reconocimientos, etc.” El sacerdote Poppe supo elegir todo lo contrario; supo, -como María, la hermana de Lázaro-, elegir la parte mejor, la parte que no le será quitada. Supo elegir a Cristo. Pero esta elección no estuvo exenta de sufrimientos, provocados muchos de ellos por asumir en su vida el evangelio; por hacer vida en su vida el mensaje de Cristo y así cimentar su vida en la roca firme que es la persona de Jesús y su mensaje. Supo edificar su ministerio sacerdotal en la misma palabra viva de su Señor, quien lo llamó al servicio por medio de este ministerio sacerdotal. Poppe quiso ser santo; quiso encarnar en su misma vida, en este mundo, la llamada a la santidad que le hizo el Señor Jesús, sin escatimar el dolor, la incomprensión y el sufrimiento.

  El beato sacerdote Poppe supo ser y encarnar la imagen del buen pastor y salir o abandonar la mediocridad sin llegar a sentirse más que los demás; sin llegar a sentirse más que sus hermanos sacerdotes. En el beato Poppe siempre estuvo manifiesto su gran e infinito deseo de permanecer fiel al amor de su Señor y de manifestarlo y testimoniarlo a todos los que le rodeaban; quiso siempre ser un verdadero siervo del Señor, un siervo inútil que solo le interesaba cumplir con lo mandado por su Señor. Ser un hombre, un sacerdote de Dios; un fiel administrador de los misterios y la gracia de Dios, de la cual él tendría que dar cuentas cuando fuera llamado por Dios a su presencia.

  De este sacerdote y de su incansable amor que testimoniaba a través del ministerio sacerdotal, debemos de aprender los demás sacerdotes para salir de nuestra vida y ministerio, -muchas veces-, sin sentido y acomodado. Ya el mismo santo Padre Francisco nos ha insistido que debemos ser sacerdotes  o pastores que olamos a ovejas; que nos adentremos e insertemos en la realidad en que ejercemos nuestro ministerio sacerdotal; que salgamos de nuestra comodidad y nos lancemos a las periferias; que seamos sacerdotes siempre en salida; que cumplamos con la responsabilidad puesta en nuestras manos de ser buenos y fieles administradores de la gracia de Dios; que entendamos que la atención pastoral a los enfermos y el ministerio de la confesión y reconciliación no son añadidos al ministerio sacerdotal, sino más bien parte de nuestro deber y responsabilidad de administrar con fidelidad los dones a nosotros entregados para ofrecerlos de acuerdo a la voluntad e intención del único dueño, Jesucristo.

La humanidad al borde de la Esquizofrenia


“Pero, ten por seguro que, si te olvidaras del Señor, tu Dios, y, marchando tras dioses extraños, le rindieras culto y te prosternaras ante ellos, te aseguro hoy en su presencia que perecerás irremisiblemente; de la misma manera que las naciones a las que el Señor ha hecho perecer ante su vista: así perecerán por no haber escuchado la voz del Señor, su Dios” (Dt 8,19-20).



  Etimológicamente, la palabra “esquizofrenia” viene del vocablo griego “schizein”, que significa “dividir, escindir, hendir, romper”; y de “phren” que significa “entendimiento, razón, mente”. Es decir que, la esquizofrenia es “la división, el rompimiento de la mente, del entendimiento, de la razón”. Y en cuanto a su definición, la esquizofrenia es un grupo de enfermedades mentales que se caracterizan por alteraciones de la personalidad, alucinaciones y pérdida de contacto con la realidad; también como un trastorno que afecta la capacidad de una persona para pensar, sentir y comportarse de manera lúcida. El esquizofrénico pierde el contacto con la realidad. Si aplicamos estas palabras a la humanidad, podríamos decir que, ciertamente, ésta está padeciendo un fuerte trastorno esquizofrénico ya que, nos están llevando a una especie de rompimiento, de división de la razón y así hacernos caer en una pérdida de contacto con la realidad y comportarnos de una manera desorganizada.

  Pero esta esquizofrenia no nos ha caído del cielo ni ha aparecido de repente en nuestro camino. Esta aparición es más bien causada por alguien o algunos poderosos que han venido empujando, sino a toda la humanidad, sí a gran parte de ella, y como consecuencia, así el resto se va contagiando de la misma; dicho más gráficamente, es como que están llevando a la humanidad a ponerla entre la espada y la pared. Hay quienes dicen que, más que una enfermedad mental, lo relacionan más a una enfermedad del alma. Y es que, como bien sabemos, los seres humanos somos una composición o unidad de alma y cuerpo, materia y espíritu. Se habla de alma humana y alma animal; el alma como el “aliento” de vida. El alma humana procede de Dios, es propiedad de Dios. En el libro del génesis leemos que, después de haber creado al hombre del barro, Dios insufló en sus narices el “aliento” de vida a esa materia. Pero, también es importante tener en cuenta que, los seres humanos, a diferencia de los demás seres vivientes, también tenemos “espíritu”. Es decir, el alma es el aliento de vida, pero el espíritu es el que nos da la posibilidad de relacionarnos con el trascendente, con Dios. Podríamos decir que no basta el alma para salvarnos, sino que es necesario tener el Espíritu. Y éste es el que los cristianos recibimos cuando somos bautizados.

  La persona que vive en esa constante y permanente separación de su alma para con lo trascendente (llámele, Dios, Alá, Buda, Cristo, etc.); corre el riesgo de, al mismo tiempo, relacionarse con otro u otros sustitutos del ser trascendente. Y es que el hombre, por más que quiera, no puede vivir sin Dios o sin un sustituto de Dios; tiene o tendrán siempre su o sus pequeños dioses. El hombre que se aparta de Dios ya sea porque no le interesa, por indiferencia o ateísmo, sólo le queda el puro intelecto; pero este es limitado.

  Las causas de la esquizofrenia no están del todo identificadas con exactitud. Hay autores que señalan unas causas colectivas, como son las drogas narcóticas, alcohol, los medios de comunicación, -con su línea de desinformación y manipulación-, la industria del entretenimiento (cine, música), adoctrinamientos; otra de las causas colectivas que está contribuyendo a esta esquizofrenia es la migración masiva ilegal que está encaminada a lo que algunos han calificado como el “suicidio étnico” de los pueblos, es decir, que no existan las razas. Y he aquí algo contradictorio: estos grupos de la nueva izquierda no quieren que haya razas, pero sí denuncian el racismo.  Esta esquizofrenia, quien o quienes la están provocando es porque algún interés busca con ello, como si buscaran el propósito de desarticular, desarmar la sociedad humana; volverla una especie de rompecabezas en el que las fichas se pondrían medalaganariamente por el armador. ¿Qué es lo que le da al hombre la fortaleza como ser humano? Pues la familia. Y esta es la principal fortaleza que estos re-ingenieros quieren y están desarticulando; volver al hombre vulnerable y así quede debilitado y cada vez más empequeñecido, y lógicamente, así quedará como una presa más fácil. Parece que la intención es generar, buscar, fomentar, crear pueblos, naciones, sociedades cada vez más desorientados, vulnerables, desarticulados, infelices, desculturizados, que no piensen por ellos mismos. Y es que, no hay nada más difícil de controlar que un pueblo, sociedad o nación inteligente, bien articulado, bien organizado y que piense por ella misma; una sociedad que no sea borrega, que no sea ni viva como una masa, como un conglomerado. Hoy, gran parte de la humanidad está “loca”, es decir, fuera de lugar, fuera de sitio. Por lo tanto, hay que ver la forma, la manera de cómo hacer volver a esa parte de la humanidad a alinearse con la realidad. ¡Tenemos que recuperar los valores éticos-morales; tenemos que recuperar nuestra identidad y principios cristianos en los que fue fundada nuestra cultura occidental; tenemos que recuperar la soberanía de los pueblos!



Bendiciones.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Honremos y Defendamos nuestra Constitución




  En el Preámbulo de nuestro texto Constitucional leemos: “Nosotros, representantes del pueblo dominicano, libre y democráticamente elegidos…, invocando el nombre de Dios, guiados por el ideario de nuestro padres de la Patria… y de los próceres de la Restauración de establecer una república libre, independiente, soberana y democrática…; inspirados en los ejemplos de lucha y sacrificios de nuestros héroes y heroínas inmortales, estimulados por el trabajo abnegado de nuestros hombres y mujeres; regidos por los valores supremos y los principios fundamentales de la dignidad humana, la libertad, la igualdad, el imperio de la ley, la justicia, la solidaridad,  la convivencia fraterna, el bienestar social…el progreso y la paz…; declaramos la voluntad de promover la unidad de la nación dominicana…”.

  En este texto que acabo de citar, encontramos ya todo un compendio de palabras y frases dignas de ser reflexionadas y profundizadas ya que son el hilo conductor de todo el texto constitucional. Nosotros sabemos, - aunque hay unos que lo ignoran; otros no están conscientes, otros son indiferentes y otros lo niegan - que, nuestra nación dominicana fue fundada sobre los valores y principios cristianos, que hasta en el nombre del país y su capital quedó plasmado. Y es que nuestro ADN como nación es Cristocéntrico; ese ADN, por más que quieran eliminarlo, borrarlo, no podrán; es nuestra naturaleza como nación independiente, libre y soberana. Así lo quisieron nuestros grandes hombres y mujeres de la gesta patriótica.

  Nuestros próceres de la Patria quisieron consagrar a Dios desde el principio, desde su nacimiento, nuestra nación; quisieron edificar la nación dominicana sobre la roca firme y piedra angular que es Cristo y su Palabra, su evangelio. Duarte, dirigiéndose a los dominicanos de su tiempo, y por qué no también hoy a nosotros, les estimulaba con estas palabras: “Sigan, repito, y su gloria no será menor por cierto que la de aquellos que desde el 16 de julio de 1838 vienen trabajando en tan santa empresa bajo el lema venerado de Dios, Patria y Libertad, que son los principios fundamentales de la República Dominicana”. Dios es, para Duarte pensador, el infinito; la fuerza creadora y motora del universo; la razón última de todo cuanto existe. Y para Duarte, creyente y cristiano, Dios es el Padre, el Creador, el Conservador, la Providencia que no abandona a sus criaturas, porque son suyas por pleno derecho. Amar a la Patria y servirla, no servirse de ella. Defender, aun a costa de sacrificios, la libertad. Hacer del lema trinitario un código de vida, significa para nuestro pueblo la más sólida garantía de nuestra supervivencia como nación. Somos una nación de fundamentos cristianos, y nuestra ley debe estar fundamentada en la ley divina que es el mejor apoyo para la ley civil cuando establece para todos por igual la ley del amor sin olvidar jamás la justicia.

  Siempre se ha buscado en diversos lugares y situaciones un cambio a veces radical, cuyos fundamentos han descansado en concepciones materialistas y ateístas de la vida, dejando de lado a Dios, y por supuesto, también al hombre. Desde hace un tiempo para acá, nuestra sociedad ha venido observando la actitud culpable de nuestras autoridades de querer ir borrando la memoria histórica de nuestro pueblo, suprimiendo el escudo nacional de nuestra bandera, de nuestra enseña tricolor, porque tiene en su centro la Biblia y la cruz de la redención; así como otros derechos y libertades humanos que nuestra Constitución consagra y protege, como lo son el derecho a la vida, el matrimonio entre un hombre y una mujer, los derechos a la libertad religiosa y de expresión del libre pensamiento, etc.; y se convierten así en los primeros violadores de la Carta Magna y no hay consecuencias penales, aun cuando la misma Constitución lo establece (art. 20 ley 210/19). Entonces pregunto: ¿Es así como quieren promover, fomentar y defender la unidad de la nación dominicana; aportar al progreso y la paz de nuestra nación como dice en el preámbulo del texto constitucional? ¿O se sacan de la manga estos artilugios para distraer la atención de los grandes y graves problemas que agobian a nuestra sociedad? Esto me hace recordar la frase del rey Federico el Grande, rey de Prusia,- y que repitiera un ex presidente dominicano-, cuando dijo: “La Constitución de los pueblos no es más que un pedazo de papel…”. Y es que, un país que se avergüence de su propio pasado y que se desprecia a sí mismo, jamás inspirará respeto a los allegados. Les molesta a estos grupos el que seamos una nación que enarbole su identidad nacional bajo la Palabra de Dios. Parece que, como nación, nos quieren mantener en las alturas del árbol, con la mirada indiferente hacia la multitud y rechazar así la mirada y llamada de Jesús: “dominicano, baja de ahí porque hoy quiero alojarme en tu tierra”. Les recuerdo a todos que el mensaje de Jesús es salud y paz no sólo para los individuos, sino también para las naciones ayer, hoy y siempre; y nuestra nación, hoy más que nunca, necesita de esa inyección intravenosa del mensaje evangélico. Los pleitos personales y mezquinos de ningún grupo, de ningún partido deben ser endosados al pueblo. Estamos hartos de las trampas, de los engaños, de los entuertos, de las zancadillas. Nuestra nación la hunden por el descrédito, la corrupción, la malversación, el nepotismo.

  Nosotros somos muy dados a mirar hacia los EEUU para hacer comparaciones y como ejemplo a seguir. Pues siendo esto así, entonces mencionemos algunos ejemplos de los padres fundadores de esa nación. Benjamín Franklin afirmó: “Solo un pueblo virtuoso es capaz de libertad; a medida que las naciones se vuelven más corruptas y viciosas, tienen más necesidad de un amo”. Patrick Henry (gobernador del estado de Virginia 1776-79) sostuvo: “Ni el gobierno libre ni las bendiciones de la libertad pueden ser conservados por un pueblo sino es mediante una firme adhesión a la justicia, la templanza, la frugalidad y la virtud”. El senador norteamericano y único firmante católico de la Declaración de Independencia de EE. UU, Charles Carroll, escribió: “La única estabilidad de una república libre debe depender de la moralidad del pueblo, pues ciudadanos inmorales elegirán a representantes inmorales; y, si por casualidad eligieran a representantes sabios que aprueben leyes prudentes, estas serán rechazadas por un pueblo corrupto”. John Adams, -segundo presidente de los EE. UU-, afirmó: “No tenemos un gobierno que sea capaz de contener las pasiones humanas, si estas no estuvieran refrenadas por la moral y la religión. Nuestra Constitución fue hecha sólo para un pueblo moral y religioso. Resulta totalmente inadecuada para el gobierno de cualquier otro”. George Washington afirmó: “La religión y la moral son los soportes indispensables de todas las disposiciones y hábitos que llevan a la prosperidad política. En vano reclamará la condición de patriota aquel que trabaje por subvertir esos grandes pilares de la felicidad humana, estos firmísimos cimientos de nuestros deberes como ciudadanos y como hombres. El político, como el hombre piadoso, debería respetarlos y reverenciarlos”.

  ¿Estamos de acuerdo con estos ejemplos? Pues, ¿Qué esperamos para poner en práctica estas sabias palabras? ¿Seguiremos sacando a Dios y su Palabra de nuestra sociedad para darle cabida al diablo? ¿Por qué ya no queremos dialogar con Dios, pero sí con el diablo y hasta hacerle fiesta? ¡Nos estamos convirtiendo en una sociedad malvada y pervertida! Nuestro Dios, en el libro del Deuteronomio (8,19-20), nos dice: “Ten por seguro que, si te olvidaras del Señor, tu Dios, y marchando tras dioses extraños, le rindieras culto y te prosternaras ante ellos, te aseguro hoy en su presencia que perecerás irremisiblemente; de la misma manera que las naciones a las que el Señor ha hecho perecer ante su vista: así perecerán por no haber escuchado la voz del Señor, su Dios”; y en 2Crónicas 7,14 leemos: “… si mi pueblo, sobre el que es invocado mi nombre, se humilla, suplica, busca mi rostro y se convierte de su mala conducta, yo perdonaré sus pecados y le restituiré su tierra”; y el papa Francisco nos advirtió: “Con el diablo no se dialoga…porque la hipocresía es el lenguaje del diablo”.  Se aparenta mucho estar acorde con los valores, principios y leyes nacionales; vivimos de esta manera en una sociedad del espectáculo. Y es que, para estos hombres, -padres fundadores de EE.UU.-, una democracia necesita ciudadanos virtuosos.

  No nos quedemos callados. Los cristianos siempre tenemos algo que decir; no somos ciudadanos ni de segunda ni tercera categoría; somos ciudadanos de pleno derecho y nuestras ideas tienen y deben ser escuchadas como las demás; debemos rechazar las falsas neutralidades y reclamar nuestro derecho a ser laicos: nuestro derecho a participar en el debate democrático, en estricto pie de igualdad con los ciudadanos de otras convicciones. No permitamos que nuestra nación ni nuestros símbolos patrios sigan siendo ultrajados por grupos, instituciones y organismos nacionales y extranjeros. No puede haber sociedad civil fuerte sin familias estables, capaces de educar a sus hijos en el respeto a la ley, la responsabilidad y la virtud cívica.

  Termino esta reflexión haciéndome eco de esta Plegaria por la Patria Dominicana:

Señor, líbranos de todo aquello que pueda sernos obstáculo a la unión fraternal con los hijos de un mismo pueblo, de una misma patria, de una misma comunidad universal.

Líbranos de la ambición, de la maledicencia, del orgullo, de la mentira, del odio, de la falsedad, de la hipocresía, de la desconfianza mutua. Que tengamos valor para servirte en la verdad, en la justicia y en la caridad. Que hagamos de la familia una iglesia; de la iglesia una familia; de la Patria un altar y de las autoridades que la gobiernan sacerdotes de la dignidad, de la responsabilidad, de la honradez, de la justicia y de tu santo temor. Danos una Patria cada vez más soberana, más independiente, más libre, más justa. Libre de amos internos y externos. Libre de corrupción, de vicios, de injusticias, de pecado”. Amen.


Jesús y Zaqueo


  Las lecturas de este domingo nos enlazan con las de los domingos anteriores sobre las características de la verdadera oración. Hoy se nos hace hincapié en la confianza.

  La primera lectura nos manifiesta la misericordia de Dios: “Se compadece de todos, porque todo lo puede, cierra los ojos a los pecados de los hombres y no odia nada de lo que ha hecho”.

  Y el evangelista san Lucas pondrá en boca de Jesús: “El hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. Pues esta actitud misericordiosa de Dios es el fundamento inconmovible de nuestra confianza. Por eso Jesús mismo, en otro momento, nos insistirá en la confianza que debemos tener y manifestar en su amor, que nos perdona: “Confía hijo, tus pecados son perdonados”, le dijo a un paralítico.

  En nuestro lenguaje, tenemos la palabra “saqueo” con “s” que, significa robo, muchas veces ejercido con violencia; y la palabra “Zaqueo” con “z”, viene de la lengua griega, y significa “puro, inocente”. Este segundo significado es el que nos presenta el evangelista san Lucas en estos versículos.

  Zaqueo es un publicano, es decir, un pecador público, y también un hombre rico. Pero ¿quién le ha etiquetado de esta manera? La misma sociedad; aquellos que se creen que son los puros, los sanos, los justos, los buenos. Era el hombre que, por su oficio de recaudador de impuestos, estaba al servicio del Imperio Romano, del imperio opresor, del rey. Este pasaje evangélico se compone de dos escenas: una se da en el exterior, afuera con la gente; y la segunda se da en el interior de la casa entre Jesús y Zaqueo. En este pasaje de este evangelio, Jesús nos demuestra que ha venido al mundo para salvar a los pecadores: “Son los enfermos los que necesitan al médico; no los sanos”. ¡Él no excluye de su salvación a nadie! Y si él hace esto con todos, ¿por qué muchos de nosotros nos hemos tomado la autoridad de excluir a otros de ella? ¿Se nos han olvidado, acaso, las palabras de Jesús cuando nos dijo: “No juzguen para que no sean juzgados; Con la vara que midan a los demás, con esa misma los medirán a ustedes; Perdonen para que puedan ser perdonados?” ¿Por qué algunos de nosotros somos obstáculo para que otros se acerquen a Dios, a la comunidad eclesial? ¿Es que algunos nos creemos más dignos que los demás del amor y la misericordia de Dios, cuando todos somos hijos del mismo y único Dios-Padre? Pues en esta escena de este evangelio, Jesús nos muestra que deja a la multitud que lo seguía y ovacionaba; deja las noventa y nueve ovejas, y va en búsqueda de la oveja alejada, perdida, descarriada… porque este también es hijo de Abraham, es hijo de Dios.

  Vemos que todo empieza con la curiosidad en Zaqueo por ver y conocer a Jesús, y también a lo mejor por hablar, dialogar con él. Ya aquí empieza a trabajar en Zaqueo el anhelo de salvación. Jesús no queda indiferente ni decepciona a Zaqueo, ya que le regala, le responde a su deseo con una mirada fija y profunda, una mirada que transforma su corazón, y que cambia el rumbo de su existencia. Lo mismo que ha sucedido con nosotros, a partir de ese primer encuentro que tuvimos con Cristo en nuestro caminar. Si por un lado Zaqueo era un hombre al servicio del Imperio Romano, pues, por otro lado, al mismo tiempo, esto no fue impedimento de que abriera sus oídos para oír de Jesús, que predica un evangelio de justicia, de caridad, de pobreza, que no tenía nada que ver con el estilo de vida que llevaba entre la abundancia de los bienes materiales que poseía. Zaqueo era un hombre que, antes de conocer y recibir a Jesús en su vida, ya tenía su tesoro y seguridad aquí en la tierra, pero no era consciente de que, por ellas mismas, estaba perdiendo todo, perdiendo aquello para lo que en realidad fue creado: la salvación, la eternidad con Dios.

  Zaqueo no rechaza el encuentro con Jesús; todo lo contrario, lo busca, lo propicia; es sincero y pone los medios para conseguirlo, y por eso es recompensado por Jesús; Jesús colma el anhelo de aquel hombre que está hábido de su amor y su misericordia. Zaqueo, así, comienza a acercarse a la fuente inagotable del amor y la misericordia divina. Jesús no se le esconde, no lo evade; al contrario, se hace el encontradizo y le propone reunirse con él en su propia casa; Jesús va donde está el pecador, a su ambiente, no espera a que sea el pecador el que se acerque. Así también debemos de actuar nosotros, discípulos de Cristo, porque el discípulo no es más que su maestro, si hace lo que él manda y enseña.

  Dios quiere que todos nos salvemos y lleguemos al conocimiento de la verdad, pero también espera y quiere que nosotros queramos salvarnos, pero que lo demostremos día a día con nuestras actitudes; esforzarnos para entrar por la puerta estrecha; ya lo dijo san Agustín: “El que te creó sin ti, no te puede salvar sin ti”. Y es que la salvación es un don y una tarea al mismo tiempo.

  Pero, no podemos dejar de observar que, siempre ante estas acciones de Jesús, nunca faltan las críticas, las murmuraciones: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”; y en otras ocasiones, son los mismos que comentan con los discípulos esas acciones para tratar de predisponerlos con su Maestro. ¿No es acaso lo que muchos de nosotros comentamos de otros cuando nos preguntamos o preguntamos qué hace esa persona aquí en la iglesia? Y la respuesta es sencilla, pero profunda: hace lo mismo que tú: busca de Dios, busca su amor, busca su perdón. Ya el mismo Jesús dijo: “El que busca encuentra” Pero, te has preguntado: ¿Qué es lo que estás buscando? ¿Dónde lo estás buscando? y, ¿Cómo lo estás buscando?

  Fijémonos en esto: Jesús, cuando le dijo a Zaqueo que bajara del árbol porque quería hospedarse en su casa, no cuestionó a Zaqueo; es decir, no le cuestionó sobre su honorabilidad, ni su moral ni sus acciones; no le cuestionó si era buen esposo, buen padre, buen jefe, buen vecino, caritativo, solidario, religioso; ¿y cuántas veces muchos de nosotros, eso es lo primero que hacemos con los demás que, para que se acerquen a Dios, primero los cuestionamos: ¿estas casado por la iglesia? ¿te confiesas? ¿das limosna? ¿vas a misa? ..., para saber si es digno o no de estar en la casa de Dios, en la comunidad, o de participar en el retiro, o en la liturgia, en el coro o en cualquier otro ministerio. Y nos olvidamos de que lo que nos hace cristianos e hijos de Dios es el bautismo. Ante esta actitud nos advierte el Señor: “¡Ay de ustedes, maestros de la ley, que se han quedado con la llave del saber; ustedes, ¡que no han entrado y han cerrado el paso a los que intentaban entrar! No se trata de evaluar a las personas en las categorías de puro e impuro, sino aprender a ir más allá, a mirar la persona y las intenciones de su corazón. En definitiva, no debemos ser obstáculo para que otros se acerquen a Dios y a la Iglesia.

  Recibir a Jesús en nuestras vidas es dejar entrar el amor de la justicia y de la caridad. El encuentro de Zaqueo con Jesús y el haberlo recibido en su casa, condujo a Zaqueo a convertirse en un hombre justo y generoso, en un hombre nuevo, desprendiéndose libremente de aquello que lo tenía atado, que lo tenía esclavizado, poseído: sus bienes materiales. Zaqueo solo quería ver a Jesús, pero recibió de éste mucho más de lo que esperaba y pensaba: Jesús lo mira, le habla, quiere entrar en su casa y entra con él la salvación para Zaqueo y todos los de la casa. Es la gracia de Dios, la vida de Dios que se empezó a manifestar abundantemente en aquella casa y así se empezó a edificar sobre la roca firme y piedra angular que es Jesús y su evangelio, su buena noticia de sanación, liberación y salvación. Es el gran tesoro al que podemos aspirar los hijos de Dios: los bienes espirituales (san Mateo), el don del Espíritu Santo (san Lucas). Y es que las riquezas son vacías cuando están acaparadas, sustrayéndolas a los más débiles y vienen usadas para el propio lujo desenfrenado; cesan de ser malas cuando son fruto del propio trabajo y se consiguen para servir también a los otros y a la comunidad. No es la riqueza en sí lo que Jesús condena sin más, sino el uso perverso de ella. También para el rico hay salvación.

  Jesús nunca aduló a los ricos y poderosos, y nunca buscó su favor a costa de acomodar el evangelio. Todo lo contrario. Antes de Zaqueo oír las palabras de Jesús: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”, debió tomar una valiente decisión: dar a los pobres la mitad de sus sueldos y de los bienes acumulados, reparar las extorsiones hechas en su trabajo, restituyendo cuatro veces más. Zaqueo es así, un ejemplo y testimonio de conversión evangélica, que es siempre una conversión para con Dios y para con los demás. ¿Y qué podríamos decir de la frase que Jesús le dirigió a Zaqueo al principio: “Zaqueo, baja enseguida?” Si por un lado el evangelista nos dice que estaba arriba del árbol porque era bajo de estatura, por el otro lado, ese lugar alto era también un sitio muy acomodado que le permitía ver desde arriba a todo y a todos sin ser visto, sin ser tocado. Vemos aquí los papeles invertidos: ¡Es el Señor el que tiene que levantar la mirada para ver al hombre! Es estar por encima de los demás, estar apartado de la muchedumbre. Así también muchos de nosotros que estamos en la comunidad, pero apartados de los hermanos, contemplando todo desde arriba, desde la distancia o desde el lugar cómodo donde me siento, sin entablar ningún tipo de relación ni compromiso en la comunidad ni la sociedad; nos comportamos como simples espectadores. Pero Cristo, al igual que con Zaqueo, nos conmina a que bajemos de las alturas en la que nos encontramos, porque es la oportunidad de aprovechar su paso por debajo de nosotros y que puede que ya no levante más su mirada, como diría san Agustín: “Temo, Señor, que pases delante de mí y yo no me dé por aludido”.

  

martes, 8 de octubre de 2019

El sacerdote debe ser confiable (4ª)


El Papa Benedicto XVI, en un discurso dirigido a los sacerdotes en el año 2005, les dirigió estas palabras: “Queridos sacerdotes, el Señor nos llama amigos, nos hace amigos suyos, confía en nosotros, nos encomienda su cuerpo en la eucaristía, nos encomienda su Iglesia. Así pues, debemos ser en verdad sus amigos, tener sus mismos sentimientos, querer lo que él quiere y no querer lo que él no quiere. Jesús mismo nos dice: sólo permanecen en mi amor si ponen en práctica mis mandamientos (Jn 15,10). Este debe ser nuestro propósito común: hacer todos juntos su santa voluntad, en la que está nuestra libertad y nuestra alegría”.

  Una de las virtudes que deben de manifestar y testimoniar siempre los esposos con su cónyuge es precisamente la confianza, ya que es uno de los pilares de todo proyecto matrimonial; cuando esta virtud no está presente o falla en el camino matrimonial, éste se empieza a tambalear. Con el ministro del sacerdote podríamos decir también que es parecido; pero, a diferencia de los cónyuges, el ministro del sacerdote está casado con Cristo. Entre Cristo y el sacerdote también debe de haber una relación de confianza, sobre todo departe del sacerdote. Esta es una virtud esencial para el buen desempeño pastoral del sacerdote. El mismo Señor, por boca del apóstol san Pablo nos exhorta diciéndonos: “…quien mediante la fe en él, nos da valor para llegarnos confiadamente a Dios” (Ef 3,12). La virtud de la confianza es signo del hombre nuevo, del hombre restaurado por Jesucristo, -y del ministerio al cual ha sido llamado. Es punto clave para todo ministro sacerdotal ser una persona confiable. Es uno del cual se puede fiar. Es bueno recordar, por si alguien aun no lo sabe o no está enterado, que el pueblo de Dios tiene todo el derecho a contar con la atención pastoral de sus sacerdotes; recordemos también que este es el real y verdadero sentido del sacerdocio ministerial: el ministro del sacerdote esta para servir al pueblo de Dios, no servirse de él; el sacerdocio ministerial no es una llamada al poder sino una llamada al servicio; ningún hombre es llamado al sacerdocio ministerial por Cristo para ostentar algún tipo de poder dentro de la Iglesia, sino que es revestido de esta dignidad sacerdotal para servir a la porción del pueblo de Dios a él encomendado. Por eso es que debe de ser una persona confiable y debe de saber ganarse la confianza del rebaño de Cristo a él confiado.

  La base de todo esto es el mismo Cristo, que es nuestro fundamento. Sobre esta roca es que se edifica toda la persona del sacerdote para que así también confirme la fe de los fieles, que son sus hermanos. Es roca firme y confiable, imagen expresiva de Dios verdad. El ministro el sacerdote debe tener coherencia con la palabra dada; sinceridad de lo que hace y piensa; sobriedad en las palabras y los gestos; prudencia, equilibrio y armonía en los consejos y las actitudes; paciencia, piedra angular de la esperanza que vive;  hospitalidad, reflejo del corazón del Padre; afabilidad, en el esfuerzo por comprender siempre, etc. Y el mismo san Pablo en su carta a Timoteo cita todo un elenco de virtudes que deben acompañar y adornar a todo hombre que se sienta llamado por Cristo a este ministerio: “éstos deben de ser irreprochables, sobrios, equilibrados, ordenados, hospitalarios, aptos para la enseñanza, temperantes, pacíficos, indulgentes, con dotes de gobierno, con experiencia de vivir en cristiano, de buena fama…” (1Tm 3,1-7); y también más adelante puntualizará otras cualidades, como son: “que sea justo, piadoso, hombre de fe, caritativo, constante, bondadoso. Y a Tito le insiste en que debe de ser irreprochable, de no ser arrogante, ni colérico, ni bebedor, ni pendenciero, ni codicioso” (Tit 1,7-8).

  Ante toda esta lista de virtudes y cualidades del verdadero ministro sacerdotal, no es de sorprendernos el escándalo que causan algunos sacerdotes cuando asumen o han caído en situaciones o actitudes contrarias a éstas antes mencionadas, faltas pequeñas y diarias, pero también grandes y escandalosas. Estas faltas no solo se dan en lo relativo al terreno de la sexualidad, sino también y sobre todo en el terreno de la obediencia o transparencia y honestidad administrativa. El apóstol fiel también ayuda a los creyentes a comprender y a perdonar, a respetar las debilidades y las vivencias dramáticas, muchas de ellas experimentadas dolorosamente. La confiabilidad del apóstol se demuestra fundamentalmente en el ejercicio de su ministerio desarrollado al modo de Cristo: con la sabiduría del prudente y con la ternura del niño.


¿Se avecina un nuevo Cisma?


“Les ruego, hermanos, que tengan cuidado con los que producen discordia y escándalos contra la doctrina que aprendieron. Aléjense de ellos, pues esos nos sirven a Cristo, nuestro Señor, sino a su propio vientre, y mediante palabras dulces y aduladoras, seducen los corazones de los ingenuos” (Rm 16,17-18).



  Las luchas intestinas dentro de la Iglesia siempre han estado presentes en ella; desde su fundación hasta nuestros días. Ya el mismo Jesucristo tuvo en varias ocasiones que enfrentar los conatos de división que se manifestaban entre sus mismos discípulos por el hecho de querer los primeros puestos y de saber quién o cuál de ellos era el más importante en el grupo. Pero el Maestro de Nazaret, nunca perdía la oportunidad ni dejaba pasar la ocasión para aprovechar e instruir a sus apóstoles en lo que es ser un verdadero discípulo suyo; Él ya les había dicho que “aquel que quería ser el primero entre todos, que se convierta en servidor de los demás,  a ejemplo suyo, que no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por todos”. Jesús no vino a buscar grandezas ni privilegios ni honras; sin embargo, sus seguidores en varias ocasiones esto era lo que manifestaban. Por lo tanto, hay que decir, de acuerdo a lo que leemos en el evangelio, que las rencillas, los pleitos, las divisiones y demás actitudes parecidas, eran y son parte del caminar de la Iglesia; las divisiones, los pleitos son inherentes a la Iglesia; la Iglesia no sólo ha sufrido, -en su caminar-, los ataques y pleitos fuera de ella, sino también dentro de ella misma. El mismo Jesús ya había dicho que los escándalos no se pueden evitar, pero ¡ay de aquel que provoque el escándalo, más le valdría que le ataran una piedra de molino y lo lanzaran al fondo del mar! Recordemos que los peores enemigos de la Iglesia de Cristo han salido de ella misma.

  Estas palabra vienen al caso por el hecho de que, en este mes de octubre, nuestra Iglesia católica vivirá o será partícipe de dos acontecimientos eclesiales que, por la magnitud que implica para ella, serán de gran importancia para su continuidad cristiana, eclesial y doctrinal. Nos referimos específicamente al Sínodo de la Amazonia o Sínodo Panamazonico, y el Sínodo de los obispos en Alemania. Estos dos acontecimientos, desde que se anunció su realización desde el año pasado, han provocado un sin número de opiniones, unas a favor y otras en contra. Estos Sínodos, se supone que son o deben ser una respuesta de la Iglesia para afrontar una realidad, sobre todo pastoral, que esta presentado un reto a la institución religiosa sobre cómo seguir proclamando el evangelio de Cristo. Pero, ¿qué es lo que ha venido sucediendo al respecto? Primeramente, con relación al Sínodo de los obispos alemanes, algunos de ellos, sobre todo el presidente de la Conferencia Mons. Marx y el cardenal Mons. Kasper, han manifestado que la Iglesia Católica tiene que ponerse a tono con los tiempos modernos, tiene que caminar en dirección a cómo va el mundo hoy; es decir, para estos obispos- cardenales y otros más, la Iglesia Católica tiene que empezar a cambiar la doctrina evangélica y eclesial si es que quiere que más personas se acerquen a ella y a Cristo. Estos plantean que, sobre todo, la doctrina moral milenaria de la Iglesia tiene que cambiar: debe de permitir, -moralmente hablando-, los anticonceptivos, bendecir-casar sacramentalmente las uniones homosexuales, que los divorciados vueltos a casar comulguen, que un protestante casado con un católico acceda a la comunión sacramental, que las mujeres puedan acceder a la ordenación sacerdotal, que el celibato sacerdotal sea abolido u opcional. O sea, es cambiar totalmente la doctrina milenaria de la Iglesia y por lo tanto, del evangelio. A estos obispos se les ha olvidado de quién es la Iglesia y de quién es el evangelio. Hay otros grupos dentro de la Iglesia que también se han unido a estos obispos que se les podría llamar “cismáticos”.

  El otro acontecimiento es el Sínodo de la amazonia. En el instrumento de trabajo que se ha preparado para analizar y profundizar el mismo, según sus críticos, está plagado de conceptos que rayan en la herejía. Los promotores del mismo, y un importante grupo suramericano de teólogos y sacerdotes, han proclamado lo que se ha llamado “una iglesia paralela” a la católica, a la de Cristo. Éstos liberales y progresistas eclesiásticos y teólogos plantean que, para que esta zona sea atendida como debe de ser, debe de implementar los cambios de las especies sacramentales del pan y el vino por una especie de jugo y yuca; que hombres casados y de buena reputación puedan ser ordenados sacerdotes (los viri probatis); que algunos de los ritos sacramentales puedan ser sustituidos por tradiciones cultuales propias, etc.

  En fin, parece ser que nos tenemos que preparar para lo que podría ser un nuevo rompimiento o división dentro de la Iglesia católica. Ya hay quienes están hablando de que podría ser más profundo que la Reforma Protestante de Lutero de 1517. Pero, la Iglesia es de Cristo, no nuestra. Cristo la mantendrá unida y esa tarea sigue siendo materia pendiente en nosotros. Seamos fieles a Cristo y Su Iglesia, a la doctrina milenaria eclesial, porque, el que no está con Cristo, está contra Cristo. ¡Sigamos Predicando a Cristo y su evangelio!



Bendiciones.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Homilia en la Solemnidad de nuestra Señora de la Merced (24/9/2019)


  El año pasado, -2018-, se cumplieron 800 años de existencia de la Orden de la Bienaventurada Virgen María de la Merced. Esta Orden religiosa nació por inspiración divina manifestada en la persona de la Madre del Hijo de Dios, la Virgen María y se manifestó con el título de la Merced, que quiere decir “misericordia”. María es portadora y comunicadora de las misericordias de Dios; nos ha dado, por medio de su santo seno, al mismo Hijo de Dios que nos vino a traer la misericordia de Dios-Padre.

  Corría el año de 1218 y, un mercader de nombre Pedro Nolasco, nacido en Francia, -hombre de una profunda fe y vida espiritual-, realizaba sus actividades comerciales por toda esa zona de España y Francia, se da cuenta de que no sólo se comerciaba con productos materiales y comestibles, sino que, también una de las mercancías de comercio eran personas vendidas como esclavos por los musulmanes, que los privaban de su libertad por el hecho de que profesaban su fe en Jesucristo, pues al no renegar de él, eran hechos cautivos y esclavos y los que no morían por los trabajos duros, eran vendidos como cualquier mercancía. Cuando Pedro Nolasco se da cuenta de esto, pues empieza a nacer la idea en su interior de ver la forma de cómo rescatar a esas personas de su situación de esclavitud y devolverles su libertad. Es así como empieza a cambiar la adquisición de los materiales de comercio por la compra de estos esclavos para que sean libres. A los que tenían alguna enfermedad los atendían y, una vez recuperada su salud física, eran liberados para que siguieran realizando su vida cotidiana; al mismo tiempo, también se les evangelizaba para reforzar su fe cristiana.

  Pero, Pedro Nolasco no quiso llevar a cabo esta obra de liberación en solitario. Inmediatamente busca y motiva a otros compañeros para que se unan a la nueva tarea de rescate de seres humanos privados de su libertad por razón de su fe en Cristo. Y es así como empieza esta aventura liberadora. Con el paso del tiempo, el dinero con el cual compraban estos esclavos se agotaría y, la otra opción que les quedaba era quedarse ellos ocupando el lugar de los esclavos para que pudieran vivir en libertad. Este es el cuarto voto característico de los mercedarios.

  En la madrugada del primero al dos de agosto, es cuando se da la inspiración divina a Pedro Nolasco y tiene la visión beatífica de una mujer vestida de blanco que se presenta como la Madre de la misericordia, y le instruye para que en su nombre funde una nueva Orden religiosa que se dedicará a la liberación de los cautivos por la fe, al mismo tiempo le entrega el escapulario que llevarán los miembros de esta Orden religiosa como un signo de su presencia, bendición y liberación. Ya para el día diez de agosto del mismo año, en la catedral de Barcelona y ante la presencia del rey de Aragón Jaime I y el obispo Berenguer de Palou, se funda oficialmente la Orden religiosa, bajo el título de “Orden de la Bienaventurada Virgen María de la Merced para la Redención de los Cautivos”. Los miembros de esta Orden vestirán su hábito blanco, su escudo de armas y portarán una espada que llevarán a la cintura, ya que, la Orden religiosa en ese momento, fue fundada con carácter clerical y militar. Esto fue así durante los primeros cien años de existencia de la Orden, pero nunca se vieron en la necesidad de usar dicha espada. A partir de entonces, la espada sería sustituida del hábito religioso por  una especie de correa colgante como signo de dicha espada. Todos los símbolos de las imágenes de la merced nos recuerdan su función liberadora: cadenas rotas, grilletes abiertos, como sus brazos y manos abiertos ofreciendo libertad… su Hijo Redentor.  Pues así empieza esta aventura liberadora iniciada por estos hombres de Dios y guiados y protegidos por la Madre del cielo; una aventura que todavía hoy sigue realizando esta familia religiosa adaptando el carisma fundacional a las nuevas esclavitudes espirituales, sociales, morales y culturales. En esta fiesta de nuestra Madre, debemos acordarnos de nuestros hermanos que de diferentes modos sufren cautiverio o son marginados a causa de su fe o padecen de un ambiente hostil a sus creencias. Se trata, en muchas ocasiones, de una persecución sin sangre, la de la calumnia y la maledicencia, que los cristianos tuvieron ya ocasión de conocer desde los orígenes de la Iglesia y que no es extraña a nuestros días, incluso en países de fuerte tradición cristiana.

  Esta devoción de la Merced, pronto se extendió por varias ciudades de España, como Aragón, Cataluña y Barcelona; así como también en algunos países de nuestra América Latina se venera como Patrona, como es nuestro caso en la República Dominicana. Y es que, la presencia de la Virgen María de la Merced, está ligada a nuestra Patria desde los tiempos del descubrimiento. A nuestra isla, en el segundo viaje de Cristóbal Colón, vinieron los primeros religiosos mercedarios, y se establecieron en estas tierras con la misión de evangelizar a los nativos que aquí estaban y enseñarles el nuevo camino de salvación instruyéndolos en la nueva doctrina de fe y llevándolos a convertirlos en hijos de Dios por medio del bautismo. A esta señora vestida de blanco se le coronó como madre espiritual de nuestro pueblo nombrándola como nuestra Patrona. Desde entonces, la devoción y veneración a ella se ha ido fortaleciendo y profundizando; hoy en día, su santuario no deja de recibir a sus hijos espirituales en una clara, sincera y humilde manifestación de amor.

  María de la Merced es madre de la misericordia, madre de la libertad. Ya san Pablo nos dice que para ser libres, nos liberó Cristo y que tenemos que mantenernos firmes para no dejarnos oprimir nuevamente por la esclavitud; aunque esta libertad no es para hacer lo que se nos pegue la gana. Es la libertad que tenemos que vivir como verdaderos hijos de Dios. Libertad que nos debe de conducir a la verdad plena. En el centro de nuestro escudo nacional, tenemos la Biblia abierta en el pasaje del evangelio de san Juan que dice: “Y conocerán la verdad, y serán libres”. Pero hoy, esta frase parece ser que ha ido perdiendo para gran parte de nuestro pueblo su significado. Hoy nuestro país vive, en muchos escenarios, una profunda esclavitud social, económica, cultural, moral y religiosa que, poco a poco nos están llevando a un callejón sin salida.

  Nuestra nación dominicana que, -desde su independencia fue fundada en los principios y valores cristianos-, hoy en día están siendo vilipendiados y pisoteados no solo por personas, grupos e instituciones foráneas, sino también por personas, grupos e instituciones internas que, por sus intereses mezquinos y una actitud irreverente, desconsiderada y de impiedad, han caído y llevado las más denigrantes y aberrantes de sus acciones. Estamos viviendo un tiempo difícil para nuestra nación. Hoy estamos inmersos cada vez más en una situación de intranquilidad social que nos  lleva a la desesperación y a dar gritos en el desierto donde nadie parece que nos oye ni escucha; son gritos de desesperación al que parece que nuestras autoridades se hacen los sordos y no dan pie con bola para buscar reales soluciones a los mismos, y que de alguna manera nos esclavizan como sociedad; nos ata de pies y manos esta delincuencia e intranquilidad social. Y es que, la auténtica búsqueda de la paz requiere tomar conciencia de que el problema de la verdad y la mentira concierne a cada hombre y cada mujer, y que es decisivo para un futuro pacífico de nuestra sociedad. Hoy nuestra sociedad está cada vez más inmersa en una gran mentira que se ha convertido para muchos, en norma de vida.

  Otra esclavitud que nos tiene muy encadenados como sociedad es lo referente al  incumplimiento de las leyes. Hoy nuestra sociedad dominicana no destaca mucho o casi nada por ser un verdadero estado de derecho: es cierto que, muchas veces vivimos situaciones en el que las leyes solo la aplican a los pequeños e indefensos y esto causa tal irritación que lo que hace es contribuir a que se profundice el desorden, el abuso y la injustica; llegamos incluso a escuchar la expresión: “tenemos leyes para todo o casi para todo, lo que hace falta es que las cumplamos”. Muchas veces el derecho de la fuerza sustituye a la fuerza del derecho. Así llegamos a la esclavitud de la delincuencia, en sus diferentes manifestaciones: robos, agresiones, violaciones, asesinatos, violencia intrafamiliar, y un largo etcétera. La fuente y el fundamento último de una buena convivencia social es la comunión de mente y de voluntad con Dios que nos dio Jesús. A partir de ella, los hombres son más capaces de elaborar estos ordenamientos jurídicos y de producir esas normas que corresponden a la dignidad del hombre.

  ¿Y qué decir de la política nacional y de los actores directos que participan en ella? Nuestra sociedad es una sociedad politizada. Todo se hace y se piensa en función de la política; para todo es la política; para conseguir o lograr algo, si no se tiene un padrino en la política, no se logra mucho o casi nada. Da lástima y decepción, ver a muchos de nuestros jóvenes queriendo incursionar en la política porque han visto en ella, - y sobre todo por el ejemplo de sus actores - , un modo o medio para enriquecerse rápido, sin esfuerzo ni medida, y sin dar cuentas a nadie porque al mismo tiempo se garantizan impunidad; porque creen que el país es finca de su propiedad; hay quienes quieren ir al Estado a servirse del país y no servir al país. Pero también es cierto que hay otros que, pueden y quieren aportar al bienestar común, pero no encuentran el apoyo necesario y se desilusionan. Y es que no podemos seguir dejándole a estos mercaderes de la política, el camino libre para que sigan haciendo sus trapacerías. La política tiene que adecentarse, y es una tarea ardua, de mucho valor y sacrificio. Es muy actual y nos viene bien a nuestra realidad, la frase del papa Francisco, -cuando aún era arzobispo de la ciudad de Buenos Aires: “Tenemos que echarnos la Patria al hombro”. Pero parece que muchos lo que hacen y quieren seguir haciendo es echarse a los hombros de la Patria. Debemos aprender a vivir plenamente nuestro compromiso como ciudadanos y fomentar el respeto que debemos a nuestra nación. Debemos enarbolar nuestro patriotismo ya que es el valor que procura cultivar el respeto y amor que debemos a la Patria, mediante nuestro trabajo honesto y la contribución personal al bienestar común. ¡Qué diferencia de ideales de nuestro prócer de la Patria Juan Pablo Duarte con respecto a muchos de estos mercaderes de la política dominicana, porque para ellos, la política es un puro negocio! Nuestra sociedad está esclavizada por una corrupción rampante que, -como dijo una vez nuestro cardenal López Rodríguez-, por donde quiera que la toquen, vota pus. Lo peor es que esta situación no amedrenta a los actores políticos y siguen más bien avanzando como caballo de Troya para lograr conseguir sus objetivos que es llegar al estado a granjearse bonanzas, porque no se sacian. Nuestra sociedad no sale de un ambiente politiquero que muchas de las veces llega hasta el hartazgo. La politiquería la hemos convertido en un estilo de vida, y esto jarta. Estamos, desde hace tiempo, en un camino pre-electoral en donde los contendientes se la pasan atacándose, maltratándose, denigrándose, -haciendo así de la política un espectáculo de mal gusto-; pero no le presentan a la sociedad un programa de políticas públicas que sean reales y no demagógicas; y esto también es una especie de esclavitud social e intelectual. Desde nuestra conciencia,  tenemos que tomar una decisión prudente para discernir en la situación actual, qué bienes humanos fundamentales se están cuestionando y juzgar qué partido político, -según los programas presentados y los candidatos elegidos para llevarlos a cabo-, aporta mayor confianza para su defensa y promoción. Tenemos que eliminar la mala costumbre del “pica pollo, la cerveza y el galón de gasolina”.

  Otra esclavitud la sufrimos en el terreno de la educación, con un gran número de profesores poco preparados y que muchas veces utilizan su gremio para exigir privilegios y no verdaderos derechos, además como un simple medio de presión y proselitismo político. Hemos visto también el desagradable espectáculo en el que han caído muchos de nuestros estudiantes asumiendo conductas de mal comportamiento en las aulas mostrando su inconciencia y hasta el salvajismo en los centros donde se supone que van a educarse, y todo esto ha sucedido ante la mirada indiferente y hasta cómplice de los mismos profesores y en donde lo correcto es filmarla con el celular y no intervenir para detener dichas agresiones. En estos tiempos nos encontramos enfrascados en una permanente lucha contra ese enemigo enmascarado que se llama Ideología de Género. Vemos cómo ésta se ha venido imponiendo de manera sigilosa en nuestro sistema educativo bajo la falsa imagen de educar en la igualdad entre hombres y mujeres. Es verdad revelada por Dios que todos, -hombres y mujeres-, fuimos creados con la misma dignidad porque somos sus criaturas e hijos. Pero, al mismo tiempo nos creó con diferencias biológicas, psicológicas, anatómicas y neurológicas, que nos hacen diferentes, pero estas diferencias no las podemos entender ni asumir como superioridad, sino como complementariedad. Lo lamentable de esta esclavitud es que muchos cristianos se han dejado contaminar por esta ideología totalitarista, denigrante y destructora de la dignidad humana; han comprado el discurso disfrazado  de buenismo, asumiendo lo políticamente correcto, porque esa es la estrategia de sus promotores; ya lo dijo el escritor norteamericano Mark Twain: “Es más fácil engañar a la gente, que convencerla de que ha sido engañada”. Una ideología que se está imponiendo en todo el aparato estatal a través de los ministerios de la mujer, educación, salud y vice presidencia. Se suma a esta esclavitud la acción de algunos legisladores, -que hasta presumen de su catolicidad-,  de querer sacar de la educación la lectura de la biblia, aduciendo un mal entendido concepto de laicidad, y violentan de esta manera, el derecho humano de la libertad religiosa, consagrado en nuestra constitución. Las autoridades están compelidas a proteger los derechos constitucionales de los ciudadanos, no a conculcarlos. Pero  nada de esto es gratis. Han vendido, traicionado y vejado a nuestra nación por un plato de lentejas. A todos esos que piensan de esa manera, les recuerdo las palabras de Cristo: “Nadie puede servir a dos amos al mismo tiempo; sirve a uno y odiará al otro”; y también: “El que no está conmigo, esta contra mí; el que no cosecha conmigo, desparrama”.

  Otra realidad que está siendo combatida y sometida a una especie de esclavitud es la institución familiar. El designio divino de la familia, en lo que respecta a nuestra sociedad, la están encaminando por sendas que no son más que derroteros, que amenazan esta institución humana fundamental de toda sociedad. Se quieren introducir en nuestra legislación estos nuevos modelos de familias que anulan a la verdadera familia natural. Distinguir no es discriminar, sino respetar; diferenciar para discernir es valorar con propiedad, no discriminar. Por eso, los cristianos actuamos como servidores de la verdad, no como sus dueños. Tenemos que cuidar toda vida y toda la vida; tenemos que defender la vida, sobre todo, la vida de los más vulnerables e indefensos; no podemos darnos el lujo de convertirnos en una sociedad asesina de sus hijos por nacer. ¡Eso jamás será  progreso! Tenemos que seguir luchando, con la verdad del evangelio de Jesús, contra esta esclavitud de la muerte, para poder llegar a la libertad de la vida.

  Otra esclavitud a la que esta sometida nuestra sociedad dominicana la encontramos en muchos medios de comunicación y el arte popular (música, programas de radio, televisión, revistas). Muchas veces, estos solo sirven para ser medio o canal de opiniones denigrantes, aberrantes y de promoción de todo aquello que denigra al ser humano. Se usan muchas veces para difamar honras de personas bajo un equivocado derecho de libre expresión. Pero, ¿hasta dónde llega el límite de este derecho? ¿Derecho a la libre expresión es derecho a decir sandeces, vulgaridades, indecencias que se le antojen a cualquiera y de quien sea? Los medios de comunicación están siendo utilizados como otro caballo de Troya para meterse en los hogares e influenciar en el seno familiar con programas, muchos de ellos, de contenidos aberrantes e inmorales.

  En nuestro escudo nacional tenemos la palabra Libertad. Pero, ¿somos en realidad una Patria libre? ¿Somos sus hombres y mujeres, verdaderamente libres? Esta libertad está en entredicho. Nuestra libertad y soberanía, han sido empeñadas porque hemos sucumbido al poder del dinero fácil que viene desde fuera. Hoy vemos cómo nuestra nación está sometida a una especie de ultrajes que nosotros mismos nos hemos buscado, sobre todo, desde la parte que le corresponde a nuestros gobernantes. Somos objeto de una migración ilegal sin control desde hace tiempo y esto ha traído por consecuencia, un problema que afecta el sistema de salud y educación de nuestro país; hemos vuelto a experimentar enfermedades contagiosas que ya estaban controladas o desaparecidas. No se trata de ser inhumanos e indolentes ante las necesidades de los demás, pero nadie tampoco está obligado a lo imposible; y nuestra nación está siendo sometida a una presión migratoria ilegal que se está convirtiendo en algo difícil y en unos años más, se puede convertir en algo imposible de controlar. Al respecto de la migración, el papa Benedicto XVI, -reafirmando lo dicho por san Juan Pablo II-,  dijo: “En lo referente al bien común, se debe considerar el derecho a emigrar, y la Iglesia le reconoce este derecho a todo hombre…, y los Estados tienen el derecho de regular los flujos migratorios y defender sus fronteras. Al mismo tiempo, los migrantes tienen el deber  de integrarse en el país de acogida, respetando sus leyes y la identidad nacional”.

  Hay muchas más esclavitudes en nuestra sociedad dominicana. Mencionarlas una por una sería empezar y no acabar, pero, sobre todo, se trata de buscarle juntos posibles soluciones a las mismas, y esto tiene que ser con la participación de todos. En nuestra sociedad dominicana hay muchas angustias, sufrimientos y desorden, y ese desorden lo provocamos y fomentamos nosotros mismos. Es tiempo ya de que nuestras autoridades abandonen el miedo a cumplir y hacer cumplir la ley. La ley es dura, pero es la ley. Y su cumplimiento, -sin caer en abusos-, es lo que nos garantiza, como sociedad, que podamos vivir de manera civilizada y en libertad, como un estado de derecho, en el que nadie está por encima de la ley, en el que todos somos iguales ante la ley, pero no iguales mediante la ley.

  Dios eligió a una mujer para ser la madre de su Hijo, y ese  Hijo nos la entregó como  madre espiritual, y por medio de ella, nos sigue manifestando sus misericordias. Quiero terminar estas palabras citando unos versos de una de nuestras grandes mujeres dominicanas, nuestra poetiza Trina Moya de Vásquez, de su poema titulado “La Patria y la mujer dominicana”:



Existe una comarca bajo cielo esplendente

que, cual matrona regia de excelsa majestad,

levanta hasta las nubes la altiva y noble frente

con ínclita corona, do luce refulgente

el sacrosanto lema: Dios, Patria y Libertad.



La que a su Patria honra y dignifica y quiere;

como la reina mártir que de Jaragua fue;

la trinidad heroica que en el cadalso muere;

la profesora ilustre que triunfo y gloria adquiere;

la Apóstol y Poeta, la egregia Salomé.  



Madre de la Merced, libradora de los cautivos y patrona nuestra, ruega por nosotros.


martes, 10 de septiembre de 2019

La fidelidad Apostólica del sacerdote


“Los hombres deben considerarse simplemente como servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se pide a un administrador es que sea fiel” (1Cor 4,1-2).



  El sacerdote tiene que ser consciente de que ha recibido un llamado de Dios a servir. La persona del sacerdote no le hace un favor a Dios al responder al llamado; es más bien Dios quien le hace un gran favor a la persona al llamarlo: “no son ustedes los que me han elegido; soy yo quien los ha elegido…”, dirá el mismo Jesucristo. La persona del sacerdote, al responder al llamado de Dios, éste lo convierte en administrador de su gracia. Y es que Dios ha querido, desde el principio, contar con la participación del mismo hombre para salvarlo: san Agustín ya dijo que “el que te creó sin ti, no te puede salvar sin ti”. Esta administración de la gracia de Dios por parte del sacerdote, exige la total y absoluta fidelidad de éste para que pueda distribuir y hacer uso de ese don, no según su propia voluntad, sino más bien según la voluntad del dueño que es Dios; porque de esta administración el dueño le pedirá cuentas. Y es que el sacerdote debe vivir como hombre nuevo a los ojos del pueblo que sirve.

  La gracia que administra el sacerdote no es suya, ni para su beneficio personal. Por eso la exigencia de la fidelidad: “el trabajo más difícil en la formación sacerdotal es aprender a sumar para otra cuenta y no para la propia”, nos dice el p. Busso. El sacerdote, si quiere ser fiel, debe de ser a la vez humilde, porque sabe que ha recibido a manera de consigna todo lo que un día deberá de responder, con intereses, al que ha confiado primero: “¿qué has hecho con el talento que de di?” El sacerdote sabe que no puede enterrar el talento dado, sino más bien debe ponerlo a producir para que su Señor lo reciba con los intereses y así pase a ser sujeto de encomendarle una porción de talentos más abundantes y el premio de la vida eterna; para que pase a disfrutar del banquete de su Señor.

  El sacerdote debe de cuidarse de no caer en la infidelidad manifestada por el orgullo; debe de ser cuidadoso y no dejarse arrastrar ni pensar que lo que ha recibido es suyo y no comportarse como su absoluto dueño y poseedor de una riqueza propia-personal y engrosar la misma usando medalaganariamente de esos dones para sobreabundar la riqueza personal de unos bienes que sabe que no son suyos. No debe caer en la tentación de convertirse en calculador, en donde primero están sus intereses personales. Por el contrario, cuando el sacerdote hace uso correcto de esos dones, se dará cuenta de que sus cuentas no siempre tienen cifras seguras: su debilidad fortalecida por la gracia le hacen sumar para otro. Ser fiel, bajo el peso de la cruz, no es testarudez; es, más bien, adhesión a la voluntad del Padre para que él administre en sus hijos la gracia que salva.

  La fidelidad del sacerdote en el ministerio y administración de los dones dados, lo llevan a estar en una actitud de atención permanente para actuar en la medida justa y en el tiempo oportuno. No se le exigirá que haga cosas estrepitosas, pero sí que se encuentre en lo suyo, sin impaciencias, sin aprovecharse de la administración confiada, que no busque sus beneficios personales, sin cambiar de destino del pan destinado a los suyos; que no abuse ni maltrate a los que se le han encomendado; que sepa repartir la ración a todos a su tiempo.

  Un administrador fiel es aquel servidor que siempre está en una total disponibilidad. La conciencia de ser ministro de Cristo y de su cuerpo místico implica el empeño por cumplir fielmente la voluntad de la iglesia, que se expresa concretamente en las normas. Entre todos los aspectos de la vida ministerial, merece particular atención el de la docilidad a vivir profundamente la liturgia de la iglesia, es decir, conservar el amor fiel que se expresa en una normativa cuyo fin es el de ordenar el culto de acuerdo con la voluntad del sumo y eterno sacerdote y su cuerpo místico. El sacerdote sabe que la liturgia no es suya, sino más bien de la iglesia y tiene que ceñirse a ella según las normas y reglas de la misma. El sacerdote no puede ni debe disponer de la liturgia a su antojo; no puede hacer uso de ella como si se tratara de un espectáculo. Hacer esto es ir en contra de la esencia misma de la celebración eucarística, que es el culto cristiano por excelencia. La liturgia transforma la vida únicamente cuando es celebrada con fe auténtica y renovada. La devoción del sacerdote es también anuncio de la palabra celebrada y una muestra de su fidelidad.



Bendiciones.



 

Llega Courage a Santo Domingo


  El papa san Juan XXIII, en su carta encíclica Madre y Maestra (Mater et Magistra), de 1961; nos dice que la Iglesia Católica fue fundada por Jesucristo para que, en el transcurso de los siglos encontraran su salvación, con la plenitud de una vida más excelente, todos cuantos habían de entrar en el seno de aquélla y recibir su abrazo (n.1). Y ya el papa san Pablo VI nos insistirá en su carta encíclica El Anuncio del Evangelio (Evangelii Nuntiandi), que la Iglesia existe para evangelizar. Por lo tanto, la misión de la Iglesia de Jesucristo es procurar la salvación de las almas.

  Pues teniendo en cuenta estas enseñanzas de estos santos papas, tenemos la agradable noticia de que ha llegado a nuestro país, concretamente a nuestra Arquidiócesis de Santo Domingo, el apostolado dedicado al trabajo evangelizador para personas con atracción al mismo sexo (PAMS), llamado Courage. Este apostolado nació por inspiración e iniciativa del sacerdote norteamericano John Harvey, osfs; en los Estados Unidos de Norteamérica. Este apostolado es un modelo que ha dado resultados exitosos para la atención pastoral de personas con atracción al mismo sexo. Es bueno saber además que, este no es el único apostolado que existe dentro de nuestra Iglesia que se dedica de manera especial a estos hermanos en la fe; existen otros como Dignity en los Ángeles, CA. También es bueno saber que estos apostolados eclesiales cuentan con el aval o aprobación de nuestra alta jerarquía, comenzando por los últimos pontífices. En unos países ya tienen una larga trayectoria de experiencia pastoral, y en otros, como es nuestro caso, apenas se iniciará formalmente, -con la aprobación del arzobispo-, dicho trabajo eclesial.

  Es bueno resaltar que este trabajo pastoral con estos hermanos en la fe, no es una novedad en el sentido de que es iniciativa de algunos fieles católicos. Esta enseñanza está ya desde hace varias décadas atrás establecida por nuestra Iglesia como parte de la doctrina y enseñanza cristiana: recordemos que una cosa es el pecador y otra es el pecado; que Dios nuestro Padre, ama al pecador, pero rechaza el pecado; que Cristo vino a sanar a los enfermos (pecadores) de la enfermedad del pecado y hacerlos participes de la salvación. Es la persona la que hay que sanar, liberar y salvar de la esclavitud del pecado.

  El documento de la Congregación para la Doctrina de la fe, -la Declaración Persona Humana-, y la carta a los obispos de 1986, -sobre la atención pastoral a las personas homosexuales-, así como el Catecismo de la IC, se insta a la responsabilidad de toda la comunidad eclesial en la acogida y seguimiento de estas personas: “Esta Congregación anima a los obispos para que promuevan en sus diócesis una pastoral que, en relación con las personas homosexuales, esté plenamente de acuerdo con la enseñanza de la Iglesia”. Se exhorta así a los cristianos a acoger a estos hermanos con amor y respeto, y apoyarlas en su vida de fe. Por eso, nuestro arzobispo, dando cumplimiento a este requerimiento de la Iglesia y necesidad pastoral, ha nombrado un delegado pastoral para este específico sector de la población y ya se ha empezado a trabajar en los lineamientos pastorales de la misma.

  El apostolado Courage va dirigido concretamente para personas con AMS que quieran vivir su fe católica de acuerdo a las enseñanzas del evangelio y de la sana doctrina eclesial en una vida de castidad. Pero también existe al mismo tiempo el apostolado EnCourage, que va destinado al acompañamiento para las familias de estas personas que también necesitan de esta ayuda pastoral, espiritual y profesional para la aceptación de sus familiares con AMS. Ya el mensaje pastoral de la Conferencia Episcopal Norteamericana de octubre de 1997, titulado: “Siguen siendo nuestros hijos. Mensaje pastoral de los obispos estadounidenses a los padres con hijos homosexuales”; exhortan a los padres católicos a acoger y amar a sus hijos homosexuales y recuerdan a los ministros de la Iglesia su obligación de escuchar y acercarse a estas personas. El documento insiste en la responsabilidad de toda la comunidad en la acogida de los hermanos homosexuales, así como el derecho de éstos, -siempre que su vida resulte coherente con la doctrina moral de la Iglesia-, a ser acogidos en la comunidad e incluso a ejercer labores de guía y responsabilidad dentro de ella: “La comunidad cristiana debe comprender y atender pastoralmente a los hermanos homosexuales. Estos deben desempeñar un papel activo en el seno de la comunidad cristiana; tienen derecho a ser acogidas en la comunidad, a escuchar la Palabra de Dios y beneficiarse de una atención pastoral. Las personas homosexuales castas deben tener la posibilidad de guiar y servir a la comunidad”.

  En hora buena, sea bienvenido este apostolado a nuestra Iglesia arquidiocesana, así como a todos agentes de pastoral que tomarán parte en el mismo. Hemos de desearles que la gracia de Dios les guíe e ilumine en tan laborioso y necesario trabajo pastoral de nuestra Iglesia: “Hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse”.

martes, 20 de agosto de 2019

La caridad pastoral del sacerdote (1)


“En las grandes cosas los hombres se muestran como les conviene. En las pequeñas, en cambio, se muestran como son”.



  Ya sabemos que el Dios Todopoderoso y hacedor de todas las cosas, -ése Dios del cual nos vino a hablar Jesucristo o, más bien, nos vino a revelar-, es el Dios del amor y al crearnos también sembró en cada uno de nosotros esa semillita del amor para que poco a poco vaya germinando. El amor que es característica del creyente en el Dios cristiano y que debemos de manifestarlo siempre y a todos los que nos rodean. Son conocidas las palabras de nuestro Señor Jesucristo con respecto al amor: “Nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos”; y Santa Teresa de Calcuta dijo, cuando le preguntaron en una ocasión que hasta dónde había que amar, su respuesta fue que “hay que amar hasta donde nos duela”.

  Pues esto es lo que el sacerdote de Cristo está llamado a poner en práctica: este amor tal cual lo enseñó y practicó el Maestro de Nazaret. Recordemos que el sacerdote, por el sacramento que ha recibido, ha sido revestido del hombre nuevo, el hombre del amor, de la caridad, de la misericordia. A este hombre nuevo, -su sacerdote-, es a quien de manera particular le ha encomendado y confiado su grey, su rebaño, y así está llamado por el buen pastor a vivir de un modo específico y singular la caridad. De esto podemos decir que  la primera forma de santificación del sacerdote es su dedicación al ministerio que se le ha confiado. San Pablo nos ilustra al respecto: “Por eso, investidos misericordiosamente del ministerio apostólico, no nos desanimamos y nunca hemos callado nada por vergüenza, ni hemos procedido con astucia o falsificando la palabra de Dios. Por el contrario, manifestando abiertamente la verdad, nos recomendamos a nosotros mismos, delante de Dios, frente a toda conciencia humana” (2Cor 4,1-6).

  La caridad pastoral es una muestra de coraje sobrenatural, pero también de coraje humano. Ante una situación de adversidad que rodea continuamente al discípulo de Cristo, este discípulo tiene que ser un hombre fuerte de convicciones. En el pasaje evangélico del Buen Pastor y el mercenario encontramos nosotros una profunda enseñanza de cómo tiene que ser nuestra caridad pastoral hacia el rebaño de Cristo, y nos lleva a vivir con elocuencia el ministerio sacerdotal recibido. El mercenario, a diferencia del buen pastor, abandona el rebaño y lo deja a merced del lobo cuando ve que éste se acerca para arrebatarlas y dispersarlas. El mercenario es calculador. El mercenario piensa primero en sus intereses, en sus posibilidades, en su conveniencia. El mercenario se convierte en trasquilador del propio rebaño. El verdadero pastor o el buen pastor, en cambio, ve y vive lo bueno y lo verdadero. Por eso es y tiene que ser un discípulo de un fuerte y profundo coraje apostólico. Pero este coraje apostólico no es algo que a él le surge así por así; tampoco es pura casualidad o un invento suyo o algo que se le ocurrió ponerlo en práctica. Este coraje de caridad apostólica es un don que viene de Dios, del dueño del rebaño; es una virtud adquirida. El coraje es producto de un ser y de un vivir distintos. Se trata de la relación de la presencia de Cristo en medio de la grey: si traiciono con mis cálculos, con mi cobardía, traiciono la solicitud de Cristo por ellos (P. Ariel Busso).

  Otra cosa que debemos de tener en cuenta es que este coraje de caridad apostólica debe de ser siempre y en todo momento alimentado por la viva y profunda pasión que el pastor cultiva por la vida de los que les fueron confiados. Por eso y para eso se prepara desde que recibe el llamado y se adentra en el camino de formación en el seminario: rezar en futuro incondicional por quien Dios le confiará es una ineludible tarea formativa e indispensable. El corazón de pastor no se improvisa y no se mantiene a lo largo de su existencia sino cuando se pone al amparo de los auxilios espirituales que le brinda la Iglesia. El sacerdote es un hombre de un profundo discernimiento y, por lo tanto, de profunda lucidez y atención para saber descubrir cuándo se acerca el lobo y hacer lo que tiene que hacer. El mismo Jesucristo lo advirtió con estas palabras: “Los envío como corderos en medio de lobos”. El sacerdote debe tener cuidado para no transformarse en despiadado cazador de lobos. El trabajo encomendado por el Señor no es una empresa fácil del triunfo del bien ni de buena suerte. El Señor cuida y a la vez advierte para que el pastor no caiga en la tentación de convertirse en lobo del rebaño a él encomendado.



Bendiciones