miércoles, 20 de diciembre de 2023

Con el diablo no se dialoga (1)

 

  En el capítulo 3 del Génesis, se nos narra la tentación y la caída de los primeros seres humanos, - Adán y Eva -, después de haber sido advertidos por Dios de que no debían de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, porque el día que lo hicieran, morirían. Pero, lo más curioso de este texto bíblico es la manera en cómo el escritor sagrado lo narra. Se podría decir que lo hace de una manera muy plástica o inverosímil, como quiera que se pueda calificar. No importa la manera en cómo lo ha hecho el escritor sagrado, porque lo importante de este texto es descubrir cuál es el mensaje religioso que quiso transmitir. Estos textos se califican también como “relatos teológicos” ya que son narraciones escritas con la intención de enviar un mensaje religioso.

  Según los estudios e investigaciones bíblicas que se han hecho al respecto, se sabe que los primeros once capítulos del libro del Génesis están escritos en el género literario conocido como “mito”. Pero, debemos tener cuidado en cómo entendemos esta palabra: al decir que son mitos, no se está refiriendo a que son escritos falsos o mentira. Nosotros, lamentablemente, tenemos una visión o costumbre errónea con respecto al uso correcto de esta palabra: decimos que algo es un mito para significar que es falso o mentira. De hecho, la palabra “mito”, en su sentido original se entiende como “un conjunto de historias narradas en forma poética que nos transmiten una verdad”. Pensemos por ello en toda la mitología griega.

  Pero volvamos a nuestro punto central. En el texto bíblico de la tentación y caída, narrada en el libro del Génesis, se nos presenta un diálogo entre la mujer Eva con la serpiente. Claro que no debemos de pensar que este diálogo se llevó a cabo tal cual se nos narra en el texto. No debemos ni podemos entender este texto bíblico de manera literal, ni siquiera posible. Los únicos seres vivos capaces de hablar y dialogar somos los seres humanos, nadie más. Sólo los seres humanos fuimos creados con inteligencia, voluntad y libertad. Recordemos que Dios, - después de haber creado a todas los vivientes (aves del cielo, peces del mar y animales terrestres) y, antes de crear al hombre -, no pudo entrar en relación con ellos, son su creación, porque algo faltaba, y esto que faltaba era precisamente encontrar la manera de cómo hacerlo a través de la misma criatura. Y es aquí cuando crea al hombre y lo dota de las capacidades y cualidades necesarias para dialogar, comunicarse y poder relacionarse con su creación. El texto bíblico dice bien claro que “sólo el hombre (varón y mujer), fueron creados a su imagen y semejanza”. Lamentablemente, la mujer entra en diálogo con el enemigo de Dios, satanás. Este se presentó en figura de serpiente. Lo que más bien debió hacer la mujer fue alejarse inmediatamente de la presencia de la serpiente.

  En este punto, es bueno que profundicemos en el significado bíblico de la serpiente. Este animal fue utilizado por el diablo como símbolo de la destrucción del plan perfecto de Dios; este animal simboliza la muerte, la mentira, la astucia y la venganza; físicamente se arrastra sobre la tierra y posee veneno mortal. En la Biblia se nombra a Lucifer como la serpiente antigua, porque es capaz de mentir, engañar y matar a quienes están prestos a escucharle. Pero también recordemos el texto del libro del Éxodo donde la serpiente es usada por Dios a través de Moisés para liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto; también fue usada como castigo para hacer recapacitar al pueblo de Israel de sus pecados. Ya en el Nuevo Testamento, se nos señala la imagen de la serpiente como un signo espiritual de la Palabra de Dios comparando el carácter del ser humano, haciendo un llamado a ser astutos como la serpiente y sencillos como la paloma; a levantarse derecho como la serpiente en el desierto para hacer frente a las tribulaciones.

  Podemos decir que, de forma genial, el autor sagrado nos presenta el proceso que lleva al pecado. No lo escribe usando un lenguaje intelectual, sino más bien a través de en un diálogo vivo. La tentación comienza con una mentira, exagerando y falseando la prohibición de Dios. Presenta a Dios como alguien inhumano y cruel, que impone al hombre algo terrible. La tentación continua: niega la existencia del peligro. Y entonces surge la atracción por lo prohibido y la apetencia. Adán y Eva parecen no fijarse en el árbol. El simple pensamiento de morir los retrae de su contemplación: “la mujer vio que el árbol tentaba el apetito, era una delicia para los ojos y apetecible para adquirir conocimiento” (3,6). A partir de ese momento, está perdida y también su marido.

  La serpiente ha sido identificada con satanás, con una figura simbólica, - el apetito humano, la curiosidad intelectual -, con una figura mitológica. Inmediatamente vienen las consecuencias del pecado, es decir, el pecado produce sus frutos. La serpiente había prometido que se les abrirían los ojos (3,5), y así sucede, pues adquieren un conocimiento nuevo (3,7). Pero lo que aprenden es que están desnudos, y eso provoca vergüenza mutua, vergüenza y miedo ante Dios. También surge el sentimiento de culpa y el ansia de descargar en el otro la propia responsabilidad. En su deseo de justificarse, el hombre culpa a la mujer, rompiendo con ello la solidaridad entre la pareja. La mujer, sin otra alternativa, culpa a la serpiente.

miércoles, 6 de diciembre de 2023

“Hoy les ha nacido el Salvador: Cristo, el Señor”

 

  Hemos entrado ya en el último mes de este año. Hemos recorrido un camino largo, pero que a la vez a muchos nos ha parecido corto. Y es que el tiempo es el mismo, no cambia; lo que cambia es el ritmo de vida en el que estamos inmersos. Este aceleramiento nos parece que la vida se nos va sin darnos cuenta, se gasta, se diluye, se disuelve, se acaba. Por esto es por lo que se nos dice que debemos aprovechar el tiempo; y es que, ¡todo tiene su tiempo! Y para nosotros, es el tiempo de volvernos hacia Dios. Por esto nos preparamos en estos días para recibirlo con gozo y alegría, no solo en el pesebre que preparamos en una esquina de la casa o en otros lugares fuera, sino y, sobre todo, nos preparamos para recibirlo en el pesebre de nuestro corazón, porque es allí donde él quiere nacer y habitar de manera permanente.

  El Señor, en la figura de un niño indefenso, viene a tomar posesión de lo que le pertenece: nuestro ser. Pero, aunque somos hechura de sus manos, esa posesión se dará en la medida en que cada uno de nosotros se lo permitamos; si nos decidimos a abrir las puertas de nuestro corazón para que entre y con su luz nos ilumine para siempre, - y así dejar de ser posesión del maligno, de nuestros deseos impuros -, y dejar que la vida de la gracia que se nos manifiesta en estos días sea abundante en nuestros corazones, nuestros hogares, nuestras comunidades y nuestra sociedad.

  Este nacimiento nos tiene que llevar a presentarnos como los pequeños y humildes, para experimentar toda la gracia y bendiciones que la presencia del divino niño nos trae. Este niño no viene con las manos vacías, sino que nos trae el gran regalo del Reino de su Padre celestial: reino de justicia, amor, paz, misericordia, fraternidad, compasión, solidaridad, salud, liberación…, en definitiva, nos trae el regalo del Reino de la vida.

  Pues este niño es la luz del mundo que viene a iluminar la oscuridad de su pueblo santo; viene a liberarnos de las esclavitudes y posesiones de los espíritus inmundos y la idolatría. Viene para mostrarnos cuál es el camino que nos conduce hacia la libertad y la vida; viene para llevarnos de vuelta al Dios verdadero. Se hace uno de nosotros y uno con nosotros, para transformarnos en santos, como su Padre celestial es santo. Nos enseña, con su Encarnación, que el camino para tener acceso a la grandeza y eternidad de Dios es la humildad. Nos viene a enseñar a tener los pensamientos de Dios, a vivir como sus hijos, a acercarnos a él para tratarlo y llamarle Padre. En fin, se hace uno de nosotros para que lo conozcamos, creamos más en él, lo amemos más y lo testimoniemos más.

  Abramos nuestro corazón a esa presencia divina que se nos manifiesta en la imagen de este niño. Gran parte de la humanidad hoy está poseída por muchos dioses; hay mucho peligro en esa cercanía idólatra; estamos muy vulnerables a la posesión y dominio de los ídolos. Este Dios poderoso, en la figura de un niño, viene para liberarnos de la convulsiones, temblores y frenesís violentas que gran parte de la humanidad y de su Iglesia están experimentando en la actualidad.

  Dejemos que la presencia de Dios entre nosotros nos libere de la idolatría y posesiones demoníacas. Que ilumine nuestra nación; cuide y proteja nuestra cultura de las asechanzas del enemigo. Que la oscuridad no nos arrope y desvíe del buen camino que nos conduce a Dios. Dios viene a nosotros en la imagen de un niño, viene a nuestro encuentro, viene a estar con nosotros, a caminar con nosotros. Es el Señor que nos visita y nos trae la alegría que nada ni nadie nos podrá quitar; viene a ponerse en nuestras manos, se abandona a nuestro cuidado y protección; se confía a nosotros para que podamos confiarnos a él.

  Su presencia y su mensaje del evangelio nos traen y participan del amor y el perdón de Dios, que vence las potestades y principados de los ídolos y espíritus inmundos. Su persona y su palabra nos guían y llevan a la salvación para la que fuimos creados y llamados: esta es nuestra vocación divina y debemos esforzarnos por vivir de acuerdo con ella, como nos lo dice el apóstol san Pablo.

  Con su nacimiento, el Señor nos dice que toda vida es sagrada y hay que protegerla; las mujeres, los niños y los hombres somos iguales y heredamos la misma promesa: su reino eterno. Que los pobres y débiles no fueron creados a imagen de Dios a diferencia de los ricos y poderosos; que la sexualidad es un regalo sagrado de Dios y que tiene que ser vivida en el sagrado matrimonio; y que los gobernantes y sus gobiernos están sometidos a la voluntad divina.

 Así es queridos hermanos: ¡Dios nacerá y pondrá su morada entre nosotros y estamos alegres!