martes, 8 de octubre de 2019

El sacerdote debe ser confiable (4ª)


El Papa Benedicto XVI, en un discurso dirigido a los sacerdotes en el año 2005, les dirigió estas palabras: “Queridos sacerdotes, el Señor nos llama amigos, nos hace amigos suyos, confía en nosotros, nos encomienda su cuerpo en la eucaristía, nos encomienda su Iglesia. Así pues, debemos ser en verdad sus amigos, tener sus mismos sentimientos, querer lo que él quiere y no querer lo que él no quiere. Jesús mismo nos dice: sólo permanecen en mi amor si ponen en práctica mis mandamientos (Jn 15,10). Este debe ser nuestro propósito común: hacer todos juntos su santa voluntad, en la que está nuestra libertad y nuestra alegría”.

  Una de las virtudes que deben de manifestar y testimoniar siempre los esposos con su cónyuge es precisamente la confianza, ya que es uno de los pilares de todo proyecto matrimonial; cuando esta virtud no está presente o falla en el camino matrimonial, éste se empieza a tambalear. Con el ministro del sacerdote podríamos decir también que es parecido; pero, a diferencia de los cónyuges, el ministro del sacerdote está casado con Cristo. Entre Cristo y el sacerdote también debe de haber una relación de confianza, sobre todo departe del sacerdote. Esta es una virtud esencial para el buen desempeño pastoral del sacerdote. El mismo Señor, por boca del apóstol san Pablo nos exhorta diciéndonos: “…quien mediante la fe en él, nos da valor para llegarnos confiadamente a Dios” (Ef 3,12). La virtud de la confianza es signo del hombre nuevo, del hombre restaurado por Jesucristo, -y del ministerio al cual ha sido llamado. Es punto clave para todo ministro sacerdotal ser una persona confiable. Es uno del cual se puede fiar. Es bueno recordar, por si alguien aun no lo sabe o no está enterado, que el pueblo de Dios tiene todo el derecho a contar con la atención pastoral de sus sacerdotes; recordemos también que este es el real y verdadero sentido del sacerdocio ministerial: el ministro del sacerdote esta para servir al pueblo de Dios, no servirse de él; el sacerdocio ministerial no es una llamada al poder sino una llamada al servicio; ningún hombre es llamado al sacerdocio ministerial por Cristo para ostentar algún tipo de poder dentro de la Iglesia, sino que es revestido de esta dignidad sacerdotal para servir a la porción del pueblo de Dios a él encomendado. Por eso es que debe de ser una persona confiable y debe de saber ganarse la confianza del rebaño de Cristo a él confiado.

  La base de todo esto es el mismo Cristo, que es nuestro fundamento. Sobre esta roca es que se edifica toda la persona del sacerdote para que así también confirme la fe de los fieles, que son sus hermanos. Es roca firme y confiable, imagen expresiva de Dios verdad. El ministro el sacerdote debe tener coherencia con la palabra dada; sinceridad de lo que hace y piensa; sobriedad en las palabras y los gestos; prudencia, equilibrio y armonía en los consejos y las actitudes; paciencia, piedra angular de la esperanza que vive;  hospitalidad, reflejo del corazón del Padre; afabilidad, en el esfuerzo por comprender siempre, etc. Y el mismo san Pablo en su carta a Timoteo cita todo un elenco de virtudes que deben acompañar y adornar a todo hombre que se sienta llamado por Cristo a este ministerio: “éstos deben de ser irreprochables, sobrios, equilibrados, ordenados, hospitalarios, aptos para la enseñanza, temperantes, pacíficos, indulgentes, con dotes de gobierno, con experiencia de vivir en cristiano, de buena fama…” (1Tm 3,1-7); y también más adelante puntualizará otras cualidades, como son: “que sea justo, piadoso, hombre de fe, caritativo, constante, bondadoso. Y a Tito le insiste en que debe de ser irreprochable, de no ser arrogante, ni colérico, ni bebedor, ni pendenciero, ni codicioso” (Tit 1,7-8).

  Ante toda esta lista de virtudes y cualidades del verdadero ministro sacerdotal, no es de sorprendernos el escándalo que causan algunos sacerdotes cuando asumen o han caído en situaciones o actitudes contrarias a éstas antes mencionadas, faltas pequeñas y diarias, pero también grandes y escandalosas. Estas faltas no solo se dan en lo relativo al terreno de la sexualidad, sino también y sobre todo en el terreno de la obediencia o transparencia y honestidad administrativa. El apóstol fiel también ayuda a los creyentes a comprender y a perdonar, a respetar las debilidades y las vivencias dramáticas, muchas de ellas experimentadas dolorosamente. La confiabilidad del apóstol se demuestra fundamentalmente en el ejercicio de su ministerio desarrollado al modo de Cristo: con la sabiduría del prudente y con la ternura del niño.


¿Se avecina un nuevo Cisma?


“Les ruego, hermanos, que tengan cuidado con los que producen discordia y escándalos contra la doctrina que aprendieron. Aléjense de ellos, pues esos nos sirven a Cristo, nuestro Señor, sino a su propio vientre, y mediante palabras dulces y aduladoras, seducen los corazones de los ingenuos” (Rm 16,17-18).



  Las luchas intestinas dentro de la Iglesia siempre han estado presentes en ella; desde su fundación hasta nuestros días. Ya el mismo Jesucristo tuvo en varias ocasiones que enfrentar los conatos de división que se manifestaban entre sus mismos discípulos por el hecho de querer los primeros puestos y de saber quién o cuál de ellos era el más importante en el grupo. Pero el Maestro de Nazaret, nunca perdía la oportunidad ni dejaba pasar la ocasión para aprovechar e instruir a sus apóstoles en lo que es ser un verdadero discípulo suyo; Él ya les había dicho que “aquel que quería ser el primero entre todos, que se convierta en servidor de los demás,  a ejemplo suyo, que no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por todos”. Jesús no vino a buscar grandezas ni privilegios ni honras; sin embargo, sus seguidores en varias ocasiones esto era lo que manifestaban. Por lo tanto, hay que decir, de acuerdo a lo que leemos en el evangelio, que las rencillas, los pleitos, las divisiones y demás actitudes parecidas, eran y son parte del caminar de la Iglesia; las divisiones, los pleitos son inherentes a la Iglesia; la Iglesia no sólo ha sufrido, -en su caminar-, los ataques y pleitos fuera de ella, sino también dentro de ella misma. El mismo Jesús ya había dicho que los escándalos no se pueden evitar, pero ¡ay de aquel que provoque el escándalo, más le valdría que le ataran una piedra de molino y lo lanzaran al fondo del mar! Recordemos que los peores enemigos de la Iglesia de Cristo han salido de ella misma.

  Estas palabra vienen al caso por el hecho de que, en este mes de octubre, nuestra Iglesia católica vivirá o será partícipe de dos acontecimientos eclesiales que, por la magnitud que implica para ella, serán de gran importancia para su continuidad cristiana, eclesial y doctrinal. Nos referimos específicamente al Sínodo de la Amazonia o Sínodo Panamazonico, y el Sínodo de los obispos en Alemania. Estos dos acontecimientos, desde que se anunció su realización desde el año pasado, han provocado un sin número de opiniones, unas a favor y otras en contra. Estos Sínodos, se supone que son o deben ser una respuesta de la Iglesia para afrontar una realidad, sobre todo pastoral, que esta presentado un reto a la institución religiosa sobre cómo seguir proclamando el evangelio de Cristo. Pero, ¿qué es lo que ha venido sucediendo al respecto? Primeramente, con relación al Sínodo de los obispos alemanes, algunos de ellos, sobre todo el presidente de la Conferencia Mons. Marx y el cardenal Mons. Kasper, han manifestado que la Iglesia Católica tiene que ponerse a tono con los tiempos modernos, tiene que caminar en dirección a cómo va el mundo hoy; es decir, para estos obispos- cardenales y otros más, la Iglesia Católica tiene que empezar a cambiar la doctrina evangélica y eclesial si es que quiere que más personas se acerquen a ella y a Cristo. Estos plantean que, sobre todo, la doctrina moral milenaria de la Iglesia tiene que cambiar: debe de permitir, -moralmente hablando-, los anticonceptivos, bendecir-casar sacramentalmente las uniones homosexuales, que los divorciados vueltos a casar comulguen, que un protestante casado con un católico acceda a la comunión sacramental, que las mujeres puedan acceder a la ordenación sacerdotal, que el celibato sacerdotal sea abolido u opcional. O sea, es cambiar totalmente la doctrina milenaria de la Iglesia y por lo tanto, del evangelio. A estos obispos se les ha olvidado de quién es la Iglesia y de quién es el evangelio. Hay otros grupos dentro de la Iglesia que también se han unido a estos obispos que se les podría llamar “cismáticos”.

  El otro acontecimiento es el Sínodo de la amazonia. En el instrumento de trabajo que se ha preparado para analizar y profundizar el mismo, según sus críticos, está plagado de conceptos que rayan en la herejía. Los promotores del mismo, y un importante grupo suramericano de teólogos y sacerdotes, han proclamado lo que se ha llamado “una iglesia paralela” a la católica, a la de Cristo. Éstos liberales y progresistas eclesiásticos y teólogos plantean que, para que esta zona sea atendida como debe de ser, debe de implementar los cambios de las especies sacramentales del pan y el vino por una especie de jugo y yuca; que hombres casados y de buena reputación puedan ser ordenados sacerdotes (los viri probatis); que algunos de los ritos sacramentales puedan ser sustituidos por tradiciones cultuales propias, etc.

  En fin, parece ser que nos tenemos que preparar para lo que podría ser un nuevo rompimiento o división dentro de la Iglesia católica. Ya hay quienes están hablando de que podría ser más profundo que la Reforma Protestante de Lutero de 1517. Pero, la Iglesia es de Cristo, no nuestra. Cristo la mantendrá unida y esa tarea sigue siendo materia pendiente en nosotros. Seamos fieles a Cristo y Su Iglesia, a la doctrina milenaria eclesial, porque, el que no está con Cristo, está contra Cristo. ¡Sigamos Predicando a Cristo y su evangelio!



Bendiciones.