viernes, 21 de enero de 2022

Homilía Solemnidad de Nuestra Sra. De La Altagracia2022

 

Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.

  En el pasaje del evangelio de san Lucas que hemos leído, escuchamos la afirmación de la Virgen María: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. En la tradición bíblica, el evangelista san Lucas es conocido como el “evangelista de la Virgen María” puesto que, de los cuatro evangelios canónicos que tenemos en el canon de la Biblia, este es el evangelista que más espacio le dedica a la madre del Mesías, de Jesús. De hecho, los pocos textos evangélicos que tenemos con relación a la Virgen María, tenemos que leerlos y asumirlos siempre en relación a la persona de su Hijo Jesucristo, ya que el evangelio se trata de Jesús y su misión salvífica, y la Virgen María está incluida en la misma, no aparte.

  El evangelista san Lucas resalta la actitud humilde de María ante la manifestación de la voluntad de Dios, expresada por su enviado. Esa humildad es ciertamente la que atrae la mirada de Dios. Es también enseñanza para nosotros si es que queremos atraer la mirada de Dios: tenemos que aprender a ser humildes. El Señor dijo que enaltece a todo el que se humilla, y humilla al que enaltece. La virtud de la humildad, llamada la madre de todas las virtudes, fue la que llevó a María a abandonarse y aceptar sin miramientos y de manera incondicional, la voluntad de Dios. María se abre así a que Dios, por medio de ella, lleve a cabo la realización de su plan de salvación para la humanidad. La virtud de la humildad va acompañada siempre de una verdadera actitud de oración de fe, de confianza, de devoción y de perseverancia. Por esto, María es siempre nuestro mayor y mejor ejemplo de fe y de humildad. Es nuestro modelo seguro para aprender a ser mejores hijos de Dios, en bondad y en santidad.

  La Virgen María es, además, el modelo de persona libre, creyente y comprometida. Dios no se le impone, sino que deja en la libertad a María para que asuma y haga suya su voluntad. Espera la respuesta libre de ella. Dios quiere ser padre a la manera humana, y necesita del mismo ser humano para poder lograrlo. Por eso eligió a una mujer, a María, para ver realizado su plan salvífico. María también quiere ser madre, por eso no vacila. Une sus deseos a los deseos de Dios que quiere salvar a su pueblo. La respuesta de María es una respuesta libre que expresa un hondo deseo ante algo que la va a ser muy feliz. Por esto, ya el mismo Jesús dirá que la dicha, el gozo y la felicidad nuestra está en la medida en que escuchemos la palabra de Dios y la pongamos en práctica. En su Fiat o hágase, María expresa su entrega confiada y total a Dios y su voluntad.

  El Fiat o hágase de María, nos tiene que llevar a pensar y reflexionar en cómo hizo ella la voluntad de Dios para imitarla, y nosotros hacer lo mismo. María no sólo fue la mujer judía, sino que también fue la mujer cristiana. Su fe la llevó a creer en el amor de Dios, en el interés de Dios por salvar a los hombres. María confía en Dios, y esa confianza la lleva a experimentar la paz interior que brota de saberse en las manos del Padre. María muestra y da testimonio así, de su confianza y agradecimiento, frutos hermosos que se desprenden de la fe en el Dios que existe y que también es amor. María nos enseña a estar disponibles para darle a Dios lo que él nos pida. Por eso tenemos que preguntarnos: ¿En qué consiste hacer la voluntad de Dios? ¿Qué es lo que Dios quiere de mí? ¿Cómo puedo saber lo que Dios quiere de mí?

  Hemos iniciado este año 2022. Nos hemos reunido, en nombre de Cristo, en este lugar, que es la casa de Dios, lugar de nuestro encuentro con Cristo porque somos parte de SU Iglesia, de su nueva y gran familia espiritual: “Allí, donde dos o más están reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos”. Nos hemos reunido aquí para alabarle, bendecirle, adorarle, darle gracias y presentar nuestras peticiones. No olvidemos que nuestra fe es cristocéntrica: llegamos al Padre por medio y a través de su Hijo Unigénito; de nadie más, porque él es el camino, la verdad y la vida. Pero este cristocentrismo de nuestra fe, viene enfrentándose a lo que hoy en día muchos vienen predicando como una fe humanista, o una religión de la humanidad; una fe y religión horizontal. Es decir, una fe centrada en el hombre; donde no hay diferencia entre las religiones ya que, afirman que todas enseñan lo mismo, y en la que todos los hombres puedan estar de acuerdo. Una religión que busca que nadie se sienta pecador y que piensen que fácilmente llegarán al cielo. Los que predican esta idea, se olvidan de las palabras del mismo Cristo: “No todo el que me diga Señor, Señor, se salvará, sino el que escuche mis palabras y las ponga en práctica”; y también: “Una vez que el dueño de la casa haya entrado y haya cerrado la puerta, se quedarán fuera y empezarán a golpear la puerta, diciendo: Señor, ábrenos. Y les responderá: no sé de dónde son” (Lc 13,25). Predican una religión que busca más la solidaridad entre las personas y proteger el planeta. Muchos están sustituyendo la predicación del cristianismo, por la predicación del humanismo y el ecologismo; han dejado de predicar el evangelio de Jesús, para predicar el señorío del hombre en la tierra.

  Pero toda esta visión de esta nueva religión no es más que una gran herejía, que es el paso previo para la apostasía, que es el abandono generalizado de las verdades de la fe tradicional católica, por las verdades de la fe humanista. Aquí cabe recordar la pregunta que se hizo el mismo Cristo: “Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” (Lc 18,8). Y en el libro de los Hechos de los Apóstoles, el apóstol san Pablo ya nos advierte: “Cuiden de ustedes y de toda la grey, en la que el Espíritu Santo los puso como obispos para apacentar la Iglesia de Dios, que él adquirió con su sangre. Sé que después de mi marcha se meterán entre ustedes lobos feroces que no perdonarán al rebaño, y que de entre ustedes mismos surgirán hombres que enseñarán doctrinas perversas, con el fin de arrastrar a los discípulos tras ellos” (20,-30).

  Al llegar a este nuevo año, damos gracias a Dios y seguimos abriendo nuestro corazón a sus bendiciones. Pudimos dejar atrás un año que fue de muchas pruebas y dificultades; pero también de muchas experiencias positivas. Es el anhelo, sino de todos, pero sí de la gran mayoría, que este año que recién iniciamos, sea de cambios positivos en sentido general. Muchos se preguntan si el mismo será diferente al que acaba de pasar. Más bien creo que, lo que en realidad tenemos que preocuparnos es en que somos cada uno de nosotros los que debemos ser diferentes y cambiar. Un cambio que bien sabemos no nos cae del cielo, ni por arte de magia; sino que es el cambio que se da en la medida en que dejemos actuar la gracia de Dios en nuestras vidas.

  El demonio no descansa, no da tregua. Se retira siempre para preparar la siguiente estrategia de ataque contra los hijos de Dios. Esos ataques no solamente son externos, sino que se vienen haciendo presentes en el mismo interior de la Iglesia, de la familia espiritual de Cristo. Como Iglesia, como Pueblo santo de Dios, estamos atravesando por un tiempo difícil, por nuestro valle de lágrimas. Me viene a la mente recordar el pasaje del evangelio de la “tempestad calmada” en el cual se nos narra las dificultades que estaban experimentando los apóstoles de Cristo en la barca para cruzar el mar de Galilea y llegar a la otra orilla. El grito desesperante de los discípulos: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?” (Mc 4,38b). La Iglesia, que es imagen de la barca, está navegando en medio de aguas turbulentas e increpada por los fuertes vientos, que están zarandeándola y a sus tripulantes los está llenando de miedo; y, al igual que los discípulos, también gritamos desesperados: “Señor, ¿no te importa que perezcamos?” Pero el Señor, al igual que le dijo a sus discípulos, nos dice también a nosotros: “¿Por qué se asustan? ¿Todavía no tienen fe?” (Mc 4,40).

  A la luz de estas palabras del evangelio, echamos una mirada rápida a nuestra realidad, a nuestra situación como sociedad y como comunidad cristiana, y vemos que las cosas no están del todo bien. En palabras del escritor peruano, Mario Vargas Llosa, “vivimos en la civilización del espectáculo”. Dice este autor: “En la fiesta y el concierto multitudinario los jóvenes de hoy comulgan, se confiesan, se redimen, se realizan y gozan de ese modo intenso y elemental que es el olvido de sí mismo… Masificación es otro rasgo, junto con la frivolidad, de la cultura de nuestro tiempo”. Y en cuanto a lo religioso, nos señala: “En la civilización del espectáculo el laicismo ha ganado terreno sobre las religiones, en apariencia. Y, entre los todavía creyentes, han aumentado los que sólo lo son a ratos y de boca para afuera, de manera superficial y social, en tanto que en la mayor parte de sus vidas prescinden por entero de la religión”.

  Nuestra sociedad dominicana, de fundamentos, valores y principios cristianos, está encaminándose cada vez más por caminos que la llevan a apartarse de los mismos. Somos, en gran medida, una sociedad que presume de su identidad cristiana, pero que sus acciones y hechos de vida, están cada vez más apartados del Dios dador de vida. Claro que este es un mal no exclusivo nuestro, sino de la humanidad. Hay una guerra sin precedentes y permanente entre dos poderes, dos reinos: el Reino de Dios contra el reino del mundo. Recordemos que Jesús dijo que su Reino no es de este mundo; que nosotros hemos venido de Dios y a Dios vamos a volver; que nuestra patria definitiva es la Jerusalén celestial. Pero, mientras llega esa partida a la casa del Padre, tenemos una misión que realizar en este mundo y es que debemos de guiarlo por el camino que hacia Dios conduce; que debemos dejarnos iluminar por la luz de Cristo y llevar esa luz a todos los rincones de nuestra vida, para que nuestras obras se vean iluminadas por la verdad de Dios; que debemos y tenemos la obligación, como bautizados, de traer de nuevo el evangelio de Cristo al interior de su Iglesia para que, como luz, la ilumine y la lleve de nuevo a vivir como su esposa, inmaculada y santa.  Hacer presente el evangelio de Cristo en nuestra sociedad, para que nuestros hombres y mujeres, los de a pie, los llamados de “altas esferas” y los que desempañan alguna función pública, dignifiquen el ejercicio profesional y político, y que la opinión pública esté siempre acorde con la verdad.

  Hay una fuerte y profunda crisis moral que caracteriza a nuestra sociedad dominicana. Estamos transitando la era de las redes sociales, en donde a muchos lo que más les interesa son los “likes o los me gusta” de sus publicaciones; donde cada día muestran sus intimidades y exponen sus cuerpos como cualquier mercancía en el mostrador para darse la oportunidad de engrosar su ego, su vanidad y su narcisismo; además de utilizar un lenguaje vulgar, soez y de falta de respeto, donde muchos de sus ciudadanos exigen a los demás lo que ellos nunca están dispuestos a dar: tolerancia. Es la sociedad de la apariencia. Seguimos inmersos en la discusión del Código Procesal Penal, - que es el cuento del nunca acabar -, en donde los intereses foráneos imponen su poder disuasivo mediante el dinero y el chantaje a nuestros legisladores, para que en nuestra sociedad se imponga un Código Penal que muy poco tiene que ver con nuestra realidad. Un código garantista más de las acciones del victimario y no de la víctima, y también garantista de los nuevos y falsos derechos humanos, como la ideología de género. En fin, es la implantación de la Agenda 2030, de las Naciones Unidas y sus Objetivos del Desarrollo Sostenible, que anula la soberanía de los estados, las libertades y los derechos de sus individuos, de la cual nuestro país es signataria.

  Tenemos que luchar contra la persecución, la discriminación y la prohibición que existen dentro de la misma iglesia de Cristo. En la actualidad, vivimos la división y confrontación a la que nos han sometido nuestras autoridades civiles, y otros grupos que siguen apostando, infundiendo y profundizando en la población el miedo, el pánico y el terror; que es mejor llamarlo brote psicótico; inoculación de ideas delirantes; mientras la sociedad dominicana está loca de miedo, hay grupos que están locos de codicia y de poder. Pues esta división y confrontación se han hecho presentes dentro de la Iglesia. Así como la sociedad la han dividido en categorías de ciudadanos, así también está sucediendo en gran parte de la Iglesia. Y todo por un tema que nada tiene que ver ni con la fe, ni con la moral, ni la doctrina católica. Me refiero al tema de las vacunas: tema que tiene dividida y enemistadas a muchas familias y amistades rotas. Un tema más difícil de conversar que el tema político, en donde la irracionalidad parece el denominador común. Un tema en que lo mejor es no hablarlo ya que nunca se llegará a un acuerdo común. Un tema basado para muchos, más en las percepciones personales y no en la ciencia; en donde nuestras autoridades lo que han hecho es asumir y aplicar unas resoluciones violatorias de los derechos fundamentales y libertades de los ciudadanos, y que privilegian a unos sectores y a otros los castiga. Se ha confundido el control con el cuidado. La obediencia está por encima de la capacidad de crítica.

  Como ejemplo de esta división que se está metiendo en la iglesia de Cristo, tenemos al cardenal-arzobispo de Luxemburgo, Jean Claude Hollerich que, además es el presidente de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea, que ha pedido que se exija el llamado “pasaporte covid” a todo aquel que desee acceder a los servicios religiosos en Europa, en lo que supone el último paso, por ahora, hacia un respaldo general de la Iglesia a unos controles más estrictos. Su justificación, para semejante exigencia es: “En este momento en que la pandemia está resurgiendo, debemos salvar vidas, y este pase verde debería dar la bienvenida a la gente a la misa”. Hay que recordarle a este obispo, como a muchos otros, que la misión de la Iglesia es la salvación de las almas, y esta salvación se nos ha sido dada por medio de Jesucristo. El papa san Juan XXIII, en el discurso de apertura del Concilio Vaticano II, el 11 de octubre de 1962, dijo: “En nuestro tiempo, la esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad… La Iglesia Católica quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella… La Iglesia no ofrece riquezas caducas a los hombres de hoy, ni les promete una felicidad sólo terrenal; los hace participantes de la gracia divina que, elevando a los hombres  a la dignidad de hijos de Dios, se convierte en poderosísima tutela y ayuda para una vida más humana; abre la fuente de su doctrina vivificadora que permite a los hombres, iluminados por la luz de Cristo, comprender bien lo que son realmente, su excelsa dignidad, su fin”; no podemos dejar de mencionar también la exhortación del papa Francisco cuando ha insistido en la “Iglesia de puertas abiertas”, que no rechaza a nadie y donde todo el mundo es bienvenido. Pero la quieren convertir en la “iglesia sólo de los vacunados”. No hay palabras más claras que las del Señor: “Vengan a mi todos: a nadie excluye Jesús: si alguien quiere acercarse a mí, yo no lo echaré fuera” (Jn 6,37). Tan sencillo es decir que “el que no quiera ir al templo por temor a contagiarse, que se quede en su casa y que siga viendo, como cualquier programa de televisión y en la comodidad de su hogar, las celebraciones litúrgicas.       

  Tenemos que recuperar y volver a vivir en la libertad de los hijos de Dios. Una gran oscuridad está arropando a la Iglesia con esas ideas de progresismo y modernismo que, muchos fieles, - incluidos muchos ministros ordenados -, están proclamando, defendiendo e imponiendo en sus comunidades. Tenemos el caso del vicepresidente de la Conferencia Episcopal alemana, Mons. Franz-Josef Bode, que dijo con relación al proceso sinodal que viene realizando la Iglesia Católica alemana y que está previsto que concluya en la primavera del 2023: “Quiere plantear de nuevo los argumentos a favor de la ordenación sacerdotal de mujeres y hombres casados, así como la bendición de parejas del mismo sexo; y añado yo: que es el paso previo para que se acepte esa unión como sacramento. Dijo además que las mujeres y los laicos deberían poder predicar con más frecuencia y celebrar sacramentos como el bautismo y ayudar con las bodas”. Este obispo añadió que, si uno exige estas cosas con puño en alto y con vehemencia, sólo evoca fuerzas contrarias, y que esa no es su mentalidad porque “no es un revolucionario”. Y yo pregunto, y entonces, ¿cómo se califica esa postura? Cristo fue ciertamente un revolucionario. Pero su revolución consistió en transformar el corazón de la persona. Esta postura progresista y modernista de este obispo, así como de muchos otros prelados y laicos que comparten dicha “revolución eclesial”, no es más que la protestantisación de la Iglesia Católica. No dividamos la Iglesia de Cristo. Somos hijos de Dios y hermanos de Cristo por el bautismo con que nos consagró para él. Es la gracia de Dios la que nos santifica y nos salva. Mantengamos la unidad querida por Cristo para su Iglesia. Si nos alejamos de Dios, si nos adaptamos al mundo y su proyecto de felicidad terrenal, enfrentaremos grandes desgracias. Seamos anunciadores de la esperanza cristiana, anunciar que Dios existe, que Dios nos ama infinitamente, que hay vida eterna, aunque nos señalen de locos y atrasados. Pues este es parte del precio que tenemos que pagar por ser discípulos fieles de Cristo y a Cristo.

  Hoy celebramos a nuestra madre celestial, en su advocación de la Altagracia, Protectora del pueblo dominicano. Nuestra señora asumió en sus vestidos los colores de nuestra bandera nacional; se identifica así completamente con nuestro pueblo, un pueblo que tiene muchas limitaciones, precariedades, y sufre dolores e injusticias, y que en muchas ocasiones ha perdido el rumbo de su camino para salir de sus problemas. Un pueblo que ha tenido y tiene que lidiar con las dificultades que le llegan desde fuera, pero, sobre todo, las dificultades que surgen desde su interior. Los enemigos de nuestro pueblo no sólo nos llegan de afuera, sino que están también dentro de nosotros, y éstos son peores. Debemos de seguir rogando a nuestra Madre Santísima de la Altagracia que proteja a nuestra nación y a sus hijos espirituales de todos estos embates a los cuales estamos siendo sometidos. Podríamos nosotros, como nación y como comunidad de fe, por causa del miedo y el pánico gritarle a nuestra Madre: ¿no te importa el que nos destruyamos? Y de seguro que ella nos responderá con aquellas mismas palabras que les dirigió a los sirvientes en las bodas de Caná: “Hagan lo que él les diga”.

  María de la Altagracia, Madre de Dios y Protectora nuestra, te veneramos como tal, nos alegramos de que así sea, no olvidamos que nosotros somos tus hijos y que nos debes enseñar a vivir la santidad que corresponde a tan dulce filiación. Amén.

 

Que Dios les bendiga.

 

jueves, 6 de enero de 2022

Bienaventurados los que luchen por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.

 

  Dos años después de haber concluido el Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI dirigió el primer mensaje a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que tienen el sincero propósito de respetar la ley eterna de Dios, de acatar sus mandamientos, secundar sus designios; en una palabra, de permanecer en la verdad-; esta exhortación que llamó “Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz”, y que fuera leído siempre el día primero del año, solemnidad de Nuestra Señora, Madre de Dios. A partir de entonces, se convirtió en una tradición de los sumos pontífices de dirigir este mensaje con este motivo al inicio de cada año. Estos mensajes constituyen todo un cuerpo de doctrina católica sobre la paz y la convivencia humana internacional, iluminados desde la Palabra de Dios. El tema de este mensaje para este nuevo año 2022 lleva por título “Educación, trabajo, diálogo entre generaciones: herramientas para construir una paz verdadera”.

  En las Sagradas Escrituras, y más específicamente en los libros del Génesis, los Salmos y la carta a los Hebreos, se hace referencia a un sacerdote de nombre Melquisedec, -cuyo significado es rey de justicia-, y que es rey de la ciudad de Salem, -cuyo significado es paz. Este sacerdote del AT es figura del mismo Cristo, puesto que es el que nos trae la paz de Dios. La paz es uno de los signos del Reino de Dios y también uno de los estandartes de todo discípulo de Cristo. En una ocasión Jesús mismo, al enviar a sus discípulos a predicar la buena notica del evangelio, les dio el mandato de desear la paz a todos los hogares donde ellos llegaran y si allí había gente anhelante de la paz, ese saludo de paz se quedaría permanentemente con ellos; pero, por otro lado, si encontraban que había gente que no quisiera esa paz que proclamaban, pues ese deseo de paz volvería a ellos. A partir del acontecimiento de la Resurrección, Jesús, cuando se les aparecía a los discípulos, su saludo era “La paz esté con ustedes”; para después decirles: “La paz les dejo, mi paz les doy; no se las doy como la da el mundo”. ¿Y cómo es esta paz que Dios-Padre nos da por medio y a través de Su Hijo? Pues es la paz como “don, como regalo”; es la paz que nace, que se gesta, que brota en lo más profundo del corazón de la persona creyente. A esto nos dice el Papa Francisco que esta casa mencionada por Jesús es cada familia, cada comunidad, cada país, cada continente con sus características propias y con su historia; es, sobre todo, cada persona sin distinción ni discriminación.

  Hoy el hombre vive instalado en un mundo dominado por la mentira. Los intereses creados y ficticios de los distintos niveles de poder dan como resultado una sociedad global incapaz de satisfacer la necesidad de verdad y de paz del ser humano, que la necesita y la reclama a gritos, pero que no sabe dónde encontrarla. La finalidad de tanta mentira es la destrucción del espíritu de la persona y de la vida. Y es que siempre ha existido una tendencia de los que rigen los destinos de los pueblos de querer ejercer sobre sus gobernados un “absoluto control”, y para poder lograrlo hay que mantener al pueblo alejado del conocimiento y la verdad. El papa san Juan XXIII dijo: “La base de la paz es, ante todo, la verdad”.

  Hay una estrategia para gobernar a base de miedo que es muy eficaz. El miedo hace que no se reaccione, que no se siga adelante. El miedo es, desgraciadamente, más fuerte que el altruismo, que la verdad, más fuerte que el amor. Ya lo dijo el escritor español José Luís Sampedro Sáez: “El miedo nos lo están dando todos los días en los periódicos y en la televisión”. Así nos mantienen manipulados, confundidos y perdidos. En definitiva, tenemos que liberarnos de estas ataduras que nos vienen de fuera y que muchos aquí adentro también son participes, defensores y promotores. Hay un enemigo exterior, por demás poderoso, que trabaja con un enemigo interior: son los traidores que trabajan para ese poder.

   La paz es un don de Dios y una tarea nuestra al mismo tiempo. Es verdad que nosotros solos no podemos resolver los problemas de nuestro mundo tan necesitado de paz, y tan lleno de guerras, hambres, injusticias y violencia. Pero sí podemos educarnos para la paz. Podemos, en nuestro entorno y en nuestra vida diaria, ser más tolerantes y comprensivos, más dialogantes y menos impositivos, podemos cuidar el modo de cómo decimos las cosas, podemos aprender a dominar nuestro temperamento y nuestras reacciones, podemos estar dispuestos a perdonar. Podemos ir haciéndonos sensibles para rechazar cualquier tipo de violencia y acostumbrarnos a vivir y a construir la paz. Así crearemos un ambiente en el que vaya creciendo la semilla de la cultura de la paz.

  Cuando una sociedad se fragmenta espiritualmente, son muchas más las posibilidades de que haya enfrentamientos. Mahatma Gandhi dijo: “No hay camino para la paz. La paz es el camino”. La paz no es el punto de llegada. La paz no se consigue actuando con violencia o recurriendo a ella. Si escogemos el camino de la paz, seremos poderosos y experimentaremos la libertad. El camino de la paz nos enseña que nadie es enemigo. El camino de la paz es nuestra única esperanza de seguridad. La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia es indudable que no puede establecerse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios.

  En el inicio de este nuevo año, nos encomendamos a nuestra señora, Madre de Dios. No puede haber mejor comienzo del año que estando muy cerca de ella. A ella nos dirigimos con confianza filial, para que nos ayude a vivir santamente cada día del año; para que nos impulse a recomenzar si, porque somos débiles, caemos y perdemos el camino; para que interceda ante su divino Hijo a fin de que nos renovemos interiormente y procuremos crecer en el amor de Dios y en el servicio a nuestro prójimo.