viernes, 27 de diciembre de 2013

¿Por qué confesarme? : La raíz del pecado


“Dijo Jesús a sus discípulos: es imposible que no haya escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien viene el escándalo! Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y le arrojen al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños. Anden, pues, con cuidado” (Lc 17,1-3).

Al leer este pasaje del evangelista san Lucas, me viene a la mente la pregunta, ¿Qué está mal en el mundo? Muchas veces hemos oído decir que la Iglesia no debe inmiscuirse en los asuntos que no son de su competencia; que se ocupe de lo espiritual, y así quieren relegar a la Iglesia al ámbito de lo privado. Le echan en cara que entre sus miembros, -jerarquía-, hay abusadores, pederastas, violadores, etc. Bueno, hay que decir, en honor a la verdad, que en la Iglesia hay miembros jerárquicos que no han sabido ser fieles al llamado y compromiso asumido por ellos ante Dios y la comunidad cristiana. Pero no se puede acusar a la Iglesia de eso sin más, porque si a esa vamos, entonces tendríamos que aplicarle este mismo rigor a cada una de las instituciones y grupos humanos que existen: a las fuerzas armadas, policías, políticos, abogados, médicos, ingenieros, mecánicos, arquitectos, ebanistas, incluso la familia, etc. En conclusión: tendríamos que abandonar este mundo e irnos para otro planeta a recomenzar la vida, y donde quiera que nos vayamos tendríamos los mismos problemas o quizá peores; porque la realidad es que el problema no son las instituciones, somos más bien las personas que somos parte de las instituciones. Ya lo dijo G.K. Chesterton: “el problema soy yo mismo”. Viene a mi mente una anécdota de un niño que quería jugar con su padre, pero éste estaba muy cansado y le dio al niño un rompe cabezas con la imagen del mundo para que lo armara pensando que se tardaría unas horas en ello y así descansaría. De pronto viene el niño a los pocos minutos con el rompe cabezas armado y el padre sorprendido le pregunta cómo lo había hecho, a lo que el niño le respondió: es que detrás del rompe cabezas esta la figura de un hombre y arreglando al hombre arregle el mundo.

Aquí pues está lo que podríamos decir que es la esencia de la confesión: confesar nuestras faltas o pecados es aceptar la responsabilidad de nuestras acciones y sus consecuencias; no echarle la culpa de nuestros actos a los otros, no querer justificar mis malos actos señalando a los otros. Ya lo dijo el Señor: “no juzguen y no serán juzgados, no señalen y no serán señalados; con la vara que midas a los demás, con esa misma vara te medirán a ti”; y también, “¿por qué miras la paja en el ojo ajeno sin antes sacar la viga que traes en el tuyo?”. ¿Qué anda mal en el mundo? Es fácil ver el mal que hay en la Iglesia, la sociedad, el planeta, etc. Hay una quiebra de los valores familiares, sociales, culturales, pero, ¿qué vamos a hacer? Lo que hay que hacer es un reconocimiento del pecado que hemos cometido de pensamiento, palabra, obra y omisión…POR MI CULPA.

Ya sabemos de los regaños y llamadas de atención departe de Jesús a los fariseos; recordemos esas fuertes palabras que les dirigió a ellos cuando les dijo “sepulcros blanqueados”. El mal no está fuera de nosotros, está en lo más hondo y profundo de cada uno de nosotros, en nuestro interior: “no es lo que entra al hombre lo que lo hace impuro, es lo que sale de su boca, porque de su interior es que nacen las pasiones desordenadas…” (Mt 15,19-20). Claro que hay de pecado a pecado. Pero pecado al fin. La lista es larga, el mismo san Pablo nos enumera varias listas de ellos (Gal 5,19-21; Rm 1,28-32; 1Cor 6,9-10; Ef 5,3-5; Col 3, 5-8; 1Tim 1,9-10; 2Tim 3,2-5).

Por esto, la tradición y doctrina de la Iglesia distingue entre pecado mortal y pecado venial. Pecados que ofenden a Dios, otros al prójimo y a sí mismo; pecados espirituales y carnales; pecados de pensamiento, palabra, acción u omisión, etc.

¿Qué anda mal en el mundo? Definitivamente “yo mismo” (es lo que cada uno tiene que reconocer). Somos nosotros los seres humanos los que pecamos, y los pecados brotan del propio mal que hay en nuestro corazón. Esto ya Dios lo sabe; Cristo mismo lo sabe, y por eso nos ofreció y nos ofrece el remedio, la cura, para sanar nuestros corazones desgarrados, heridos y manchados por el pecado. Recordemos que el mismo Dios nos dice que “él no odia al pecador sino al pecado; o también, ama al pecador pero no al pecado”. Esta es la enseñanza que debemos de poner en práctica los cristianos si es que queremos ser fieles discípulos de Cristo. Ya se lo dijo al apóstol Pedro, “hay que perdonar hasta setenta veces siete”; o sea, hay que perdonar siempre, porque siempre Dios está presto para perdonarnos.

 

martes, 12 de noviembre de 2013

¿Por qué confesarme? (6a. parte)


Hablemos ahora del ministro del sacramento de la confesión. Hablemos del sacerdote.

“En todas las religiones hay sacerdotes y sacerdotisas, ellos son intermediarios entre Dios y los hombres, unen a los hombres con Dios. Los romanos los llamaban pontifex (constructores de puentes). El sacerdote tiene la misión de construir puentes sobre los cuales los hombres van a Dios y Dios a los hombres” (Anselm Grünn).

Como vemos, el sacerdote no es un ser fuera de este planeta que hace su acto de presencia de manera estrepitosa, o que viene de vez en cuando a la tierra a presentar los sacrificios a Dios y luego se retira hasta una próxima ocasión; no. La carta a los Hebreos nos dice de una manera clara, sencilla y profunda a la vez quién es el sacerdote: “todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y está constituido a favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Es capaz de comprender a ignorantes y extraviados, porque esta también él envuelto en flaquezas. Y a causa de la misma debe ofrecer por sus propios pecados lo mismo que por los del pueblo. Y nadie se arroga tal dignidad, si no es llamado por Dios” (Hb 5,1-4).

He aquí lo esencial al ministerio sacerdotal y al mismo ministro. Lo primero es que este ministerio se da por un llamado especial al hombre,-cabe recordar que solo los varones bautizados, en nuestra Iglesia católica latina pueden ser sacerdotes-, departe del mismo Dios. La consagración sacerdotal no exime al sacerdote de su condición humana y lo que ella comporta. El sacerdote, por la consagración sacerdotal, no pierde su condición de ser humano y por eso es que también él debe de ofrecer o presentar sus sacrificios a Dios por el perdón de sus propios pecados o faltas. Hay muchos, sobre todo no católicos, que dicen que el sacerdote no es necesario para estas cosas; dicen también que el creyente o cristiano puede confesar sus pecados directamente a Dios. Es cierto; pero lo más conveniente es hacerlo tal como el mismo Señor lo estableció, a través de la persona del sacerdote. En ninguna parte del evangelio Jesús dijo que cuando necesitáramos confesarnos que lo llamáramos y él vendría; delegó más bien ese poder en sus discípulos y les dio autoridad para atar y desatar. Aquí volvemos a hacer referencia al evangelio de san Juan capítulo 20,21ss; y también la carta del apóstol Santiago, cuando habla de llamar a los presbíteros para ungir a los enfermos de la comunidad.

Hay que destacar aquí, o más bien aclarar que, la soberanía de Dios no está en peligro cuando él comparte su poder con otros. El poder sigue siendo suyo. Cristo es el Sacerdote detrás del sacerdote. Cristo es el que actúa a través del sacerdote. De modo que nosotros no vamos al sacerdote en lugar de ir a Cristo. No vamos al confesionario en lugar de ir al Dios de la misericordia. Vamos al Dios de la misericordia y él nos dice que vayamos al confesionario.

Esta práctica la Iglesia la viene realizando siglos y siglos ininterrumpidamente, porque lo que hace es poner en ejecución el mandato del Señor de perdonar los pecados en su nombre. San Basilio decía: “la confesión de los pecados debe hacerse con los que han recibido el encargo de administrar los sacramentos de Dios”. Y san Ambrosio afirmaba: “Cristo otorgó ese poder a los apóstoles, y desde los apóstoles ha sido transmitido solamente a los sacerdotes”. Y san Juan Crisóstomo escribió: “los sacerdotes han recibido un poder  que Dios no ha concedido a los ángeles ni a los arcángeles…el de ser capaces de perdonar nuestros pecados”.

Recapitulemos. Solo Dios tiene el poder para perdonar los pecados. Pero El ha querido participar de este poder y autoridad a ciertos hombres que Él llama de manera particular a que ejerzan este poder en su nombre. El sacerdote, aunque actúa en nombre de Cristo, también tiene que buscar el perdón de sus propios pecados a través de otro sacerdote. Aquí no se vale el “autoservicio”. El sacerdote es ministro de Cristo que actúa en nombre de Cristo. Cuando el sacerdote absuelve los pecados no está usurpando el poder de Dios, sino más bien lo administra en su nombre porque así lo estableció el Señor. El sacramento de la confesión es un acto de fe; una fe que tiene que ser fortalecida por nuestro amor a Dios y a su evangelio, a su buena noticia de salvación. Aquí sería bueno que recordáramos aquellas palabras del apóstol Pedro: “Señor, tú lo sabes todo, tu sabes que te amo”.

 

Bendiciones.

martes, 22 de octubre de 2013

¿Con que todos somos Haiti?


“Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que, quien se opone a la autoridad, se resiste al orden divino, y los que resisten se atraerán sobre sí mismos la condenación” (Rm 13,1-2).

 

  Sigue el debate en nuestra sociedad por la sentencia del Tribunal Constitucional por el fallo emitido en cuanto a lo que tiene que ver con la ley de migración dominicana de extranjería. Son muchas las opiniones encontradas al respecto a favor y en contra. Lo cierto es que son pocos o casi ninguno los que se han tomado la molestia de leer completamente la sentencia del TC ya que la misma consta de aproximadamente 125 páginas. Pero eso sí, nos hemos afilado la lengua para despotricar y descalificar la misma sentencia. Se ha caído en criticar una sentencia que ni siquiera nos hemos tomado la molestia de conocer. Pero aquí ciertamente lo que prevalece no es más que un interés económico que se esconde muy por debajo de tantas opiniones de grupos y personalidades, pero que ya todos sabemos cómo se bate el cobre.

  Ha llamado la atención el percance al cual fue sometido el presidente de la República la semana pasada en la conferencia de la mujer auspiciada por la ONU-mujeres. Un grupo de mujeres que aprovecharon ese encuentro para enrostrarle en la cara al mandatario, y en su persona, a todo el pueblo dominicano, vociferando que “todos somos Haití”. Esa no fue más que una falta de respeto, una desconsideración y una intromisión en asuntos internos dominicanos de este grupo de mujeres irresponsables pagadas por ONGs y organismos internacionales que las dejaron en el ridículo. Aquí la pregunta obligatoria es, ¿Por qué estas mujeres no van a Estados Unidos, a Brasil, a México, Canadá, España… a bocearles a ellos en su patio que todos son Haití? Se dice que aquí hay democracia para manifestarse, y es cierto; pero también hay lo que se llama “respeto” a las leyes y soberanía de una nación. Muchos han dicho que de nada sirven al debate las groserías y malas palabras que se han emitido en varios programas en los medios de comunicación y prensa escrita; pero hay que entender también la indignación que fue el que vinieran un grupo de extranjeras a nuestra casa a bociarnos que todos somos Haití. Se equivocaron. Estos grupos no tienen la más mínima idea de los aspectos históricos de nuestras dos naciones para que vengan a desconsiderarnos de esa manera. Si ellas son Haití, pues que se vayan a Haití a luchar y defender a los haitianos de su mismas autoridades que no les dan ni proveen de lo básico para su subsistencia. No todos somos Haití, como tampoco somos ni Brasil, ni Perú, ni Canadá, ni España, ni Rusia, ni Panamá, etc. Somos República Dominicana. Yo soy dominicano y donde quiera que voy fuera de mi país me presento como dominicano, y con orgullo. Soy de la patria de Duarte, Sánchez, Mella, Luperón, Concepción Bona. Esto no es racismo ni patriotismo trasnochado. Yo respeto y honro la memoria de los hombres y mujeres que lucharon por la independencia de mi país.

  Otro punto que está complicando más esto es que ahora se ha dedicado el gobierno haitiano, en la persona de su canciller y otros políticos, a ir a diferentes escenarios internacionales a exigir que a la República Dominicana se le condene por esta sentencia de TC. Ya se ha manifestado el CARICOM y ahora se pretende llegar al ALBA, y así a otros más. Estos organismos se han expresado y a lo mejor se expresen sobre un tema que ellos ni conocen y que además tiene que ver con una decisión soberana de un Estado soberano como el nuestro. Tengan mucho cuidado. La República Dominicana no ha emitido ningún juicio ni opinión sobre el muro que está construyendo Haití en su línea fronteriza porque lo entendemos como una acción soberana. Pero lo cierto es que si ese muro fuera levantado por la parte dominicana, hace rato que estuviéramos en la hoguera.

  Es conocida por muchos la expresión del derecho romano: “la ley es dura, pero es la ley”. La ley hay que respetarla, todos tenemos que respetarla, aunque nos perjudiquemos con ello. El respeto a la ley beneficia el futuro y a la comunidad. El apóstol san Pablo dice en la carta a los Romanos: “Los magistrados no son de temer cuando se obra el bien, sino cuando se obra el mal…Por tanto, es preciso someterse, no sólo por temor al castigo, sino también en conciencia” (Rm 13, 3.5). Son muchos los que amparados en una falsa interpretación de los derechos humanos han violado y siguen y quieren que se viole la ley. En eso han incurrido incluso hasta sacerdotes. Y es incorrecto. Todos debemos someternos a la ley. Nadie está por encima de ella. Ya lo dice el mismo san Pablo en la cita que pusimos al inicio de este artículo: “debemos someternos a la autoridad legítimamente constituida”. Todos estamos de acuerdo en que hay que aplicarles la ley a esos grupos de mafiosos tanto haitianos como dominicanos que no son más que comerciantes de humanos; que se lucran con la miseria de una nación utilizando a su gente para su propio beneficio. Que tratan mejor al perro de su casa que a estos seres humanos que lo quieren es dejar la miseria en la que están hundidos. Que les caiga el peso de la ley.

  La situación haitiana tiene una dimensión humana y otra política. En cuanto a la humana, hay que ayudarles a buscarles soluciones humanas sin menoscabar o perjudicar nuestras leyes; y en esa parte la República Dominicana ha sabido tenderles las manos siempre en ayuda humanitaria, cosa que otras naciones más ricas y poderosas no han querido hacer; pero sí ponen sus recursos para financiar grupos e instituciones que denigren a nuestro país. Eso es una vagabundería y una desconsideración de su parte, y una violación a nuestra soberanía. Con el pueblo haitiano no ha habido un pueblo más solidario que el nuestro, a pesar de nuestras limitaciones y precariedades. El otro camino es de tipo político y hay que buscarle soluciones políticas, y ahí entra la parte migratoria. Nuestro país tiene el derecho de establecer sus propias leyes de acuerdo a lo que consideremos que es lo que más nos conviene. La República Dominicana no es una institución de beneficencia pública. Es una nación libre y soberana que establece sus propias normas y leyes por las cuales nos regimos los ciudadanos nacionales y todo aquel extranjero que quiera residir aquí. La República Dominicana no puede ocuparse del drama haitiano cuando en su misma casa hay tantos dominicanos y dominicanas que no tienen sus necesidades básicas solucionadas.

  Si queremos emitir juicios lo más certeros posible, lo mejor es que aprendamos a escuchar a los expertos en la materia. Una de la característica de nuestra gente es que nos gusta opinar de todo sin tener o saber los más elementales fundamentos de las cosas. No nos dejemos llevar por los excesos ni pasión que no nos conducen a un debate serio de las ideas. Pero tampoco nos dejemos pisotear nuestra dignidad y nuestra identidad como nación libre y soberana. No tenemos por qué permitir que nos vengan a pisotear nuestra bandera, nuestro himno, que mucha sangre costó. República Dominicana y Haití tenemos costumbres y visiones diferentes que son irreconciliables.

  Yo soy dominicano. Yo soy de la patria de Duarte, Sánchez, Mella, Luperón, Concepción Bona. María Trinidad Sánchez.

miércoles, 16 de octubre de 2013

¿Por qué confesarme? (5a. parte)


Ahora hablemos de la Gracia. Ya hemos dicho anteriormente, que los sacramentos instituidos por Cristo y encomendados a su Iglesia nos comunican la gracia de Dios. Pero, ¿Qué es la gracia? Igual que lo dicho anteriormente cuando definíamos los sacramentos y decíamos que hay varias definiciones, también hay que decirlo con respecto a la gracia. Son varias las definiciones que hay al respecto. Solo vamos a mencionar dos, sobre todo porque lo que queremos es que el lector tenga una idea clara y sencilla de la gracia sacramental.

Una primera definición de la gracia es: “la gracia es la vida de Dios, que El comparte con nosotros a través de esas acciones (sacramentos) que Cristo ha confiado a su Iglesia” (Scott Hahn). En el libro de Rollos y Meditaciones del Cursillo, del Movimiento de Cursillos de Cristiandad, se nos propone otra breve y sencilla definición de la gracia parecida a la anterior pero con un elemento más, dice: “la gracia es la vida de Dios, comunicada gratuitamente a la persona, aceptada libremente por ésta mediante la fe” (pag. 26).

De estas dos definiciones ya citadas, podemos reflexionar lo siguiente. La gracia es el mismo Dios dándose a nosotros de una manera gratuita. La gracia es puro don (regalo) de Dios para el hombre. La gracia es pura gratuidad, nosotros no hemos hecho absolutamente nada para merecerla; Dios mismo nos ha hecho merecedores de ella, ¿Por qué? Pues porque nos ama. Y nos ama con un amor de predilección. Ya nos dice el evangelista san Juan que “Dios es el que nos ha amado primero”; y Cristo mismo nos dice que “el que ama al Hijo ama también al Padre… y así vendrán ellos y harán su morada en nosotros”. Esta gracia se nos es dada en cada uno de los sacramentos. Todos los sacramentos nos comunican la misma vida de Dios, su Gracia.

La Gracia no se impone; se ofrece, se da, se dona…a alguien que puede ser agraciado. Esta donación o regalo no se impone, sino que se ofrece en diálogo, comunicación de Dios para con nosotros. Ya la misma palabra comunicación indica también “encuentro”; Dios viene y, -de hecho así lo ha querido desde el principio-, a encontrarse con el hombre; se acerca al hombre. Dios deja de ser ese Dios lejano y vienen a poner su morada entre nosotros. Pero también este ofrecimiento de Dios el hombre debe de aceptarlo con y en libertad, sin presión. Dios ha querido que el hombre lo acepte y ame libremente. Este don de la Gracia es algo que el hombre no puede percibir por los sentidos, tiene que experimentarla y vivirla mediante la fe, esa virtud teologal que Dios ha sembrado en el corazón de cada hombre y mujer para que crea en El.

Hablando del sacramento de la confesión, hay que decir que éste nos prepara para recibir la eucaristía más dignamente. San Pablo ya nos advierte al respecto: “quien se acerca a comer el cuerpo y sangre de Cristo indignamente, se está comiendo su propia condenación” (1Cor 11,27). Para que el sacramento de la confesión logre su efecto en el penitente, es necesario que este asuma unas actitudes previas, como lo es el arrepentimiento sincero de los pecados o faltas: que el penitente sienta dolor profundo de sus pecados, y la gracia completará lo que falta a ese dolor. A menos que el penitente este verdaderamente arrepentido, el sacramento no confiere en absoluto la absolución y los pecados no son perdonados. La Gracia no es magia; no actúa como si fuera un acto mágico. Para que la gracia actúe necesita la disposición, el esfuerzo de la persona; al respecto, san Agustín dijo: “la gracia supone la naturaleza”. Otra actitud es la de confesar los pecados: los pecados que se deben de confesar son aquellos cometidos después de la última confesión. La absolución sacramental es para absolver los pecados graves o mortales, es decir, aquellos que van en contra de cualquiera de los mandamientos de Dios. Hay una máxima en medicina que dice “la medicina no cura lo que ignora”. Si aplicáramos palabras parecidas al sacramento de la confesión se podría decir “pecado que no se confiesa, queda sin absolver”. Tenemos que confesar nuestros pecados, no los ajenos. Una tercera actitud es cumplir la penitencia impuesta, que es una forma de satisfacción por el mal causado.

El pecado o falta cometida contra Dios, es el pecado más grave que una persona puede cometer ya que por encima de Dios no hay nadie más grande que EL: su dignidad es infinita, y aunque nunca podremos compensar nuestras ofensas a EL, Cristo nos ayuda a compensar lo que nos hace falta por medio del sacramento de la confesión.

 

martes, 24 de septiembre de 2013

De Embaucadores y Manipuladores


“…Para que no seamos ya niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce al error…” (Gal 4,14).

 

  Han transcurrido apenas unos días después de haberse publicado una entrevista extensa del Papa Francisco que le concediera al P. Antonio Spadaro, director de la revista jesuita Civitas Catolica. Una vez más el Papa vuelve a sorprender con sus palabras tan sencillas pero de una profunda sabiduría y enseñanza para toda la humanidad y de manera especial para todos los católicos. Pero también no deja de ser todo esto una pelea que ya raya en lo absurdo el hecho de que cada vez que el Papa habla de algo o dice algo, los medio de comunicación secular y muchos comunicadores inmediatamente vienen y distorsionan, malinterpretan o manipulan las palabras del Papa y esto crea un serio problema para muchos católicos que se dejan sorprender en su sano juicio y caen en dudas, angustias, etc., de lo que dijo el Papa. Claro está que hay muchas personas que solo les llega información por estos medios; pero también es cierto que hay otros mas que, teniendo a manos medios de comunicación católicos, en realidad no los usan para estar bien informados acerca de lo que ha dicho el Papa y no son capaces de formarse un sano juicio de sus palabras.

  Sabemos muy bien que muchos medios de comunicación secular, y muchos comunicadores y comunicadoras son adversos a la enseñanza de la Iglesia Católica y a su Jerarquía. Esto es lo que los lleva a ellos a estar sacando de contexto las palabras del Papa en cada caso porque así quieren influenciar y dar la impresión de hacer una iglesia a su medida. Han querido siempre presentar al Papa Francisco como el gran revolucionario de la Iglesia Católica, sobre todo en lo referente a materia sexual, (recordemos que una de las funciones principales del Papa es ser custodio del depósito de la fe); pero una revolución que nada tiene que ver con la verdad revelada por Jesucristo en el evangelio. Si las personas, principalmente los católicos, no somos capaces de leer completo lo que dijo el Papa en esta entrevista, de seguro que muchos seguirán creyéndose todo lo que estos embaucadores y manipuladores de la comunicación dicen. Textos que son sacados de contextos para así crear pretextos.

  El Papa Francisco ha sido muy claro y reiterativo que él lo que ha dicho siempre es lo que enseña la Iglesia. Nada nuevo, pero sí palabras nuevas. Muchos comunicadores se fijan sobre todo en lo dicho por el Papa en lo referente a lo moral y social; otros más en lo primero que en lo segundo. Estos escritos seculares lo que provocan al buen lector con conciencia es repugnancia porque inmediatamente se da uno cuenta de que es una manipulación. Unos hablan de que el Papa está proponiendo un cambio en la moral católica para hacerla más atractiva y atrayente a las personas, sobre todo a los jóvenes. Es decir, sería una especie de religión o doctrina hecha a mi medida. Esto provoca entonces la reacción buscada en los demás, o sea, muchas personas se alegran porque piensan que el Papa va a relajar la doctrina del evangelio, pero después se dan cuenta de que no es así cuando escuchan al Papa referirse a estos temas y con la firmeza con que lo hace y de que no está cambiando nada. Por ejemplo, con el tema de la homosexualidad, el Papa ha sido reiterativo con lo que enseña la Iglesia Católica y que está muy especificado en el Catecismo; en el tema del aborto se quiere dar la impresión de que el Papa ya no quiere que se siga enfatizando en este tema para así provocar en la gente la visión de una Iglesia atractiva. Lo que sí dijo el Papa es que si se habla de este tema hay que hacerlo en un contexto, como lo hizo al día siguiente de la entrevista en una audiencia con ginecólogos católicos donde volvió a recordar la doctrina católica de defensa y promoción de la vida.

  No caben dudas de que debemos estar preparados para lo que seguirá llegando. Tenemos que informarnos mejor, sobre todo de lo que dice el Papa; no quedarnos con lo que dice en los medios de comunicación secular, sino mas bien irnos a los portales católicos que son abundantes en donde se esbozan las noticias de nuestra Iglesia Católica.

 

Bendiciones.

 

martes, 17 de septiembre de 2013

¿Queremos justicia o venganza?


“...Sean compasivos como su Padre celestial es compasivo. No juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados” (Lc 6,36-37).

 

  En estos días que han transcurrido hemos sido testigos de situaciones escandalosas que han involucrado a algunos miembros de la jerarquía católica. Como era de esperarse, son muchas las opiniones que se han vertido en torno a estos casos bochornosos y vergonzosos no sólo para la misma jerarquía sino y, sobre todo, para toda la Iglesia Católica en nuestro país.

  Lo primero que debemos de tener en cuenta es el aclarar el uso de las palabras. Desde el principio de la controversia se ha dicho o señalado que la Iglesia Católica está envuelta en situaciones escandalosas de casos de pederastia. Hay que aclarar al respecto que, no es la Iglesia Católica la que está envuelta en estos casos, sino más bien algunos miembros de su jerarquía. Hay muchas personas que confunden la jerarquía católica con el conjunto de la Iglesia Católica. Y lo cierto es que, la Iglesia Católica no es sólo su jerarquía, sino que ésta es una parte de ella. La Iglesia Católica somos todos los bautizados en Cristo y que nos hemos adherido a vivir nuestra fe en El en esta familia religiosa. La jerarquía católica es parte del Pueblo de Dios, más no es el Pueblo de Dios. El santo Padre el Papa Francisco lo acaba de decir en una de sus catequesis sobre el año de la fe en el Vaticano: “la Iglesia es madre y todos somos parte de ella, no sólo los obispos y los curas”.

  Aclarada esta parte, permítanme entonces decir lo siguiente. Es muy triste y lamentable la situación por la cual está pasando nuestra Iglesia Católica en estos momentos en nuestro país. Pero es mucho más triste y más lamentable las actitudes que muchos, sobre todo muchos que se dicen que son católicos, están asumiendo ante la misma situación. Creo que como institución debemos ser lo suficientemente humildes para reconocer y aceptar que tenemos un problema serio dentro de nuestra familia y que afecta a una parte importante de la misma, que es nuestra jerarquía, nuestros guías, nuestros pastores (es bueno aclarar que son algunos). Un problema que tenemos que saber enfrentar para encontrarle solución y así quede arrancado de raíz. Estos problemas de algunos sacerdotes no han surgido de la noche a la mañana o de repente; más bien son problemas que se vienen arrastrando desde muy atrás: en la infancia, adolescencia. Son personas que cuando ingresaron al seminario ya traían ese mal dentro de ellos y supieron muy bien ocultarlos hasta que encontraran el momento oportuno para dejarlo salir. Aquí hay que reconocer también el fallo que los responsables de la formación, sobre todo, han tenido en no actuar a tiempo y tomar las debidas correciones para contrarrestar esos problemas. Y ya vemos las consecuencias.

  Nuestra jerarquía ha pedido perdón tanto a las víctimas como a la misma sociedad, y también a nuestros fieles, por el daño que se ha causado. Hay muchos que piensan y afirman que esto no es suficiente, y tienen razón. Pero también hay que decir que ya el hecho de pedir perdón y otorgar el perdón es signo de la justicia; claro que no es la justicia plena. Muchos creen que con esto es como si la jerarquía estuviera pidiendo un borrón y cuenta nueva. Nada más falso. Ya lo han dicho nuestros obispos: la jerarquía está totalmente dispuesta a colaborar con la justicia civil en el esclarecimiento de las acusaciones contra estos hermanos sacerdotes. El padre Lombardi, encargado de prensa de la Santa Sede ha dicho también lo mismo. La otra parte de la justicia es hacer las debidas investigaciones de las acusaciónes y realizar un juicio en donde se determine la inocencia o culpabilidad de los imputados, y si fueran hallados culpables tendrán que pagar la pena que la justicia civil les imponga.

  Esta situación de escándalo ha servido para que se levanten voces en una actitud de cebarse en contra de la institución eclesial, y sobre todo, de su jerarquía. Se ha aprovechado también para traer a colación temas que nada tienen que ver con la cuestión, como lo es el celibato sacerdotal y el Concordato suscrito entre la Santa Sede y el Estado Dominicano, como si estos fueran las causas por las que estos sacerdotes actuaran de esta manera. Nada que ver. Cuidado y no caigamos en actitudes farisaicas de hipocresía. Jesús mismo nos advirtió con respecto a ello cuando en una de sus parábolas del Reino de Dios dijo: “dos hombres subieron al templo a orar, uno era fariseo y el otro publicano….el fariseo, de pie, oraba a Dios diciendo: te doy gracias Señor porque soy bueno, no daño a  nadie, pago el diezmo, no soy injusto ni adúltero…y no satisfecho con esto, señaló al publicano diciendo que no era como él. Mientras que el publicano solo decía, perdóname Señor que soy un pecador”. Así mismo estamos muchos de nosotros hoy en día, en una actitud farisaica de soberbia, altanería, orgullosa. Nos creemos que somos los buenos, los que no fallamos, los que tenemos el derecho a  señalar al otro como un pecador, pero no reparamos en que todos nosotros somos pecadores; como dice el dicho popular: “todos llevamos nuestra música por dentro”. Nos convertimos así en jueces y verdugos de los demás. Pero recordemos que el Señor Jesús nos dijo: “con la vara que midas a los demás, con esa misma vara te medirán a ti”.

  No se trata entonces de poner a estos sacerdotes en un paredón y fusilarlos. Eso no es justicia, es más bien venganza, es ensañamiento. Contra Jesús hubo ensañamiento, y El no actuó en consecuencia, sino que enseñó y asumió la actitud contraria. Practicó la misericordia. En esta situación se aplica el dicho popular “a río revuelto, ganancia de pescadores”. Es cierto que hay muchos, sobre todo, enemigos de la Iglesia y su jerarquía, que están aprovechando la ocasión para despotricar a la institución; y muchos fieles se están dejando atrapar en su sano juicio por éstos. A esos hermanos nuestros en la fe les quiero decir que si bien es cierto que en estos momentos nuestra fe está herida, más cierto es que no estamos vencidos, porque por encima de todo, nuestra fe quien la sostiene es Cristo y El no permitirá que nuestra fe desfallezca por más problemas que enfrentemos. En palabras dichas por nuestro obispo Víctor Masalles: “la Iglesia tiene mucho más luces que sombras, pero no debemos tapar esas sombras con la luz; la luz debe servirnos para iluminar esas sombras”.

  Quiero terminar este escrito recordando las palabra del Santo Padre el Papa Francisco en su encíclica La luz de la Fe: “La verdad de un amor no se impone con la violencia, no aplasta a la persona…El creyente no es arrogante; al contrario, la verdad le hace humilde, sabiendo que, más que poseerla él, es ella la que le abraza y le posee” (no. 34).

  Aprendamos a ser humildes. La verdad duele, pero sana y libera; a diferencia de la mentira, que ni sana ni libera. Busquemos la verdad para que seamos verdaderamente libres. Hace ya siglos que la inquisición desapareció, pero parece que hay muchos que la están invocando de nuevo. No se trata de arrancar cabezas, sino más bien de buscar la verdadera justicia. Y toda justicia viene de Dios.

martes, 23 de julio de 2013

¿Por qué confesarme? (4a. parte)


Hasta ahora hemos hablado del sacramento de la confesión. Pero sería bueno que habláramos un poco de los sacramentos en general.

De entrada es bueno definir los sacramentos. Son varias las definiciones que podemos citar aquí, por ejemplo: el autor Scott Hahn nos ofrece unas definiciones de esto en su libro Señor, ten piedad, nos dice que, “un sacramento es un signo interior de una realidad exterior”; también “un sacramento de la nueva alianza es un signo externo instituido por Jesucristo para dar la gracia”.

En el Código del Derecho Canónico encontramos una definición de sacramento mucho más elaborada y sobre todo, más dogmática: “Los sacramentos del Nuevo Testamento, instituidos por Cristo Nuestro Señor y encomendados a la Iglesia, en cuanto que son acciones de Cristo y de la Iglesia, son signos y medios con los que se expresa y fortalece la fe, se rinde culto a Dios y se realiza la santificación de los hombres, y por tanto contribuyen en gran medida a crear, corroborar y manifestar la comunión eclesiástica; por esta razón, tanto los sagrados ministros como los demás fieles deben comportarse con grandísima veneración y con la debida diligencia a celebrarlos” (can 840).

Es interesante comentar esta definición que nos ofrece este Código. Dice lo primero que “los sacramentos de la nueva alianza…” Esto no hay que entenderlo como que había algo que era viejo y necesitaba ser quitado para poner otro nuevo. Más bien, esto “nuevo” hay que entenderlo en el sentido de “renovación”; y Cristo es el que nos trae esta renovación; en Cristo los sacramentos son  nuevos.

Sabemos que existe una Antigua Alianza. Esta se realizaba por diferentes medios o se ratificaba con diferentes signos externos, como por ejemplo los matrimonios, la adopción de un niño, etc. Recordemos las alianzas que Dios hizo con el hombre, -con Adán, Noé, Abraham, Moisés y David. Cada una de ellas fue la renovación de la anterior donde Dios renovaba el vínculo familiar entre Él y su pueblo.

Lo segundo de la definición es “instituidos por Cristo, nuestro Señor…” Los sacramentos tienen su fundamento en la misma persona de Cristo. Los sacramentos no son inventos de la Iglesia. Cristo es el centro de ellos.

Tercero “encomendados a la Iglesia…” Cristo sigue realizando por medio y a través de su Iglesia la obra de la salvación. La Iglesia es la encargada por el mismo Cristo de ser canal, medio por el cual los hombres y mujeres pueden encontrar el camino de la salvación; la Iglesia es la administradora entonces de la gracia de Dios.

Cuarto “son signos y medios con los que se expresa y fortalece la fe…” La fe hay que testimoniarla, pero también hay que alimentarla para que se fortalezca y robustezca. La fe hay que celebrarla, y celebrarla como familia, porque lo somos: “un solo Padre tienen ustedes, por lo tanto todos ustedes son hermanos” nos dijo Cristo. Y lo más importante es que son para nuestra santificación, es decir, nos comunican la misma vida de Dios. De esta manera Dios nos hace partícipes de su misma vida. Por esto es que “Cristo es el camino, la verdad y la vida”; y también a eso vino al mundo “para que el mundo tenga vida y la tenga en abundancia”. Una vida que tenemos que experimentarla desde aquí, desde este mundo, ahora; en la medida en que abrimos nuestro interior, nuestro corazón a esa vida de la gracia de Dios por medio de su Hijo Jesucristo.

Por todo lo anterior dicho, por eso es que todos, -ministros y fieles-, debemos de ser  conscientes  de lo que celebramos en cada sacramento; ser conscientes de lo que recibimos en cada uno de ellos. No son cualquier cosa, sino que es el don de Dios, su gracia, su misma vida la que él nos comunica para que tengamos vida: “En Cristo, Dios ha hecho para nosotros todas las cosas nuevas” (Ap 21,5). Renovó todas las cosas con su alianza renovada. Por esto, los signos de la antigua alianza encuentran en los sacramentos su perfección.

 

Bendiciones.

 

viernes, 12 de julio de 2013

María: testigo de la fe.



 “…María es la mujer de fe,

Que acogió a Dios en su corazón,

En sus proyectos, en su cuerpo

Y en su experiencia de esposa

Y madre. Es la creyente capaz

De captar en el insólito

Nacimiento del Hijo la llegada

De la plenitud de los tiempos,

En la que Dios, eligiendo

Los caminos sencillos de la existencia humana,

Decidió comprometerse personalmente

En la obra de la salvación” (Juan Pablo II).

 

 

  María se presenta como una sencilla síntesis de opuestos, a la luz de Dios: “es la esclava del Señor y la reina de los apóstoles; es discípula y maestra, Virgen y Madre…” por lo tanto, María es el perfecto instrumento de Dios y, por tanto, como el gran ideal para el desarrollo de la personalidad y para la eficacia de la misión apostólica.

  La Virgen fue la que más cerca estuvo de su Hijo y, al mismo tiempo, la que “hizo más que nadie por darlo al mundo”, escribía el beato Santiago Alberione. Y hacía este razonamiento: “se dice: a Jesús por María; pues también se podrá decir: a Jesús maestro por María maestra…Jesús es el único maestro; María es maestra por participación.” En realidad, María no escribió ningún libro, ni tuvo una cátedra para enseñar, ni se dedicó a predicar… y, sin embargo, fue maestra y formadora de Jesús y de la Iglesia, de los apóstoles y de todos los cristianos.

  Para este beato, María es maestra porque ha dado al mundo a Jesucristo Maestro. Ella es, según Epifanio, “el libro sublime que ha propuesto al mundo la lectura del verbo”. María es maestra por la santidad de su ejemplo; si queremos configurarnos con Cristo, el camino más fácil es María, libro que contiene todas las virtudes: la fe (dichosa tú que has creído Lc 1,45); la esperanza (hagan lo que él les diga, Jn 2,5); el amor (hágase en mi según tu palabra Lc 1,38); por la eficacia de sus oraciones; por la autoridad de sus consejos, pues la llena de gracia y sabiduría. María predica no con palabras, sino encarnando al verbo, “escribiendo un libro con su propia sangre”, concluía Alberione.

  Pero María es maestra por ser discípula, por estar totalmente abierta a la escucha y a la participación en el destino de su Hijo muerto y resucitado. En ella, escucha y seguimiento, están íntimamente unidos, como elementos indisolubles del verdadero discipulado.

  La verdadera grandeza de María no estriba tanto en su maternidad ni en otros privilegios, cuanto en haber sido fiel y fecunda escuchadora de la palabra de Dios. Jesús mismo lo reconoce cuando, ante el grito de la mujer entusiasmada por sus palabras, responde: “mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11,27). María es la primera en seguir a Jesús en su misión, compartiendo sus opciones, y así se convierte en la perfecta discípula del Señor.

  Además, ella es la mujer de la escucha de la voluntad de Dios expresada en los acontecimientos, que conserva y medita en su corazón (Lc 11,27-28; 2,19; 2,51). Su fe no era simple adhesión intelectual, sino experiencia vital. Ya Juan Pablo II lo afirmaba en Catechesi Tradendae: “ella fue la primera de sus discípulos: primera en el tiempo, pues ya al encontrarlo en el templo, recibe de su Hijo adolescente unas lecciones que conserva en su corazón; la primera, sobre todo, porque nadie ha sido enseñado por Dios con tanta profundidad. Madre y a la vez discípula, decía de ella san Agustín, añadiendo atrevidamente que esto fue para ella más importante que lo otro” (no. 73).

  Decía Pablo VI que ponernos a su escuela nos “obliga a dejarnos fascinar por ella, por su estilo evangélico, por su ejemplo educador y transformante: es una escuela que nos enseña a ser cristianos.” Nos enseña también a ser apóstoles, ya que, “apostolado es hacer lo que hizo María: dio a Jesús al mundo, a Jesús maestro, camino, verdad y vida. Dando a Jesús camino nos ha dado la moral cristiana; dándonos a Jesús verdad nos ha dado la dogmatica; dándonos a Jesús vida nos ha dado la gracia”, escribía el beato Alberione.

  Aprendamos a vivir la dimensión mariana, para que los creyentes estemos en condiciones de dejarnos formar en el misterio de Cristo, para que la palabra del Señor se cumpla en nosotros como se cumplió en María, y para poder darlo a conocer de manera integral en esta sociedad nuestra que tanto lo necesita.

 

martes, 11 de junio de 2013

¿Por qué confesarme? (3a. parte)


Alguien puede preguntarse: ¿por qué tanta insistencia departe de la Iglesia en la confesión? Quizá se dé a entender con esta pregunta que a la Iglesia, -y los sacerdotes-, le interesa saber o estar enterada de lo que hacen las personas, sobre todo, de los actos malos, quizá como una especie de “policía” de la conciencia, etc. Nada que ver este pensamiento con la realidad. O dicho de otra forma, nada que ver con la verdad revelada por Cristo a la humanidad con respecto al amor y misericordia de Dios. Y, ciertamente, este es el punto: “Dios desea nuestra confesión porque es una condición previa para su misericordia”.

Dios es el Dios de la misericordia infinita y ha querido hacer partícipe al ser humano de tan insigne don para su salvación. Claro que esta misericordia el mismo Dios nos la fue revelando gradualmente a lo largo del tiempo y de una manera definitiva en la persona de Hijo Jesucristo. Nos dice Scott Hahn: “la misericordia de Dios es su mayor atributo, no porque nos haga sentirnos mejor, o porque nos resulte más atractivo que su poder, sabiduría y bondad. Sino porque es la suma y esencia de su poder, sabiduría y bondad. La misericordia es poder de Dios, sabiduría y bondad manifestados en unidad”.

Un peligro que debemos de evitar es pensar que, por el hecho de que Dios es infinitamente misericordioso, eso es una licencia para pecar hasta al máximo. Recordemos que, si Dios es infinitamente misericordioso, es también infinitamente el Dios de la justicia. No podemos pensar en que por esto, podemos “pecar descaradamente”. La misericordia no elimina el castigo, sino más bien asegura que cada castigo servirá de remedio misericordioso. A este respecto decía Santo Tomás de Aquino: “la misericordia y la justicia están tan unidas que se atemperan (adecuan) la una a la otra: la justicia sin misericordia es crueldad, la misericordia si justicia es desintegración”; y la enciclopedia católica lo expresa de esta forma: “la misericordia no anula la justicia, sino mas bien la trasciende y convierte al pecador en un justo llevándole al arrepentimiento y a la apertura al Espíritu Santo”.

Si bien es cierto que uno de los pilares en donde descansa la enseñanza de la iglesia es la “tradición apostólica”, con respecto a la confesión hay que decir que ésta con el paso del tiempo ha ido adaptándose a los tiempos, pero manteniendo su esencia, tal y como lo quiso y enseñó el mismo Jesucristo: “la continuación, a lo largo del tiempo, de su ministerio de perdón y salvación” (Scott Hahn). Para esto, recordemos que el rito de la confesión ha variado con el paso del tiempo ya que siglos anteriores los cristianos hacían confesión pública de sus faltas y pecados en la asamblea. Esto hoy en día ya no es así; sino más bien que la confesión ha pasado al ámbito de lo privado entre el penitente y el sacerdote. Otro cambio que ha experimentado la confesión es que siglos atrás algunos obispos prohibían a los cristianos que se confesaran más de una vez en la vida. Hoy la Iglesia pide o recomienda a los cristianos bautizados que por lo menos se confiesen una vez al mes y exige que se confiesen una vez al año, sobre todo en el tiempo de cuaresma. Pero hay otros que somos más atrevidos y pedimos que los cristianos bautizados se confiesen cada vez que lo necesiten; teniendo en cuenta de que todos cometemos faltas y pecados todos los días. Claro que aquí no estamos diciendo que por esto hay que estar confesándonos todos los días. No hay que caer en exageraciones tampoco. El Papa Juan Pablo II llegó a decir que uno de los grandes problemas de la humanidad es que ha “perdido la conciencia de pecado”.

Otro punto en el cual la confesión ha ido evolucionando es el concerniente a la severidad de las penas impuestas por la Iglesia.  Otro punto es la forma de confesarse. Siglos anteriores los monjes tenían la facultad de oír confesiones frecuentes y privadas. Ahora la Iglesia permite la confesión a través del confesionario por medio de una rejilla o tela metálica para así conservar el anonimato del penitente; pero también es cierto que muchos penitentes prefieren la confesión cara a cara con el confesor como si fueran dos amigos.

Podemos concluir todo lo anterior diciendo que, por más que haya variado y evolucionado la práctica de la confesión sacramental, lo cierto es que el sacramento de la confesión sigue manteniendo su esencia, sigue siendo el mismo. Esto es lo que ha mantenido y enseñado la Iglesia en toda su tradición hasta el día de hoy.

 

martes, 4 de junio de 2013

¿Por qué confesarme? (2a. parte)


“En la Iglesia (asamblea) confiesa tus pecados, ordena la “Didache”, y no te acerques a tu oración con mala conciencia” (4,14).

La “Didache” (didajé), es el documento judeo-cristiano más antiguo que existe, a parte de la biblia; y es donde están contenidas las enseñanzas de los apóstoles en materia de moral, doctrinal y litúrgica. La cita que acabamos de escribir está contenida al final de una extensa lista de mandatos morales y de instrucciones para la penitencia. A esto hay que añadir que la Iglesia Católica no abandonó la impactante práctica de sus antepasados.

En otro capítulo posterior, habla de la importancia de la confesión antes de recibir la eucaristía: “los días del Señor reúnanse para la participación del pan y la acción de gracias, después de haber confesado sus pecados, para que sea puro su sacrificio” (14,1).

Estos textos, más otros de la época, nos dan a entender que ya en los primeros cristianos existía la práctica de la confesión de los pecados públicamente. Claro que esta práctica, con el paso del tiempo se fue suprimiendo o cambiando por diversas razones, entre ellas: no poner en evidencia al penitente, no sea que después le acarreara algún tipo de abusos físicos por parte de otros.

Otro personaje que nos instruye al respecto de la penitencia es san Ignacio de Antioquía, en su carta a los fieles de filadelfia 8,1: “El Señor garantiza su perdón a todos los que se arrepienten, si, a través de la penitencia, vuelven a la unidad de Dios y a la comunión con el obispo”. Así entonces, según lo que nos dice san Ignacio, el sello del cristiano que persevera, es la fidelidad a la confesión. El Papa Clemente de Roma llego a decir: “es bueno para un hombre confesar sus transgresiones en vez de endurecer su corazón” (carta a los corintios 51,3).

 A todo esto hay que decir que, las palabras de Jesús con respecto a la reconciliación son muy provocadoras; y de hecho, provocaron mucha resistencia, sobre todo en el ámbito político.

Jesús dijo: “Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda ahí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda” (Mt 5,23ss).

Siempre es saludable, cuando vamos al templo a celebrar nuestra fe por medio de los sacramentos o alguna otra actividad religiosa como la misma oración, tener en cuenta esto que nos dice Jesús. Es decir, es bueno que al ir a orar al Señor tengamos en cuenta cómo está nuestra relación con los demás para que así nuestro acto de fe tenga real sentido y pueda ser agradable a Dios, nuestro Padre. Ciertamente que no es nada fácil lo que nos pide Jesús en estos versículos ya citados. No se trata de pensar si yo tengo algo en contra de alguien; más bien es pensar si alguien tiene algo en  contra de mí, pues yo he de ir a ponerme en paz con esa persona. Definitivamente que esta enseñanza del maestro rompe totalmente con nuestra lógica humana. Por eso es que debemos de pedirle siempre su ayuda, su gracia para poder poner en práctica esto que nos pide. Recordemos que “lo que es imposible para nosotros, es posible para Dios” (Lc 18,27). Aquí se nos plantea una interrogante: si al acercarme a la persona y pedirle perdón por algún mal entendido o falta contra él, pero éste no quiere perdonarme, ¿qué debo hacer? La respuesta es sencilla, lo que cada uno debe de hacer es poner aquellos medios que están a su alcance, y si el otro no quiere perdonar, ese es su problema. Nadie está obligado a perdonar si no quiere. Lo que sí nos pide el Señor es que pidamos perdón y perdonemos por la gracia que él nos da: “sin mi nada podrán hacer”; y a san Pablo le dijo “solamente mi gracia te basta”. Yo no puedo ver mi relación con Dios sin considerar la relación que tengo con las personas, dice Anselm Grum.

Hay otro pasaje del evangelio igualmente provocador: “ponte enseguida en paz con tu adversario mientras vas con el por el camino, no sea que tu adversario te entregue al juez, el juez al guardia, y te metan en la cárcel” (Mt 5,25).

El texto original griego dice: “mientras estés todavía en el camino”. Es decir, mientras viva y este en movimiento, me tengo que reconciliar con mi adversario; porque después, ya no se podrá hacer nada. Pensemos en el pasaje del evangelio de Lázaro y el rico (Lc 16,19-31).

Ahí está el reto del maestro para sus discípulos: “ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando”, nos dijo Jesús. Jesús nos provoca; nos provocan su persona y su mensaje del evangelio. Tenemos que dejarnos interpelar por ambos para que así nuestra vida cristiana, nuestra vida de fe sea lo que debe de ser, de acuerdo a lo que el Señor nos enseño y la Iglesia nos recuerda.

Bendiciones.

lunes, 27 de mayo de 2013

¿Por qué confesarme? (1a. parte)


“…Jesús les dijo otra vez: la paz con ustedes. Como el Padre me envió, también yo los envio. Dicho esto, sopló y les dijo: Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados. Les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos” (Jn 20,21-23).

De entrada, podemos decir que la confesión no es un paso fácil para muchos católicos. Cuanto más parece que la necesitamos, menos la buscamos. No a todos nos gusta hablar de nuestros fallos o faltas morales, y esto hasta puede parecer natural. También es cierto que el pecado es un mal del cual debemos avergonzarnos; ya san Agustín decía: “¡Ay del hombre y de sus pecados! Cuando alguno admite esto tú te apiadas de él; porque tu lo hiciste a él, pero no sus pecados”. Hemos de saber que cuando pecamos estamos rechazando hasta cierto punto el amor de Dios, y nada queda oculto para Él.

Hay tantas opiniones encontradas de muchas gentes al respecto de la confesión. Lo primero que hay que decir al respecto es que, muchos creen que la confesión es un invento de la Iglesia Católica. Esto es falso. Ciertamente que el que esto afirma no ha leído bien el evangelio. La confesión es algo que ya existía en el Antiguo Testamento. La confesión existe desde que existe el pecado en el mundo. Pensemos en el pecado original que está al principio del Génesis. Es interesante un análisis de lo que se nos narra en el capítulo 2,16-17. En todo ese diálogo que Dios sostiene con los primeros seres humanos, podríamos decir que su única intención es llegar al punto de que “ellos reconozcan su pecado”, pero no lo hacen. Siempre utilizan la excusa y la justificación y hasta el señalamiento. Esto mismo podríamos decir de uno de los hijos de esta primera pareja, Caín. Este, al cometer su pecado o su falta contra su hermano Abel, es interrogado por Dios para inducirlo al reconocimiento de su culpa. Pero se niega a reconocerla.

Esto lo podemos aplicar al hombre y mujer de hoy: el hombre y la mujer de hoy tampoco estamos muy dispuestos a reconocer nuestros pecados o fallos. Es cierto que en nuestro interior se dan los resentimientos, vergüenza, dolor, etc., pero de ahí no pasa. Todo esto se queda  dentro de la persona.  Por lo regular siempre buscamos de manera injustificada la justificación; o dicho en otras palabras, siempre estamos buscando a quién echarle la culpa, y entre ellos está Dios; porque él es el culpable de nuestras circunstancias, descollos, mal herencia, etc.

Pedir perdón es una necesidad, es también necesario demostrarlo, y por lo tanto, necesario hacer algo para ello. El pecado causa la muerte: una auténtica pérdida de la vida espiritual, que es mucho más mortal que cualquier muerte física; Cristo mismo dijo: “no teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; teman más bien al que matando el cuerpo puede también matar el alma llevándola al infierno” (Mt 10,28).

Como ya hemos dicho, el pecado y la confesión ya existían desde el Antiguo Testamento. Cuando Jesús inició su misión de anunciar el Reino de Dios, él no vino a derogar lo que Dios ya había establecido desde la antigüedad. Él no vino a sustituir algo malo por algo bueno; vino más bien a darle su real y definitivo sentido o plenitud. La confesión, primero es un acto de fe, y la fe en el poder de Cristo para perdonar pecados es una señal del creyente. Ahora, Cristo ha querido ejercer ese poder de una manera muy peculiar (recordemos la cita bíblica del evangelio de Juan al inicio de nuestro escrito).  Jesús otorgó a sus apóstoles un nombramiento y una autoridad para perdonar los pecados en su nombre. Entonces, hay que entender bien esto: es cierto que el único que tiene poder para perdonar pecados es Dios y que por tanto, debemos de confesarnos con Él, pero del modo en que Él lo ha establecido a través de su Hijo Jesucristo, ¿cómo? Con un sacerdote. El apóstol Santiago nos enseña diciéndonos: “¿Está enfermo alguien de ustedes? Llame a los presbíteros (sacerdotes) de la Iglesia para que oren por él, después de ungirlo con óleo en nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor le curará; y si ha cometido pecado le perdonará. Por tanto, confiesen mutuamente los pecados y oren unos por otros para que sean salvados” (St 5,14-16).

Podemos decir que Santiago conecta la práctica de la confesión con la fuerza sanante del ministerio sacerdotal. Los sacerdotes son sanadores: los llamamos para que unjan nuestros cuerpos cuando estamos enfermos; y acudimos a ellos para recibir la fuerza sanadora y liberadora del sacramento del perdón cuando nuestras almas están enfermas por el pecado.

Bendiciones.

lunes, 20 de mayo de 2013

¿Derrota a la Iglesia Catolica?


“Jesús se volvió a ellas y les dijo: hijas de Jerusalén, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos” (Lc 23,28).

Ya el tribunal de lo civil y comercial dio su sentencia en contra del recurso de amparo que interpuso la pastoral familiar y pastoral de la salud, de la Arquidiócesis de Santo Domingo, y favoreciendo a la institución de la sociedad civil, la Ong PROFAMILIA. Como era de esperarse, se escuchan los tambores del triunfo departe de ésta y de aquellos que la apoyan en su cruzada de la promoción a través de la publicidad comercial en los medios de comunicación sobre los anticonceptivos, las relaciones sexuales independientemente de la edad y del estado civil de la persona, y la promoción del aborto. Ya lo dice el dicho “no hay peor ciego que aquel que no quiere ver”. Eso es lo que ha pasado en este caso, sobre todo con todos aquellos que se sumaron a favor de esta publicidad dañina.

Esta no ha sido una derrota ni de la Iglesia Católica ni de los “curitas”, como lo dijo un comunicador conocido. Esta es una derrota de la justicia dominicana y una afrenta a la familia dominicana, de todos aquellos padres y madres, comunicadores, periodistas, empresarios, profesionales de la conducta, etc.; que mostrando una mentalidad abierta, o como dicen en ingles, “open main”, y también de una mal llamada libertad que más bien es libertinaje, se han dejado confundir. San Agustín dijo: “Sostienen su opinión porque es la propia, no porque sea la verdadera; no buscan la verdad, sino el triunfo”. Eso es lo que ha sucedido con esta sentencia: han triunfado pero no han buscado la verdad. En el diálogo de Jesús con Pilatos, éste no quiso reconocer ni aceptar la verdad que estaba en frente de él en ese momento. Se cerró a ella. Prefirió mejor seguir esclavizado a los criterios de este mundo y sus pompas, que aceptar la libertad y felicidad que Cristo ofrece. Así mismo ha sucedido con estos grupos que han rechazado la verdad y se han confabulado con los criterios de esta institución que, aunque lleva el nombre de PROFAMILIA, es lo primero que no hace. Esta institución que disfraza la mentira de verdad.

Nosotros debemos anhelar siempre  no solo ver lo superficial, sino sobre todo lo verdadero y el motivo original de todo y en todo, y más cuando se trata de la persona. En este anhelo de luz e iluminación Jesús dice: “yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Se ha preferido una vez más las tinieblas a la luz; se ha preferido la mentira y no la verdad. Recordemos que las leyes deben hacer el bien a las personas. Esta fue una causa más donde los enemigos de la Iglesia salieron a la calle y a los medios; pero no solo es que son enemigos de la Iglesia, es que son enemigos de las familias, de sus valores y principios.

Queridos padres y madres, son ustedes los que se tienen que preparar para cuando lleguen esas lágrimas por causa de sus hijos. Son ustedes los que van a llorar cuando su hijo o hija le diga en su propia cara que usted no tiene derecho a marcarle a él ninguna pauta de comportamiento; serán ustedes los que llorarán cuando sus hijos les digan que usted les está violando sus derechos cuando los corrijan de su mal comportamiento; son ustedes los que llorarán cuando sus hijos se aparezcan a sus casas embarazados antes de tiempo, porque de seguro que PROFAMILIA no les brindará ningún apoyo para ello, más que el aborto, porque a ellos lo único que les interesa es el negocio que está detrás de todo esto.

Nos animan las palabras de Jesús en el evangelio de san Juan: “Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo… Santifícalos en la verdad: Tu palabra es verdad. Por ellos me santifico a mí mismo para que ellos también sean santificados en la verdad” (17, 14.17.19).

 

Bendiciones.

viernes, 10 de mayo de 2013

¿Por qué me persigues?


“sucedió que, yendo de camino , cuando estaba cerca de Damasco, de repente le envolvió una luz venida desde el cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues? El preguntó: ¿Quién eres Señor? El respondió: yo soy Jesús, a quien tu persigues” (Hc 9,3-5).

La Iglesia ha hecho oír su voz en nuestra sociedad dominicana poniendo una demanda de inconstitucionalidad contra la campaña que está encabezando PROFAMILIA y ésta no ha tardado en reaccionar. Sabemos de esta campaña que hace ya unas semanas atrás está llevando a cabo esta institución de la sociedad civil en los medios de comunicación que, disfrazándola disque de “derechos sexuales”, lo que incita más bien es al inicio temprano en la vida sexual de nuestros adolescentes y jóvenes. Basta nada mas con observar detenidamente los anuncios para darse cuenta de cuál es el mensaje que transmiten. Sería buen ejercicio que los padres y madres le preguntaran a sus hijos cuando vean esa publicidad qué entienden ellos de los mismos, y se sorprenderán de la respuesta. Con esta campaña son muchas las cosas que se pueden desencadenar y que serían dañinas para nuestros jóvenes y adolescentes y, por ende, para las familias. Imagínense ustedes que si se le incita a los jóvenes y adolescentes a la tener relaciones sexuales a temprana edad, no nos sorprenda después cuando un adulto tenga relaciones sexuales con menores, por ejemplo.

A esta “defensa”, no se ha hecho esperar el que salgan las voces que defiendan esta campaña que denigra a estos grupos de personas de nuestra sociedad que se erigen como fieles defensores de estos derechos. Hace tiempo que los primeros que tenían que estar encabezando esta protesta debían de ser los mismos padres y madres, pero como no lo han hecho, ha sido la Iglesia, -la pastoral familiar arquidiocesana-, la que ha salido al frente. Una vez más la Iglesia católica se ha convertido en “la voz de los que no tienen voz”.

Los que tenemos un poco más de conocimiento de esta situación, sabemos muy bien cuáles son los intereses que se mueven detrás de esta campaña; sabemos cuáles son las ONGs  y otros organismos internacionales que están financiando dicha campaña. Porque nadie vaya a creer que esto es gratis. Se escuchan en los medios de comunicación, -radio, televisión, prensa escrita-, a muchos comunicadores y comunicadoras, defendiendo la publicidad y atacando a la Iglesia. Unos comunicadores que se dicen ellos mismos que son disque “independientes”, pero eso ni ellos mismos se lo creen. Son más bien comerciantes de la verdad. Venden la verdad al mejor postor. Y qué decir de los abogados que han contratado para enfrentar la demanda. Ellos saben muy bien lo que se está moviendo por debajo de todo eso y de los intereses económicos que están en juego.

Los ataques a la Iglesia no se han hecho esperar. La sociedad dominicana está viviendo unos días de “relativa calma” lograda por las autoridades con el acuerdo con la Barrick Gold. Ya ese tema está superado. Ya no se habla ni siquiera de la Loma de Miranda ni Bahía de las Águilas. Se necesitaba un tema para entretener a la sociedad, el circo no podía quedar sin funciones; y ese tema ahora lo está protagonizando la Iglesia Católica y Profamilia. Lo triste de esto es que muchos que se dicen católicos son los primeros que están atacando a la Iglesia. Se están escuchando los argumentos hasta más estúpidos para querer acallar a la Iglesia. Se le quiere hasta descalificar utilizando argumentos de todo tipo no importando que falten a la verdad. Pues si esos son los católicos, para qué querer enfrentar a los que no lo son. Ya lo dijo el mismo Señor Jesucristo: “en el rebaño hay lobos disfrazados de ovejas que no son míos porque no escuchan mi voz”. Estos son los lobos que habitan en nuestra sociedad y quieren imponernos sus criterios. Esta no es simplemente una lucha religiosa. Es más bien una lucha por mantener y defender nuestros valores humanos y también de asumir con conciencia nuestro compromiso por forjar una sociedad más humana y más justa.

¿Dónde están los hombres y mujeres de convicciones fuertes y profundas de nuestra sociedad? ¿No se dan cuenta de la manipulación a la que nos quieren someter? ¿Por qué callan? ¿Dónde están los hombres y mujeres que creemos en el evangelio y la verdad que nos ha sido revelada en el mismo y que nos conduce a la libertad de los hijos e hijas de Dios? No seamos cobardes. La fortaleza de Cristo esta de nuestra parte. Esta lucha no es contra nosotros, es contra Dios y su evangelio. No abandonemos a nuestros sacerdotes y abogados en esta lucha; se está enfrentando a un monstruo grande, que su poder es el dinero con el cual ya ha doblado muchas voluntades. Recordemos las palabras de Cristo: “a ustedes los van a perseguir, a injuriar, maltratar y condenar por mi causa; pero el que se mantenga firma hasta el final, ese se salvara”.

Salvemos nuestra sociedad de estos comerciantes de seres humanos. Defendamos nuestros valores humanos y cristianos de tantos farsantes que dicen que son cristianos y en realidad no lo son. Más bien son hombres y mujeres de mente y voluntad débil a quien el enemigo siempre esta acechando. A esto nos advierte el apóstol Pedro: “sed sobrios, estén despiertos, porque su enemigo, el Diablo, como león rugiente ronda buscando a quien devorar: resístanles firmes en la Fe” (1Pe 5,8-9). Esta es una prueba más para saber cómo está la unidad de la familia de Cristo, su Iglesia.  Católicos, no nos durmamos en nuestros laureles; estemos más bien despiertos, porque “si nosotros callamos, entonces hablarán las piedras”; “los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz”.

Si ellos son astutos, nosotros tenemos el poder de Dios.

Bendiciones.

martes, 30 de abril de 2013

¿Un nuevo estadio de beisbol?


La semana pasada salió publicada la noticia en uno de los periódicos de circulación nacional,  que ofreció uno de los ejecutivos de las grandes ligas de Estados Unidos, de que la asociación profesional del beisbol de las grandes ligas tiene la intención de construir un estadio de beisbol en La Romana para así poder darle al país la posibilidad de ser sede de juegos del próximo clásico mundial y otros eventos de ligas menores. Se ha dicho que ninguno de los estadios del país, principalmente el quisqueya, cumplen con los requisitos o exigencias de las grandes ligas para que se puedan realizar juegos de esa organización en alguno de ellos. Del quisqueya se dice que no cuenta con los camerinos adecuados para los jugadores, la iluminación del estadio no es suficientemente buena, también se señala los asientos, principalmente los de detrás del home plate que están mal ubicados en relación al terreno, etc.

Hago la aclaración de que yo no soy un cronista deportivo ni nada que se le parezca. Solo soy un simple ciudadano y además un seguidor del deporte rey de nuestro país. Pero me creo en la suficiente capacidad para opinar en este tema desde mi situación de “seguidor” porque la verdad es que a mí me gustaría, y de hecho estaría fascinado de que así sucediera, que en nuestro país tuviéramos el privilegio de participar de juegos de beisbol a ese nivel de grandes ligas.

Las razones que se han presentado para el anuncio de este proyecto son varias. Entre ellas, -aparte de las que ya dijimos más arriba-, se argumenta la zona elegida por su fuerza o potencial turístico; otra es la distancia que hay con relación a otros países del área como Puerto Rico, Miami y Venezuela, es decir, el estadio seria un punto céntrico entre estos países beisboleros. Otro argumento es el flujo de turistas para participar en los eventos deportivos que en el estadio se realicen. Pero seamos honestos y realistas, el turista no viene de su país a ver un juego de beisbol; el turista viene a disfrutar de las playas, monumentos, montañas, parques, etc. Estas razones y otras más tendrán su validez. Pero, me pregunto: ¿no sería mejor que se pensara en someter a una remodelación profunda el estadio quisqueya para llevarlo a ese nivel de las mayores? ¿No sería mejor que, en vez de invertir 40 millones de dólares en el nuevo estadio, se invirtiera en el quisqueya en su remodelación y saldría menos costoso? ¿Qué significaría un estadio de grandes ligas en La Romana o cualquier otra provincia en relación a la capital? Yo lo pensaría dos veces para moverme de la capital a la provincia a ver un partido de beisbol. Se me podrá objetar que con las nuevas construcciones de carreteras que se están llevando a cabo la distancia se acorta y es más rápido llegar; sí, es cierto; pero, esa movilidad no sería gratis. Esta el consumo de combustibles y el costo del peaje; más la entrada al parqueo del estadio y el costo de la boleta de entrada para ver el partido. O sea, se gastaría un dinerito para ver un juego allá; agréguele a esto el que usted lo más seguro es que no vaya solo a La Romana a ver el juego; y también pensemos en los fanáticos de las demás provincias, como por ejemplo Santiago, San Francisco, La vega, etc…; el costo que le sería a estos fanáticos el trasladarse de sus provincias a La Romana. Pero creo que el argumento más fuerte en este punto es que aquí en la capital se encuentra el grueso de la fanaticada del beisbol. Aquí en la capital habemos fanáticos de todas las provincias y de todos los equipos. Cualquier juego que se celebrara en un nuevo estadio aquí en la capital tendría siempre el respaldo de los seguidores del beisbol porque somos apasionados con nuestro pasatiempo favorito. Además, si se eligiera el estadio quisqueya para su remodelación para estos eventos, sería un punto céntrico y serían mayores los beneficios para todos.

Otro punto a tomar en cuenta es el de la inversión. Se ha anunciado que sería con capital netamente privado. Pienso que con el estadio quisqueya se podría hacer lo mismo que con los aeropuertos, que se concesione al sector privado por un período de 25 años y renovable, para que pueda funcionar porque el estado dominicano no tiene la capacidad ni el interés de llevar a cabo un proyecto como este ni mucho menos velar por su mantenimiento. Claro que el estado sería garante de que el sector privado haga las inversiones requeridas en el mismo para que funcione y también el mismo estado recibiría los impuestos requeridos a todo el proyecto. Pero eso sería cuestión de que los interesados se sienten a negociar para acordar estos puntos.

En definitiva, sin querer insinuar que mis palabras tengan que ser escuchadas porque, como dije antes,- no soy un experto en la materia sino más bien un simple fanático-, en hora buena esta noticia; pues hay que echarle manos a la obra. Que arranque este proyecto y que no nos vengan nada más a entusiasmar a los dominicanos para después dejarnos con el moño hecho y todos alborotados. Nosotros hace años que nos merecemos tener un estadio de grandes ligas en nuestro patio, porque somos un país productor de grandes jugadores y lo mejor que nos pueden regalar es precisamente un lugar, un estadio donde nos podamos dar el gusto de ver a nuestras estrellas nacionales y extranjeras cerca de sus seguidores.

Bendiciones.

martes, 23 de abril de 2013

¡¡¡...Ay el tránsito vehicular...!!!


Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De que, quien se opone a la autoridad, se resiste al orden divino, y los que resisten se atraerán sobre sí mismos la condenación. En efecto, los magistrados no son de temer cuando se obra el bien, sino cuando se obra el mal. ¿Quieres no temer a la autoridad? Obra el bien, y obtendrás de ellos elogios, pues es un servidor de Dios para tu bien…” (Rm 13,1-4).

En estos días se ha anunciado que nuestros legisladores y legisladoras someterán un proyecto de ley para la regulación del tránsito en el país, principalmente en lo que se denomina como el “gran Santo Domingo”. También se ha informado que lo que se pretende con esta nueva reforma a la ley de tránsito es de agrupar todas las instituciones que tienen que ver con el tránsito vehicular  -aproximadamente unas catorce instituciones-, en lo que se llamaría “ministerio del transporte”.

Esta noticia pone de nuevo en la palestra pública lo que muchos han llamado “uno de los tremendos dolores de cabeza” de nuestra sociedad. Y con razón. Desde hace mucho tiempo atrás la sociedad dominicana vive caminando en un completo y profundo desorden en lo que a materia de transporte se refiere.

Pero este desorden no surgió de la noche a la mañana. Este es un desorden que tiene sus raíces principalmente en el desinterés que han mostrado las autoridades para tomar, como dice el dicho popular,” el toro por los cuernos”. Todos los gobiernos han tenido su cuota, -unos más que otros-, en el aumento de este desorden vehicular en el que vivimos. Todos los gobiernos se han encargado de alimentar a ese “monstruo” sin fondo que son los “sindicatos choferiles” con prebendas de todo tipo y beneficios y concesiones para un grupo de sindicalistas, que no son más que empresarios del transporte; que con la bandera del sindicalismo se han hecho ricos a expensas de poner al pueblo a sus pies. Todo esto porque los gobiernos se han metido en miedo porque no quieren que les hagan huelgas ni cosas parecidas cuando a estos empresarios se les ocurre.

Pero también parte de este caos en el tránsito vehicular tiene que ver con la falta de educación de la población. Son pocas las personas que circulan en las calles con un mínimo de conciencia, de prudencia, de amabilidad y de cortesía. Si nosotros, los ciudadanos comunes, fuéramos más conscientes de estas cualidades, claro que nuestras calles serían otra cosa. Me viene a la mente cuando en un semáforo en rojo se van algunos conductores sin esperar la luz verde y mirando la parte trasera del vehículo se lee la calcomanía que dice “yo exijo el 4%”. Y sí; es verdad que debemos exigir no el 4% sino mínimo el 100% para tener una sociedad bien educada. Lo cierto es que nuestro problema no es solo de dinero, sino también de conciencia ciudadana. Nosotros nos quejamos del desorden de nuestras calles en materia vehicular, pero cuando vamos a un país desarrollado, como Estados Unidos por ejemplo, nos sometemos inmediatamente a las leyes de allá como si nada. Con razón hay un dicho que reza así “el dominicano, desde que pisa el aeropuerto del país, se transforma”.

No podemos dejar pasar otro problema que complica más el desorden vehicular de nuestra sociedad. Y es el que se refiere al papel de la autoridad. ¿Qué le queda hacer al simple ciudadano cuando ve que la autoridad que está encargada de regular el tránsito vehicular es la primera que viola las leyes? La autoridad que hace esto queda en entre dicho al frente del ciudadano. Una autoridad que está más pendiente en acechar quien no lleva puesto el cinturón de seguridad o quien está hablando por el celular al manejar, etc.; tenemos una institución que es más “recaudadora” que garante de la observancia y cumplimiento de las leyes; y que aplica la ley con distinción. Una autoridad que se hace la desentendida ante las constantes violaciones a las leyes del tránsito por los choferes de las ya conocidas “voladoras” que circulan como los reyes de las calles, o como les califico un reputado periodista “los dueños del país”; motoristas que circulan sin casco protector, sin placas, sin luces y, vaya usted a ver que muchos hasta sin la documentación personal ni del motor la llevan encima. Una autoridad así nadie la va a respetar, porque ni ella misma se respeta. Nuestra sociedad no necesita de crear más leyes, sino más bien de poner en práctica las que ya tenemos. Pero esto hay que hacerlo todos, sin excepción. Hay que exigirles a nuestras autoridades la justa aplicación de las leyes y nosotros, -los ciudadanos comunes-, el fiel cumplimiento de las mismas. En materia de tránsito vehicular, las leyes que nosotros exigimos que se les apliquen a los demás, no queremos que nos las apliquen a nosotros. Así no se vale.

Quise iniciar este artículo mencionando un pasaje bíblico del apóstol san Pablo a los Romanos que nos habla de la necesidad e importancia de que nosotros nos sometamos a la autoridad. Pero lo cierto es que con este panorama que nos muestra ella misma, ¿que nos queda? Los cristianos auténticos debemos de dar testimonio de esto que nos pide el apóstol de los gentiles, aunque no nos guste. Debemos de dar el ejemplo y así ser “luz” para una sociedad que vive en un desorden y caos producto de su falta de educación y de conciencia ante los problemas que nos aquejan. Tenemos que aprender a aplicarnos en la actitud de que, aunque los demás no cumplan con sus obligaciones y responsabilidades, nosotros si debemos hacerlo. Los cristianos no podemos darnos el lujo de caer en el juego del desorden. No podemos estar esperando a que sean los otros los que den el primer paso siempre; démoslo nosotros. Hagamos las cosas ordinarias de manera extraordinarias, según la voluntad de nuestro Dios y Señor.

Bendiciones.