jueves, 9 de agosto de 2018

La causa del Reino


En el evangelio leemos que Jesús les dijo a sus apóstoles que a ellos los perseguirían, los maltratarían, los injuriarían, los condenarían y hasta los matarían… todo por MI CAUSA. Pero, ¿cuál es la causa de Jesús? Pues el Reino de Dios. De muchas y diferentes maneras Jesús dejó bien claro que a esto fue  Él  enviado a nosotros por su Padre del cielo. Él dijo que el Reino de Dios ya está entre nosotros, y en otra ocasión dijo que el Reino de Dios está dentro de nosotros.

  Este Reino de Dios no es como los reinos humanos o mundanos. Es verdad que nosotros pensamos este Reino de Dios en categorías humanas; y esto es así porque ciertamente nosotros somos seres humanos, no somos otra cosa, no somos extraterrestres. Pero, aunque esto sea cierto, por el otro lado no es correcto quedarnos en estas categorías humanas para tratar de entender una realidad que, como es el Reino de Dios, nos trasciende, está muy por encima de nuestro entendimiento. Más bien lo que hacemos es tratar de acercarnos, aproximarnos en nuestro lenguaje humano a una realidad trascendental. Siempre nuestro lenguaje se quedará corto ya que jamás podremos abarcar con nuestras categorías la divinidad de Cristo.

  El pensar de esta manera fue lo que hicieron los apóstoles y lo que los llevó a que en muchas ocasiones asumieran actitudes contrarias a lo que su Maestro les enseñaba y quería transmitir. Ellos veían todo esto desde la perspectiva meramente humana y no eran capaces de dar el paso de trascendencia. Esto también es lo que le sucedió a la samaritana cuando al hablar con Jesús no entendía de qué le estaba hablando, y el Maestro tuvo que irla llevando a ese plano trascendental del mensaje que traía. Ese fue un diálogo en dos dimensiones diferentes: Jesús hablando en un plano espiritual-trascendental, y la samaritana hablando en un plano humano-terrenal. Tenemos el ejemplo en el evangelio de la madre de los dos discípulos que se le acercó a Jesús para pedirle que le concediera el favor de que, en su Reino , ellos se sentaran uno a su derecha y el oro a su izquierda, a lo que el Señor les dijo que no sabían lo que pedían. Pero también está la actitud de enojo de los otros discípulos al ver esta acción de la madre y sus dos hijos; y es que ellos también tenían sus planes, su s deseos de ocupar esos puestos de importancia en el Reino de Dios. Pero Jesús los conminó a que el que quiera ser el primero que se haga el servidor de todos, a ejemplo suyo, que no vino a ser servido sino a servir.

  Entonces, si hay un Reino de Dios es porque también hay otro reino que no es de Dios. Todo reino tiene su rey: el del cielo es Dios y el del mundo es el diablo o príncipe del mal o padre de la mentira. Estos reinos son totalmente antagónicos, no se juntan para nada, son como el agua el aceite. En el diálogo de Jesús con Pilatos, cuando éste le pregunta sobre su reino, Jesús le responde o, más bien le aclara, que su Reino no es de este mundo, porque si así fuera, hace tiempo que su Padre había mandado todo un ejército a defenderlo. Pero su reino no es de este mundo. Y esto se entiende porque, este mundo está enfermo por el pecado, y para poder ser sanado de esa enfermedad, la medicina tiene que venir de otro lugar, y esa medicina es precisamente el Reino de Dios. Pero tampoco hay que entender que este Reino de Dios es un reino tipo extraterrestre o marciano, no. Este Reino de Dios es otra realidad. Y es el Reino que se nos ha dado y revelado a nosotros como “proyecto”, es decir, se nos ha dado como un “don y tarea”. Es regalo de Dios y tarea nuestra que tiene que irse implementando, testimoniando, construyéndose en el día a día de nuestra existencia. Este Reino de Dios se viene construyendo, edificando y esto terminará cuando el Señor vuelva con toda su gloria y majestad.

  Este Reino de Dios no es el del rey que tiene su ejército, su gabinete, sus esplendores mundanos, sus influencias en otros reinos o pueblos, y que le dicta normas políticas y económicas a los demás, etc. Este Reino de Dios es, como lo dijo san Pablo: “El Reino de Dios no es comida ni bebida. El Reino de Dios es paz, justicia y gozo en el Espíritu Santo. Y quien en esto sirve a Cristo agrada a Dios, y tiene la aprobación de los hombres”. En el Reino de Dios no hay puestos de mando, no hay gabinete, no hay implemento de estrategias políticas ni económicas ni sociales, ni educativas, ni de salud, ni de seguridad ciudadana, etc.

  Pues, esta es la causa nuestra. No es otra causa diferente a la de Jesús. Esta es la causa que tenemos que seguir proclamando, anunciando, como nos lo mandó el mismo Señor: “Díganles a las gentes que el Reino de Dios está cerca”. Pero hay que asumir esta causa en nuestras vidas, desde nuestra fe. Testimoniarla desde lo más profundo de nuestro corazón, porque por eso es que está dentro de nosotros; no es para que la guardemos, es para que hagamos creíble el mensaje del evangelio, de la buena noticia de salvación.

 

La Dirección Espiritual exige la sencillez y confianza.


“La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo gozará de luz” (Mt 6,22).



  Con estas palabras, el señor Jesús nos quiere hacer entender que esa sanidad de la que nos habla la podemos entender también como sencillez. Ya sabemos que nuestro Dios y Padre, es el Dios Todopoderoso pero también es el Dios sencillo; el Dios que no se complica y no es complicado. Por eso es que ama a los sencillos y humildes; y rechaza al soberbio y orgulloso. Para la dirección espiritual esta es una de las virtudes también muy importantes. De hecho, hay una relación muy estrecha entre la sinceridad y la sencillez. De la primera ya hemos hablado. Diremos algo de la segunda.

  La sencillez es consecuencia necesaria de un corazón que busca a Dios. Ya el mismo san Agustín llegó a decir que nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Dios. Esta virtud es lo opuesto al deseo de llamar la atención, la pedantería, el aire de suficiencia, la jactancia… (Fernández-Carvajal). Todas estas actitudes son obstáculos para un verdadero acercamiento y unión con Cristo, que nos impide por demás el seguirle de cerca; más bien crea barreras que nos impiden ayudar a los demás. El señor Jesús dijo que teníamos que aprender a ser sencillos como la paloma, es decir, a no ser complicados interiormente ni enredados.

  La sencillez nos conduce a ser hombres y mujeres auténticos: nuestra palabra y nuestra actuación de cristianos y de hombres y mujeres honrados debe tener un gran valor delante de los demás, porque hemos de buscar siempre y en todo la autenticidad, huyendo de la hipocresía y de la doblez. Cuando nosotros nos dejamos guiar por la verdad, seremos siempre un reflejo de Dios por esa verdad que guía nuestra vida y aprenderemos a tratarla con respecto: “busquen la verdad y serán hombres realmente libres”, nos dijo el Señor Jesús. Esa verdad tiene su nombre y su apellido: Jesús, el Hijo de Dios. Él se dijo de sí mismo que es el camino, y la verdad y la vida. No somos actores de la vida. No representamos un papel en el teatro de la vida. Por eso debemos de ser auténticos si queremos ser verdaderos; y ser auténticos según la voluntad de Dios. Y es que la dirección espiritual nos conduce a la vivencia de estas virtudes cuando la sabemos ejercer de acuerdo a la voluntad divina. Hoy se hace urgente que el cristiano sea un hombre, una mujer de una sola palabra, de una sola vida, sin utilizar máscaras o disfraces ante situaciones en las que puede ser costoso mantener la verdad, sin preocuparse del qué dirán y alejando los respetos humanos, rechazando toda hipocresía.

  ¿Y qué decir con respecto a la virtud de la confianza? Ciertamente es mucho lo que se puede decir. En las misma Sagradas Escrituras son muchos los pasajes bíblicos que nos hacen referencia a esta virtud. En el libro de los Proverbios leemos “porque el Señor te infundirá confianza y evita que caigas en alguna trampa” (3,26). La confianza, al igual que la sencillez y la humildad, también son parte de la verdadera oración. La virtud de la confianza es la firme seguridad, apoyada en la esperanza, que se tiene en uno mismo, en alguien o en algo. Confiar en todos y en todo es insensato, pero no confiar en nadie ni en nada, es un error. Es verdad que el Señor nos dice que el hombre que confía en otro hombre es maldito. Pero debemos de tener cuidado en cómo interpretamos esta afirmación. Si el hombre no pudiera confiar en los demás pues no tendría ningún sentido el que se lancen a un proyecto común como es el matrimonio; qué fuera de los hijos si los padres no confiaran en ellos y viceversa; tampoco tendría sentido el establecer una amistad con otra persona si no se le tiene confianza, porque también nos dice las Sagradas Escrituras que la persona digna de confianza sabe guardar el secreto (Prov 11,13).

  La confianza espiritual, como valor religioso y humano, tenemos que aprender a confiar en Dios, porque es nuestra fortaleza, sustento de nuestros ideales, solución a nuestras inquietudes y antídoto contra nuestros males, miedos y dudas. Si depositamos toda nuestra confianza en Dios, nos sentiremos mucho mejor, sin olvidar que debemos obrar responsablemente, por amor al prójimo y por civismo. Pero es muy importante aprender y practicar la confianza en Él. La dirección espiritual nos conduce a fortalecer y profundizar esta virtud de la confianza. El director espiritual tiene que ser digno de nuestra confianza, porque, se gana la confianza de aquellos en quienes ponemos la nuestra.