jueves, 9 de junio de 2022

Ofrece el Perdón. Recibe la Paz.

 

Con estas palabras, el papa san Juan Pablo II títuló su Mensaje para XXX Jornada Mundial de la Paz en enero de 1997. El santo padre, en su mensaje nos exhortaba al perdón con estas palabras: “Es hora de decidirse a emprender juntos y con ánimo resuelto una verdadera peregrinación de paz, cada uno desde su propia situación” (1). Ya el mismo cristo nos había enseñado lo esencial y fundamental que es para nosotros vivir la paz que él nos vino a traer: “La paz les dejo, mi paz les doy; no se las doy como la da el mundo. No se turbe su corazón ni se acobarde” (Jn 14,27). Nosotros, sus discípulos, somos portadores, predicadores y anunciadores de la paz del Maestro de Nazaret: “Cuando entren en una casa digan primero, la paz a esta casa, y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos su paz; si no, volverá a ustedes”. Y lo somos porque la vivimos y la testimoniamos.

  El santo padre sigue exhortándonos en su mensaje: “El perdón, en su forma más alta y verdadera, es un acto de amor gratuito. Pero, precisamente como acto de amor, tiene también sus propias exigencias: la primera es el respeto a la Verdad. Sólo Dios es la verdad absoluta… El perdón, lejos de excluir la búsqueda de la verdad, la exige. El mal hecho debe ser reconocido y, en lo posible, reparado” (no. 5). Es decir que, según lo que nos enseña el santo padre, el perdón no quiere decir “borrón y cuenta nueva”, o, “aquí no ha pasado nada, sigamos caminando”.

Sigamos citando las palabras del santo padre en su mensaje: “Otro presupuesto esencial del perdón y la reconciliación, es la justicia, que tiene su fundamento último en la ley de Dios y en su designio de amor y de misericordia sobre la humanidad. Entendida así, la justicia no se limita a establecer lo que es recto entre las partes en conflicto, sino que tiende sobre todo a reestablecer las relaciones auténticas con Dios, consigo mismo y con los demás. Por lo tanto, no hay contradicción alguna entre perdón y justicia” (n 5). De esta manera, el santo padre nos enseña y recuerda que otorgar el perdón no es la justicia, pero sí es un signo de la justicia. El perdón no exime del juicio.

  En el número 6 del mensaje, el santo padre nos dice que: “El creyente sabe que la reconciliación proviene de Dios, el cual está dispuesto siempre a perdonar a cuantos acuden a él, y a cargar sobre las espaldas todos sus pecados… Jesús proclamó durante toda su vida el perdón de Dios, pero, al mismo tiempo, añadió la exigencia del perdón recíproco como condición para obtenerlo”. Recordemos que una de las peticiones de la oración del Padre Nuestro es “perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Tenemos que preguntarnos entonces si estas palabras son una realidad en nuestra vida cristiana, en nuestra vida diaria o si sólo las repetimos mecánicamente.

  Lo anteriormente presentado, es para ayudarnos a reflexionar en cómo debemos actuar los cristianos ante situaciones difíciles o tragedias que se nos presentan en nuestro caminar. Hace unos días, nuestra sociedad dominicana vivió una amarga y dolorosa tragedia en la que una persona le quitó la vida a un ministro del gobierno por un asunto, - según lo manifestado por los medios de comunicación y las hipótesis de la investigación policial y judicial -, personal en el que se señala un interés económico entre el victimario y la víctima.

  No voy a entrar en detalles o análisis de las causas que tuvo esta persona para cometer el hecho, porque no es mi intención ni tampoco soy un investigador ni analista criminal. Pero, como cristiano y sacerdote, sí quiero hacer un comentario desde la parte de la enseñanza evangélica y doctrinal católica con respecto al perdón.

  Sucedido el hecho trágico, la familia de la víctima emitió un comunicado público en la que se resalta claramente que ellos perdonan al agresor. Estas palabras del comunicado han provocado un sin número de comentarios en las redes, unos en apoyo; otros en desacuerdo, otros de indiferencia, etc.; entre esos comentarios nos encontramos con las opiniones de personalidades de cierta influencia en la sociedad y también incluyen las palabras dichas por el presidente de la República. No voy aquí a mencionar todos esos comentarios, porque sería imposible.

  Nosotros hemos escuchado frases como: “Que lo perdone Dios, porque yo no”; o, “yo no soy Dios para perdonar”; o, “perdono cuando lo sienta”, etc. Aquí cabe entonces preguntarnos: ¿Es que acaso nosotros los seres humanos no podemos perdonar o es que no queremos perdonar? ¿Es el perdón algo imposible de aplicarlo u otorgar? ¿No dijo el Señor Jesús que “si nosotros no somos capaces de perdonar de corazón, no seremos perdonados? Entonces, ¿Jesús nos estaba pidiendo algo imposible? Y como éstas, hay más preguntas. Para San Benito, perdonar a otro puede exigir un gran esfuerzo espiritual que desafía a toda persona. Decía: “Perdonar no es nada fácil. No nos resulta particularmente difícil cuando estamos de ánimo indulgente o nos sentimos motivados por los buenos sentimientos. Pero casi nadie escapa a la tentación de retirar pronto sus gestos de reconciliación. Lo que llamamos perdón, a menudo no es otra cosa que otorgar libertad condicional al otro… esperamos impacientes los signos concretos de arrepentimiento… queremos estar seguros de que el arrepentido no reincidirá”. Es decir, según estas palabras del santo, nos hace entender que con frecuencia hacemos depender nuestro perdón del arrepentimiento del culpable.

  Pero lo cierto es, y al mismo tiempo es lamentable, que muchos cristianos y no cristianos; creyentes y no creyentes; no han entendido la dinámica del perdón. Y es que el perdón, más que un sentimiento es, sobre todo, una decisión. Y esta decisión es la que la gracia de Dios nos fortalece para poder realizarla. Porque tampoco se trata de pensar o decir “yo perdono porque puedo, porque me da la gana o, porque me levanté con el pie derecho y quiero perdonar, etc.”. NO ES ASÍ. NO FUNCIONA ASÍ. Una persona, - cristiana o creyente -, perdona porque Dios le da la gracia para dar el paso: “Sin mi nada podrán hacer”, nos dijo el Señor; y a san Pablo le dijo: “Solamente mi gracia te basta”. El perdón es la medicina o ungüento que sana nuestras heridas interiores. Cuando se perdona, no se hace para que el otro se sienta bien, sino para que la persona que lo otorga empiece a sanar interiormente. Y esto es lo que ha hecho la familia de la víctima al otorgar el perdón a su victimario. Esta familia nos ha dado un claro y verdadero testimonio de fe; testimonio que muchos no han entendido ni entenderán ya que sólo quien ha experimentado el perdón y ha sido sanado de sus heridas interiores por la gracia de la misericordia divina, lo hace: “Traten a los demás como quieren que ellos los traten”; y también “Tenemos que perdonar setenta veces siete”.  Esta familia ha actuado como una familia cimentada en la roca firme que es Cristo y su evangelio. Los que conocemos, poco o mucho a esta familia, sabemos que es una familia de una profunda vivencia de fe y por eso han dado este testimonio. Esta familia, con este testimonio cristiano, se convierten en luz en medio de las tinieblas del odio, la ira, el rencor y la venganza que en estos momentos arropan nuestra sociedad. Y es que en estos momentos nuestra sociedad está viviendo una paradoja: la gente que está quejándose del nivel al que ha llegado la violencia, el odio, el irrespeto por la vida humana, la pérdida de los valores, principios y decadencia moral, etc., es la misma que está pidiendo la cabeza, la sangre del victimario, que no quiere perdonar, que afirma que debió suicidarse, que pide que se lo entreguen en sus manos para disponer al antojo de él, que desea y quiere que a éste los demás internos le cobren caro en la cárcel, se burlan de las acciones de fe de los demás, etc. En definitiva, seguimos aplicando la ley del talión del ojo por ojo, diente por diente.

  Hay un elemento que sucedió unos minutos o segundos antes de que el victimario cometiera el hecho, y que todos han pasado por alto. Y es que, según la asistente del ministro, cuando escuchó la fuerte discusión entre ambos en el despacho, le preguntó al ministro si quería que llamara a la seguridad, a lo que el ministro respondió: “no, es mi amigo”. Pues estas palabras me hacen recordar las palabras que le dirigió Jesús al apóstol Judas Iscariote cuando lo entregó dándole un beso, y el Maestro le dijo a manera de pregunta: “Amigo, con un beso entregas al Hijo del Hombre”.

  Seamos sal y luz para el mundo; seamos sal y luz para nuestra sociedad. Llevemos la luz de Cristo allí donde está presente la oscuridad. No podemos seguir incitando la violencia ni dejarnos dominar por el odio, el rencor y la sed de venganza; y es que la ofensa sólo se puede superar con el perdón, y nunca con la venganza. Mientras la persona más se aleje del amor, se llenará de odio; mientras más se aleje de la vida, se llenará de muerte; mientras más se aleje de la libertad, será más esclavo; mientras más se aleje de la verdad, se hundirá en la mentira. Leemos en el salmo 80: “Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer; por eso los entregué a su corazón obstinado, para que anduviesen según sus antojos”. En definitiva, mientras más se aleje de Dios, será dominado por el demonio. Cristo no lo hizo y así nos lo enseñó a sus seguidores y discípulos. No se nos prohíbe sentir ira, rencor, odio… porque eso es parte de nuestra condición humana. Lo que se nos prohíbe, desde nuestra fe en Cristo y su evangelio, es dejarnos dominar por estos sentimientos negativos para no actuar en consecuencia. Esta familia y la sociedad tenemos que iniciar nuestro camino, nuestro proceso de sanación, de fortaleza y de liberación. Cada uno a su ritmo.

  Lo que es imposible para nosotros, es posible para Dios. Pero tenemos que permitirle a Dios esa posibilidad en nuestra vida. Es fácil decir que se es cristiano; pero no es fácil vivir como cristiano, como hijo de Dios. Y esto es lo que espera y quiere Dios-Padre de nosotros sus hijos.