martes, 3 de marzo de 2015

Espiritualidad para un mundo desespiritualizado: la oracion.


Hemos dicho anteriormente que uno de los caminos para llegar a la fuente de la espiritualidad es el de la oración. Debemos de resaltar que es importante ante todo la oración personal. Los evangelios nos presentan a Jesús dedicando tiempo a la oración personal. Nos narran que se pasaba noches enteras en oración. Claro que no nos dice qué palabras utilizaba en ella, pero eso no interesa, sino mas bien la actitud: “por aquellos días se salió a la montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios” (Lc 6,12). Jesús mismo entonces insistirá a sus discípulos de la conveniencia de orar sin desanimarse.

Pero, ¿Cómo orar sin desanimarnos si no contamos con suficiente tiempo para practicarla? Es una realidad palpable que a muchas personas se les dificulta la oración y por lo regular siempre andan buscando excusas para justificar su poca disposición para hacerlo. Una cosa que debemos de tener muy en cuenta es que ninguno de nosotros, ninguna persona nace siendo un experto en oración; ni los grandes hombres y mujeres de la vida espiritual han nacido así. La oración es algo que cada creyente debe de ir aprendiendo a lo largo de su vida, de su caminar en la fe; y mientras más la practica es cuando más se va perfeccionando en ella. Pensemos por lo pronto en cualquier disciplina deportiva. El deportista, mientras más practica más se va perfeccionando en su disciplina deportiva. Llega un momento en que el deportista llega al tope máximo de su disciplina y ya no tiene nada más que buscar porque ya ha llegado a la cima y por eso se retira del deporte. En la vida espiritual, en la oración, también debemos de practicarla si es que queremos perfeccionarnos en ella, pero siendo conscientes de que por más que la practiquemos nunca llegaremos a la cima porque si así sucediera, pues ya no tendríamos nada que buscar en los caminos de Dios y se pensaría como  si después de Dios hubiera algo más. Es cierto que en la actualidad hay personas que se les dificulta la oración. Pero es más la dificultad de que muchas veces no se sabe qué palabras utilizar para hablar con Dios. La oración que más agrada a Dios es aquella que brota del corazón, ya que es una oración sincera y humilde.

Como sabemos, la oración es sobre todo un diálogo con Dios, diálogo de la criatura con su Creador; diálogo entre Padre con su hijo; diálogo entre dos amigos que se buscan, se conocen, se aman. Es un diálogo basado en la sinceridad y la verdad, en donde le expreso a Dios aquello que me preocupa; en donde descargo en las manos de Dios todos mis afanes, mis dudas, preocupaciones, mi cansancio…para encontrar descanso y alivio en Él: “vengan a mi todos los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré” (Mt 11,28). En la oración, de lo que se trata es de abrir mi corazón a la presencia divina de Dios; esta oración puede ser en silencio o en voz alta. Debe de haber en mí una plena confianza de que Dios me escucha y de que me responderá. Pero debo de estar atento a saber discernir la respuesta de Dios en cualquier acontecimiento en mi interior y mi exterior, ya que Dios se manifiesta en la sutileza de mi existencia; esto fue lo que le sucedió a Elías en el monte Horeb, que descubrió a Dios en el “susurro de una brisa suave”, y no en los huracanes ni fuertes vientos ni terremoto (1Re 19,9-12).

Nos dice Anselm Grün al respecto de la oración: “la oración es una lucha con Dios. Puedo decirle a Dios todos mis deseos y pedirle que los cumpla. Pero al mismo tiempo confío en que Él sabe qué es lo mejor para mí y para los demás”. Una de las cosas que debemos de tener cuidado en no caer cuando oramos es en no crearnos falsas necesidades. Por eso en la misma oración debemos pedir discernimiento para saber presentar a Dios nuestras reales y verdaderas necesidades. San Pablo nos dirá al respecto de esto: “Y de igual manera, también el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8,26). No deja de ser un reto para el creyente entonces cuando tiene que experimentar lo contrario a lo que le ha pedido a Dios.

Para el que se inicia en el camino de la oración, puede encontrar mucha ayuda en todo un conjunto de oraciones preestablecidas que le servirán como guía mientras se va perfeccionando en ella. Se me ocurre pensar en los salmos. En ellos presentamos a Dios nuestra miseria, debilidad, ira, anhelos, etc., pero también las necesidades de todo el mundo. La oración por excelencia, el “Padre Nuestro”, que contiene todas las características de toda verdadera oración: humildad, sencillez, perseverancia, devoción, fe. Esta oración nos dispone al perdón y a la reconciliación con Dios, con nosotros mismos y con los demás. Es una oración que tiene su dimensión también comunitaria, por lo cual me llevará a manifestar mi espiritualidad en una actitud ética.

 

Bendiciones.

¿La busqueda de Dios es una busqueda en vano?


“…Para que busquen a Dios, y quizá, como a tientas, puedan encontrarlo, aunque en verdad Dios no está lejos de cada uno de nosotros” (Hc 17,27).

 

  Son muchas las personas, sobre todo, en el ámbito intelectual en donde destacan algunos grandes filósofos, que han apostado y manifestado siempre que la búsqueda de Dios es una búsqueda vana. Estos se fundamentan en que, según ellos, Dios no existe. Es pura invención del mismo ser humano que necesita crearse la idea de un ser supremo que lo domina y determina todo. Recordemos entre ellos a Frederick Nietzsche que habló de la “muerte de Dios”, que no fue más que un diagnóstico de la situación cultural y una profecía sobre el futuro crecimiento del nihilismo (actitud vital y filosófica que niega todo valor a la existencia, o que hace girar la existencia alrededor de algo inexistente); y la pérdida de sentido del todo en occidente. Dicho en otras palabras: para Nietzsche toda cultura que crea en la existencia de una realidad absoluta, realidad en la que se sitúan los valores objetivos de la verdad y el bien, es una cultura nihilista. Es una cultura de la nada.

  También tenemos que mencionar a Martin Heidegger, que habló de la “falta de Dios” en nuestro tiempo. Para Heidegger, vivimos en el tiempo de la noche del mundo. Martin Buber habló de un “eclipse de Dios”: durante su eclipse, el sol está ahí pero no se puede ver. Así, en nuestro tiempo, Dios está presente, pero no se puede ver. Podemos entonces decir en base a estas premisas, que si Dios está presente, permanece oculto; si Dios ya no es la luz, entonces el mundo está opaco.     Entendemos “algo”, pero  el sentido del todo se ha oscurecido. Las ciencias pueden explicar algo del todo, pero el conjunto se pierde de vista. En la V conferencia del CELAM leemos: “como pastores de la Iglesia, nos interesa cómo este fenómeno (el de los grandes cambios sociales), afecta la vida de nuestros pueblos y el sentido religioso y ético de nuestros hermanos que buscan infatigablemente el rostros de Dios… Sin una percepción clara del misterio de Dios, se vuelve opaco el designio amoroso y paternal de una vida digna para todos los seres humanos” (no.35). Así, la ciencia y la razón que salieron a hacer transparente el mundo, acabaron por opacarlo más, disolviendo su unidad en muchos pedazos; por lo tanto, el todo es cada vez más difícil de percibir.

  El Papa Francisco, en su exhortación apostólica post sinodal Evangelii Gaudium (la alegría del evangelio), dice: “…La Iglesia propone un camino entre un uso responsable de las metodologías propias de las ciencias empíricas y otros saberes como al filosofía, la teología, y la misma fe, que eleva al ser humano hasta el misterio que trasciende la naturaleza y la inteligencia humana (no. 242).  El mundo, y en especial el ser humano, son un complejo e inmenso rompecabezas compuesto por un incontable número de piezas, muchas de ellas complejas de unir y que nos llevan a un profundo estudio con sus detalles para descubrir cómo encajarían en este mundo tan complejo. Pareciera que la imagen que forman esas piezas se nos perdiera de vista.

  Tenemos que desterrar de nosotros todas esas imágenes falsas de Dios que aún nos acompañan en nuestra vida. Tenemos que buscar al Dios único, vivo y verdadero que nos reveló nuestro Señor Jesucristo. Él nos invita a buscarlo ya que se deja encontrar: “…pidan y Dios les dará; busquen y encontrarán…” (Mt 7,7). La búsqueda de Dios nunca es en vano. Dios está con nosotros y camina con nosotros. Dios se hace el encontradizo: “Busquen al Señor todos ustedes, los humildes de este mundo, los que obedecen sus mandatos…” (Sof 2,3). Necesitamos purificar y clarificar nuestra idea de Dios, porque el Dios verdadero siempre es infinitamente más grande que cualquier idea o pensamiento que se pueda construir sobre Él.

 

Bendiciones.