miércoles, 27 de marzo de 2024

Porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni comprenden

 

Por P. Robert A. Brisman P.

  La humanidad hoy estamos viviendo unos tiempos difíciles, que podríamos llamarlos “tiempos proféticos”. Hay una gran crisis universal que nos lleva a vivir nuestro valle de lágrimas. Ya el mismo Señor Jesucristo, camino al calvario lo había dicho: “mujeres de Jerusalén, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos”. Y esto es lo que hoy está sucediendo. Estamos llorando amargamente y estas lágrimas podrían incluso ser lágrimas de sangre. El ser humano sigue sin aprender. Ya se ha dicho que hoy no estamos viviendo un cambio de época, sino una época de cambios. Y estos cambios nos están costando muy caro asimilarlos. El ser humano sigue sin aprender de su pasado. Lo dice la máxima que, quien no conoce su pasado, está condenado a repetirlo.

  Se cierne sobre la humanidad un gran manto de tiniebla. El hombre moderno y progre sigue rechazando a su Creador y su condición de criatura, para erigirse como su propio amo y señor; se ha empecinado en ser su propio artífice de su destino a expensas de un guía y la verdad absoluta, y se ha venido guiando en su propia verdad o propias verdades, dándose sus propias leyes. Para el hombre de hoy, todo es relativo, nada es absoluto. Todo lo ha centrado en sí mismo; se ha erigido en centro de la creación y del universo. Un mundo creado por el hombre es al mismo tiempo un mundo inhumano.

  El hombre de hoy está recorriendo el camino sobre la máxima del “vive como quieras y aprovecha el presente”, porque piensa que todo termina con la muerte a esta vida. Es la máxima de “darle al cuerpo todo lo que pida o darle gusto al cuerpo”, porque eso es lo que te llevas cuando te mueras. Y la pregunta es ¿te llevas para dónde? Si lo que es de este mundo, se queda en este mundo. ¿Qué gustos y placeres nos llevaremos de este mundo para la otra vida? ¿Acaso se nos va a cuestionar acerca de esto? ¿Eso fue lo que nos vino a enseñar el Hijo de Dios?: “Le preguntó un doctor de la ley: Maestro, ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Y Jesús le contestó: ¿Qué está escrito en la Ley? Le dijo: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo. Jesús le dijo: haz esto y vivirás” (Lc 10,25-28).

  Estos acontecimientos que estamos viviendo en la actualidad, se vienen analizando desde la perspectiva de la geopolítica y la economía. Pero, son pocos los que reparan y ni siquiera miran o lo ven, desde la perspectiva religiosa, de la fe; concretamente, desde las profecías del evangelio y las advertencias marianas a la humanidad. De hecho, muchos cristianos ni siquiera están enterados ni le dan crédito a las mismas. Es verdad que estas advertencias marianas no pertenecen al depósito de la fe, nadie está obligado a creer en ellas. Pero, tampoco eso quiere decir que no puedan ser tomadas en cuenta para que nosotros tomemos las previsiones de lugar y evitar, con nuestras oraciones y sacrificios, el que sucedan.

  El deterioro en el que actualmente se encuentra la humanidad es profundo y se puede decir que ya ha llegado a tocar fondo. Cuando se toca fondo, se nos presentan dos opciones: la primera es para que nos impulsemos desde el fondo y podamos salir a la superficie; y la segunda es quedarnos en el fondo y ahogarnos. Y parece ser que gran parte de la humanidad está decidiendo quedarse en el fondo para ahogarse y morir. Y es que la Iglesia hoy, casi no habla del pecado, el infierno, la muerte, el riesgo de condenación y la vida eterna; pero sí mucho sobre pobreza, cambio climático, migración, inclusividad y felicidad terrena, fraternidad universal sin relación a Dios Padre. Si la Iglesia mundaniza su mensaje, pues ella está de más. Vivimos en un mundo apóstata, y la Iglesia parece ser que se ha abrazado con él.

  Pues todo esto y más ya se nos fue advertido que vendría a nosotros al apartarnos de Dios y confraternizar con el mundo y sus pompas, sus criterios, sus ideologías. Por otro lado, la Virgen María también ya nos ha venido advirtiendo en sus diferentes apariciones (Garabandal, Fátima, Akita, etc.), de esta crisis del mundo y, en ella, la crisis interna de la Iglesia de Su Hijo. Esta crisis interna de la Iglesia tiene que ver con el camino de perdición en la que van avanzando muchos cardenales, obispos y sacerdotes y con ellos van arrastrando a muchas almas, es decir, les enseñan una doctrina adulterada; crisis en las vocaciones sacerdotales y religiosas, al grado de que ya muchos seminarios están vacíos y sus edificaciones puestas en venta para convertirlos en bares, cantinas, teatros, parques de diversión, etc. Otras de las advertencias de la Virgen es la llegada de lo que sería la tercera guerra mundial que, por los acontecimientos de estos últimos años, se viene concretando más y más esa posibilidad, con guerras que no resuelven nada, y más bien lo que sí resuelven es hacer más ricos a los países que la generan. Ya estamos al borde de esta guerra, con el agravante de que puede desencadenar en una guerra nuclear.

  Nuestra Madre del cielo nos ha advertido que lo único que podría detener estos acontecimientos catastróficos es la oración, la penitencia, el sacrificio y la frecuencia de los sacramentos de la confesión y la comunión. Pero ya es tarde para evitarlo. Muchos católicos hemos o han fallado, porque parte de esta crisis religiosa es la falta de fe. Ya lo dijo el Señor: “Pero el Hijo del hombre, cuando vuelva, ¿hallará por ventura la fe sobre la tierra?” (Lc 18,8b).

  ¡El mundo necesita a Cristo; necesita volver a Cristo! La Iglesia no puede, ni tiene ni debe asemejarse al mundo, sino en transformarlo de acuerdo con el mensaje del evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Dijo Chesterton: “La Iglesia está para decirle al mundo, no lo que quiere oír, sino lo que necesita escuchar. El hombre no necesita una religión que le diga que él tiene la razón. Lo que necesita es una religión que tenga razón cuando él esté equivocado”. La Iglesia tiene que ser luz en medio de la oscuridad. Pero ella tiene que dejarse iluminar por la luz de su Señor. La Iglesia tiene que ver el mundo desde la perspectiva de Cristo para poder ayudarle a salir de su oscuridad. En la Iglesia cabemos todos, pero no cabe todo. Es decir, no cabe el pecado en ninguna de sus manifestaciones. La Iglesia es la esposa de Cristo; no la concubina de nuestros antojos, deseos y pasiones. Estamos viviendo un proceso profundo de descristianización. Hoy se busca y se quiere un cristianismo sin Dios; una religión sin doctrina; una caridad sin fe.

  La Iglesia necesita que sus pastores orienten a los fieles en la doctrina y en política, así como la explicación de las causas que nos han conducido a la catastrófica situación actual. Necesitamos feligreses católicos valientes que estén bien formados, que no se dejen engañar por eslóganes fantasiosos. La doctrina revelada es palabra divina que debe anunciarse, causa de vida y gracia de salvación. La ausencia de Dios conduce inevitablemente a la omnipotencia del mal.

  No seamos ciegos a lo que estamos viviendo en la actualidad. Dios nos está hablando. Podemos decir que, hasta ahora, Dios nos viene hablando como Padre. Pero ya llega el día, y está encima de nosotros, en que nos hablará como el Dios Único, Vivo, Verdadero y Todopoderoso.

 

jueves, 14 de marzo de 2024

Una humanidad que muere (y 3)

 

Por Pbro. Robert A. Brisman P.

  Con esta afrenta, a esta sociedad moderna se le ha olvidado que el hombre fue creado con el fin de alabar a Dios, honrarlo y servirle según la voluntad divina, y así salvar su alma. El filósofo español Rafael Gambra, escribió: "Una sociedad en que el Dios verdadero no tiene derechos es una sociedad destinada a perecer a manos de sus ídolos". Y esta sociedad moderna y progre, con este afán de legalizar la muerte, ha caído en manos del dios Moloc. Por esto C.S. Lewis dijo: "Quién se rinde sin reservas a las demandas temporales de una nación, de un partido o de una clase está dándole al César aquello que, por encima de cualquier otra cosa, pertenece categóricamente a Dios: uno mismo”. 

  Nos viene bien recordar aquí las palabras del papa Benedicto XVI, con respecto a los principios no negociables: "La protección de la vida en todas sus fases, desde el primer momento de su concepción hasta su muerte natural; reconocimiento y promoción de la estructura natural de la familia, como una unión entre un hombre y una mujer basada en el matrimonio, y su defensa ante los intentos de hacer que sea jurídicamente equivalente a formas radicalmente diferentes de unión que en realidad la dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular y sus papel social insustituible; la protección del derecho de los padres a educar a sus hijos. Estos principios no son verdades de fe, aunque queden iluminados y confirmados por fe; están inscritos en la naturaleza humana, y por lo tanto son comunes a toda la humanidad. La acción de la Iglesia en su promoción no es por lo tanto de carácter confesional, sino que se dirige a todas las personas, independientemente de su afiliación religiosa. Por el contrario, esta acción es aún más necesaria en la medida en que estos principios son negados o malentendidos, pues de este modo se comete una ofensa a la verdad de la persona humana, una grave herida provocada a la justicia misma".

  No hay dudas de que por el camino que va la humanidad, lo que está demostrando es su odio a la vida, y, por lo tanto, es odio al amor; porque el amor genera vida y la vida se fundamenta en la verdad. El papa Pablo VI, en la encíclica Humanae Vitae, señaló a los gobiernos: “Decimos a los gobernantes, que son los primeros responsables del bien común y que tanto pueden hacer para salvaguardar las costumbres morales: no permitan que se degrade la moralidad de sus pueblos; no acepten que se introduzcan legalmente en la célula fundamental, que es la familia, prácticas contrarias a la ley natural y divina. Es otro el camino por el cual los poderes públicos pueden y deben contribuir a la solución del problema demográfico: el de una cuidadosa política familiar y de una sabia educación de los pueblos, que respete la ley moral y la libertad de los ciudadanos”.

    Esta deriva asesina por la cual avanza y se hunde la humanidad, no es más que una señal inequívoca del poder espiritual del mal, es decir, del diablo. Es un combate, una ofensa y una oposición radical al mismo Dios. Y ante esta afrenta, como Iglesia de Cristo, debemos seguir dando la batalla de defender, promover y proteger la vida, sobre todo del más indefenso, el niño por nacer. Como Iglesia, somos el último escudo frente a esta nueva ética mundial de genocidio que está arropando al mundo.

  Termino este artículo, citando nuevamente al cardenal Carlo Caffarra: “La concepción de una persona es un acontecimiento grandioso. Es el resultado de un acto creador de Dios y del acto de la unión conyugal. Dios ha querido al hombre desde el principio. Y lo quiere en cada concepción. Ninguno de nosotros viene al mundo por azar o necesidad. Su ser es debido a un acto creador de Dios. Cada uno de nosotros puede decir: yo estoy porque Dios me ha querido. Ninguna persona puede ser sólo utilizada ni instrumentalizada”.

Una humanidad que muere (2)

 

Por Pbro. Robert A. Brisman P.

  Pero, a estas legislaciones abortistas, también se une otro método de asesinato que es la eutanasia. Pronto veremos, de seguir así, que por un simple dolor de cabeza ya la persona a lo mejor no quiera seguir viviendo y vea que no hay otra salida que provocarse la "muerte digna".

  A esto, ya el mismo presidente Macron ha anunciado que va por su ley de eutanasia. La ley se llama “muerte asistida”. Dijo: “Es una ley de fraternidad, que concilia la autonomía del individuo y la solidaridad de la nación. No crea, propiamente hablando, ni un derecho ni una libertad, sino que traza un camino que no existía hasta entonces y que abre la posibilidad de solicitar asistencia para morir bajo ciertas condiciones estrictas”. ¡Puras mentiras! El asesinato disfrazado de piedad. De aprobarse esta ley de eutanasia, pues ya en Francia será una especie de maldición llegar a la vejez, estar enfermo, tener alguna discapacidad. En fin, habrá gente que serán un estorbo para el estado y la única salida que le ofrecerá el mismo estado es que se suicide para que no sea una carga ni un sujeto de gastos económicos innecesarios, tanto para el estado como para la familia. Ya lo dijo el profesor Jerome Lejeune: “La calidad de una civilización se mide por el respeto que muestra a sus miembros más débiles”.

  Esta triste y nefasta realidad nos lleva a preguntarnos: ¿Ya no vale la pena vivir? ¿Por qué nuestros políticos se han dejado arropar por esta farsa y frenesí asesina? ¿Por qué muchos cristianos, sabiendo los fundamentos de nuestra fe en el Dios de la vida, votan a políticos que apoyan estas ideas genocidas y liberticidas, y permanecen tan campantes, como si nada pasara?

  Estas son señales de que estamos viviendo en un mundo sin Dios. Al apartar a Dios y apartarse de Dios, el hombre se está destruyendo a sí mismo, se ha convertido en lobo del mismo hombre, como diría Hobbes. Y es que un mundo hecho por el hombre corre el riesgo de volverse un mundo inhumano.

  Es bueno aquí recordar las palabras del papa San Pío X, en su encíclica Vehementer Nos (1906): "Ya no hay formas de hacerse ilusiones. Han declarado la guerra a todo lo que es sobrenatural, a Dios, a Cristo. Y lo que quieren borrar de la mente y el corazón del hombre es a Dios. La lucha será feroz e implacable por parte de quienes la capitanean. Mientras combatimos, se esperan pruebas más duras de las que hemos conocido hasta ahora. No importa lo violenta que sea la batalla. Al final, la victoria será nuestra".

  Y es que los países no pueden conservarse establemente por mucho tiempo, ya que, con la ruina de las instituciones y costumbres cristianas, se destruyen los fundamentos que sirven de base natural a la sociedad, como es el caso de la institución familiar y en ella, la protección y defensa de la vida de los más indefensos.

  Es la imposición del nuevo paganismo, laicismo y progresismo de la sociedad occidental que se revuelca en el fango de la perversidad moral que se manifiesta en la pérdida del sentido sobrenatural. De esta manera, la sociedad moderna y progre, ha proclamado el endiosamiento y primacía del cuerpo y sigue a la deriva de su deshumanización.

  En la Francia de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad se ha establecido como derecho constitucional el asesinato del aborto. El cardenal Carlo Caffarra, ex Prefecto del Instituto Pontificio Juan Pablo II de estudio sobre el matrimonio y la familia, comentando la encíclica Evangelium Vitae, como escenario de la lucha entre la Trinidad Divina y la trinidad satánica, que busca imponer la cultura de la muerte, señaló: "Cuando el delito es llamado derecho, ya no nos enfrentamos a un simple colapso moral, sino a un colapso mental”.

  Es una realidad que, en la historia humana ha habido abortos, sin embargo, jamás - ni siquiera en la época pagana precristiana -, se pensaba que el recurso al aborto, pudiese ser un derecho. Es decir, una facultad del sujeto, garantizada por el orden jurídico y, por lo tanto, un principio inviolable.

 

miércoles, 13 de marzo de 2024

Una humanidad que muere (1)

 

Por Pbro. Robert A. Brisman P.

  Decía Dostoievski en su novela Los Hermanos Karamazov que "si Dios no existe, todo está permitido"; y G.K. Chesterton señalaba que "cuando el hombre deja de creer en Dios, empieza a creer en cualquier cosa".

  Estas citas de estos autores vienen a propósito de echar una mirada a la debacle en la que viene caminando y hundiéndose esta sociedad moderna y progre, en esta espiral de muerte. Esto es consecuencia del alejamiento que viene asumiendo la humanidad, de Dios. Se ha apartado del Dios de la vida, para irse a entregar a los ídolos de la muerte.

  El reciente paso de este descalabro que ha dado el hombre en este sentido de camino hacia la muerte, lo tenemos en la aprobación constitucional del aborto por parte del poder legislativo francés a principios del pasado mes de marzo, y con votación mayoritaria abrumadora (780 a 72). Es decir, el aborto ahora es un derecho constitucional en Francia. La Francia que otrora era llamada "la hija predilecta y primogénita del catolicismo". Esto lo han asumido como un triunfo en sus aprestos disque para proteger los derechos de la mujer. Pero ¿en realidad es el aborto, el asesinato del niño por nacer, un verdadero derecho de la mujer? "Francia se ha convertido hoy, - 8 de marzo -, en el único país en el mundo cuya Constitución protege explícitamente el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo en toda circunstancia", dijo el presidente Enmanuel Macron. La Francia que, desde hace años está transitando por una crisis demográfica profunda porque sus mujeres ya no paren, sino que las que están pariendo son las migrantes, sobre todo las musulmanas, con lo que esto ya sabemos significa.

  Y no contento con esto, ya el mismo presidente Macron, - masón -, ha dicho que es tiempo de que el mundo dé este mismo paso. Instando a la Unión Europea a que apruebe, - que más bien es que imponga -, en sus constituciones el derecho al aborto y de ahí se expanda a todo el mundo. Sus palabras exactas han sido: "No hallaremos reposo hasta que esta promesa se cumpla en todo el mundo".

  Da la impresión, con estos aprestos siniestros, que gran parte de la humanidad ya está cansada de vivir, y quiere y busca su muerte. Se ha alejado del Dios de la vida. Esta humanidad ya no se rige por los mandatos ni enseñanzas de Dios, sino por los mandatos de su propia voluntad. El Dios de la vida ha sido sacado de la ecuación, para dar paso al dios Moloc, el dios asesino: “No entregarás ningún hijo tuyo como ofrenda para Moloc; no profanarás el nombre de tu Dios” (Lev 18,21). Es el repudio al Dios único, vivo y verdadero. Y el escritor argentino Lucas Carena, en su libro La Conspiración de Medea, señala: “La venganza de Medea es, estamos ya en condiciones de afirmarlo,  el síndrome de nuestra época:  estamos viviendo momentos donde  se naturaliza el genocidio de niños por nacer, a manos de sus propias madres con el pseudoargumento  (o la excusa) de que, esto es una conquista más dentro de las luchas que la mujeres  vienen llevando adelante contra el machismo y la sociedad patriarcal… Nuestra sociedad sufre el síndrome de Medea, que refiere a un conjunto de síntomas que caracteriza a aquella madre que, como efecto de conflictos y estrés derivados de la relación de pareja, descarga su frustración con agresividad hacia su descendencia, llegando incluso a utilizar a su progenie como un instrumento de poder y venganza”.

  Pero, tengamos en cuenta que este declive de la natalidad no sólo es en Francia. En toda Europa, - a excepción de Hungría y Polonia que han implementado políticas públicas de apoyo, ayuda y promoción para que sus mujeres tengan hijos -; siendo España la nación con la tasa de natalidad más baja de la Unión Europea. Este es un grave problema y se extiende a otros países de América, - sobre todo Estados Unidos de Norteamérica, Canadá, México, Colombia, Argentina, Brasil, etc.; - se vienen imponiendo estas políticas genocidas, y en otros países se viene presionando para que suceda lo mismo, con la amenaza de que, si no legislan en este sentido, pues no recibirán las ayudas económicas para sus proyectos sociales.

martes, 12 de marzo de 2024

Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo

 

  En el evangelio de san Juan, leemos en el capítulo 1,29, las palabras que pone el evangelista en boca de Juan Bautista: “Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. La imagen del cordero no era ajena a los judíos. La conocían muy bien y sabían de qué se trataba. Ya en el Antiguo Testamento, en el libro del Éxodo 12,21-28, se nos narra el episodio donde el Señor instruye a Moisés para que las familias de Israel inmolen un cordero y unten con la sangre los dinteles de sus casas, porque el ángel del Señor pasará en la noche a herir a los primogénitos de Egipto, pero cuando vea la sangre en el dintel, pasará de largo y no hará daño.

  Pues los judíos tenían conocimiento de la imagen del cordero y sabían muy bien lo que significaba. Pero, la novedad que trae el Nuevo Testamento es que, estos no se imaginaban que ahora, con lo señalado por el Bautista, el cordero tomaría forma humana, en la persona de Jesús. Ya el mismo Jesús, en el camino de su predicación, se irá encargando de ir desvelando esta imagen. Pues este es el nuevo y definitivo cordero que quitará, borrará y limpiará a la humanidad de su pecado con su sacrificio en la cruz al derramar su sangre como pago por nuestros pecados: “Nos compró con el precio de su sangre”, nos dirá san Pablo.

  Fijémonos que el Bautista dice que “quita el pecado”; no dice “los pecados”. La palabra pecado es el concepto general. Pero ¿qué es el pecado? Dicho de una manera llana: el pecado es toda aquella acción nuestra que ofende a Dios. Es decir, toda acción que cometamos en contra de los mandamientos de Dios. Y es que la humanidad está herida de pecado o herida por el pecado. Es decir, la humanidad sigue cometiendo pecado. Y Dios Padre, que quiere que nosotros nos salvemos, por eso nos envió al médico con la medicina para sanar esa herida: el médico es Cristo y la medicina es su Gracia. Pero, lamentablemente, muchos se han negado a recibir tanto al médico como la medicina que nos trajo. Han preferido mejor seguir heridos de muerte, cometiendo pecado, y el desenlace de este es la muerte eterna. Ya lo dijo el mismo Señor al advertirnos que “al que debemos tener miedo es a aquel que después de dar muerte, tiene potestad para arrojar al infierno”, es decir, debemos temer al pecado.

  El pecado es muerte. Jesús se nos presentó como el médico que vino a sanarnos de esta enfermedad: “No son los sanos los que necesitan al médico, sino los enfermos” (Mt 9,12). La medicina que nos trajo es su Gracia, que se nos da por medio del don del Espíritu Santo, que recibimos en nuestro bautismo. Por medio de este, somos purificados y santificados. Pero no todos han dejado obrar en su corazón esta acción santificadora y salvadora. Es como ya lo dijo el mismo evangelista san Juan, al principio de su evangelio: “Prefirieron mejor seguir viviendo en las tinieblas y rechazaron la luz”. Es el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, el que nos hará tener una vida nueva más justa y santa. Es el Espíritu el que nos da la vida, la verdadera vida de la gracia.

  El evangelista san Juan continúa diciéndonos que, después de haber señalado a Jesús como el cordero de Dios, dos de sus discípulos lo dejaron para seguirlo. El bautista no los detuvo; más bien los dejó libres para que tomaran su decisión. El Bautista comienza así a disminuir, a salir de la escena, para dar paso al que había de venir, al esperado, al redentor, al Mesías. Estos discípulos del Bautista siguen a Jesús, vieron dónde vivía y les cautivó su persona y su mensaje que decidieron, a partir de ese momento, quedarse con él. Pero no quisieron quedarse con ese descubrimiento para ellos solos, sino que lo comunicaron llenos de gozo a los demás: Andrés va al encuentro de su hermano Simón y le dice lo que han encontrado: al Mesías. Estas palabras no se las inventó Andrés, sino que fueron inspiración del mismo Espíritu Santo que ya empezaba a morar en ellos por comunicación del mismo Jesús. Así, vemos cómo empieza a desarrollarse el proceso de los seguidores de Jesús: pasan de ser discípulos para convertirse en sus apóstoles.

  Ya el mismo san Juan, en su primera carta, nos advertirá que somos hijos de Dios, y no del diablo. El diablo lo que busca es la muerte y sus hijos por igual. Nosotros somos hijos de Dios y debemos actuar como tales, es decir, buscar, promover, defender y proteger la vida.

  Así tiene que suceder en nosotros. Ya hemos sido revestidos por el don de la gracia del Espíritu Santo desde nuestro bautismo. En nosotros se realiza el proceso de purificación y santificación querido por Dios Padre a través de su Hijo Jesucristo. Debemos dejar que este médico nos sane con su gracia santificante de la enfermedad del pecado, para que así podamos seguirlo como discípulos suyos y convertirnos en sus apóstoles: que podamos comunicar con gozo, entusiasmo y fuerza la buena noticia de salvación que es el mismo Jesucristo y su evangelio.