miércoles, 25 de septiembre de 2019

Homilia en la Solemnidad de nuestra Señora de la Merced (24/9/2019)


  El año pasado, -2018-, se cumplieron 800 años de existencia de la Orden de la Bienaventurada Virgen María de la Merced. Esta Orden religiosa nació por inspiración divina manifestada en la persona de la Madre del Hijo de Dios, la Virgen María y se manifestó con el título de la Merced, que quiere decir “misericordia”. María es portadora y comunicadora de las misericordias de Dios; nos ha dado, por medio de su santo seno, al mismo Hijo de Dios que nos vino a traer la misericordia de Dios-Padre.

  Corría el año de 1218 y, un mercader de nombre Pedro Nolasco, nacido en Francia, -hombre de una profunda fe y vida espiritual-, realizaba sus actividades comerciales por toda esa zona de España y Francia, se da cuenta de que no sólo se comerciaba con productos materiales y comestibles, sino que, también una de las mercancías de comercio eran personas vendidas como esclavos por los musulmanes, que los privaban de su libertad por el hecho de que profesaban su fe en Jesucristo, pues al no renegar de él, eran hechos cautivos y esclavos y los que no morían por los trabajos duros, eran vendidos como cualquier mercancía. Cuando Pedro Nolasco se da cuenta de esto, pues empieza a nacer la idea en su interior de ver la forma de cómo rescatar a esas personas de su situación de esclavitud y devolverles su libertad. Es así como empieza a cambiar la adquisición de los materiales de comercio por la compra de estos esclavos para que sean libres. A los que tenían alguna enfermedad los atendían y, una vez recuperada su salud física, eran liberados para que siguieran realizando su vida cotidiana; al mismo tiempo, también se les evangelizaba para reforzar su fe cristiana.

  Pero, Pedro Nolasco no quiso llevar a cabo esta obra de liberación en solitario. Inmediatamente busca y motiva a otros compañeros para que se unan a la nueva tarea de rescate de seres humanos privados de su libertad por razón de su fe en Cristo. Y es así como empieza esta aventura liberadora. Con el paso del tiempo, el dinero con el cual compraban estos esclavos se agotaría y, la otra opción que les quedaba era quedarse ellos ocupando el lugar de los esclavos para que pudieran vivir en libertad. Este es el cuarto voto característico de los mercedarios.

  En la madrugada del primero al dos de agosto, es cuando se da la inspiración divina a Pedro Nolasco y tiene la visión beatífica de una mujer vestida de blanco que se presenta como la Madre de la misericordia, y le instruye para que en su nombre funde una nueva Orden religiosa que se dedicará a la liberación de los cautivos por la fe, al mismo tiempo le entrega el escapulario que llevarán los miembros de esta Orden religiosa como un signo de su presencia, bendición y liberación. Ya para el día diez de agosto del mismo año, en la catedral de Barcelona y ante la presencia del rey de Aragón Jaime I y el obispo Berenguer de Palou, se funda oficialmente la Orden religiosa, bajo el título de “Orden de la Bienaventurada Virgen María de la Merced para la Redención de los Cautivos”. Los miembros de esta Orden vestirán su hábito blanco, su escudo de armas y portarán una espada que llevarán a la cintura, ya que, la Orden religiosa en ese momento, fue fundada con carácter clerical y militar. Esto fue así durante los primeros cien años de existencia de la Orden, pero nunca se vieron en la necesidad de usar dicha espada. A partir de entonces, la espada sería sustituida del hábito religioso por  una especie de correa colgante como signo de dicha espada. Todos los símbolos de las imágenes de la merced nos recuerdan su función liberadora: cadenas rotas, grilletes abiertos, como sus brazos y manos abiertos ofreciendo libertad… su Hijo Redentor.  Pues así empieza esta aventura liberadora iniciada por estos hombres de Dios y guiados y protegidos por la Madre del cielo; una aventura que todavía hoy sigue realizando esta familia religiosa adaptando el carisma fundacional a las nuevas esclavitudes espirituales, sociales, morales y culturales. En esta fiesta de nuestra Madre, debemos acordarnos de nuestros hermanos que de diferentes modos sufren cautiverio o son marginados a causa de su fe o padecen de un ambiente hostil a sus creencias. Se trata, en muchas ocasiones, de una persecución sin sangre, la de la calumnia y la maledicencia, que los cristianos tuvieron ya ocasión de conocer desde los orígenes de la Iglesia y que no es extraña a nuestros días, incluso en países de fuerte tradición cristiana.

  Esta devoción de la Merced, pronto se extendió por varias ciudades de España, como Aragón, Cataluña y Barcelona; así como también en algunos países de nuestra América Latina se venera como Patrona, como es nuestro caso en la República Dominicana. Y es que, la presencia de la Virgen María de la Merced, está ligada a nuestra Patria desde los tiempos del descubrimiento. A nuestra isla, en el segundo viaje de Cristóbal Colón, vinieron los primeros religiosos mercedarios, y se establecieron en estas tierras con la misión de evangelizar a los nativos que aquí estaban y enseñarles el nuevo camino de salvación instruyéndolos en la nueva doctrina de fe y llevándolos a convertirlos en hijos de Dios por medio del bautismo. A esta señora vestida de blanco se le coronó como madre espiritual de nuestro pueblo nombrándola como nuestra Patrona. Desde entonces, la devoción y veneración a ella se ha ido fortaleciendo y profundizando; hoy en día, su santuario no deja de recibir a sus hijos espirituales en una clara, sincera y humilde manifestación de amor.

  María de la Merced es madre de la misericordia, madre de la libertad. Ya san Pablo nos dice que para ser libres, nos liberó Cristo y que tenemos que mantenernos firmes para no dejarnos oprimir nuevamente por la esclavitud; aunque esta libertad no es para hacer lo que se nos pegue la gana. Es la libertad que tenemos que vivir como verdaderos hijos de Dios. Libertad que nos debe de conducir a la verdad plena. En el centro de nuestro escudo nacional, tenemos la Biblia abierta en el pasaje del evangelio de san Juan que dice: “Y conocerán la verdad, y serán libres”. Pero hoy, esta frase parece ser que ha ido perdiendo para gran parte de nuestro pueblo su significado. Hoy nuestro país vive, en muchos escenarios, una profunda esclavitud social, económica, cultural, moral y religiosa que, poco a poco nos están llevando a un callejón sin salida.

  Nuestra nación dominicana que, -desde su independencia fue fundada en los principios y valores cristianos-, hoy en día están siendo vilipendiados y pisoteados no solo por personas, grupos e instituciones foráneas, sino también por personas, grupos e instituciones internas que, por sus intereses mezquinos y una actitud irreverente, desconsiderada y de impiedad, han caído y llevado las más denigrantes y aberrantes de sus acciones. Estamos viviendo un tiempo difícil para nuestra nación. Hoy estamos inmersos cada vez más en una situación de intranquilidad social que nos  lleva a la desesperación y a dar gritos en el desierto donde nadie parece que nos oye ni escucha; son gritos de desesperación al que parece que nuestras autoridades se hacen los sordos y no dan pie con bola para buscar reales soluciones a los mismos, y que de alguna manera nos esclavizan como sociedad; nos ata de pies y manos esta delincuencia e intranquilidad social. Y es que, la auténtica búsqueda de la paz requiere tomar conciencia de que el problema de la verdad y la mentira concierne a cada hombre y cada mujer, y que es decisivo para un futuro pacífico de nuestra sociedad. Hoy nuestra sociedad está cada vez más inmersa en una gran mentira que se ha convertido para muchos, en norma de vida.

  Otra esclavitud que nos tiene muy encadenados como sociedad es lo referente al  incumplimiento de las leyes. Hoy nuestra sociedad dominicana no destaca mucho o casi nada por ser un verdadero estado de derecho: es cierto que, muchas veces vivimos situaciones en el que las leyes solo la aplican a los pequeños e indefensos y esto causa tal irritación que lo que hace es contribuir a que se profundice el desorden, el abuso y la injustica; llegamos incluso a escuchar la expresión: “tenemos leyes para todo o casi para todo, lo que hace falta es que las cumplamos”. Muchas veces el derecho de la fuerza sustituye a la fuerza del derecho. Así llegamos a la esclavitud de la delincuencia, en sus diferentes manifestaciones: robos, agresiones, violaciones, asesinatos, violencia intrafamiliar, y un largo etcétera. La fuente y el fundamento último de una buena convivencia social es la comunión de mente y de voluntad con Dios que nos dio Jesús. A partir de ella, los hombres son más capaces de elaborar estos ordenamientos jurídicos y de producir esas normas que corresponden a la dignidad del hombre.

  ¿Y qué decir de la política nacional y de los actores directos que participan en ella? Nuestra sociedad es una sociedad politizada. Todo se hace y se piensa en función de la política; para todo es la política; para conseguir o lograr algo, si no se tiene un padrino en la política, no se logra mucho o casi nada. Da lástima y decepción, ver a muchos de nuestros jóvenes queriendo incursionar en la política porque han visto en ella, - y sobre todo por el ejemplo de sus actores - , un modo o medio para enriquecerse rápido, sin esfuerzo ni medida, y sin dar cuentas a nadie porque al mismo tiempo se garantizan impunidad; porque creen que el país es finca de su propiedad; hay quienes quieren ir al Estado a servirse del país y no servir al país. Pero también es cierto que hay otros que, pueden y quieren aportar al bienestar común, pero no encuentran el apoyo necesario y se desilusionan. Y es que no podemos seguir dejándole a estos mercaderes de la política, el camino libre para que sigan haciendo sus trapacerías. La política tiene que adecentarse, y es una tarea ardua, de mucho valor y sacrificio. Es muy actual y nos viene bien a nuestra realidad, la frase del papa Francisco, -cuando aún era arzobispo de la ciudad de Buenos Aires: “Tenemos que echarnos la Patria al hombro”. Pero parece que muchos lo que hacen y quieren seguir haciendo es echarse a los hombros de la Patria. Debemos aprender a vivir plenamente nuestro compromiso como ciudadanos y fomentar el respeto que debemos a nuestra nación. Debemos enarbolar nuestro patriotismo ya que es el valor que procura cultivar el respeto y amor que debemos a la Patria, mediante nuestro trabajo honesto y la contribución personal al bienestar común. ¡Qué diferencia de ideales de nuestro prócer de la Patria Juan Pablo Duarte con respecto a muchos de estos mercaderes de la política dominicana, porque para ellos, la política es un puro negocio! Nuestra sociedad está esclavizada por una corrupción rampante que, -como dijo una vez nuestro cardenal López Rodríguez-, por donde quiera que la toquen, vota pus. Lo peor es que esta situación no amedrenta a los actores políticos y siguen más bien avanzando como caballo de Troya para lograr conseguir sus objetivos que es llegar al estado a granjearse bonanzas, porque no se sacian. Nuestra sociedad no sale de un ambiente politiquero que muchas de las veces llega hasta el hartazgo. La politiquería la hemos convertido en un estilo de vida, y esto jarta. Estamos, desde hace tiempo, en un camino pre-electoral en donde los contendientes se la pasan atacándose, maltratándose, denigrándose, -haciendo así de la política un espectáculo de mal gusto-; pero no le presentan a la sociedad un programa de políticas públicas que sean reales y no demagógicas; y esto también es una especie de esclavitud social e intelectual. Desde nuestra conciencia,  tenemos que tomar una decisión prudente para discernir en la situación actual, qué bienes humanos fundamentales se están cuestionando y juzgar qué partido político, -según los programas presentados y los candidatos elegidos para llevarlos a cabo-, aporta mayor confianza para su defensa y promoción. Tenemos que eliminar la mala costumbre del “pica pollo, la cerveza y el galón de gasolina”.

  Otra esclavitud la sufrimos en el terreno de la educación, con un gran número de profesores poco preparados y que muchas veces utilizan su gremio para exigir privilegios y no verdaderos derechos, además como un simple medio de presión y proselitismo político. Hemos visto también el desagradable espectáculo en el que han caído muchos de nuestros estudiantes asumiendo conductas de mal comportamiento en las aulas mostrando su inconciencia y hasta el salvajismo en los centros donde se supone que van a educarse, y todo esto ha sucedido ante la mirada indiferente y hasta cómplice de los mismos profesores y en donde lo correcto es filmarla con el celular y no intervenir para detener dichas agresiones. En estos tiempos nos encontramos enfrascados en una permanente lucha contra ese enemigo enmascarado que se llama Ideología de Género. Vemos cómo ésta se ha venido imponiendo de manera sigilosa en nuestro sistema educativo bajo la falsa imagen de educar en la igualdad entre hombres y mujeres. Es verdad revelada por Dios que todos, -hombres y mujeres-, fuimos creados con la misma dignidad porque somos sus criaturas e hijos. Pero, al mismo tiempo nos creó con diferencias biológicas, psicológicas, anatómicas y neurológicas, que nos hacen diferentes, pero estas diferencias no las podemos entender ni asumir como superioridad, sino como complementariedad. Lo lamentable de esta esclavitud es que muchos cristianos se han dejado contaminar por esta ideología totalitarista, denigrante y destructora de la dignidad humana; han comprado el discurso disfrazado  de buenismo, asumiendo lo políticamente correcto, porque esa es la estrategia de sus promotores; ya lo dijo el escritor norteamericano Mark Twain: “Es más fácil engañar a la gente, que convencerla de que ha sido engañada”. Una ideología que se está imponiendo en todo el aparato estatal a través de los ministerios de la mujer, educación, salud y vice presidencia. Se suma a esta esclavitud la acción de algunos legisladores, -que hasta presumen de su catolicidad-,  de querer sacar de la educación la lectura de la biblia, aduciendo un mal entendido concepto de laicidad, y violentan de esta manera, el derecho humano de la libertad religiosa, consagrado en nuestra constitución. Las autoridades están compelidas a proteger los derechos constitucionales de los ciudadanos, no a conculcarlos. Pero  nada de esto es gratis. Han vendido, traicionado y vejado a nuestra nación por un plato de lentejas. A todos esos que piensan de esa manera, les recuerdo las palabras de Cristo: “Nadie puede servir a dos amos al mismo tiempo; sirve a uno y odiará al otro”; y también: “El que no está conmigo, esta contra mí; el que no cosecha conmigo, desparrama”.

  Otra realidad que está siendo combatida y sometida a una especie de esclavitud es la institución familiar. El designio divino de la familia, en lo que respecta a nuestra sociedad, la están encaminando por sendas que no son más que derroteros, que amenazan esta institución humana fundamental de toda sociedad. Se quieren introducir en nuestra legislación estos nuevos modelos de familias que anulan a la verdadera familia natural. Distinguir no es discriminar, sino respetar; diferenciar para discernir es valorar con propiedad, no discriminar. Por eso, los cristianos actuamos como servidores de la verdad, no como sus dueños. Tenemos que cuidar toda vida y toda la vida; tenemos que defender la vida, sobre todo, la vida de los más vulnerables e indefensos; no podemos darnos el lujo de convertirnos en una sociedad asesina de sus hijos por nacer. ¡Eso jamás será  progreso! Tenemos que seguir luchando, con la verdad del evangelio de Jesús, contra esta esclavitud de la muerte, para poder llegar a la libertad de la vida.

  Otra esclavitud a la que esta sometida nuestra sociedad dominicana la encontramos en muchos medios de comunicación y el arte popular (música, programas de radio, televisión, revistas). Muchas veces, estos solo sirven para ser medio o canal de opiniones denigrantes, aberrantes y de promoción de todo aquello que denigra al ser humano. Se usan muchas veces para difamar honras de personas bajo un equivocado derecho de libre expresión. Pero, ¿hasta dónde llega el límite de este derecho? ¿Derecho a la libre expresión es derecho a decir sandeces, vulgaridades, indecencias que se le antojen a cualquiera y de quien sea? Los medios de comunicación están siendo utilizados como otro caballo de Troya para meterse en los hogares e influenciar en el seno familiar con programas, muchos de ellos, de contenidos aberrantes e inmorales.

  En nuestro escudo nacional tenemos la palabra Libertad. Pero, ¿somos en realidad una Patria libre? ¿Somos sus hombres y mujeres, verdaderamente libres? Esta libertad está en entredicho. Nuestra libertad y soberanía, han sido empeñadas porque hemos sucumbido al poder del dinero fácil que viene desde fuera. Hoy vemos cómo nuestra nación está sometida a una especie de ultrajes que nosotros mismos nos hemos buscado, sobre todo, desde la parte que le corresponde a nuestros gobernantes. Somos objeto de una migración ilegal sin control desde hace tiempo y esto ha traído por consecuencia, un problema que afecta el sistema de salud y educación de nuestro país; hemos vuelto a experimentar enfermedades contagiosas que ya estaban controladas o desaparecidas. No se trata de ser inhumanos e indolentes ante las necesidades de los demás, pero nadie tampoco está obligado a lo imposible; y nuestra nación está siendo sometida a una presión migratoria ilegal que se está convirtiendo en algo difícil y en unos años más, se puede convertir en algo imposible de controlar. Al respecto de la migración, el papa Benedicto XVI, -reafirmando lo dicho por san Juan Pablo II-,  dijo: “En lo referente al bien común, se debe considerar el derecho a emigrar, y la Iglesia le reconoce este derecho a todo hombre…, y los Estados tienen el derecho de regular los flujos migratorios y defender sus fronteras. Al mismo tiempo, los migrantes tienen el deber  de integrarse en el país de acogida, respetando sus leyes y la identidad nacional”.

  Hay muchas más esclavitudes en nuestra sociedad dominicana. Mencionarlas una por una sería empezar y no acabar, pero, sobre todo, se trata de buscarle juntos posibles soluciones a las mismas, y esto tiene que ser con la participación de todos. En nuestra sociedad dominicana hay muchas angustias, sufrimientos y desorden, y ese desorden lo provocamos y fomentamos nosotros mismos. Es tiempo ya de que nuestras autoridades abandonen el miedo a cumplir y hacer cumplir la ley. La ley es dura, pero es la ley. Y su cumplimiento, -sin caer en abusos-, es lo que nos garantiza, como sociedad, que podamos vivir de manera civilizada y en libertad, como un estado de derecho, en el que nadie está por encima de la ley, en el que todos somos iguales ante la ley, pero no iguales mediante la ley.

  Dios eligió a una mujer para ser la madre de su Hijo, y ese  Hijo nos la entregó como  madre espiritual, y por medio de ella, nos sigue manifestando sus misericordias. Quiero terminar estas palabras citando unos versos de una de nuestras grandes mujeres dominicanas, nuestra poetiza Trina Moya de Vásquez, de su poema titulado “La Patria y la mujer dominicana”:



Existe una comarca bajo cielo esplendente

que, cual matrona regia de excelsa majestad,

levanta hasta las nubes la altiva y noble frente

con ínclita corona, do luce refulgente

el sacrosanto lema: Dios, Patria y Libertad.



La que a su Patria honra y dignifica y quiere;

como la reina mártir que de Jaragua fue;

la trinidad heroica que en el cadalso muere;

la profesora ilustre que triunfo y gloria adquiere;

la Apóstol y Poeta, la egregia Salomé.  



Madre de la Merced, libradora de los cautivos y patrona nuestra, ruega por nosotros.


martes, 10 de septiembre de 2019

La fidelidad Apostólica del sacerdote


“Los hombres deben considerarse simplemente como servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se pide a un administrador es que sea fiel” (1Cor 4,1-2).



  El sacerdote tiene que ser consciente de que ha recibido un llamado de Dios a servir. La persona del sacerdote no le hace un favor a Dios al responder al llamado; es más bien Dios quien le hace un gran favor a la persona al llamarlo: “no son ustedes los que me han elegido; soy yo quien los ha elegido…”, dirá el mismo Jesucristo. La persona del sacerdote, al responder al llamado de Dios, éste lo convierte en administrador de su gracia. Y es que Dios ha querido, desde el principio, contar con la participación del mismo hombre para salvarlo: san Agustín ya dijo que “el que te creó sin ti, no te puede salvar sin ti”. Esta administración de la gracia de Dios por parte del sacerdote, exige la total y absoluta fidelidad de éste para que pueda distribuir y hacer uso de ese don, no según su propia voluntad, sino más bien según la voluntad del dueño que es Dios; porque de esta administración el dueño le pedirá cuentas. Y es que el sacerdote debe vivir como hombre nuevo a los ojos del pueblo que sirve.

  La gracia que administra el sacerdote no es suya, ni para su beneficio personal. Por eso la exigencia de la fidelidad: “el trabajo más difícil en la formación sacerdotal es aprender a sumar para otra cuenta y no para la propia”, nos dice el p. Busso. El sacerdote, si quiere ser fiel, debe de ser a la vez humilde, porque sabe que ha recibido a manera de consigna todo lo que un día deberá de responder, con intereses, al que ha confiado primero: “¿qué has hecho con el talento que de di?” El sacerdote sabe que no puede enterrar el talento dado, sino más bien debe ponerlo a producir para que su Señor lo reciba con los intereses y así pase a ser sujeto de encomendarle una porción de talentos más abundantes y el premio de la vida eterna; para que pase a disfrutar del banquete de su Señor.

  El sacerdote debe de cuidarse de no caer en la infidelidad manifestada por el orgullo; debe de ser cuidadoso y no dejarse arrastrar ni pensar que lo que ha recibido es suyo y no comportarse como su absoluto dueño y poseedor de una riqueza propia-personal y engrosar la misma usando medalaganariamente de esos dones para sobreabundar la riqueza personal de unos bienes que sabe que no son suyos. No debe caer en la tentación de convertirse en calculador, en donde primero están sus intereses personales. Por el contrario, cuando el sacerdote hace uso correcto de esos dones, se dará cuenta de que sus cuentas no siempre tienen cifras seguras: su debilidad fortalecida por la gracia le hacen sumar para otro. Ser fiel, bajo el peso de la cruz, no es testarudez; es, más bien, adhesión a la voluntad del Padre para que él administre en sus hijos la gracia que salva.

  La fidelidad del sacerdote en el ministerio y administración de los dones dados, lo llevan a estar en una actitud de atención permanente para actuar en la medida justa y en el tiempo oportuno. No se le exigirá que haga cosas estrepitosas, pero sí que se encuentre en lo suyo, sin impaciencias, sin aprovecharse de la administración confiada, que no busque sus beneficios personales, sin cambiar de destino del pan destinado a los suyos; que no abuse ni maltrate a los que se le han encomendado; que sepa repartir la ración a todos a su tiempo.

  Un administrador fiel es aquel servidor que siempre está en una total disponibilidad. La conciencia de ser ministro de Cristo y de su cuerpo místico implica el empeño por cumplir fielmente la voluntad de la iglesia, que se expresa concretamente en las normas. Entre todos los aspectos de la vida ministerial, merece particular atención el de la docilidad a vivir profundamente la liturgia de la iglesia, es decir, conservar el amor fiel que se expresa en una normativa cuyo fin es el de ordenar el culto de acuerdo con la voluntad del sumo y eterno sacerdote y su cuerpo místico. El sacerdote sabe que la liturgia no es suya, sino más bien de la iglesia y tiene que ceñirse a ella según las normas y reglas de la misma. El sacerdote no puede ni debe disponer de la liturgia a su antojo; no puede hacer uso de ella como si se tratara de un espectáculo. Hacer esto es ir en contra de la esencia misma de la celebración eucarística, que es el culto cristiano por excelencia. La liturgia transforma la vida únicamente cuando es celebrada con fe auténtica y renovada. La devoción del sacerdote es también anuncio de la palabra celebrada y una muestra de su fidelidad.



Bendiciones.



 

Llega Courage a Santo Domingo


  El papa san Juan XXIII, en su carta encíclica Madre y Maestra (Mater et Magistra), de 1961; nos dice que la Iglesia Católica fue fundada por Jesucristo para que, en el transcurso de los siglos encontraran su salvación, con la plenitud de una vida más excelente, todos cuantos habían de entrar en el seno de aquélla y recibir su abrazo (n.1). Y ya el papa san Pablo VI nos insistirá en su carta encíclica El Anuncio del Evangelio (Evangelii Nuntiandi), que la Iglesia existe para evangelizar. Por lo tanto, la misión de la Iglesia de Jesucristo es procurar la salvación de las almas.

  Pues teniendo en cuenta estas enseñanzas de estos santos papas, tenemos la agradable noticia de que ha llegado a nuestro país, concretamente a nuestra Arquidiócesis de Santo Domingo, el apostolado dedicado al trabajo evangelizador para personas con atracción al mismo sexo (PAMS), llamado Courage. Este apostolado nació por inspiración e iniciativa del sacerdote norteamericano John Harvey, osfs; en los Estados Unidos de Norteamérica. Este apostolado es un modelo que ha dado resultados exitosos para la atención pastoral de personas con atracción al mismo sexo. Es bueno saber además que, este no es el único apostolado que existe dentro de nuestra Iglesia que se dedica de manera especial a estos hermanos en la fe; existen otros como Dignity en los Ángeles, CA. También es bueno saber que estos apostolados eclesiales cuentan con el aval o aprobación de nuestra alta jerarquía, comenzando por los últimos pontífices. En unos países ya tienen una larga trayectoria de experiencia pastoral, y en otros, como es nuestro caso, apenas se iniciará formalmente, -con la aprobación del arzobispo-, dicho trabajo eclesial.

  Es bueno resaltar que este trabajo pastoral con estos hermanos en la fe, no es una novedad en el sentido de que es iniciativa de algunos fieles católicos. Esta enseñanza está ya desde hace varias décadas atrás establecida por nuestra Iglesia como parte de la doctrina y enseñanza cristiana: recordemos que una cosa es el pecador y otra es el pecado; que Dios nuestro Padre, ama al pecador, pero rechaza el pecado; que Cristo vino a sanar a los enfermos (pecadores) de la enfermedad del pecado y hacerlos participes de la salvación. Es la persona la que hay que sanar, liberar y salvar de la esclavitud del pecado.

  El documento de la Congregación para la Doctrina de la fe, -la Declaración Persona Humana-, y la carta a los obispos de 1986, -sobre la atención pastoral a las personas homosexuales-, así como el Catecismo de la IC, se insta a la responsabilidad de toda la comunidad eclesial en la acogida y seguimiento de estas personas: “Esta Congregación anima a los obispos para que promuevan en sus diócesis una pastoral que, en relación con las personas homosexuales, esté plenamente de acuerdo con la enseñanza de la Iglesia”. Se exhorta así a los cristianos a acoger a estos hermanos con amor y respeto, y apoyarlas en su vida de fe. Por eso, nuestro arzobispo, dando cumplimiento a este requerimiento de la Iglesia y necesidad pastoral, ha nombrado un delegado pastoral para este específico sector de la población y ya se ha empezado a trabajar en los lineamientos pastorales de la misma.

  El apostolado Courage va dirigido concretamente para personas con AMS que quieran vivir su fe católica de acuerdo a las enseñanzas del evangelio y de la sana doctrina eclesial en una vida de castidad. Pero también existe al mismo tiempo el apostolado EnCourage, que va destinado al acompañamiento para las familias de estas personas que también necesitan de esta ayuda pastoral, espiritual y profesional para la aceptación de sus familiares con AMS. Ya el mensaje pastoral de la Conferencia Episcopal Norteamericana de octubre de 1997, titulado: “Siguen siendo nuestros hijos. Mensaje pastoral de los obispos estadounidenses a los padres con hijos homosexuales”; exhortan a los padres católicos a acoger y amar a sus hijos homosexuales y recuerdan a los ministros de la Iglesia su obligación de escuchar y acercarse a estas personas. El documento insiste en la responsabilidad de toda la comunidad en la acogida de los hermanos homosexuales, así como el derecho de éstos, -siempre que su vida resulte coherente con la doctrina moral de la Iglesia-, a ser acogidos en la comunidad e incluso a ejercer labores de guía y responsabilidad dentro de ella: “La comunidad cristiana debe comprender y atender pastoralmente a los hermanos homosexuales. Estos deben desempeñar un papel activo en el seno de la comunidad cristiana; tienen derecho a ser acogidas en la comunidad, a escuchar la Palabra de Dios y beneficiarse de una atención pastoral. Las personas homosexuales castas deben tener la posibilidad de guiar y servir a la comunidad”.

  En hora buena, sea bienvenido este apostolado a nuestra Iglesia arquidiocesana, así como a todos agentes de pastoral que tomarán parte en el mismo. Hemos de desearles que la gracia de Dios les guíe e ilumine en tan laborioso y necesario trabajo pastoral de nuestra Iglesia: “Hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse”.