Como podemos leer en estas palabras
introductorias del Papa, nos dice que ciertamente la fe y la razón parten del
mismo Dios y están al servicio para que podamos descubrirlo, conocerlo y amarlo
a Él ya que es nuestro fin, nuestra meta. En ellas no hay contradicción de
ningún tipo, sino más bien complemento. Se ayudan mutuamente. Si se quiere: son
hermanas, más no enemigas. Ambas están al servicio de la búsqueda de la verdad,
que es el mismo Dios. Nuestro Señor Jesucristo ya había dicho: “busquen
la verdad y serán realmente libres” (Jn 8,32). El hombre siempre ha
buscado la verdad, y todos sus esfuerzos siempre han estado encaminado hacia
este fin; es cierto que muchas veces ha equivocado ese camino y ha querido
muchas de las veces buscar una verdad diferente a la que siempre ha existido.
Debemos de tener confianza de que el uso de la razón no nos aparta de la fe en
Dios, sino que nos ayuda a profundizar más en ella.
Nos sigue diciendo el Papa en el número 3 de
la encíclica: “El hombre tiene muchos medios para progresar en el conocimiento de la
verdad, de modo que puede hacer cada vez más humana la propia existencia. Entre
estos destaca la filosofía, que contribuye directamente a formular la pregunta
sobre el sentido de la vida y a trazar la respuesta: ésta, en efecto, se
configura como una de las tareas más nobles de la humanidad”. Así, la
constante búsqueda de la verdad que caracteriza al espíritu humano se
transforma en un imperativo a actuar y se perfecciona solo en el amor y
servicio. Por esto entonces, la filosofía no se agota en el pensar, sino que
llama al actuar a favor de la vida. Se puede argumentar razonablemente que la
constante búsqueda de la verdad acaba hallando en todo al autor mismo de la
vida: Dios (Martín Lenk, sj).
La doctrina cristiana, -la Iglesia-, nunca se
ha opuesto al desarrollo de la razón ni al uso de esta; pero también es
consciente de los límites de la misma. La Iglesia siempre ha visto en la
filosofía el camino para conocer las verdades fundamentales relativas a la
existencia del hombre. Y la considera como una gran ayuda para la
profundización de la fe y poder así comunicar la verdad del evangelio a cuantos
aun no la conocen.
El Papa Juan Pablo II estaba convencido de
que la búsqueda de la verdad ha estado muchas veces oscurecida. Por esto quiso
ayudar, contribuir en este sentido y reconoce el mérito del aporte de la
filosofía a este propósito. Es verdad que la filosofía ha contribuido a crear
sistemas de pensamiento que han llevado al hombre a plantearse los
interrogantes más profundos de su existencia. Pero también es cierto que parece
que se ha olvidado que tiene que llevarlo a conocer la verdad que lo
trasciende. De ahí que la filosofía moderna, dejando de orientar su
investigación sobre el ser, ha concentrado la propia búsqueda sobre el
conocimiento humano. En lugar de apoyarse sobre la capacidad que tiene el
hombre para conocer la verdad, ha preferido destacar sus límites y
condicionamientos.
Esto así, lo que ha provocado es que el
hombre haya caído en una especie de agnosticismo y relativismo, es decir, de
que ya no hay verdades absolutas; ya no hay bondad ni maldad, sino que todo
depende con el cristal con se mire. Con razón ya el Papa Benedicto XVI se
refirió a este punto cuando calificó a ésta como “dictadura del relativismo”.
En definitiva, lo que tenemos que hacer es no
sólo ni únicamente reflexionar sobre Dios, sino sobre todo hablar con Él y
lanzarnos a la gran aventura de la búsqueda de Dios no sólo en los libros, sino
sobre todo en nuestra vida. San Agustín dijo: “Nos hiciste para ti Señor, y
nuestra alma estará inquieta hasta que descanse en ti”; y también: “No
vayas mirando fuera de ti, entra en ti mismo, porque la verdad habita en el
interior del hombre”.