“…Para que busquen a Dios, y quizá, como a tientas, puedan encontrarlo,
aunque en verdad Dios no está lejos de cada uno de nosotros” (Hc 17,27).
Son muchas las personas, sobre todo, en el
ámbito intelectual en donde destacan algunos grandes filósofos, que han
apostado y manifestado siempre que la búsqueda de Dios es una búsqueda vana.
Estos se fundamentan en que, según ellos, Dios no existe. Es pura invención del
mismo ser humano que necesita crearse la idea de un ser supremo que lo domina y
determina todo. Recordemos entre ellos a Frederick Nietzsche que habló de la “muerte de Dios”, que no fue más que un
diagnóstico de la situación cultural y una profecía sobre el futuro crecimiento
del nihilismo (actitud vital y filosófica que niega todo valor a la existencia,
o que hace girar la existencia alrededor de algo inexistente); y la pérdida de
sentido del todo en occidente. Dicho en otras palabras: para Nietzsche toda
cultura que crea en la existencia de una realidad absoluta, realidad en la que
se sitúan los valores objetivos de la verdad y el bien, es una cultura
nihilista. Es una cultura de la nada.
También tenemos que mencionar a Martin
Heidegger, que habló de la “falta de
Dios” en nuestro tiempo. Para Heidegger, vivimos en el tiempo de la noche
del mundo. Martin Buber habló de un “eclipse
de Dios”: durante su eclipse, el sol está ahí pero no se puede ver. Así, en
nuestro tiempo, Dios está presente, pero no se puede ver. Podemos entonces
decir en base a estas premisas, que si Dios está presente, permanece oculto; si
Dios ya no es la luz, entonces el mundo está opaco. Entendemos “algo”, pero el sentido del todo se ha oscurecido. Las
ciencias pueden explicar algo del todo, pero el conjunto se pierde de vista. En
la V conferencia del CELAM leemos: “como
pastores de la Iglesia, nos interesa cómo este fenómeno (el de los grandes
cambios sociales), afecta la vida de nuestros pueblos y el sentido religioso y
ético de nuestros hermanos que buscan infatigablemente el rostros de Dios… Sin
una percepción clara del misterio de Dios, se vuelve opaco el designio amoroso
y paternal de una vida digna para todos los seres humanos” (no.35). Así, la
ciencia y la razón que salieron a hacer transparente el mundo, acabaron por
opacarlo más, disolviendo su unidad en muchos pedazos; por lo tanto, el todo es
cada vez más difícil de percibir.
El Papa Francisco, en su exhortación apostólica
post sinodal Evangelii Gaudium (la
alegría del evangelio), dice: “…La Iglesia propone un camino entre un uso responsable
de las metodologías propias de las ciencias empíricas y otros saberes como al
filosofía, la teología, y la misma fe, que eleva al ser humano hasta el
misterio que trasciende la naturaleza y la inteligencia humana (no. 242). El mundo, y en especial el ser humano, son un
complejo e inmenso rompecabezas compuesto por un incontable número de piezas,
muchas de ellas complejas de unir y que nos llevan a un profundo estudio con
sus detalles para descubrir cómo encajarían en este mundo tan complejo.
Pareciera que la imagen que forman esas piezas se nos perdiera de vista.
Tenemos que desterrar de nosotros todas esas
imágenes falsas de Dios que aún nos acompañan en nuestra vida. Tenemos que
buscar al Dios único, vivo y verdadero que nos reveló nuestro Señor Jesucristo.
Él nos invita a buscarlo ya que se deja encontrar: “…pidan y Dios les dará; busquen y encontrarán…” (Mt 7,7). La
búsqueda de Dios nunca es en vano. Dios está con nosotros y camina con
nosotros. Dios se hace el encontradizo: “Busquen
al Señor todos ustedes, los humildes de este mundo, los que obedecen sus
mandatos…” (Sof 2,3). Necesitamos purificar y clarificar nuestra idea de
Dios, porque el Dios verdadero siempre es infinitamente más grande que
cualquier idea o pensamiento que se pueda construir sobre Él.
Bendiciones.
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