Una idea que debemos de tener
bien clara es que la espiritualidad no es un camino para recorrerlo fuera de
nuestra vida cotidiana. Es, más bien, un camino para recorrerlo dentro de ella.
La espiritualidad no nos conduce fuera del fuego, sino más bien nos ayuda a
caminar dentro del fuego. Nos ayuda a conducirnos dentro de nuestra realidad
para que vivamos como personas espirituales y conformemos nuestra comunidad.
La oración tiene que
transformar mi vida. Yo no puedo ser una persona orante y a la vez mi vida ser
otra cosa. La oración tiene y debe de configurar mi vida: La oración debe de
cambiar mi vida; si no, no es verdadera oración. Toda mi práctica espiritual
debe de ir transformando mi vida toda: la oración, la eucaristía, los rituales,
la meditación, las sagradas escrituras, etc. Todos estos medios de la vida
espiritual nos deben de poner en contacto con el don del Espíritu Santo que
habita en nosotros. Dejarnos iluminar, guiar por estos medios es lograr que
nuestra vida tenga un nuevo sentido; que seamos, como dice el Señor “luz para el mundo”, ya que nuestra vida es
iluminada por la luz de Cristo. Esta fuente que nos proporciona el Espíritu
Santo, en palabras de Anselm Grün, produce varios efectos en el que la vive, a
saber: esta fuente refresca, sana, fortalece, fecunda y purifica.
Tenemos que abrirnos a Dios: “si alguno me ama, guardará mi palabra, y
mi Padre lo amará, y vendremos a él, y en él haremos morada” (Jn 14,23);
para así conformar nuestra vida toda a partir de Dios, porque: “no todo el que me diga Señor, Señor,
entrará en reino de los cielos, mas el que hiciere la voluntad de mi Padre que
está en los cielos” (Mt 7,21). Es importante para esto el que seamos
capaces de entender y aceptar que en las demás religiones también “hay semillas del verbo”. Debemos de acercarnos
con una actitud de diálogo con otras personas que profesan otra religión y
también con los que no profesan ninguna creencia. El mejor ejemplo de ello lo
tenemos en el mismo Jesús. Los primeros cristianos entendieron en las
enseñanzas de su maestro que su mensaje es fascinante para todos los hombres y
mujeres de todos los tiempos y lugares, y que vale la pena ser proclamado a
todos porque es la plenitud de la vida; además, la salvación es para todos los
hombres y mujeres. Pero debemos de tener mucho cuidado en no caer en un
sincretismo religioso, es decir, hacer una mezcla de todo. Debemos de tener muy
claro qué es lo particular de la fe y espiritualidad cristiana.
Dios vino a nuestro encuentro
en la persona de su Hijo Jesucristo. De hecho, Jesús mismo se nos presentó como
“el camino, la verdad y la vida” (Jn
14,6). En Cristo resplandece la verdad de Dios para nosotros. Cristo nos saca
de las tinieblas y nos lleva a la luz admirable. Es necesario para todo
cristiano entablar una relación con Cristo. No se trata nada más de meditar en
su palabra sin más; la meditación de la palabra de Dios tiene que llevarnos a
un encuentro vivo con el Dios vivo, porque: “Dios no un Dios de muertos, sino de vivos” (Mt 22,32). El
encuentro con Cristo es necesario para así poder cambiar toda nuestra vida. Es
necesario acercarnos a Jesús con nuestras limitaciones, defectos, heridas,
dudas, con nuestro pecado, con nuestra ceguera…, para poder ser sanados por Él
y poder aceptarnos a nosotros mismos y a los demás.
Cristo nos ha dado su Espíritu
para poder estar unidos a Él: “reciban
el Espíritu Santo” (Jn 20,22). Así su amor es pleno en nosotros y sus dones
se manifiestan completamente para fortalecimiento de nuestra fe y de la
comunidad. El Espíritu Santo es el que
nos hace exclamar ¡Padre! “Es el que ora en nosotros con gemidos que
no se pueden expresar” (Rm 8,26). Pone palabras a las cuales el enemigo no
podrá rebatir. El Espíritu Santo es el que nos inunda del amor de Cristo: “ámense los unos a los otros, como yo les he amado” (Jn 15,17). En
definitiva, por el Espíritu Santo, Cristo ha querido configurarnos con él.
Como vemos, la espiritualidad cristiana
nos adentra en el mundo. Nos mantiene insertos en nuestra realidad; no nos
empuja fuera del mundo, más bien, nos mantiene en él sin ser de él: “ustedes están en el mundo, pero no son del
mundo” (Jn 17,15). La espiritualidad cristiana no es nada mas un mero
asunto interno-personal, sino también externa. Tiene que ayudarme a transformar
mi entorno en una actitud fecunda para el mundo que me rodea.