“…Un día en que los hijos de Dios fueron a presentarse ante Él,
apareció también entre ellos el Satán. Dijo Dios al Satán: ¿de dónde vienes? El
respondió: de pasearme por la tierra…Dijo Dios. ¿Te has fijado en mi siervo
Job? No hay nadie como él en la tierra, es un hombre íntegro y temeroso de Dios
y apartado del mal. Dijo el Satán: ¿crees que no le teme a Dios por nada? Has
bendecido sus actividades y familia. Ponle la mano a sus posesiones y verás cómo
te maldice…” (Job 1,6-11).
Vemos en este pasaje del libro de Job que se nos muestra al tentador
como uno de los hijos de Dios. El nombre de Satán significa “el adversario”,
“el acusador”. Es uno de los servidores de Dios. Este ángel servidor reta a
Dios en su siervo Job y Dios le permite la prueba, pero sin ponerle la mano a Job.
Nos muestra este pasaje bíblico que el Diablo o Satán tiene astucia para
tentar, más no poder. Lo mismo nos presenta el evangelio, cuando Jesús fue
tentado en el desierto por el Diablo o tentador. El Diablo no es poderoso ya
que si lo fuera le haría la guerra directamente a Dios; entonces como no puede
hacerlo así, le golpea a Dios por donde más le duele: por sus hijos e hijas,
tentándolos. Ya estamos más conscientes de la astucia que utiliza para tentar y
hacer caer a nuestros primeros padres.
Con el Diablo no se dialoga. Este es uno o el más grave error que
cometemos los seres humanos. Escucharle es ponernos en riesgo de caer, ya que
tiene una forma muy sutil de cómo enredarnos en su telaraña pecaminosa. Lo que
empezó en Eva como una tentación en la carne, terminó en una tentación en la
soberbia... “seréis como dioses”. El Diablo no tienta a la buena de Dios, sino
que analiza y ataca donde ve que tiene alguna posibilidad. Por esto mismo es
que se nos recomienda muy encarecidamente la oración: “velen y oren para que no caigan en la tentación” (Mc 14,38), nos
dijo Jesús. La tentación es incompatible con la oración.
Una pregunta que no deja de darnos vueltas en la cabeza, hablando de la
tentación -, es preguntarnos el por qué Dios permite la tentación. Lo podemos
formular de otra manera: ¿Dios puede tentar? La respuesta inmediata es NO. Dios
no puede tentar ni ser tentado. La tentación no puede darle a Dios lo que Dios
tiene en plenitud. Dios es el sumo bien. En Dios no hay maldad. En Dios la
tentación es imposible, porque esta no tiene nada que ofrecerle. Nos dice el apóstol
Santiago en su carta: “Consideren como
perfecta alegría, hermanos míos, cuando se vean cercados por diversas pruebas, sabiendo
que la prueba de su fe produce constancia” (1,2). Nuestra fe en Dios se
fortalece en la prueba. San Pablo utiliza la imagen del oro pasado por el fuego
para decirnos que así mismo tiene que ser probada, purificada y fortalecida
nuestra fe; y también nos dice que nos preparemos para cuando Dios se decida a
probar nuestra fe. Es muy conocida por
nosotros la frase que dice “si tus problemas son grandes, cuéntales a tus
problemas lo grande que es Dios”. Esto nos llama a fortalecer nuestra fe; pero
también la tentación es una oportunidad para crecer y fortalece r la virtud.
Nos dice el padre Fortea en su libro Summa Daemoniaca: “Si no existiera la tentación
no podría darse esa constancia de la virtud que resiste una y otra vez contra
toda seducción tentadora. Dicho de otra manera, hay determinados tipos de
virtudes que jamás podrían existir sin haber resistido antes la tentación. Es más,
cuanto más dura sea la prueba, mayor será la luz de la virtud al sobreponerse a
la tentación” (pág. 45).
Bendiciones.