Según el diccionario, la
palabra “usurpar” significa “apoderarse de un bien o derecho ajeno, generalmente
por medios violentos; y también, “apoderarse de la dignidad, empleo u oficio de
otro, y usarlos como si fueran propios”. Pues esto es lo que el hombre moderno
y progresista ha venido poniendo en práctica. Nos podemos preguntar el por qué
del actuar de este hombre moderno, y a lo mejor la respuesta o respuestas no
sean tan fáciles de encontrarlas. Pero aun así, hagamos un intento de buscar
algún camino o manera de dar con ellas.
Para el escritor Antonio Monturiol, en su
libro “Sócrates contra Obama”, nos expone lo que él ha llamado la teoría de la Usurpación,
y su enunciado es: “el hombre nihilista, el hombre sin dios, el superhombre,
vuelve a interesarse por Dios, pero no para amar al genuino Dios, o para
adorarlo, sino para destruirlo, e intentar completar así la misión histórica
del hombre al margen de Dios, y para conseguirlo pasa a usurpar las
competencias propias de Dios, que son aquellas que afectan a la vida –el
nacimiento, la muerte, el sexo y la procreación-, unas competencias que nunca
fueron del hombre, pues sobre ellas no tiene dominio, pero que ahora él,
convertido en el usurpador, maneja a capricho. De este modo, cree conseguir
dejar sin sentido a Dios, tras arrebatarle a Él cualquier utilidad para el
hombre”. Es decir, el hombre de hoy, el progresista, se ha adjudicado la
prerrogativa de erigirse en dios de sí mismo, de decidir por sus propias manos
lo que afecta a la vida, aunque no sepa ni tenga la más remota idea de qué es
la vida, para qué sirve, de dónde surge y a dónde va; él mismo se ha marcado su
propio destino, su propia meta. Las palabras del libro del Génesis en el relato
de la creación son muy esclarecedora al respecto, cuando Dios le dijo al hombre
que no comiera del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque si lo hiciere
morirá. Y es que esa ciencia a la que se refiere el texto sagrado es la moral
que queda reservada a la divinidad y que no puede ser alterada por el hombre a
su capricho. Pero, este hombre moderno y progresista, es lo que menos le
importa, porque, como también le dijo la serpiente tentadora “serán como dioses”.
Y éste se lo creyó.
Este hombre moderno y progresista, tiene en
sus manos el destino, no sólo el suyo sino el de los demás, hasta el punto de
llegar a decidir quién nace y quien muere, y cómo se procrea, etc. Este
usurpador no tiene un método definido de trabajo, pero sí una forma de actuar
concreta en la que va haciendo su aparición poco a poco, como todo ladrón que
está siempre al acecho para hacer un boquete y meterse a la casa; o como el
lobo acechando a su presa para cazarla,
aprovechando el tumulto o manada donde se arma el desconcierto y desorden. En
esta forma de actuar concreta, el usurpador se granjea y gana unos adeptos que
se dejan envolver por sus ideas y hasta les manifiestan fidelidad una y otra
vez. Este usurpador se ha ido encargando de ir destruyendo toda su condición
humanística, que ha costado tantos y tantos siglos de pensamiento, reflexión y
experiencia. El superhombre de Nietzsche no pudo acabar con Dios, aunque éste haya
gritado a los cuatro vientos que Dios había muerto. En realidad quien murió fue
él. Pero ha surgido este hombre usurpador que quiere acabar con Dios, que
quiere quitarle sus competencias, con la finalidad de anularle y hacerle
desaparecer después. Este usurpador es el que se ha estado encargando de ir
sacando a Dios de la esfera pública para reducirlo a la esfera de lo privado,
pero con la intención de sacarlo también de la esfera de lo privado. La meta es
sacar a Dios de la vida del hombre, ya que se siente amenazado para sus propósitos
y deseos dominantes.
Este hombre usurpador y progresista, ha
sabido muy bien meterse, infiltrarse en esos grupos de poder –organismos,
centros de poder y opinión-, que caen presas de sus postulados. Un trabajo
arduo que ha tomado su tiempo y se ha expandido por todo el mundo, con más
injerencia en unos países que en otros, pero sin dejar de avanzar. Los
postulados de este hombre usurpador y progresista se han expandido como tal
veneno de serpiente que, al morder, se riega rápidamente por todo el organismo
hasta paralizar todo el cuerpo y, de no ser atendido a tiempo, provocar así su
muerte. Sabe conducir a sus adeptos al egoísmo social dando carta blanca para
alcanzar el fin deseado y lograr que los más bajos instintos hagan su aparición,
llegando a su total degradación y aniquilación destruyendo la base moral de la
sociedad. Este es el pago que se le hace a la tropa.