En el evangelio de san Juan 1,29 leemos que
Juan Bautista al ver a Jesús que se acercaba exclamó: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Y es que esta imagen del Cordero era muy
conocida y practicada por el pueblo de Israel desde la antigüedad, sobre todo
desde el acontecimiento de su liberación de la esclavitud de Egipto: El pueblo
elegido sacrificaba un cordero para la Pascua y así recordaba la intervención
de Dios en favor de su liberación. Ya con el profetismo, principalmente con Isaías,
Dios le irá recordando al pueblo esto mismo; sólo que el profeta le añadirá un
elemento más: el Mesías no sólo será el cordero sino que también será el
“siervo sufriente” que cargará con los pecados del pueblo y de la humanidad.
Así entonces, estas serán las dos características fundamentales de Mesías de
Dios.
Ya el
en Nuevo Testamento cuando Cristo da el paso a su vida pública después de ser
bautizado por Juan en el Jordán, recaerán sobre Él estas dos características
mesiánicas: Cristo es el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo. Es importante entonces entender que la
palabra pecado va a ser referencia a
todo aquello que vaya en contra de la voluntad divina, por eso se habla de
pecado del mundo. No es sólo pensar que Cristo es el cordero que quita el
pecado de los que cometen adulterio, o de los que dicen malas palabras, o de
los que tienen malos pensamientos, o de los que tiene malos deseos, etc. Es
sobre todo, el Cordero de Dios que quita el pecado que se anida, se gesta, se
incuba en las estructuras de la humanidad. Es el Cordero que quita el pecado,
sobre todo, institucional. Es lo que la Iglesia siempre ha denunciado como el
pecado estructural: ese pecado que está presente en las instituciones humanas.
Es el
pecado que está presente en la estructura o institución política, financiera,
militar, cultural, familiar y religiosa. Es conocida la frase “la soberanía reside en el pueblo, del cual
dimana el poder del Estado”. Y es que es cierto que el soberano es el
pueblo; el que quita y pone es el pueblo. Parafraseando el pasaje del evangelio
de san Lucas 16,2: “Lo hizo venir y le
dijo: ¿qué es eso que oigo de ti? Da cuenta de tu administración, porque ya no
puedes ser mayordomo”. Y es que es
al pueblo que sus dirigentes políticos tienen que rendir cuentas claras de su
administración. También el mismo san Lucas nos dirá que en una ocasión se le
acercaron a Juan Bautista unos militares y le preguntaron qué tenían que hacer
ellos para salvarse, y les contestó que no hicieran extorción a nadie, no
denuncien falsamente a nadie, y que se contente con su paga (3,14). Este es el
pecado estructural de la corrupción que, al igual que la violencia, son pecados
estructurales o institucionales. Estos males de nuestra sociedad tenemos que
hacer todo el esfuerzo posible por erradicarlos, y si no se puede erradicar,
pues hay que reducirlo a su mínima expresión.
Nadie
tiene derecho a venir a destruir nuestra cultura. Y es que nuestros valores, principios,
identidad y costumbres son sagrados y tenemos que defenderlos y protegerlos. No
podemos ni debemos alinearnos jamás con los poderes oscuros que van en contra
de Dios y su evangelio. La historia fundacional de nuestro país está cimentada
en la fe cristiana católica, y por eso la primera palabra que resalta en
nuestro escudo nacional es Dios, después la Patria y luego la libertad, y como
centro la Biblia. El fundamento de todo es Dios. Una sociedad que se aleja de
Dios está condenada a su decadencia y anulación. Hay sociedades que han sacado
o han eliminado a Dios hasta por decreto. Nosotros somos una nación que cree en
la vida y la defiende y la ha protegido en su Constitución desde la concepción,
y esto se quiere burlar, porque a nuestras autoridades les ha parecido mejor
alinearse con lo políticamente correcto. Pero lo más triste de esto es que
muchas de estas leyes las propician y promueven personas que dicen que son
cristianos.
Jesús
es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Pero es sobre todo el que
nos bautiza con Espíritu Santo y fuego. El bautismo de Juan estaba incompleto,
pero Jesucristo vino a completarlo: ya no es sólo para quitar el pecado, sino
sobre todo, para darnos la vida de Dios, darnos su Gracia; Él dijo que no vino
a condenar al mundo sino a que el mundo se salve por Él; que sus palabras dan
vida y vida en abundancia. Tenemos que preguntarnos entonces: ¿Qué hemos hecho
o estamos haciendo los bautizados con esa Gracia y fuego que recibimos de Dios?
¿Se ha o se está apagando en nuestro interior? ¿Cómo queremos que el pecado
estructural de nuestra sociedad desaparezca si nosotros lo seguimos incubando
en nuestro corazón? ¿Queremos que nuestra sociedad sea fuerte? Pues cimentemos
sus instituciones sobre la roca firme de la persona de Cristo y su Palabra.