“Y
habiendo llamado de nuevo a la muchedumbre, les dijo: Escúchenme todos con
inteligencia” (Mc 7,14).
Según el diccionario etimológico, la palabra
inteligencia proviene del latín intelligentia,
y está compuesta por el prefijo inter (entre), y el verbo legere (escoger, separar, leer). De modo que, la inteligencia es la
cualidad del que sabe escoger entre varias opciones. Ser inteligente es saber escoger
la mejor alternativa entre varias, y también saber leer entre líneas.
En las Sagradas Escrituras y, sobre todo en
los evangelios, nos encontramos con pasajes bíblicos en los cuales Jesucristo
hace referencia a esta cualidad del ser humano. En ocasiones elogiándola, y en
otras, haciendo críticas a las personas por no saber hacer un correcto uso de
la misma: “¿A tal punto ustedes están también
sin inteligencia?...” (Mc 7,18); en otras ocasiones los oyentes de Jesús se
quedaban estupefactos al escuchar al Maestro hablar y se quedaban admirados de
su inteligencia: “y todos los que lo oían,
quedaban estupefactos de su inteligencia y de sus respuestas” (Lc 2,47);
otras veces era el mismo Maestro el que les regañaba cuando no entendía nada de
lo que les enseñaba: “entonces les dijo:
¡Oh hombres sin inteligencia y tardos de corazón para creer todo lo que han
dicho los profetas” (Lc 24,25).
La doctrina católica nos enseña que la
inteligencia es también uno de los dones que da el Espíritu Santo: el profeta
Isaías lo incluye en la lista de los diferentes dones atribuidos al Espíritu de
Dios (Is 11,2). La inteligencia humana tiene un aspecto intuitivo, tiene la
capacidad de introducirse, de penetrar y ver desde dentro el sentido de las
cosas. La inteligencia va unida a otro don del Espíritu que es la sabiduría,
que es “un saber sabroso”, nos dice
el p. Juan Luís Lorda en su libro sobre las virtudes. Y añade: “La sabiduría es un saber alto que da un
gusto interior, el saber más profundo sobre el sentido del universo y sobre el
sentido de la vida humana dentro de él”. En el libro de los Proverbios, que
forma parte de la Biblia, nos dice que la sabiduría ha presidido la formación
del universo porque, “desde la eternidad
fui moldeada, desde el principio, antes que la tierra…y yo estaba allí como
arquitecto” (Prov 8,30). Por lo tanto, es sabiduría descubrir el orden
maravilloso del universo, como nos lo muestran las distintas ciencias. Y es
sabiduría también descubrir el orden por el que tiene que guiarse la vida
humana, el orden que tiene la inteligencia y el deseo y el amor.
Hoy tenemos carros inteligentes, teléfonos
inteligentes, semáforos inteligentes, edificios inteligentes, etc. Pero, parece
ser cierto que cada vez más tenemos gente poco o menos inteligentes. Pero lo más contradictorio de
esta realidad es que todas estas “cosas inteligentes” quien las ha creado es el
mismo ser humano con su inteligencia. Pero no parece que la esté usando como
debiera para poder llegar a la fuente de toda inteligencia y sabiduría que es
Dios. No está utilizando su inteligencia, en muchos de los casos, para
escudriñar las cosas o misterios de Dios, sino más bien para ensoberbecerse
cada vez más en su afán de creerse dios. A muchos se les han embotado los
sentidos y se han cerrado al Dios Creador de todo, de toda sabiduría e
inteligencia. Una inteligencia que a muchos los está conduciendo cada vez más a
su alejamiento de Dios y por lo tanto a su perdición: “la ciencia más alabada es que el hombre bien acabe; porque al final de
la jornada, aquel que se salva sabe y el que no, no sabe nada” (Gonzalo de
Bercea, conocido como el poeta castellano), o como dijo el hombre de ciencia Luís
Pasteur: “Poca ciencia aleja de Dios.
Mucha ciencia acerca a Dios”.
¿Qué está sucediendo con gran parte de la
humanidad que cada día se aleja más de Dios y sigue sin entender los designios
divinos revelados en Jesucristo? Se hace necesario e indispensable que vivamos
con inteligencia. Que aprendamos a discernirlo todo, según la voluntad divina,
para que aprendamos a escoger lo bueno y rechazar lo malo. Nuestra vida humana
se ilumina cuando tiene ideales que la dirigen. Y se hace eficaz con el trabajo
continuado y responsable. Dios, que es la fuente inagotable, nos ha dado la
inteligencia para que así, junto al don de ciencia sepamos relacionar con Él
los demás conocimientos y nuestra experiencia de la vida.