Uno de
los más versados asesores políticos estadounidenses y de descendencia japonesa,
Francis Fukuyama, quien fuera asesor del presidente norteamericano George
Bush-padre, en el 1990, y que es una abanderado, defensor y promotor del Nuevo Orden Mundial; ha escrito varios
libros siendo el último de ellos su más célebre titulado El fin de la historia y el último hombre, donde hace un análisis de
la historia contemporánea desde la perspectiva mundialista antes dicha. En el
libro afirma que el hombre contemporáneo ya está sustancialmente satisfecho.
Pero es su afirmación más tremendista ya que dice que los tres grandes enemigos
que impiden la implantación de este NOM son la familia natural (porque es una institución opresora y hay que
desplomar sobre todo la maternidad, de ahí que desde hace unos años atrás se
esté presentando al mundo estos nuevos modelos de familias); el patriotismo (los Estados no deberían
de existir ni sus fronteras, hay que destruir todo indicio de valores,
identidad patriótica), y la religión,
-principalmente el cristianismo católico por sus valores y moral que proclama.
De hecho, dice que el cristianismo católico podría seguir existiendo si
renuncia a creerse que es la verdad y pasara a ser una verdad más entre muchas
o un pensamiento más y se recluye al ámbito de lo privado. Pero si la fe
cristiana hiciera esto, caería nada más y nada menos que en traicionar a
Jesucristo ya que Él mismo fue que dijo “soy
el camino, la verdad y la vida”; y también “..Conocerán la verdad y serán verdaderamente libres”.
Así
entonces, los cristianos somos a los que se nos ha encomendado seguir
anunciando la verdad de Cristo, no nuestra verdad. La Iglesia Católica nunca ha
afirmado que sea dueña de la verdad, pero sí ha afirmado que está en la verdad de Dios revelada en y por
Jesucristo a la humanidad. Esta es la verdad que proclama, promueve y defiende.
No la impone, ya que el mismo Jesucristo mandó que se proclame a todos los
hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares, y el que crea y se bautice se
salvará, y el que se resista a creer, se condenará. Esta verdad de Jesucristo
es la que ilumina toda nuestra vida, y es la que tenemos que proclamar en
fidelidad al discipulado cristiano, y tenemos que proclamarla tal cual la hemos
recibido.
Esta es
la verdad que viene a nosotros como luz que ilumina toda nuestra tiniebla. La
función de la luz es iluminar las tinieblas, no taparla: “no se enciende una lámpara para ponerla debajo de la mesa, sino sobre
la mesa para que alumbre a todos los de la casa”. Pero es cierto que hay
muchos cristianos que, a pesar de estar en el camino de la fe, no se dejan
iluminar por esta luz porque no quieren que sus obras malas sean descubiertas.
Hay cristianos que caminan en la fe pero lo hacen como si estuvieran arropados
con un gran manto que impide el paso de la luz de Cristo. Y es que somos hijos
del día, no de la noche. Se sigue dando en la vida de muchos creyentes aquello
que nos dice el evangelista san Juan al principio del evangelio que lleva su
nombre: “la luz vino a los suyos pero los
suyos no la recibieron; prefirieron mejor seguir caminando en las tinieblas…”
Ya el mismo Cristo nos dirá que Él es la luz verdadera que alumbra a todo
hombre; el que viene hacia Él nunca caminará en las tinieblas; y también dijo: “alumbre así su luz a los hombres para que
vean sus buenas obras y puedan glorificar a su Padre que está en el cielo”.
Pues
esta es la luz que los creyentes en Cristo tenemos que llevar a los demás y
testimoniar. Pero para lograrlo, lo primero que tenemos que hacer es dejarnos
iluminar por ella. Es la luz que debe de iluminar a este mundo que cada día
camina en las tinieblas; es la luz que tiene que transformar el mundo, a la
humanidad en una humanidad cada vez más humana y cristiana. Por eso la Iglesia,
pueblo de Dios, es la que tiene que ir al mundo para ser éste transformado;
pero no al revés: no es el mundo que hay que meter en la Iglesia, es la Iglesia
la que tiene que ser llevada al mundo. Y es que muchos cristianos que viven en
la oscuridad les exigen a los demás que se dejen iluminar, pero ellos no están
dispuesto a hacerlo; se convierten muchas veces en jueces de los demás, y así
contravienen las enseñanzas del Maestro de Nazaret que nos dijo que “la medida que usen con lo demás la usarán
con ustedes”. Y es que nosotros somos muy rápidos para señalar a los demás
sus errores y juzgarlos, pero somos muy tardos en reparar en los propios
errores. Una cosa es ayudar al otro a que se corrija en sus errores, -que es
corrección fraterna-, y otra muy diferente es señalarle sus errores y
estrujárselos en la cara.
Si nos
decimos que somos cristianos, discípulos de Cristo, pues que se nos note. Hoy
en día la gente se convence más con los testigos de la fe, que con los maestros.
Cristo nos bautizó con fuego y Espíritu. Llevemos ese fuego y Espíritu al
mundo, a esta humanidad cada vez más descarriada, cada vez más arropada por las
tinieblas del pecado. Pero llevemos la luz que ilumina nuestra vida, la luz de
Cristo sin renunciar ni traicionar jamás su verdad en la que hemos sido
bautizados y confirmados por su infinita misericordia.