El ser humano,
por una de las cosas que se ha destacado en el devenir de su historia ha sido
siempre por querer hacer las cosas de inmediato. Claro que esta actitud se ha
acentuado más en los últimos tiempos; es como si se tuviera la impresión de que
cuanto más el hombre ha avanzado, sobre todo en el campo del saber humano, se
ha hundido más en lo que muchos han llamado la cultura de lo inmediato: todo lo
quiere rápido, al instante, de una vez…, la respuesta instantánea; dicho en
otras palabras, y haciendo una analogía con muchos productos comestibles, sería
aquello de lo “instantáneo”: café instantáneo, comida rápida, palomitas de maíz
al instante, etc.
Pero, ¿esta actitud funciona? ¿Es buena? ¿Es
correcta? De pronto muchas personas caen en la certeza de que es todo lo
contrario, es decir, se dan cuenta de que vivir así no funciona, no es
correcto. Una de las actitudes que podemos decir y que es manifestación de esta
inmediatez, es que muchas personas no son corteses ni amables ni respetuosas,
no quieren esperar, hacer su turno. Esta actitud nos lleva siempre a caer en la
violación del derecho de los demás, y esto exacerba los ánimos, quita la paz,
etc. Ya lo dijo el benemérito de las Américas Benito Juárez “el respeto al
derecho ajeno es la paz”. De esto nos damos cuenta en nuestro diario vivir:
muchas personas les molesta que el otro sea amable, cortés y respetuoso. Pero
esta molestia se da sobre todo cuando esa amabilidad, cortesía y respeto no son
asumidas para conmigo; la molestia viene siempre cuando se asume con los demás;
es lo que en muchas ocasiones hemos dicho: que las normas, leyes que yo exijo
que cumplan los demás, son las mismas normas y leyes que yo no estoy dispuesto
a cumplir. Y esto es hasta evangélico, porque el mismo Jesucristo dijo “trata a los demás como quieres que te
traten a ti”. Nos atrevemos a decir que pareciera que no se nos está
educando para la amabilidad, la cortesía y el respeto, porque parece que para
el hombre de hoy, manifestar estas actitudes, -o virtudes humanas-, es sinónimo
de cobardía y debilidad (por no decirlo con otra palabra). Es como si pareciera
que estas actitudes o virtudes humanas fueran anticuadas y hoy están fuera de
moda.
Hay personas creyentes que muchas veces le
reclaman a Dios el que no actúe de inmediato cuando ellos le exponen sus
problemas y, al no recibir la respuesta que esperan y en el momento que esperan,
muchos de esos reclamos terminan en un abandono de los caminos de Dios. ¡Y es
que no hay solución mágica a los problemas! A Dios le exigimos que nos diga lo
que queremos oír, pero Dios nos dice lo que tenemos que oír. Tenemos que
aprender que la fe nos exige siempre paciencia y perseverancia; hay que
regarla, cuidarla, abonarla… la fe no es magia.
Además de que tenemos que fortalecer la esperanza, tenemos que aprender
a saber esperar en el tiempo de Dios. Tenemos que aprender a “aplacar esta
urgencia” de nuestra vida de querer que las cosas se hagan cuando yo quiero,
como yo quiero y donde yo quiero.
Otro aspecto que no queremos dejar pasar es
que una de las causas de este inmediatismo es la influencia que tienen los
medios de comunicación; esta insistencia por estos medios de conducirnos por
este camino de lo inmediato con su “¡llame ya, llame ahora mismo, qué espera!”;
pareciera como si el mundo, la vida se nos va a acabar si no hacemos esa
llamada en el momento, y caemos en la trampa. Y esto, claro está, es lo que
contribuye a este consumismo que nos arrastra y nos convierte en compradores
compulsivos en el que estamos inmersos y que nos lleva también por consecuencia
a crearnos falsas necesidades. Recordemos que, según la lógica cristiana, rico
no es el que más tiene, sino el que menos necesita.
Otro punto de este inmediatismo lo
encontramos en la relación que muchas veces se establece entre el fetichismo y
la religión: personas que llevan a su casa un determinado objeto o amuleto y lo
ponen en un lugar determinado en el hogar para que se vayan las “malas vibras”,
creyendo que esto provocará que los problemas familiares desaparezcan. La
superstición está muy metida y arraigada en nuestra gente. Son muchas las
personas que después de ir a misa el domingo o al culto, se dan su vueltecita
donde el brujo o la señora adivina para que les lea la tasa, les lea la mano,
le haga una limpia, le contacten con los espíritus del más allá, etc.
Tenemos que recuperar la confianza en el Dios
Todopoderoso, el Dios que Jesucristo nos vino a revelar y que no nos chantajea
ni engaña. Jesús vino para que tengamos vida y vida en abundancia, vida eterna.
Pero esta vida eterna cuesta y exige esfuerzo y sacrificio, y sólo los que se
esfuerzan y se sacrifican logran alcanzarla; y es que el hombre de hoy vive como si nunca fuera a morir, y muere sin
haber vivido.