Nuestra sociedad dominicana ha sido testigo una
vez más de una tragedia humana que ha provocado dolor, sufrimiento, odio,
indignación y otras cosas más. Me refiero al caso de este señor que asesinó a
su esposa y tres niños de una manera tan espantosa que se pudiera pensar que no
existen palabras para describirlo. Este caso ha sido abordado desde diferentes
tópicos: psicológico, psiquiátrico, judicial. Yo quiero hacerlo desde el
aspecto religioso o, mejor dicho, desde la perspectiva del evangelio de
Jesucristo. Y es que esta situación nos confronta a todos los creyentes a
asumir la postura lo más evangélicamente posible, aunque sabemos que no es
fácil. El evangelio nos presenta la actitud que tenemos que asumir, no la que
podemos asumir. O sea, nos lleva a tomar partido, y no es una opción.
Quiero
partir de la pregunta: ¿este señor es digno o no del perdón? Y la respuesta
inmediata es sí. Ninguno de nosotros es más digno que los demás de ser
perdonado. Todos hemos sido hechos dignos por Dios de su amor, su perdón y su
misericordia. Recordemos que estamos hablando desde la perspectiva cristiana. El
otorgar el perdón a alguien, no importa la falta o delito que haya cometido, es
ya un síntoma de la justicia. En el caso que me refiero, hay que entender que
otorgar el perdón a este señor no quiere decir que no se haga justicia. No es
decir “te perdono y vete para tu casa que aquí nada ha pasado”. Este señor
tiene que “satisfacer” el daño causado a los afectados directamente, -la familia-,
y también a la sociedad. Otros casos parecidos hemos tenido en nuestra
sociedad. Claro que hay que tener en cuenta que, por más sanción fuerte que se
le imponga al acusado, la verdad es que nunca satisfará por completo el daño
causado. Pero es lo correcto.
Desde
hace un buen tiempo, nuestra sociedad se ha ido encaminando en lo que yo he
calificado como “una sociedad sanguinaria”; es decir, nos estamos dejando
llevar por una actitud que lo que queremos es sangre; queremos que a los
culpables se les arranque la cabeza, se les descuartice, etc. Esto no es más
que venganza, odio, y esta actitud no es correcta ni cristiana. Yo entiendo y
comprendo la indignación, repulsa que estos casos pueden provocar en las
personas, porque también me indignan. Pero no podemos dejarnos dominar por los
mismos, ya que nos convertiríamos en una sociedad vengativa, rencorosa y
asesina.
El
perdón no es nada más ni sólo un sentimiento. El perdón es sobre todo una
decisión. Pensemos nosotros que cuando le pedimos perdón a Dios nos dijera que
nos perdona cuando lo sienta, ¿qué significaría eso? Pues que nos puede perdonar
un día porque está de buen humor, o se siente tranquilo, etc. Pero, ¿y si al día
siguiente se siente mal? Porque es que perdonar por el sólo hecho de sentirlo,
no es perdón real porque no todos los días estamos sintiéndonos bien o
sintiendo bonito o sintiéndonos contentos. Más bien, cuando una persona perdona
está tomando una decisión y esa sí que es perdurable. Es lo que ha hecho Dios
con nosotros. Dios ha decidido perdonarnos; no nos perdona porque lo siente.
Pensemos en el pasaje de la crucifixión de Jesús cuando uno de los dos ladrones
crucificados con Él le pidió que se acordara de él cuando esté en su Reino, y Jesús
le contestó que hoy mismo estaría con Él en el paraíso. Esa fue una decisión de
Jesús, y no un puro sentimiento. El perdón tiene una dimensión de sanación
interna. Pero esta sanación no se da de la noche a la mañana; es más bien un
proceso que se da en el interior de la persona. Cuando una persona toma la decisión
de perdonar, lo hace no porque ella se le antoja hacerlo, sino más bien porque
hay una fuerza interior que la impulsa a ello. Esa fuerza interior es lo que
los creyentes en Dios llamamos Gracia: es la fortaleza que Cristo nos da para
ayudarnos en nuestra intención, propósito y disposición al perdón, porque sin
Él nada podemos hacer.
Otro
elemento que no está ayudando en nada a este proceso de justicia es el que han
asumido algunos medios de comunicación de estar subiendo videos a las redes
sociales donde se presenta a una de las niñas cantando y haciendo cosas que
provocan ternura. Esto lo que hace o provoca es caldear más la indignación y el
odio de la sociedad hacia el inculpado. Se crea la reacción contraria, y parece
ser que es como si fuera a propósito que lo hicieran. Los jueces y abogados
encargados de hacer justicia en los tribunales no pueden dejarse llevar por sus
sentimientos puramente humanos y personales ya que esto podría nublar su recto
juicio a la hora de administrar justicia. La justicia humana es imperfecta,
pero es justicia; y nosotros no podemos tomar la justicia en nuestras manos ya
que si así fuera, pues no existiría un ser humano sobre la tierra. La solución
no es la eliminación física de la persona. Si la justicia determina que esta
persona debe de estar aislada del resto de la sociedad por muchos años, pues
que así sea.
Parece
ser que este señor, por lo que ha expresado a través de los medios de
comunicación, no presenta ni manifiesta ningún arrepentimiento; dio como
justificante del acto la difícil situación económica que está pasando; pero
sabemos que nada justifica un acto de esa barbarie. Este caso y esta persona se
han analizado desde la psicología y psiquiatría; pero un elemento que no debe
descartarse y que, -según la médico forense que hizo el levantamiento de los
cuerpos-, las posiciones en que fueron encontrados los mismos, da la sospecha
de que hubo algún conato de rito satánico. A esta persona se le ha señalado
que, por fotos subidas a su red social y que lo muestran con unas vestimentas
poco comunes y accesorios en sus orejas, pintura y tatuajes, se le acusa de “metálico”
y que por eso actuó de esa manera. Cada persona puede estar o no de acuerdo con
esa opinión; pero yo más bien pienso que la apariencia física podría ser
consecuencia de algo más profundo. Hay mucha gente que se muestra incrédula cuando
oye estas cosas. Pero tenemos que ser conscientes de que la práctica del
satanismo en nuestra sociedad es una realidad; y estos ritos se practican en
todos los niveles de la sociedad, no es específico de una clase social
particular ni sólo se da en la clase baja o pobre. Siempre que se menciona este
tema hay quienes lo asumen con mucha sospecha y hasta incredulidad a lo mejor
pensando que es una exageración o que está fuera de la realidad hablar de esto.
Recordemos que hace ya unos años atrás, en la carta pastoral de 2002, nuestros
obispos dominicanos nos advertían de esta realidad del satanismo en nuestra
sociedad, y que les invito a que la lean.
No nos
convirtamos en sanguinarios; aprendamos más bien a saber manejar nuestra
indignación, enojo y odio para que no nos esclavicen y no nos lleven a
convertirnos en jueces. Ningún ser humano es más digno que los demás de recibir
el perdón; a todos Dios nos ha hecho dignos de ello y esto por pura decisión
suya. Aprendamos a tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros,
porque con la vara que midamos a los demás, con esa misma vara nos medirán a
nosotros. Aprendamos a perdonar de corazón; aprendamos a exigir justicia y no
sangre ni cabeza de nadie, porque en eso nos pareceremos a los hijos de Dios,
que hace salir su sol y mandar su lluvia sobre buenos y malos, sobre justos y
pecadores. Yo sé y estoy consciente de que estas ideas pueden parecerle a más
de uno una visión difícil y hasta inaceptable, pero es lo que nos toca poner en
práctica como cristianos; no tenemos otra opción, si es que queremos vivir de
acuerdo al evangelio. Lo que es imposible para nosotros, es posible para Dios,
pero tenemos que darle la oportunidad de que lo haga posible con nuestra
disposición y su Gracia.