A raíz del viaje apostólico que hiciera el Papa
Francisco el pasado mes de enero a Chile y Perú, se publicó en la prensa
escrita un artículo que hacía referencia de cómo está el catolicismo en América,
-sobre todo en América Latina-, y también cómo está valorada la figura del
santo padre entre los católicos principalmente. Decía el artículo que el
porcentaje de católicos en América ha descendido significativamente, que siguen
saliendo feligreses de la Iglesia y que, la simpatía y seguimiento al Papa
también han descendido mucho. Cabe señalar que este tipo de reportajes siempre
tiene, -lo que se dice popularmente-, su segunda intención. Es decir, lo que
busca en realidad este tipo de noticias es crear una percepción negativa y derrotista
entre los feligreses católicos de presentar o dar la imagen de que la Iglesia Católica
está en camino a desaparecer o de extinción, fomentar el pesimismo y provocar
una avalancha hacia otros grupos religiosos o ninguno si no se “actualiza o
moderniza”. Hay quienes se dejan arropar por esta idea, pero habemos otros, -y
éstos somos los más-, que no caemos en ese gancho o treta de los enemigos de
Cristo y su Iglesia. La Iglesia no es una institución meramente humana; es
sobre todo, una institución divina; y Cristo prometió que no permitirá que su
familia sea destruida ni desaparezca.
Por
otro lado, en la última semana de enero también se publicó un estudio que se realizó
hace unos meses atrás en los Estados
Unidos, principalmente entre el público joven sobre las causas que les han motivado
a salir de la Iglesia Católica para irse a otra iglesia o abandonar el camino
de la religión. En este tipo de encuestas siempre salen dos causas que son
constantes: la primera es que dicen que el culto, la liturgia católica es
aburrida; y la segunda es lo relacionado a la doctrina católica, sobre todo en
lo que respecta a la moral sexual. Pero, seamos sinceros y preguntémonos:
¿desde cuándo no se han ido gente de la Iglesia Católica? Da la impresión de
que esta situación ha surgido hace unos años atrás; pero recordemos que ya en
tiempos del mismo Jesús, muchos le abandonaron; ejemplo de esto es el capítulo
6 del evangelio de san Juan, conocido como el discurso eucarístico de Jesús. Y
es que Jesús no vino a suavizarnos el evangelio; Jesús fue radical y este
radicalismo fue el que muchos no aceptaron, no aceptan ni aceptarán; hasta el
propio grupo de los Doce que Él mismo eligió, muchas veces no lo comprendía y
les costaba aceptar su mensaje, y hasta lo abandonaron cuando lo apresaron,
enjuiciaron y condenaron a muerte. Ya otra cosa será después de la Resurrección.
Y es que somos nosotros los que nos tenemos que adaptar al evangelio, no al revés;
es el evangelio el que tiene que iluminar nuestras vidas. Y en cuanto a la
moral católica recordemos que el mismo Jesús fue el que calificó el adulterio
como pecado, y el mismo san Pablo, apóstol guiado por el Espíritu Santo, dijo
que todo el que se acerque a recibir el cuerpo y sangre de Cristo indignamente,
se traga su propia condenación. Además, entendamos que a la Iglesia no vamos a
divertirnos; el templo es un lugar sagrado, santo y de encuentro con Dios. No
es un lugar social. Al templo vamos a orar, a celebrar nuestra fe personal y
comunitaria, y esto nos exige asumir actitudes internas y externas para prepararnos
a dicha celebración religiosa.
Ya en
el evangelio de san Marcos 6,1-6 leemos que a Jesús lo seguía una multitud
porque “les enseñaba”. ¿Qué les
enseñaba? Pues el evangelio, la buena noticia de salvación acerca del Reino de
Dios. Y esto es lo que tenemos que hacer la Iglesia de Cristo: enseñar y
testimoniar el evangelio. Hablar del evangelio de Cristo es hablar de la
salvación, del infierno, del purgatorio, de las obras de misericordia, de la
moral sexual, etc. Pero hablarlo como Jesús lo habló. La Iglesia enseña,
predica el único evangelio de Jesús; no predica su propio evangelio. Si por un
lado la Iglesia no es poseedora de la verdad, por el otro lado, sí está en la
verdad revelada por Dios en su Hijo Jesucristo, y todo el que quiera estar en
esta verdad se salvará y el que no quiera estar, se condenará. Hoy se necesita
que todos los cristianos seamos verdaderos predicadores, anunciadores y, sobre
todo, testigos del evangelio.
Hoy en día
se ven a algunos sacerdotes que han abandonado el sentido real y fundamental de
su ministerio sacerdotal que es la de ser dispensadores de la Gracia de Dios
para la salvación de las almas. Es verdad que tenemos que ser voz de los que no
tienen voz; defender al pobre de las garras del opresor, etc. Pero esto no
hacerlo a costa de descuidar lo esencial del ministerio sacerdotal. Hay sacerdotes
que confunden a los feligreses predicando un evangelio distinto al de Jesús y
poniendo en boca de Jesús cosas que Él nunca dijo, predicando una falsa
misericordia. Jesús nunca nos dio carta blanca para pecar sin más pensando en
que, como Dios es misericordioso y nos perdona; si es cierto que Dios es inmensamente
misericordioso, también es cierto que es inmensamente justo. ¿Quién es el que
se salva? El que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica… porque no
todo el que le diga Señor, Señor se salvará. Hoy algunos sacerdotes parecen más
unos sindicalistas que verdaderos ministros de Cristo.
Recuperemos
lo esencial de nuestra fe; recuperemos lo esencial de nuestro ministerio
sacerdotal: prediquemos el único evangelio, prediquemos la sana doctrina
eclesial, ser fieles al Magisterio de la Iglesia, prediquemos las verdades de
nuestra fe. Esto es lo que tenemos que enseñar ya que es lo que atraerá a
muchos hacia Jesús, que es el camino y la puerta para llegar y acceder a Dios
Padre.