“Diles: Esta es la nación que
no obedece al Señor su Dios ni quiere ser corregida. La sinceridad ha
desaparecido por completo de sus labios” (Jer
7,28).
Toda persona que se decide a recorrer el
camino de Dios, lo primero que tiene que hacer es asumir con sinceridad dicho
trayecto. Tenemos que aprender a adentrarnos en lo más profundo de nuestro
interior y sacar toda esa basura que está asentada en el fondo; hay que sacarla
a flote, hasta la superficie. No podemos estar poniendo o tapando con trapos
nuestras miserias, nuestras limitaciones. Esto exige mucho valor porque no es
fácil llevarlo a cabo. A mucha gente se le hace muy difícil enfrentarse a sus
miedos, a sus miserias, a sus limitaciones, a sus defectos. Es como si
tuviéramos un cadáver en el fondo de la piscina que está provocando el que salga
manchas feas hasta la superficie y se atacan con limpiadores, pero por más que
se quitan, vuelven y salen; pero lo que hay que sacar es ese cadáver del fondo
que es el causante de las manchas. Eso es ir a la raíz del problema. Eso es lo
que persigue la dirección espiritual. Por eso la exigencia de la sinceridad.
Hay que ser capaces y valientes para ir a la causa principal de la dejadez o
sequedad espiritual en la misma presencia de Dios. Estas manchas pueden ser la sensualidad,
o un egoísmo brutal enmascarado, o una tibieza grande…Y para sacarla fuera,
delante de la persona que nos puede entender y curar, es necesaria la gracia de
Dios, que hemos de pedir, y la virtud humana de la valentía. Y Santa Teresa
decía que por esto es que todas las almas necesitan un desaguadero.
Para que la dirección espiritual sea eficaz y
no se pierda el tiempo, es necesario e indispensable la virtud de la
sinceridad. No es correcto querer disfrazar las cosas, los hechos, las causas;
querer adornarlas o disfrazarlas para que suenen más bonitas o para dar la impresión
de que no son tan feas o malignas. La sinceridad es la señal de que el
acompañamiento ha arrancado con buen pie y es garantía de continuidad en el
mismo. Si queremos recoger buenos frutos de la dirección espiritual es
necesario la sinceridad desde el principio; es como dar esa buena imagen con
claridad, sin engaños, de lo que realmente nos pasa. Cuando un enfermo va al médico,
éste le dice directamente lo que le sucede sin rodeos ni tapujos; va
directamente al punto de su malestar y así el médico ya sabe por donde tendrá
que ir tratando el malestar y también qué medicamentos podrá recetar. Algo
parecido sucede con la dirección espiritual cuando le tratamos al médico
espiritual nuestros malestares o enfermedades del alma.
La sinceridad no es exagerar. Es decir las
cosas tal y como son, sin aumentarle ni disminuirle nada; no se valen las
medias verdades ni los disimulos. Es sinceridad en lo concreto; en el detalle,
con delicadeza, cuando sea preciso. Huyendo siempre del embrollo y de lo complicado.
Cuando somos sinceros, somos capaces de reconocer nuestros defectos, miserias y
equivocaciones. Es llamar las cosas por su nombre, sin disfrazarlos con falsas justificaciones.
Cuidado con una estrategia del demonio en
cuanto que puede llevar, -y de hecho lo busca-, a la persona a no buscar la
ayuda necesaria para poder enfrentar determinado problema. Una de las
condiciones de ese demonio, que es mudo, es precisamente hundir en la mudez a
su víctima; ahogarlo en su problema y que no busque ayuda en nadie ni reciba
ayuda de nadie. Se parece a esa acción que comete el león cuando caza a su
presa, no la ataca en las patas sino más bien le clava sus colmillos en la
garganta para ahogarla y no darle la más mínima oportunidad para gritar.
Demostrado está que el tragarse las cosas nunca es bueno porque acumularíamos
tantas amarguras y sinsabores, que en cualquier momento explotaríamos. No hay
que dejar llegar las cosas al extremo.
La sinceridad es el gran remedio de muchas
angustias y problemas personales, que dejarán de serlo cuando nos abrimos a esa
persona puesta por Dios para limpiarnos, curarnos, y devolvernos la dignidad
perdida o maltrecha; esa persona que nos ayuda a ver la luz que, aunque tenue,
se ve al final del túnel. Esa persona que Dios ha puesto para ayudarnos a
enfrentar nuestras dificultades, puede ver en nuestro interior por la gracia de
Dios con la cual ha sido revestido; sabe intuir toda la capacidad de bien que
existe en nuestro corazón.