“La lámpara del cuerpo es el
ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo gozará de luz” (Mt 6,22).
Con estas palabras, el señor Jesús nos quiere
hacer entender que esa sanidad de la que nos habla la podemos entender también
como sencillez. Ya sabemos que nuestro Dios y Padre, es el Dios Todopoderoso
pero también es el Dios sencillo; el Dios que no se complica y no es
complicado. Por eso es que ama a los sencillos y humildes; y rechaza al
soberbio y orgulloso. Para la dirección espiritual esta es una de las virtudes también
muy importantes. De hecho, hay una relación muy estrecha entre la sinceridad y
la sencillez. De la primera ya hemos hablado. Diremos algo de la segunda.
La sencillez es consecuencia necesaria de un
corazón que busca a Dios. Ya el mismo san Agustín llegó a decir que nuestro
corazón estará inquieto hasta que descanse en Dios. Esta virtud es lo opuesto
al deseo de llamar la atención, la pedantería, el aire de suficiencia, la
jactancia… (Fernández-Carvajal). Todas estas actitudes son obstáculos para un
verdadero acercamiento y unión con Cristo, que nos impide por demás el seguirle
de cerca; más bien crea barreras que nos impiden ayudar a los demás. El señor Jesús
dijo que teníamos que aprender a ser sencillos como la paloma, es decir, a no
ser complicados interiormente ni enredados.
La sencillez nos conduce a ser hombres y
mujeres auténticos: nuestra palabra y nuestra actuación de cristianos y de
hombres y mujeres honrados debe tener un gran valor delante de los demás,
porque hemos de buscar siempre y en todo la autenticidad, huyendo de la
hipocresía y de la doblez. Cuando nosotros nos dejamos guiar por la verdad,
seremos siempre un reflejo de Dios por esa verdad que guía nuestra vida y
aprenderemos a tratarla con respecto: “busquen la verdad y serán hombres
realmente libres”, nos dijo el Señor Jesús. Esa verdad tiene su nombre y su
apellido: Jesús, el Hijo de Dios. Él se dijo de sí mismo que es el camino, y la
verdad y la vida. No somos actores de la vida. No representamos un papel en el
teatro de la vida. Por eso debemos de ser auténticos si queremos ser
verdaderos; y ser auténticos según la voluntad de Dios. Y es que la dirección
espiritual nos conduce a la vivencia de estas virtudes cuando la sabemos
ejercer de acuerdo a la voluntad divina. Hoy se hace urgente que el cristiano
sea un hombre, una mujer de una sola palabra, de una sola vida, sin utilizar máscaras
o disfraces ante situaciones en las que puede ser costoso mantener la verdad,
sin preocuparse del qué dirán y alejando los respetos humanos, rechazando toda
hipocresía.
¿Y qué decir con respecto a la virtud de la
confianza? Ciertamente es mucho lo que se puede decir. En las misma Sagradas
Escrituras son muchos los pasajes bíblicos que nos hacen referencia a esta
virtud. En el libro de los Proverbios leemos “porque el Señor te infundirá confianza y evita que caigas en alguna
trampa” (3,26). La confianza, al igual que la sencillez y la humildad, también
son parte de la verdadera oración. La virtud de la confianza es la firme
seguridad, apoyada en la esperanza, que se tiene en uno mismo, en alguien o en
algo. Confiar en todos y en todo es insensato, pero no confiar en nadie ni en
nada, es un error. Es verdad que el Señor nos dice que el hombre que confía en
otro hombre es maldito. Pero debemos de tener cuidado en cómo interpretamos
esta afirmación. Si el hombre no pudiera confiar en los demás pues no tendría
ningún sentido el que se lancen a un proyecto común como es el matrimonio; qué
fuera de los hijos si los padres no confiaran en ellos y viceversa; tampoco
tendría sentido el establecer una amistad con otra persona si no se le tiene
confianza, porque también nos dice las Sagradas Escrituras que la persona digna
de confianza sabe guardar el secreto (Prov 11,13).
La confianza espiritual, como valor religioso
y humano, tenemos que aprender a confiar en Dios, porque es nuestra fortaleza,
sustento de nuestros ideales, solución a nuestras inquietudes y antídoto contra
nuestros males, miedos y dudas. Si depositamos toda nuestra confianza en Dios,
nos sentiremos mucho mejor, sin olvidar que debemos obrar responsablemente, por
amor al prójimo y por civismo. Pero es muy importante aprender y practicar la
confianza en Él. La dirección espiritual nos conduce a fortalecer y profundizar
esta virtud de la confianza. El director espiritual tiene que ser digno de
nuestra confianza, porque, se gana la confianza de aquellos en quienes ponemos
la nuestra.
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